miércoles, 16 de noviembre de 2016

ELECCIONES EEUU 2016 (I)

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Atendiendo al requerimiento de un buen amigo de México (un estimado "panista" que espero sinceramente que progrese en la política de ese país, para el que es posible que se avecinen tiempos duros), daré una opinión acerca de los que creo que son los hechos más destacables del mapa político que han arrojado las recientes elecciones presidenciales y legislativas celebradas ayer en los EEUU. Que han exaltado a Donald Trump a la condición de cuadragésimo quinto Presidente de ese país. No entraré a valorar las consecuencias políticas más profundas de lo sucedido el pasado 8 de noviembre, sino que procuraré enfocarme prioritariamente en las perspectivas de futuro que las elecciones abren precisamente en el plano de lo electoral. Es decir, procuraré tratar acerca de las perspectivas que para ambos partidos se abren en cuanto a la preservación de su hegemonía política a medio o largo plazo, y no tanto en otras cuestiones de extremo interés (como pueda serlo el tipo de política que despliegue a partir del 20 de enero el Presidente Trump, la situación en que quedan Obama y los Clinton después de tan estrepitosa derrota, o la forma en que el resultado de las elecciones y la exaltación de Trump puede afectar a causas tales como la defensa de la vida o la oposición a la ingeniería social de signo apóstata que opera sobre el conjunto de las naciones de Occidente). Cuestiones que, si tengo tiempo, quedan para una entrada posterior.

¿Sorprendido por la victoria? Hace dos semanas, apenas si la habría creído posible. Hace una, me habría sorprendido bastante. El día de las elecciones, me sorprendió algo menos, ya que a raíz de mis propias indagaciones detectaba que la demoscopia, por más que en los medios españoles se afirmase que la contienda seguía decantándose del lado de Clinton, abría opciones a Trump en cada vez más Estados indecisos. Con todo, el resultado final me ha sorprendido bastante. No el hecho de la victoria en sí, sino dos cosas: que Trump se haya alzado con la victoria con un margen tan amplio sobre Bloody Hillary, y que lo haya conseguido pese a perder el voto popular. Yo pensaba que lo más probable era que si Trump ganaba, eso sucediera por un estrecho margen, y consideraba que lo más probable en ese caso era que ganara el voto popular, incluso con cierta amplitud. Era Hillary quien yo estaba convencido de que resultaba probable incluso que consiguiera la victoria perdiendo el voto popular. Ha sucedido exactamente al revés.

La victoria electoral del magnate neoyorquino no ha puesto en cuestión la existencia del Blue Wall (el "Muro Azul" compuesto por los Estados considerados sólidamente demócratas). Pero si que ha obligado a revisar la idea que teníamos del mismo, que al parecer abarca menos Estados y acumula bastantes menos Electores presidenciales de los que se creía. Diecinueve Estados que, en 2016, acumulaban todos juntos un total de 242 Electores de los 538 que eligen al Presidente de EEUU habían votado ininterrupidamente por los demócratas desde 1992 (y algunos de ellos desde 1988 e incluso desde 1976). A causa de la existencia de este “Muro Azul”, se llevaba años considerando que los demócratas partían de una posición especialmente sólida para acometer la conquista de la mayoría absoluta del Colegio Electoral necesaria para asegurarse la Presidencia. Precisamente en los últimos años se había llegado incluso al punto de especularse acerca de si los demócratas, teóricos beneficiarios del decrecimiento de la población blanca y del correlativo aumento de las minorías (y muy especialmente del de la minoría hispana), no estarían ya en vías de ampliar todavía más ese “Muro Azul” con varios Estados ganados por márgenes sólidos por Obama. Se especulaba incluso con si ya habrían conseguido decantar de tal modo a su favor esos Estados como para tener garantizada la mayoría absoluta de Electores necesaria para conquistar la Casa Blanca, al margen de lo que pasase en el resto del país. Alcanzando así una hegemonía política perdurable en esos Estados que les garantizase la Casa Blanca durante décadas, y dejando fuera de juego al Partido Republicano por al menos una generación.

Todas esas son ideas que deberán revisarse. No tanto porque Trump haya ganado como por la forma en que lo ha hecho. Esto se hace especialmente patente a la vista de la ventaja obtenida por Bloody Hillary Clinton en voto popular. Si incluso perdiendo el voto popular la candidatura de Donald Trump ha sido capaz de imponerse en la mayoría de los Estados oscilantes (incluyendo Estados que votaban demócrata ininterrumpidamente desde 1992 como Michigan y Pennsylvania, e incluso desde 1988 como Wisconsin), cabe preguntarse hasta donde podría haber llegado un candidato republicano que hubiera tenido incluso más tirón que Trump, suponiendo que tal candidato exista. La victoria de Trump relativiza algunos supuestos que venían manejándose mucho tiempo y que la era Obama parecía haber consolidado definitivamente. Ahora bien, tampoco los echa necesariamente por tierra de manera completa. Trump ha conseguido que Estados que durante el último cuarto de siglo han sido leales a los demócratas voten por él. Pero es que él mismo no ha sido lo que se dice un candidato republicano al uso.

¿Un candidato republicano más convencional habría conseguido lo que Trump? En su momento se dijo que gente como Jeb Bush, Chris Christie, John Kasich e incluso Marco Rubio habrían obtenido resultados mucho mejores que los que podría haber obtenido Trump. Yo no lo creo así. Yo creo que la candidatura de Trump ha sido una candidatura que ha bebido de caladeros electorales más amplios que los que llevaron a Bush a la victoria en 2000 y 2004 o que aquellos a los que creían poder apelar candidatos como McCain o Romney en 2008 y 2012. Y creo que es por eso que, si bien Bush obtuvo una votación popular mucho mayor que la de Trump (dado que recibió un apoyo más entusiasta que el magnate en los Estados tradicionalmente rojos), éste ha mejorado sensiblemente sus actuaciones electorales, ganando por la mínima Estados que le han permitido obtener una victoria sensiblemente más holgada que cualquiera de las cosechadas por aquel en el Colegio Electoral. Quizá otros republicanos no hubieran podido ganar, pero creo que lo habrían hecho por un margen mucho más estrecho. Y eso obliga a plantearse otro interrogante: en caso de que en el futuro existieran candidatos republicanos que pudieran aspirar seriamente a ganar esos Estados, ¿serán candidatos republicanos convencionales o candidatos parecidos a Trump? ¿Se abrirá camino definitivamente dentro del Partido Republicano una corriente “trumpista”, o por el contrario el Presidente Trump carecerá de continuadores? Difícil saberlo.

A favor de esa posibilidad juega el éxito presente. En contra la demografía. La victoria de Trump es alentadora, porque indica que los republicanos no han quedado fuera de juego, pero a su vez plantea el interrogante de si el Partido Republicano podrá reeditarla en el futuro. La demografía del país cambia, y “El Donald” parece haberse convertido en Presidente merced a una estrategia electoral posiblemente inimitable para otros republicanos. Peor aún, los futuros candidatos republicanos no pueden dar por hechas futuras victorias, ni siquiera en el caso de que supieran imitar a Trump. Este hecho por sí solo obliga a que los republicanos reflexionen profundamente antes de echarse completamente en brazos del “trumpismo”. Deben indigar cuáles de los planteamientos que le han hecho ganar las elecciones son desechables y cuáles, por el contrario, pueden ser susceptibles de un uso continuado. Asimismo, tienen también que tener en cuenta que la irrupción del “trumpismo”, si éste llega a consolidarse como una corriente interna dentro del Partido Republicano, podría fracturarlo aún más de lo que ya lo está. Es verdad que el pensamiento de Trump no se antoja a priori sistemático, porque el propio Trump parece ser de todo menos dogmático y amigo de fijar posiciones irrevocables. Empero, el mero hecho de que haya sido elegido candidato y haya ganado la Presidencia desde determinados planteamientos muy diferentes en cuestiones capitales de los exhibidos por las demás facciones republicanas (clásicos, conservadores, reaganianos, teapartiers...) obliga a prever la posibilidad de que, incluso sin necesidad de que el magnate se implique personalmente en esa tarea ni de que al final su Gobierno sea leal a esos postulados, tal línea de pensamiento gane protagonismo en días venideros dentro del Partido Republicano.

Además de reflexionar acerca de las perspectivas republicanas de obtener futuras victorias, es conveniente que los republicanos no pierdan de vista el hecho de que, en esta misma elección, es Bloody Hillary y no Donald Trump quien ha ganado de manera clara el voto popular. Esto no quita ninguna legitimidad a la gran victoria de Trump en el Colegio Electoral, pero significa que, de las siete últimas elecciones presidenciales celebradas, ésta es la sexta en la que los demócratas sacan más votos que los republicanos a nivel federal (por más que solo en cuatro de esos mismos siete comicios hayan alcanzado la Casa Blanca). Ha vuelto a suceder lo que en 1824, 1876, 1888 y 2000. Cierto que esto es menos relevante en todos los sentidos de lo que los detractores de Trump intentan hacer creer, y no demuestra de manera incontrovertible que goce de menos apoyos que la señora Clinton (eso solo sería el caso si la participación hubiera sido extremadamente alta -como no lo es desde hace un siglo en los comicios presidenciales estadounidenses-). Al fin y al cabo, el sistema electoral aplicado a una determinada convocatoria influye sobre la manera en que vota la gente, y más cuando ésta en general está bien familiarizada con sus efectos. Cosa que, en el marco de un sistema como el estadounidense (que pivota tan acentuadamente sobre los Estados colectivamente considerados), desincentiva la participación electoral de muchos ciudadanos residentes en Estados decididamente teñidos de color rojo republicano o azul demócrata, que saben de antemano que en su respectivo Estado es inútil votar por “su” candidato y en consecuencia se abstienen. Si las elecciones presidenciales fueran directas, es imposible saber qué partido aumentaría más sus votos en feudos enemigos. Igual nos llevaríamos una sorpresa y Trump ganaría contundentemente.

Ahora bien, eso no quita que la derrota en voto popular es una circunstancia que puede tener consecuencias políticas de primer orden. Quiérase que no, todo lo que se acaba de alegar para justificar la relativa irrelevancia de la derrota en Trump en términos de voto popular es cosa que, por más sentido que tenga, puede ser tomado por muchos estadounidenses de a pie por mera palabrería. En ese sentido, poner en cuestión la legitimidad no tanto del triunfo de Donald Trump, sino, en un sentido más amplio, del sistema que lo ha hecho posible, es fácil simplemente apuntando al dato anterior y objetivamente cierto de que de las últimas tres Presidencias republicanas, dos han sido obtenidas pese a que fue el candidato demócrata el que obtuvo un número sensiblemente mayor de votos. Lo que puede tener una poderosa influencia a la hora de impulsar precisamente la que yo creo que es la menos conocida pero a la vez la más trascendente de las iniciativas políticas que en estos momentos se están tramitando con vistas a su futura implementación en los EEUU: el “National Popular Vote Interstate Compact” (NPVIC) o “Acuerdo Interestatal por el Voto Popular Nacional”1.

En definitiva, que tanto a los republicanos como al país esta victoria puede traerles no pocos quebraderos de cabeza (si bien todo esto no ha de hacer olvidar que contarán con la ventaja de encararlos al menos durante los dos próximos años desde una posición de hegemonía política incontestable). Que el riesgo de transformación del sistema electoral estadounidense existe, y que los republicanos, aunque no deban desesperar a causa de una inferioridad de apoyos populares que podría obedecer a causas diversas, tampoco pueden obviarla y actuar tranquilamente en el supuesto de que su posición de fuerza fuera incontestable, porque no lo es en absoluto. Sigue, pues, pendiente la renovación del Partido Republicano, que pasa por establecer un modus vivendi razonable de cara al futuro entre sus facciones (en virtud del cual se eviten enfrentamientos que, si se descontrolan, podrían acarrear incluso la escisión del Viejo Gran Partido), así como por la consiguiente ampliación de su base electoral.

El éxito de Donald no quita que, curiosamente, donde sus resultados han sido más decepcionantes ha sido en el Oeste del país (lo que no quita que tampoco han sido malos, puesto que no ha perdido ninguno de los Estados tradicionalmente fieles a los republicanos). Precisamente aquellos Estados con una presencia hispana más fuerte de los EEUU que antaño pertenecieron a México. En Nevada, donde los sondeos le dieron opciones de ganar incluso durante los peores momentos de su campaña, ha perdido por un margen corto pero inequívoco frente a una candidata débil como ha demostrado serlo Bloody Hillary (y además los republicanos han perdido las dos cámaras de la legislatura estatal, lo que tiene consecuencias políticas de no poca trascendencia, por las razones que más adelante se indicarán). En California, donde la participación se ha hundido, Trump ha retrocedido en comparación con Romney. En Arizona, si bien ha ganado, ha retrocedido. Y lo mismo en Texas. En definitiva, que si los republicanos piensan en el futuro deberán tener en cuenta estos avisos, y procurar que el partido gane aceptación entre otros grupos raciales, además de los blancos. No les queda otra. Con “trumpismo” o sin “trumpismo”, los republicanos necesitan desesperadamente adaptarse al futuro que le aguarda a los EEUU, y combatir con todas sus fuerzas su imagen de partido de los blancos. Solo así conseguirá derrotar la percepción inversa del Partido Demócrata como el amigo de las minorías.

Empero, conviene señalar que también los demócratas tienen serios interrogantes que hacerse. Conformarse con la promesa de futuro que para ellos supone el crecimiento de las minorías no es suficiente. Es un hecho que muchas cosas han fallado a lo largo de este último ciclo electoral. Y, en realidad, muchas cosas llevan fallando desde hace no pocos años para los demócratas. Obama recuperó para ellos la Presidencia en 2008 y la revalidó en 2012, pero la verdad es que solo durante dos de los últimos veintidós años transcurridos desde la elección al Congreso de 1994 han dispuesto del control total del Gobierno (por ocho años durante los cuales los republicanos han dispuesto de ese control, a los que podrían sumarse como mínimo los dos primeros años del mandato de Donald Trump, en el supuesto de que éste y su partido colaboren). Los demócratas han prevalecido en la mayoría de las últimas elecciones presidenciales, pero han flaqueado en el Congreso (y muy especialmente en la Cámara de Representantes). Hecho que en gran medida se debe a la desmovilización del electorado, que también le ha pasado factura a Bloody Hillary en estas presidenciales. Ha quedado demostrado de manera clara en estas presidenciales que tasas bajas de participación (generalmente debidas más a la desmovilización de las minorías que a la de la mayoría blanca) facilitan a los republicanos luchar para mantener su dominación sobre el Congreso e incluso sobre la Presidencia. Y la falta de movilización es más seria de lo que parece, porque dejar de movilizar al electorado que se supone propio es señal de apatía por parte de ese mismo electorado y bien puede significar que dicho segmento de votantes está maduro como para empezar a pensar en traspasar sus lealtades a otras formaciones políticas. Si los republicanos encararan con energía la tarea de reconciliarse con las minorías, es bastante probable que encontraran el terreno abonado por encima incluso de sus más elevadas expectativas.

Todo lo antedicho es especialmente si los demócratas reinciden en su identificación con el denominado establishment y presentan de vuelta candidaturas similares a la de Bloody Hillary. Que está claro que ha sido uno de los factores determinantes de la derrota demócrata, seguramente incluso más de lo que la figura de Donald Trump haya podido influir en la victoria republicana. En ese sentido, y teniendo en cuenta que hemos estado ante una elección que, en los Estados decisivos, se ha revelado hasta cierto punto ajustada, cabría preguntarse si otro candidato demócrata habría tener más suerte. Inmediata e inevitablemente, ha comenzado a planear sobre el escenario un concreto nombre: Bernie Sanders, el oponente de Bloody Hillary durante las primarias. Quien, contra todo pronóstico, le dio a la finalmente nominada dura batalla hasta prácticamente el final de la contienda interna demócrata. Hay quienes afirman que Sanders habría batido a Donald Trump, y yo también creo que habría podido (aunque no con la holgura que algunos afirman). A su favor, habría tenido una reputación de integridad y honradez de la que tanto la señora Clinton como Trump carecen. Asimismo, a Trump le habría costado conseguir que frente a Sanders calara ese discurso de enfrentamiento entre el pueblo y las élites que tan buenos dividendos le ha rendido frente a Bloody Hillary; e incluso habría podido ser el propio magnate el blanco fácil del discurso de Sanders (¿qué más fácil para quien apela al socialismo que atacar a un multimillonario?). Y, todavía más importante, muchos de los partidarios de Sanders que no apoyaron a Bloody Hillary o que incluso apoyaron a Trump el pasado 8 de noviembre (especialmente en Estados que han resultado ser decisivos para el republicano tales como Wisconsin o Michigan, donde fue Sanders quien ganó la primaria demócrata) es prácticamente seguro que habrían votado antes por Sanders antes que quedarse en casa o que optar por Donald Trump.

Pese a lo cual tampoco hay que creer erróneamente que todo el monte es orégano. Sanders habría tenido en contra su propia condición de socialista en el país más alérgico que existe a las ideas socialdemócratas (no digo ya a las verdaderamente marxistas), condenadas enérgicamente por una parte muy significativa de la sociedad. E igualmente habría sido fácil de atacar por el lado religioso (es de orígenes judíos y más bien agnóstico en un país en el que hasta Obama y Hillary han tenido que simular con toda falsedad una religiosidad cristiana hipócrita so pena de no haber podido progresar en su vida política). Todo eso sin contar que también él habría tenido que contender con la dialéctica de Trump, y con el relato del magnate consistente en presentarse a sí mismo como perfecto ejemplo de hombre de éxito, gran negociador y empresario experimentado y contrastar sus cualidades presuntas con la mera “politiquería de salón” de su rival, al que sin duda habría tachado de hombre “sin energía”. Sea como fuere, habría tenido más opciones que Bloody Hillary. Y los demócratas harían bien en tomar nota de esto. Si algo bueno les ha sucedido en estas elecciones es deshacerse de la dinastía Clinton. Más les vale aprender la lección y evitar querer ahora (como algunos plantean y ya no veo imposible vistas las derivas dinásticas de la política yanki) sustituirla dentro de cuatro años por la dinastía Obama.

Prosiguiendo con mi análisis de la jornada electoral estadounidense, toca ahora tratar de la contienda en el Congreso y a nivel estatal. En el Congreso, como ya sabemos, los republicanos han retenido sobradamente sus mayorías legislativas. Apenas han descendido en la Cámara de Representantes, y han conservado el Senado (hecho éste último que debería facilitar que Donald Trump proponga los Jueces que apetezca para cubrir las vacantes en la Corte Suprema federal de Justicia durante al menos los dos próximos años. Eso abre la puerta a que Trump consolide una mayoría constitucionalista dentro de la Corte Suprema dispuesta a restaurar la soberanía de los Estados en materias tales como el aborto o el sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo (SMPMS) que una jurisprudencia prevaricadora ha conculcado durante décadas por medio de razonamientos en extremo enrevesados que han convertido en papel mojado la Décima Enmienda a la Constitución de EEUU. A nivel estatal, los republicanos han ganado algunas gobernaciones (Nueva Hampshire, Vermont y Missouri, aunque han perdido Carolina del Norte). Pero, sobre todo, han ganado el control total de tres legislaturas estatales: Kentucky, Iowa y Minnesota (en el primer Estado han conquistado la Cámara de Representantes, y en los otros dos el Senado). Teniendo en cuenta que, hasta ese momento, los republicanos controlaban completamente un total de 31 Legislaturas Estatales, ahora serían 34 (es decir, los dos tercios justos de las que existen en EEUU). Sin embargo, no es el caso, ya que los demócratas han conquistado las dos cámaras legislativas de Nevada... El mismo Estado en el que Trump obtuvo una votación inferior a la esperada. A lo que se suma una rebelión dentro de las filas republicanas en virtud de la cual los demócratas controlarán la Cámara de Representantes de Alaska. Así pues, los republicanos dominarán completamente solo 32 Legislaturas Estatales.

Lo que es una gran cosa, pero también una pena, porque a causa de esas dos derrotas menores antes mencionadas los republicanos se han quedado cortos. ¿Cortos para qué? Pues cortos para poder amagar con la que sin duda es la más terrorífica arma política que existe en los EEUU: el “otro” procedimiento de reforma de la Constitución estadounidense previsto en el Artículo V. Aquel en virtud del cual el Congreso tiene que convocar obligatoriamente una Convención Constitucional (cuyas funciones serían similares a las de la Convención Constitucional celebrada en Filadelfia en 1787) si así lo solicitan las Legislaturas Estatales de dos tercios de los Estados. Convención que propondría enmiendas a la Constitución sin límites de ninguna clase que luego habrían de ratificar tres cuartas partes de los Estados, bien por medio de sus Legislaturas o bien por medio de Convenciones Estatales ad hoc -según sea el método de aprobación que proponga el Congreso, que es a quien correspondería aclarar ese particular por un margen no especificado-. Habrá quien considere que no poder accionar este procedimiento no es tan mal asunto, ya que los republicanos podrían perfectamente hacerse con el control de esas dos Legislaturas Estatales extra que necesitan en un futuro próximo. Pero en contra de esa posibilidad juega el mismo hecho de que ahora Trump sea Presidente. Pues sobre un partido en el Gobierno suele pesar más la frustración de la gente, de manera que el margen para cosechar ganancias políticas de primer orden suele ser más ajustado que cuando se está en la oposición, y los riesgos de pérdidas mayores.

Volviendo al procedimiento de reforma por iniciativa de las Legislaturas Estatales, dicho enrevesado procedimiento no se ha aplicado jamás para reformar la Constitución por su total impredecibilidad. Que no nace principalmente, creo yo, del hecho de que se convoque una Convención Constitucional (no hay diferencia entre las enmiendas que podría aprobar ésta y las que podría proponer el Congreso por mayoría de dos tercios de las dos cámaras para su ratificación por los Estados; y en ambos casos sería posible que una enmienda constitucional alterase cualquier aspecto relacionado con la actual Constitución, con la sola excepción de la igualdad del voto de los Estados en el Senado -aspecto de la Constitución de EEUU que solo podría reformarse en relación a aquellos Estados que aceptasen perder ese privilegio-). Sino más bien de la imprevisión de la Constitución, pues ni ella ni ninguna ley federal regulan la composición ni el funcionamiento de esa hipotética Convención Constitucional. Permaneciendo en el aire cuestiones de tanta importancia como el número mínimo de Estados que deberían enviar delegados a la Convención a fin de que ésta quedara debidamente constituida, la forma de designar dichos delegados, o las mayorías de delegados (y/o de delegaciones estatales) que habría de concurrir a fin de considerar aprobadas las enmiendas para su remisión a las Legislaturas o Convenciones Estatales.

Todo lo cual permite entrever que estamos hablando de un arma política que parece más apropiada para la exhibición que para el uso, pero que, sinceramente, y dada la situación que, en general, atraviesan los EEUU en estos momentos de su Historia, yo no dejaría de plantearme si utilizar o no. No porque el éxito esté garantizado ni mucho menos (dos tercios no son tres cuartos, y son las tres cuartas partes de los Estados los que tendrían que concurrir para aprobar enmiendas constitucionales; y todo eso sin contar con que tampoco puede darse por hecha la cohesión republicana -pues en los Estados de tradición liberal suelen estar bastante influidos por el ambiente político y social predominante). Pero si porque obligaría a entablar debates sobre cuestiones de gran trascendencia para el presente de la Nación, y a hacerlo al más alto nivel. Y de un modo tal como para precipitar una solución favorable o como para, en caso de no obtenerla, mantener las cuestiones no resueltas en el centro del debate político a la espera de tiempos mejores que la victoria de Trump demuestra que pueden llegar.

Así pues, mi balance definitivo de lo que han representado éstas elecciones es el siguiente: un incontestable y meritorio éxito de Donald Trump y, en menor medida, del Partido Republicano; a la vez que un grave e incontestable fracaso para unos demócratas a los que sin embargo sería irresponsable considerar en fuera de juego, ni siquiera por una breve temporada. La elección presidencial de 2016 constituye un signo de esperanza, a la vez que una fuente de problemas y quebraderos de cabeza en potencia para el partido de Abraham Lincoln. Al que, curiosamente, Trump le abre unas oportunidades que, sin embargo, no es inconcebible que pasen en algunos aspectos por una relativa oposición al Presidente tendente a matizar algunas de sus posturas más divisivas y controvertidas. En realidad, será a partir de 2018 cuando podamos comenzar a hacernos una idea más clara acerca de cuál cabe esperar que sea el recorrido de los EEUU durante los próximos años y si de verdad esta victoria abre un ciclo político duradero en el gigante yanki. Si dentro de dos años, por cualquier razón, se produjera un claro retroceso republicano en el Congreso y en los Gobiernos y Legislaturas Estatales, entonces lo más probable es que estemos ante un interludio que difícilmente impedirá que el peso de la demografía acabe haciendo girar el péndulo a favor de los demócratas. Si, por el contrario, los republicanos dentro de dos años mantuvieran o incluso ampliaran sus parcelas de poder, entonces las posibilidades de que éstos ganaran una posición prolongada de predominio y hegemonía política cobrarían una virtualidad nada desdeñable. Por otra parte, y partiendo de la base de que de momento el “trumpismo” apenas si está presente en el Congreso, serán también las elecciones de 2018 las que permitirán salir de dudas acerca de si dentro del Partido Republicano puede articularse un ala poderosa clara e incuestionablemente afín a los planteamientos de Trump (cuyo surgimiento podría facilitarle mucho la vida al Presidente durante sus dos últimos años de mandato), o si en verdad El Donald no va a ser el origen de nuevas tendencias políticas en el seno de la democracia estadounidense, sino solo un personaje singular condenado a entenderse con las corrientes republicanas ya existentes. Y con esto termino.

1El NPVIC es un acuerdo en virtud del cual los Estados firmantes, una vez alcanzaran la mayoría absoluta de los Electores, los entregarían al ganador en votos a lo largo de la totalidad de los EEUU, incluso en el caso de que perdiera en los Estados firmantes. Es decir, que estaríamos ante un acuerdo que convertiría, de facto, la elección presidencial estadounidense en una elección directa. Cosa que muchos creemos que resulta del todo inconveniente, porque relativizaría la naturaleza federal de los EEUU. No es que yo considere que el Colegio Electoral como institución funciona adecuadamente (en realidad, yo ni siquiera soy partidario de mantenerlo, porque lo considero un arcaísmo de todo punto de vista innecesario), y me parece muy bien, en ese sentido, reformar el sistema de elección presidencial a fin de hacerlo uniforme para todo el país (evitando regulaciones dispares de elementos esenciales del mismo por los Estados), proveyendo de peso al voto popular, de modo que tanto la expresión de las preferencias individuales del votante estadounidense como la expresión de la voluntad política colectiva de los Estados tenga una influencia perceptible en la elección del Presidente. Ahora bien, eso no quita que, si tal cosa no fuera posible, considero más importante dar voz a las preferencias políticas de los Estados colectivamente considerados, y no a las del ciudadano estadounidense individual. De manera que, entre mantener el Colegio Electoral tal como hoy existe y la elección presidencial directa, considero preferible preservar aquel.

sábado, 1 de octubre de 2016

¿"WELCOME REFUGEES"? SOBRE LA INMIGRACIÓN Y LA NEUTRALIDAD DE LA MONARQUÍA

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Cosas como el último discurso del Rey ante la Asamblea General de la ONU (http://www.elmundo.es/internacional/2016/09/19/57e018e8e5fdeac5588b4633.htmlme convencen cada vez más de la necesidad de convertir España en una República, aunque evitando consagrar como nueva bandera del país al horrible trampantojo tricolor en nombre del cual fueron martirizados durante la Guerra Civil tantos de mis correligionarios en la fe del Señor (trampantojo al que, desgraciadamente, adhieren de corazón la mayoría de aquellos entre nuestros compatriotas que son republicanos convencidos al igual que lo soy yo). Seré claro: estas declaraciones del Rey Felipe se salen con mucho de la neutralidad que, en teoría, debería guardar el Jefe de Estado en relación a las cuestiones de actualidad política. ¿O es que ahora todos en España somos partidarios del Welcome Refugees? Estoy convencido de que somos muchos los españoles que, si alguna vez nuestras autoridades se tomaran la molestia de consultarnos al respecto, votaríamos a favor de una política migratoria ultrarrestrictiva y de blindaje fronterizo (al menos en relación a Marruecos y a Gibraltar). ¿Es neutral el Rey al asumir como propio un mensaje que muchos españoles respetuosos de la ley y de los procedimientos democráticos desaprobamos? Está claro que no.

De momento, en España no existe, por desgracia para nuestro país, un partido político importante del estilo del UKIP inglés, el Frente Nacional francés, el FIDESZ húngaro, el PiS polaco, la AfD alemana o el FPÖ austríaco. Pero, ¿y si tal partido surgiera súbitamente? Si tal fuera el caso, lo menos que cabe esperar del Rey, a quien absolutamente nadie ha elegido para nada, es que no sea lo que aquí en el Sur de España llamamos un “bocachancla”, y que se abstenga de tomar partido. Una cosa es que el Rey tome partido por los demócratas vascos contra la ETA o por los constitucionalistas catalanes frente a los separatistas (en esos casos, el Rey no solo puede, sino que debe tomar partido, porque se trata de casos en los que determinados actores políticos o criminales -aunque en España ultimamente las dos cosas parecen ir cada vez más unidas- adoptan pronunciamientos que ponen en jaque el Estado de Derecho); y otra muy distinta que hable a favor de la acogida de inmigrantes. Como si oponerse a tal acogida fuera algo incompatible con el cumplimiento de nuestra actual Constitución. Dentro de lo que son las fuerzas políticas respetuosas del orden constitucional (y partidos parecidos a las formaciones políticas europeas anteriormente mencionadas lo serían escrupulosamente, como lo son en los países en los que operan), no es lícito que el Rey, al margen de lo que piense sobre los temas que se debatan, se posicione a favor de unos y en contra de los otros. Eso implica violar de modo flagrante su obligación de neutralidad.

Cosa que es más seria de lo que pueda parecer a primera vista. Y es que a mi el hecho de que un Presidente elegido por el pueblo en su conjunto y que de entrada sabemos que se adhiere a determinada orientación política emita opiniones sobre los asuntos de interés público acordes a esa misma orientación política que el pueblo conoce me parece lo más normal del mundo, y no se me ocurriría censurarlo (podría atacar las opiniones emitidas, pero no el derecho a emitirlas). Las urnas habrían legitimado a tal hombre para hacer una cosa así. Razón por la cual se le perdonarían las afirmaciones divisivas porque no cabría duda de que gozaría del aval expresado en su favor por el pueblo tras la celebración de los comicios que eligieran a tal Jefe de Estado. Pero a un monarca cuyo único mérito es el de ser el fruto de la unión del espermatozoide regio indicado con el óvulo regio igualmente indicado cuesta más aceptarle que se entrometa en la política democrática, siendo como es ajeno al proceso democrático. Si va a emitir opiniones que me van a sentar como una patada en el hígado (que es lo que ha hecho a propósito de los refugiados musulmanes venidos a nuestra tierra); entonces no veo el problema con que lo sustituyan Mariano Rajoy, Pedro SNCHZ o Pablo Iglesias. Puestos a rebuznar, ellos lo harían avalados directa o indirectamente por el pueblo y, seguramente, Rajoy o Iglesias lo harían mucho mejor y con mucho más estilo que Felipe de Borbón. Que, como orador, no es especialmente brillante, como tampoco su padre el enemigo jurado de Dumbo antes que él. IHS

sábado, 10 de septiembre de 2016

EURÓFILOS CONTRA LA DEMOCRACIA

Si quieren poder entender algo de lo que he escrito líneas abajo, les recomiendo encarecidamente que lean la siguiente noticia de prensa atentamente:


Como puede observarse -siempre que hayan seguido mi consejo y hayan leído el enlace anterior-, la amenaza para la democracia no son los enemigos de la UE. A partidos como el alemán AfD se los presenta como un "peligro" para la democracia, a pesar de que abogar por marcharse de la UE no implica poner en cuestión el régimen político democrático propio de cada país. Y a pesar de que la propia UE es una aberración a medio camino entre la organización internacional y el Estado compuesto que no se caracteriza por un funcionamiento interno democrático (razón por la cual muchos partidarios del "Brexit" en el Reino Unido defendieron con toda razón y buen sentido la idea de que abandonar la UE era fortalecer la democracia británica). Al final, es fácil darse cuenta de que la mayor amenaza que en Europa enfrenta la democracia (al mismo nivel que el Islam en su versión salafista) son los eurófilos partidarios de la UE hasta la esquizofrenia. Véanse si no los dos botones de muestra que aparecen en la noticia adjunta.

En primer lugar, los eurófilos creen que es legítimo que los representantes del pueblo pasen por encima de él a fin de impedirle "hacer locuras", lo que queda muy en plan "todo para el pueblo, pero sin el pueblo", como en los días del llamado Despotismo Ilustrado. No me lo invento, porque en la propia noticia se hace referencia a la posibilidad de que el Parlamento británico se limpie el trasero con los resultados del referéndum popular sobre la UE, que avalaron el llamado "Brexit". ¿Que no nos gustan los resultados electorales? ¡Al cuerno con ellos! Esto es terrible, porque el mensaje que se envía a quienes nos oponemos a la UE es el mismo que Maduro envía a la oposición en Venezuela: que no importa lo bien que los euroescépticos podamos desempeñarnos en las elecciones, porque ninguna mayoría absoluta, por abrumadora que sea, servirá para cambiar las cosas en la dirección que nosotros queremos (que podrá ser equivocada, pero no es ilegítima ni atentatoria contra la democracia).

En segundo lugar, me produce espanto que se le quiera dar buena prensa a una persona que, si no he leído mal, aboga porque el voto por medio del cual los parlamentarios deberían adoptar una decisión sobre una cuestión tan trascendental como lo es la de la permanencia en la UE sea secreto. Lo que es la destrucción misma de la democracia, que no solo se basa en elecciones, sino en elecciones LIBRES por medio de las cuales los electores votan por los candidatos en virtud, entre otras cosas, de la opinión que les merece su actividad pública. ¿Cómo formarse una opinión sobre lo que hacen por nosotros nuestros representantes si no se nos permite conocer qué votan en un Parlamento?

Ya me parece malo querer subvertir en el Parlamento la decisión popular, que creo que de ordinario debería ser irrevocable (excepto por el propio pueblo). Pero reconozco que si un diputado británico vota contra el Brexit de manera pública exponiéndose a la ira de sus electores, yo podré considerar que se equivoca y que no deberían darle la oportunidad de pasar por encima del pueblo, pero al menos lo respetaré. Porque como mínimo me demostrará que tiene coraje y determinación en la defensa de sus convicciones, y que está dispuesto a pagar un precio político por permanecer fiel a las mismas. En cambio, a un atajo de cobardicas de mierda que se cagan encima ante la posibilidad de perder sus cargos en las próximas elecciones y que esperan librarse del castigo -justo o injusto, pero democrático- de sus electores a través de un recurso tan burdo como el de ocultarles el sentido de su voto sobre cuestiones candentes, sencillamente es que no se los puede respetar. Por cobardes y porque no es aceptable que el pueblo soberano acepte un tratamiento propio de la plebe más sumisa. Y que conste una cosa: lo mismo exactamente pensaría también de partidarios del "Brexit" que, si el resultado hubiera sido otro, pretendieran pasar por encima de la voluntad popular de modo tan sibilino.

Por eso yo no respeto a Gina Miller, y repudio sus nefastos propósitos que más que eurófilos cabe denominar "euromaníacos", como con acierto hace el censurado Pío Moa allí donde se lo publica. Del mismo modo que rechazo de plano que se nos quieran vender la ruindad y la cobardía como ejemplos a seguir, o como características deseables en nuestros representantes. IHS

miércoles, 31 de agosto de 2016

CONSTITUCIÓN DE 1978: MALA TÉCNICA JURÍDICA Y ESTANCAMIENTO POLÍTICO



Aunque todavía es demasiado pronto como para afirmar rotundamente nada al respecto, parece perfectamente posible que España se enfrente a la tercera convocatoria electoral en apenas un año. Sin duda alguna, de la vieja política cabe esperarlo todo, y la nueva no parece tampoco ser ajena a los cambalaches ni a los peores usos de la que la ha precedido. Así pues, de nada tendríamos que sorprendernos si, finalmente, tiene lugar algún tipo de arreglo de última hora en virtud del cual nuestra crisis política recibe algún tipo de salida que desencalle la situación y permita que alguien (casi con toda seguridad el PP) gobierne España. Al menos por algún tiempo.


Qué destacar del momento político que vivimos? Son quizá muchas las cuestiones que merecerían atención. Por un lado, llama la atención como PODEMOS, el tercer partido político nacional, ha estado desaparecido en combate a lo largo de toda la primera parte de la legislatura. Yo no sé si son imaginaciones mías, pero a Pablo Iglesias Turrión de Suchard apenas si se lo ha visto ni oído desde su grave fracaso del pasado 26 de junio. También me llama la atención la escasa predisposición del PP a mover ficha. Puedo entender que Rajoy quiera permanecer a toda costa al frente del Gobierno, pero me sorprende que dentro del PP no hayan surgido voces sugiriendo la conveniencia de desprenderse de un político que claramente constituye un obstáculo de primera magnitud a las negociaciones con vistas a conformar un nuevo Ejecutivo. Del mismo modo que me quedo mirando cómo los secesionistas (especialmente los del PDC, ERC y la CUP) no aprovechan un escenario que, de ordinario, favorecería que el proceso independentista tomara impulso.

Empero, si hay algo que me sorprende y me choca profundamente, es el hecho de que la gravísima crisis política que padece España no motive en ninguna parte una reflexión acerca de hasta qué punto a nuestro país le conviene seguir manteniendo el sistema político del que nos dotó el nefasto constituyente de 1978. Al fin y al cabo, si vivimos instalados en la paranoia a raíz de la posibilidad de que se convoquen sucesivamente nuevas elecciones, ¿no es eso única y exclusivamente culpa del art. 99.5 de la Constitución? Y si nos lamentamos de que nuestro Gobierno no pueda ejercer plenamente sus funciones, ¿no es al menos en parte eso culpa del art. 101 de ese mismo texto -aunque, siendo honestos, la culpa principal recae en en los apartados 3, 4, 5 y 6 del art. 21 de la Ley 50/1997, o "Ley del Gobierno"-? ¿Por qué nadie pone en cuestión la forma en que funciona el proceso de investidura del Presidente del Gobierno español? Es más, ¿por qué nadie pone en cuestión la necesidad de que exista un proceso de investidura o de que limitemos estúpida y arbitrariamente los poderes del Gobierno mediante la figura jurídica tan contraproducente e inexistente en otras democracias del Gobierno en funciones? Se hace referencia al hecho de que contados dos meses desde el día de hoy tocaría convocar elecciones, y de que si no es investido un Gobierno no es posible que el actual en funciones presente un proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Pero a nadie se le ocurre plantear si tiene sentido que nuestra Constitución y la Ley del Gobierno establezcan esta desfachatez.

Yo no soy precisamente fan del parlamentarismo, al que me opongo por considerar preciso establecer una separación clara de los poderes ejecutivo y legislativo en virtud de la cual el acceso a la jefatura del primero sea completamente independiente de la elección por el pueblo del segundo (de modo que, como sucede en países como EEUU, sea posible que distintas corrientes políticas controlen los distintos poderes del Estado). Ahora bien, si lo que queremos es mantener el parlamentarismo, parece claro que podríamos estructurarlo mucho mejor de lo que lo está actualmente. Bastaría con establecer para la investidura procedimientos de votación simultánea de candidatos como el previsto en Asturias (en virtud del cual o se vota a un candidato o se vota a otro, de manera que si uno no es elegido forzosamente lo es su contrincante excepto en caso de empate -para el cual siempre se puede prever mecanismos por medio de los cuales romperlo-), o con establecer la elección automática del candidato del partido más votado en caso de que ninguno otro alcance el apoyo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Es más, podría hacerse algo incluso mejor: abolir la investidura y dar paso a un sistema como el británico en virtud del cual se entienda que el Gobierno mantiene la confianza del Parlamento en tanto dicha confianza no sea expresamente revocada (manteniendo validez la confianza parlamentaria manifestada en su día al Gobierno con independencia de que el Parlamento se haya o no renovado). Del mismo modo, y si bien la figura del Gobierno en funciones la contempla la propia Constitución, un simple cambio en la Ley del Gobierno podría poner fin a las limitaciones impuestas al Gobierno en funciones en relación al Gobierno que todavía goza de la confianza parlamentaria (limitaciones que, en un escenario en el que consideraramos que la confianza parlamentaria se concede por tiempo indefinido hasta que el propio Parlamento la revoque expresamente, perderían hasta el último resto de razón de ser justificativa de su existencia).

Todo esto podría hacerse, e incluso creo que cabría pensar que al hacerlo se concitase un acuerdo amplio de las fuerzas parlamentarias. Al fin y al cabo, es difícil creer que la situación hoy reinante pueda beneficiar a los partidos políticos. Empero, es verdad que a nuestra clase dirigente lo que le gusta es chalanear y dedicarse a la política en su concepción más baja de mera competición por la conquista y/o reparto del poder. Y, si bien el dedicarse a sus quehaceres favoritos no es en absoluto incompatible con el establecimiento de otro marco jurídico-político más sensato en virtud del cual evitáramos una situación de zozobra institucional que atraviesa España en este momento, también es cierto que el establecimiento de procedimientos tendentes a evitar puntos muertos como éste al que hemos llegado perjudicaría a los partidos en al menos un sentido. Y es que les privaría de un arma que imagino que será importante a la hora de presionar a sus contrapartes para sacar lo más posible de las negociaciones que suceden necesariamente a elecciones que dan lugar a Parlamentos tan fragmentados como lo han sido los dos últimos, ya que si elimináramos las situaciones de bloqueo de la formación del Gobierno, desaparecería la posibilidad de esgrimir ese mismo bloqueo como amenaza política. Y eso me temo que implicaría por parte de nuestros partidos políticos, tanto nacionales como de ámbito territorial restringido, una renuncia que difícilmente podrían sobrellevar. Tendrían que renunciar a provocar deliberadamente la zozobra de nuestro régimen político con tal de satisfacer sus pretensiones políticas cortoplacistas del momento. ¡Demasiado pedirles!

¿O no? Hay que tener en cuenta que, en política, como en los demás ámbitos de la existencia humana, a menudo la realidad impone proceder por medio de constantes ponderaciones de bienes en conflicto. En relación con el concreto asunto que en esta entrada se debate, mi punto de vista es el siguiente: si bien es comprensible que los políticos deseen chalanear con libertad, a la vez deberían ser conscientes de que quizá no deberían hacerlo a costa de jugar con los cimientos mismos del Estado. Así pues, quizá les compensaría perder la baza de bloquear la formación del Gobierno, en la medida en que lo que perdieran de este modo lo ganarían si, como estoy seguro de que ocurriría, la imposibilidad de bloquear la formación del Ejecutivo (sumada al mantenimiento por éste en todo momento de sus poderes ordinarios) redundara en una mayor fortaleza institucional tanto de éste como del régimen setentayochista en su conjunto.

Régimen el establecido por la Constitución de 1978 que no cabe duda de que adolece de problemas como éstos por la chapucería y falta de sentido de su labor trascendental en que incurrieron todos y cada uno de los que contribuyeron a elaborar la nefasta Constitución actual. Que si no ha arruinado el país desde el minuto cero es solo porque recibió la mejor herencia posible del régimen precedente encabezado por el que sin duda es el más grande estadista que ha tenido España en al menos dos siglos: don Francisco Franco Bahamonde. De no ser por la fabulosa herencia recibida del franquismo prácticamente en todos los sentidos, probablemente el estado de cosas reinante en nuestro país ya hace tiempo que se habría degradado hasta acercarse peligrosamente a una explosiva mezcla entre disgregación y guerra civil. De hecho, es a la disgregación a lo que se aproxima a buen paso en nuestros tiempos, pese a la buena base de que partía el constituyente. Constituyente en cuyo mal hacer jurídico-técnico insisto, dado que al problema que genera nuestro estúpido sistema de investidura se suma el generado en términos de plazos por la indefinición acerca del momento a partir del cual ha de correr el plazo para convocar nuevas elecciones, caso de que no haya investidura. Indefinición que es la que ha permitido al indeseable que nos gobierna aceptar el encargo de intentar formar Gobierno a la vez que negarse a fijar un día para la investidura. Que seguramente es lo que le gustaría. Que nunca se celebrara una investidura y nunca comenzara a correr el plazo para convocar elecciones, siendo así Presidente del Gobierno en funciones con carácter vitalicio.

Siendo tan evidentes como lo son estos problemas que atraviesa España en virtud de los gravísimos defectos no ya solo de fondo, sino incluso meramente formales de los que adolece nuestra Constitución, asusta la deificación con la que a los botarates que la elaboraron les obsequian los políticos todavía menores que les han sucedido. Unos 254 de los 350 escaños de nuestro Congreso de los Diputados están ocupados por partidos que hacen de la defensa del papel histórico de Adolfo Suárez una de sus banderas y de sus señales de identidad. Y si esto es terrible, peor aún es pensar que los otros 96, si por algo critican a la Transición, es por no haber avanzado más rápido en el proceso de desmantelamiento de la mejor herencia recibida de manos del Caudillo. Los errores flagrantes de técnica jurídica como los atañentes al proceso de investidura, que en el marco de una política sana deberían en principio criticables desde cualquier trinchera política, no son objeto de debate ninguno. Seguramente porque los enemigos de este régimen en ningún caso aspiran a ser menos cutres que la Monarquía bananera que aspiran a destruir.

Sea como fuere, tanto peor para ellos. Casi lo único que me da cierta esperanza en el futuro es el convencimiento de que la opción por la chapucería deliberada, en aquellos casos en los que ni siquiera viene avalada por tradiciones de siglos, no es una opción política sensata que pueda prosperar per saecula saeculorum. Todo esto es munición política extra que se suma a la que proporciona de por sí el parlamentarismo como régimen político indeseable y socavador de sus propios fundamentos democráticos que es. Es más, creo que, bien aprovechada, es munición de primer nivel. Solo falta quién se atreva a emplearla para volarle alegóricamente los sesos a la partitocracia setentayochista que nos mal gobierna. Entre tanto, y vista la escasa predisposición de la actual [de]generación de políticos españoles a enmendar incluso los más flagrantes errores formales del constituyente, por mí podemos seguir celebrando elecciones sin fin hasta que acudir a ejercer el derecho al sufragio o abstenerse de hacerlo se convierta para la práctica totalidad de los españoles en un automatismo. ¿Quién sabe? A lo mejor se cumple el dicho en virtud del cual se afirma  que "No hay mal que por bien no venga.", y la concatenación de elecciones sin fin llega a poder ser explotada como atractivo turístico de España. Si lo que nuestra casta desea es que el país se vaya convirtiendo en una Monarquía más y más bananera, ese podría ser el mejor camino para conseguirlo. IHS

martes, 30 de agosto de 2016

ARMAS Y LIBERTAD

La gente suele cometer el error de creer que cuando no se comparte su pensamiento es porque no se ha reflexionado lo suficiente sobre la cuestión que suscita la discrepancia. Por eso muchas personas no comprenden mi posición favorable a la libertad de armas existente en países como EEUU, y probablemente más de uno y más de dos se me queden mirando como si fuera gilipollas. Sin embargo, lo cierto es que mi posición será acertada o equivocada, pero no fruto de la falta de meditación al respecto.
A lo largo de los últimos años he reflexionado mucho sobre el tema. Y veo obvio que la libertad de armas es necesaria para la pervivencia a largo plazo de la democracia. ¿Que eso puede generar un costo en vidas humanas? No lo tengo claro, ya que circulan informaciones en sentido contrario, y yo no llego a tanto como para discernir hasta qué punto unas me parecen decididamente más acertadas que las opuestas. Ya señalé en el último estado que publiqué sobre este asunto que no hay una clara correlación matemática entre la violencia armada y el estatus jurídico de las armas. Yo mismo tiendo a creer que probablemente la violencia armada en EEUU no guarda tanta relación con la cultura de las armas como con la cultura de los ghettos raciales.
Sin embargo, incluso si el aumento de pérdidas de vidas humanas fuera la consecuencia legítima de la libertad de armas, y aunque sea desgarrador hablar en estos términos, considero que cierto perjuicio para los individuos aislados que puedan sufrir las tragedias que hayan de venir es un terrible precio que no obstante vale la pena pagar por establecer una garantía mínimamente firme de que jamás seremos esclavos del poder político de la manera en que lo son los súbditos de los peores totalitarismos del mundo (todos los cuales se han cimentado siempre sobre la base del total control de armas y han estado o están obsesionados con cortar de raíz todo conato de quebrantamiento de su monopolio sobre la violencia).
Como dijera hace ya tantos años aquel gran hombre que al margen de sus humanas debilidades fue Thomas Jefferson: "Vigilia pretium libertatis" ("La vigilancia es el precio de la libertad"). Este mundo, arruinado por el ocio en que deliberadamente nos han criado nuestros gobernantes, está acostumbrado a que le resuelvan los problemas antes que hacer el menor amago de intentar resolverlos por sí mismo. Y así no es posible a largo plazo mantener a salvo nuestra libertad. No podemos fiarnos de que lo que hemos conseguido vaya a mantenerse para siempre, ni de que la democracia sea un fenómeno político irreversible, porque no lo es. ¿Cómo va a serlo, si ni siquiera hemos terminado de alcanzarla?
Al paso que vamos, no tardará mucho en convertirse en un recuerdo del pasado. No podemos seguir delegando en el poder nuestra propia responsabilidad. Un pueblo verdaderamente merecedor de la libertad no mendigaría a los políticos de turno a fin de que les den tanto lo que les corresponde por derecho como lo que desean por puro capricho. Respetando ciertos límites, se serviría él mismo lo que le resultase imprescindible en la medida en que los poderosos no se lo quisieran entregar. Empezando por la seguridad y la Justicia.
Estamos a punto de morir de sobredosis de civismo. ¡Cuánto agradecería vivir cualquier situación que me llevara a percibir que recuperamos algo de la sangre que a nuestros ancestros no tan lejanos todavía les corría por las venas! Pero claro, para que todo esto sea posible debemos estar de vuelta dispuestos a hacer valer nuestra fuerza. ¿Y cómo ocurrirá eso en el seno de una sociedad que ruega a los poderosos que limiten lo máximo posible la capacidad de respuesta del común, y que se goza viéndose inerme? Por todo ello doy tanta importancia a luchar esta batalla, y a no cejar en la reivindicación del derecho del pueblo a disponer directamente y sin intermediarios de medios armados útiles para su autodefensa. IHS

lunes, 18 de abril de 2016

¿POSIBLE PRELATURA LEFEBVRIANA?


Comparto con todos los lectores una información que me parece sumamente interesante para cualquier creyente en la Iglesia de Jesucristo:

http://adelantelafe.com/carta-interna-de-la-fsspx-preparando-el-acuerdo-con-roma/

¡Qué gran noticia sería el retorno a la plena comunión con el Papa y con Roma de hijos de la Iglesia de cuya fe comprometida en la mayoría de los casos cabe poca duda! Reconozco que los pasos que se dan en dirección de la reconciliación con la FSSPX son de una de las pocas cosas que me esperanzan de este por lo demás horroroso pontificado de Francisco. Y una de las pocas señales claras que me hacen pensar que su nefasto desempeño quizá derive más de la falta de formación y del exceso de espíritu de componenda bienintencionada con el mundo (llevada al extremo hasta el punto de ir ante los paganos en plan de pardillo) que de una hipotética mala voluntad por parte del pontífice.

Desde luego, una cosa para mí está clara. Si vuelven no tardarán ni un instante en convertirse en puntal de la Iglesia (de hecho, ¡qué bueno sería acogerlos a ellos y a la vez convertir de verdad o señalar la puerta de salida a muchos verdaderos no ya cismáticos, sino herejes, que hoy parasitan la Iglesia y la desarbolan doctrinalmente desde dentro). Y una cosa tengo clara: si retornan a la Iglesia en calidad de Prelatura Personal del estilo del Opus Dei yo no sé si llegaría al punto de solicitar que su Prelado fuera mi Obispo, pero seguramente sus iglesias las pisaría más de una vez y más de dos. Lo único que me da cierto miedo es que toda esta operación sea una trampa que se les tiende para a través del apaciguamiento ir reduciendo progresivamente su combatividad, hasta que ésta sea tan nula como la que se observa en la generalidad de la Iglesia (donde incluso el Opus Dei parece estar declinando a ese respecto). Sin embargo, esa misma posibilidad se trata en la presente entrada, y la respuesta me parece satisfactoria e incluso maravillosa. Al final, efectivamente, de lo que se trata es de ver quién convierte a quién.

Sea como fuere, para ser justo diré que creo que, probablemente, ambas partes tengan que convertir a la otra, al menos parcialmente. Ellos tienen que volver a aportar ese celo que hemos perdido en relación con determinados aspectos de la vida eclesial que desde el Vaticano II en adelante se han descuidado. Nosotros tenemos que hacerles entender que, si bien Trento es patrimonio irrenunciable de la Iglesia de Jesucristo, ésta es más amplia que su propia versión histórica y temporal surgida de la Contrarreforma. Y también tenemos que hacerles ver que, si bien es digna de aprecio su insistencia en la condición de la Iglesia como sacramento de salvación universal y único camino al que cabe reputar como válido para alcanzar la salvación, ello no se contradice con una conceptualización adecuada de la libertad religiosa (que en modo alguno puede considerarse hermanada como concepto a relativismos religiosos de ninguna clase).

Respecto de la cuestión organizativa, también la considero provista de no poco interés. En ese sentido, creo que la posibilidad de establecer variantes respecto de la forma en que se organiza el Opus Dei en tanto que Prelatura Personal sería muy digna de estudio (lo que es coherente con mi propio punto de vista en la medida en que yo soy de los que piensan que quizá la Iglesia debería replantear seriamente y sin miedo su organización en su conjunta y replantearse la forma no solo de abordar las particularidades territoriales y personales sino también la posible relación entre éstas últimas). ¿Cómo organizar a los lefebvrianos? ¿Valdría la pena estudiar la posibilidad de permitirles que se organizaran de un modo más bien semejo en según qué aspectos a aquel en el que se organizan las Iglesias Orientales en comunión con Roma?

No sé si la propia FSSPX podría desear algo como eso, pero no me quito de la cabeza que quizá sería lo mejor, para ellos y para el conjunto de la Iglesia, tanto por favorecer sus posibilidades de preservación respecto de toda posible intentona emanada de pusilánimes o de herejes intraeclesiales con vistas a "descafeinar" a los lefebvrianos como con vistas, como por servir de incentivo a esa reestructuración de la Iglesia Universal en clave de "Iglesia de Iglesias" (antes que de Iglesia que, a la vez que universal, sigue siendo una Iglesia particular a la que, por accidentes derivados de la Historia, otras Iglesias permanecen unidas); o, lo que es lo mismo, de Iglesia Universal dentro de la cual las variantes territoriales no sean vistas como especialidades, sino tan ordinarias las unas como las otras.

En definitiva, que quizá en lugar de un Prelado-Obispo, lo que verdaderamente necesitaran tanto el Opus Dei como la FSSPX fuera un Prelado-Patriarca con capacidad para nombrar Arzobispos y Obispos pertenecientes a su propia Prelatura sujetos a él de manera inmediata y al Papa solo mediatamente. Es decir, Iglesias particulares dentro de la única e indivisible Iglesia de Jesucristo. Habrá quienes crean que me he he pegado un chute de quién sabe qué, o que la propuesta es un sinsentido (y yo no afirmaré lo contrario, ya que asumo mi falta de conocimiento tanto teológico como relativo a la organización de la Iglesia Universal como para sostener de manera porfiada mis ideas a este respecto). Y habrá quienes, sin llegar a ese punto, piensen que incluso si tuviera sentido plantear ese ideal de "Iglesia de Iglesias", carece de sentido que su primera aplicación la ocasionen los lefebvrianos, aunque solo sea porque son demasiados pocos como para que se les conceda tanto.

No obstante, tengo la sensación de que, si la FSSPX retornara a la plena comunión con Roma, y ante la deriva que experimenta la Iglesia, son no pocos los católicos consecuentes que preferirían encuadrarse bajo el mando de los Obispos lefebvrianos que bajo el de los Obispos romanos. Por lo que estoy convencido de que tendrían buenas opciones para cubrir pronto una parte nada desdeñable de la superficie del Orbe con sus propias diócesis, e incluso erigirse en la Iglesia particular más importante de no pocas de ellas. Alternativa que sería sumamente deseable, ya que estaríamos ante diócesis que, en caso de futuro cisma en el seno de la Iglesia derivado de la actual posición de fuerza que muchos herejes ejercen dentro de la misma, podría constituír una sólida plataforma de cuadros ya organizados a cuya dirección pastoral transferir a los fieles que, ante esa tesitura, no se dejaran engañar por las apariencias de legitimidad que destellara Antipapado alguno y permanecieran leales a la Iglesia de Jesucristo. IHS

lunes, 4 de abril de 2016

"SOBRE ALGUNAS ATREVIDAS IDEAS ACERCA DE CÓMO ARRANCAR EL PONTIFICADO DE LAS SUCIAS MANOS DE LA HEREJÍA PARA QUE EL CATOLICISMO RECUPERE EL TIMÓN DE LA IGLESIA" (o "¿POR LA REVOLUCIÓN HACIA DIOS?")

En estos días he andado reflexionando, creo que profundamente, acerca de la apurada situación de decadencia y corrupción doctrinal y moral generalizadas que vive no ya solo la Iglesia Católica en general, sino también específicamente el Episcopado y el Presbiterado. Situación que se ha hecho aún más grave desde que Francisco asumió como Papa (el que no lo crea, que lea enlaces como éste que en parte es el que me ha llevado a darme el trabajo de empezar y terminar en un solo día de escribir la presente entrada: https://enraizadosencristo.wordpress.com/2016/02/25/bergoglio-alabo-a-un-asesina/). Conste que hablo de una corrupción generalizada, pero no total. Existe cierta porción aún importante dentro de la propia Iglesia que sigue siendo fiel a la recta doctrina emanada de Cristo. Ese es el caso de honrosas excepciones a la empalagosa retahíla de lugares comunes y de palabras dulzonas propias de nuestro tiempo. Es el caso de dignos apóstoles de Jesucristo como lo son monseñor Reig Pla -muy digno Obispo de Alcalá de Henares-, de monseñor Demetrio Fernández -muy digno Obispo de Córdoba-, de monseñor Jose Ignacio Munilla -muy digno Obispo de San Sebastián-, del Cardenal Sarah, del Cardenal Sebastián, del Cardenal Burke, de monseñor Javier Augusto del Río Alba -muy digno Obispo de Arequipa- y del egregio y sumamente digno sucesor de Joseph Ratizinger (nuestro añorado Papa Benedicto XVI) al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: el Cardenal Gerhard Ludwig Müller.

Ahora bien, la valerosa y encomiable labor de estos servidores de Dios no solo no puede hacer olvidar la, en el mejor de los casos, negligencia manifiesta de la mayoría de sus conmilitones del Episcopado. Al contrario, obliga a preguntarse por qué alabamos a hombres que deberían constituír la regla en el seno de la Santa Madre Iglesia. ¿Por qué esta gravísima crisis? La fe retrocede de manera sostenida, y en algunos casos puede decirse sin temor a exageración que a auténtica velocidad de crucero. Pero lo peor de este hecho es que pasa desapercibido a los ojos de muchas personas que son creyentes de una manera esencialmente sincera, lo que ha de deberse a una nefasta combinación entre deficiente formación tanto religiosa como secular.

La ausencia de formación religiosa impide a muchos católicos darse cuenta de porqué no es católicamente aceptable referirse al Corán como libro "profético" de "paz", pretender que es "bueno" que quienes profesan religiones falsas que entran en contradicción con la católica como única religión verdadera y emanada directamente del mismo Dios "profundicen" en la fe que les vincula a sus creencias erradas (y a menudo aberrantes y rebosantes de horror); que el Papa observe impávido cómo Rainiero Cantalamessa, su predicador oficial, alaba públicamente a Lutero, que seguramente sea el más grande de los herejes que han existido en todos los tiempos, afirmando que éste devolvió al plano que le correspondían ciertas enseñanzas de la Iglesia en relación al papel de la gracia en la salvación después de varios siglos de no se sabe qué supuesta ocultación de esa primacía de la gracia en la predicación de la Iglesia Católica -lo que implica olvidar tanto a San Agustín como al Doctor Angélico y a otros muchos maestros y predicadores de la fe de la Iglesia-; o que Francisco haga que en un rito como lo es la misa en su conjunto, cuyo objeto principal es la adoración de Dios, tomen activamente parte hombres que niegan tanto la divinidad como la doctrina de Jesucristo y que no hay motivos para creer que dejarán de hacerlo (todo ello contraviniendo las propias normas canónicas dictadas por Francisco al efecto), como ha sucedido ahora que el pasado Jueves Santo ha lavado los pies a inmigrantes de diferente extracción de los cuales varios eran a la vez cismáticos y herejes y algunos otros directamente paganos (musulmanes e hindúes). Cosa que es inaceptable no porque tengamos nada personal en contra de ninguna de esas personas, sino porque implica banalizar la celebración religiosa y concebir la celebración más para halagar la sensibilidad -y encima la sensibilidad desquiciada y equivocada- de los hombres que para manifestar el sacrosanto respeto que ha de inspirarnos el mismísimo Dios. Majestad que es incompatible con invitar a participar activamente de una misa a individuos que, objetivamente, no pueden estar en comunión con Él (y que, de hecho, pueden estar en grave pecado, en la medida en que su paganidad no obedezca a la radical imposibilidad de conocer -y por ende de aceptar- el mensaje y la divinidad de Jesucristo).

La ausencia de formación secular, por su parte, impide a esos mismos católicos, formarse un juicio acerca de la oportunidad y pertinencia de determinados actos del Papa y de gran parte de la jerarquía eclesial. Es normal, por ejemplo, que gente que apenas sabe qué son el comunismo o la masonería y qué tipo de relación ha tenido históricamente con la Iglesia, no vea nada de malo en la repugnante obsequisidad que éste Papa ha demostrado con tiranos apóstatas de la peor calaña como son los hermanos Castro. O que nos les llame la atención que el Papa acuda a EEUU y pronuncie un discurso ante el Congreso que se resume en dejar con el culo al aire a aquellos yankis católicos que se han movilizado por la Iglesia a fin de hacer valer el legítimo reinado social de las ideas de Cristo y confirmar en su ausencia de fe a los apóstatas que promueven activamente las más agresivas políticas descristianizadoras que uno pueda echarse a la cara (aborto, sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo, fecundación artificial, clonación humana, eutanasia activa, etc.). Que es lo que hizo allí y lo que hace en todas partes (a menudo criticado a los fieles por no compartir sus puntos de vista en relación a cuestiones que son perfectamente opinables desde una perspectiva católica -como sucede con el derecho a la tenencia y porte de armas de fuego o con la pena de muerte-; mientras elogia a los apóstatas por compartir esos mismos puntos de vista relativos a cuestiones puramete opinables). Como tampoco les llama la atención que, en Madrid, el Arzobispo Osoro menosprecie una valiosa carta pastoral publicada por sus Obispos sufragáneos mientras él alaba públicamente al Gobierno apóstata municipal de Carmena y trata de chiquillada la profanación sacrílega e inmunda perpetrada en su día por Rita Maestre y demás feminazis en la capilla de la Complutense; y mientras la Conferencia Episcopal apoya descaradamente a través de 13TV a todos los Gobiernos -tanto nacional como autonómicos- del PP, que es el partido que precisamente promovió la aprobación en la provincia eclesiástica que encabeza Osoro de una nefasta Ley de Transexualidad (aunque al final se abstuvo al arrinconarlo los demás partidos que proponían una Ley todavía más fanáticamente proclive al aberrosexualismo). Ley cuyo efecto es el de elevar la chifladura de las personas que tienen la desgracia de ser transexuales (trastorno de la personalidad relativa al sexo que aún contempla como tal la propia OMS, pese a la presión enorme del lobby LGTBI para que se descatalogue) y que, como tales, niegan la propia realidad biológica de su sexo, a la categoría de realidad amparada, protegida e incluso promovida por las Leyes.

Si a eso se le suma que esos mismos laicos con deficiente formación tanto religiosa como secular suelen ser gente un tanto acomplejada ante la sociedad secular apóstata, y por tanto gente que da muchísimo más valor al hecho de que esa sociedad los vea bien y a poder vivir en paz con ellos que a todo lo que implique procurar seguir con fidelidad y sin componendas el mensaje del Evangelio en la medida en que eso implique que no te sonrían paganos y apóstatas (actitud que incluso se tiende a descalificar como "fanática"), pues no ha de extrañar que les encante un Papa del que se piensa a lo largo y ancho del Orbe que predica el diálogo incondicional con el mundo (aunque sea a costa de arrinconar en una esquina del desván las verdades más sagradas y elementales entre aquellas que ha defendido la Iglesia Católica desde que la constituyera Cristo). Un Papa que, al hacer patente su escaso compromiso con la lucha en favor del Evangelio, se granjea la sonrisita falsa, la adulación y la complicidad aparente de un mundo que odia al Evangelio y que se jacta de haber reducido los valores derivados de la religión católica a la insignificancia social y normativa. Y, para más inri, con la connivencia de católicos convencidos que han votado por los partidos que han promovido en los Estados democráticos todas estas derivas descristianizadoras de la sociedad, cuando no se han involucrado incluso más activamente para garantizar su éxito.

En el transcurso de una crisis de tal magnitud, es muy comprensible que muchos fieles se lleven las manos a la cabeza y que se planteen cuestiones tales como la de si, en éstas circunstancias, es posible que el Papa Francisco sea un hereje o que, aunque él mismo no lo fuera, más pronto que tarde nos veamos en la tesitura de que uno de sus sucesores lo sea más allá de toda duda razonable. Idea que se antoja tanto más plausible en el momento en que constatamos que ya hay Cardenales que pueden ser considerados herejes sin la más mínima duda. Y bien se los podría elegir Papas en un futuro Cónclave. Especialmente si se tiene en cuenta que, incluso aunque Francisco no fuera hereje, en el mejor de los casos sería el más peligroso y eficaz de todos los "tontos útiles" de los que puedan servirse los herejes, es decir, un Pontífice que favorece en extremo la propagación de la herejía a lo largo y ancho de todo el cuerpo eclesial. Y ante el cual prácticamente es imposible presentar una oposición eficaz sin parecer un lefebvriano ultramontano y sedevacantista de esos que todavía se oponen a la libertad religiosa y sueñan con el restablecimiento de la Inquisición y del estatuto diferenciado de los ciudadanos en base a su religión.

Al respecto de la posibilidad de que llegáramos a tener un Papa hereje, lo cierto es que pienso que ningún católico puede acogerse exclusivamente a su propia apreciación personal a la hora de considerar despojado de su cargo a semejante Papa. De nada vale tener la suficiente seguridad en el fuero interno de que un Papa es hereje como para, llegado el caso, desobedecerlo incluso de manera pública y notoria, si dicho Papa sigue siendo considerado legítimo sucesor de San Pedro por el conjunto de la Iglesia de Jesucristo. Por eso mismo es muy interesante plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué forma habría de que la Iglesia desposea a través de un pronunciamiento formal a un Papa hereje de toda apariencia de Sumo Pontífice? El otro día leía un artículo (http://adelantelafe.com/estudio-historico-doctrinal-puede-un-papa-ser-hereje-puede-la-iglesia-deponerlo/) en el que se planteaba la hipótesis de la declaración del Papa como hereje por parte de un Concilio Ecuménico "imperfecto" (o, al decir del celebérrimo Cardenal Tomás Cayetano -que fue el que en un primer momento destinó Roma a fin de confrontar y refutar las heréticas enseñanzas de Lutero y de llamar al díscolo fraile agustino al orden-, de un Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento", habilitado únicamente para decidir sobre la posible herejía papal). Momento a partir del cual se concedería al Romano Pontífice la posibilidad de retractarse públicamente de sus errores, declarándose formalmente la entrada de la Iglesia en periodo de sede vacante en caso de acreditada pertinacia en el error por parte de un Papa aparente que se negara a adherirse a "la fe que, de una vez para siempre, ha sido dada a los santos", y que no acreditara su adhesión a la doctrina católica anulando cuantas enseñanzas o actuaciones suyas fueran señaladas como expresamente incompatibles con la profesión de una fe ortodoxa.



Sin embargo, el artículo que leí me deja todavía algunas dudas. ¿Quién podría convocar el citado Concilio Ecuménico "imperfecto"? Hay quien plantea que el Colegio Cardenalicio. Mas, por hereje que pudiera ser un Papa, nadie imagina que un Colegio Cardenalicio compuesto por una mezcla entre muchos de sus Cardenales electores y otros muchos Cardenales que él hubiera creado como tales (presumiblemente igual de herejes que el Papa aparentemente reinante, si no más) vaya a convocar tal Concilio Ecuménico por mayoría. Esa alternativa se antoja extremadamente improbable incluso en el caso de que supusiéramos que el Papa hereje pudiera haber concedido el capelo por accidente o por calculismo a algún Cardenal verdaderamente fiel a Cristo. Por otra parte, y suponiendo que los fieles estuvieran en minoría, ¿bastaría cualquier número mayoritario o minoritario de Cardenales fieles para convocar tal Concilio? Y si no quedaran Cardenales fieles o se tratara de un número irrisorio, ¿cualquier número de Obispos bastarían para convocar el Concilio? Evidentemente, no planteo la hipótesis de la corrupción universal del Episcopado y el Presbiterado porque eso equivaldría a desechar directamente la religión católica (además, aunque las circunstancias actuales son graves, parece evidente que todavía queda una fracción apreciable de clero fiel). Lo que, al margen de toda esta interesante controversia teórica, está a mis ojos más que claro es que la Iglesia ha llegado a un punto peligroso en el que (quizá no por vez primera en la Historia, pero si con más fuerza que en otros momentos) la herejía parece capaz de conquistar lo que cabría considerar la cúpula misma de la Iglesia.



Peligro demasiado grave contra el que los últimos Papas no han sabido reaccionar, y que el Papado de Francisco incluso estimula. Yo no puedo afirmar, por mal Papa que me parezca, que Francisco sea un hereje ni un apóstata (aunque reconozco que lo sospecho, y eso no lo voy a ocultar para evitar que se me pueda acusar de dobleces, ocultamientos ni hipocresías de ninguna clase). Pero tengo claro que tipos como Reinhald Marx o Walter Kasper son apóstatas de aquí a China. Y si no ellos mismos, es factible pensar que tipos parecidos a ellos puedan llegar a ser Papas en el transcurso de los días de mi vida. Eventualidad ante la que hay que precaverse, y que solo perderá peligro cuando se vuelva a actuar positivamente a fin de mantener la herejía fuera del Colegio Cardenalicio, del Episcopado y del Presbiterado. Cosa que hoy no se hace. Y que debería hacerse con urgencia ya que, en verdad, declarar desposeído al Papa hereje del Pontificado, incluso aunque se estuviera todo lo razonablemente seguros que se pueda estar de que efectivamente fuera tal hereje, es complicado si no se controlan todos los demás resortes institucionales de la Iglesia (e, incluso aunque ese fuera el caso, seguiría siendo extremadamente complicado). Y es prácticamente imposible si esos mismos resortes están en manos del Enemigo. Es tan sencillo como que, en un caso en el que el remanente fiel decidiera desposeer al Papa hereje de su ministerio sagrado, éste sería el que a los ojos del mundo y de gran parte del pueblo de Dios aparentaría tener la razón. Los "rebeldes", por mucho que la verdad pudiera estar de su lado, darían la sensación de ser unos exaltados y unos imprudentes, y esto lo creerían incluso muchos fieles proclives a asumir como válidas la práctica totalidad de sus quejas hacia el Sumo Pontífice hereje.


La grey sencilla podría sentirse más proclive a aceptar la condena del Papa como hereje y su desposesión del ministerio petrino en el caso de que contemplaran con sus propios ojos a la práctica unanimidad de los Cardenales y Obispos del mundo actuando al unísono para proclamar sin lugar a dudas ni vacilaciones al Papa como tal en el transcurso de un Concilio "imperfecto" formalmente convocado a ese efecto. Y aún cabe imaginar que no pocas personas (especialmente entre aquellos cristianos nominalmente católicos que estén infectados por el tipo de herejías que predicara el propio Papa, pero también entre los verdaderos fieles) se dejarían arrastrar por el "legitimismo" papal, dada la falta de precedentes de deposiciones legítimas de Romanos Pontífices, de modo que seguirían seguramente dando crédito al Papa hereje (que en verdad lo que sería es Antipapa) como legítimo, por lo que el Papa hereje estaría en disposición no ya solo de provocar un Cisma, sino de que dicho Cisma fuera el más grave jamás visto. Hemos de tener en cuenta de que el Papa hereje tendría el punto a favor de que siempre habría católicos, incluso entre los de fe intelectualmente más sólida y mejor fundada, que tenderían a preguntarse si el hereje no seguiría siendo con todo el auténtico Papa -quiérase que no, ante una situación así, es lógico que hubiera muchos que no terminen de ver claro que realmente exista procedimiento legítimo alguno en virtud del cual desposeer a un Papa que haya sido realmente tal-. Imaginémonos entonces lo que pasaría si lo que el pueblo sencillo ve es a un Papa apoyado por la gran mayoría e incluso por la práctica unanimidad de los Cardenales y de los Obispos. Tal Papa, aún cuando fuera el mayor hereje del mundo (y lo sería, al menos por la trascendencia de su herejía) e incluso un apóstata y un hombre inmoral, tendería a ser considerado incluso por muchos católicos fieles que recelaran de su ortodoxia como el Papa legítimo (al menos siempre y cuando no hiciera gala de una vida particularmente inmoral). Y de este modo la Iglesia quedaría secuestrada por los herejes. No digo que para siempre, porque hay que confiar en las promesas de Cristo providente, y de algún modo libraría a su Iglesia.

Podría creerse entonces que, para actuar contra el Papa hereje, sería preciso actuar primero contra los Cardenales y Obispos herejes que lo apoyaran. Ahora bien, en el seno de una organización sólidamente jerárquica como lo es la Iglesia desde su misma fundación por Jesucristo hace ya dos milenios, ¿de verdad cabe esperar que esas actuaciones tengan éxito si son torpedeadas por la propia cabeza formal de la Iglesia? Insisto, por mucho que creamos que el Papa deja materialmente de ser tal desde el mismo momento en que se convierte en hereje (lo que significa que, si lo fuera ya incluso de antes de ascender al solio pontificio, jamás habría sido Papa ni gobernado legítimamente la Iglesia), creencia que por otra parte sería discutible; lo cierto es que sería imposible que, al menos mientras la Iglesia en su conjunto acepte como legítimo su Pontificado, se adoptaran pronunciamientos formales de ninguna clase cuando éstos, por necesarios que fueran, contaran con su oposición activa. De hecho, es que bastaría la oposición incluso meramente pasiva de quien aparentemente fuera Papa a tales pronunciamientos para que se hiciera imposible que éstos surtieran sus efectos; ya que, cuando hay Papa, nadie puede suplirlo en el gobierno ordinario de la Iglesia (cosa que es normal, dado que el Papa existe para confirmar en la fe, y lo que uno ordinariamente espera de un Papa es que no solo no ponga trabas a los miembros de la grey cuando éstos luchan en pro de las causas del Señor, sino que se ponga a su cabeza sin remolonear ni intentar escurrir el bulto). Pretender que un Papa activamente hereje que no solo profesa herejías sino que pretende que dichas herejías se enseñoreen totalmente de la Iglesia de Jesucristo limpie de herejes de su misma clase el Colegio Cardenalicio que elegirá a su sucesor es una quimera. Pura fantasía e ingenuidad.

Ante una situación como ésta, solo cabría esperar una solución duradera si la limpieza general del Colegio Cardenalicio aconteciera en un momento en el que el Papa hereje ya no pudiera servir de apoyo a dicho Colegio Cardenalicio tan corrupto y tan alejado de "la fe que, de una vez para siempre, ha sido dada a los santos". Lo ideal sería que ese momento fuera el que llegara con la elección de un Papa que creyera de modo ortodoxo y sin vacilaciones la fe de la Iglesia y que estuviera dispuesto a confirmar en dicha fe a sus hermanos actuando con toda la contundencia necesaria contra la herejía intraeclesiástica. Pero partimos de la base de que, si el Colegio Cardenalicio hubiera sido capaz de elegir ya a un Papa hereje, lo normal sería que tendiera a volver a elegirlos (y con más razón si pensamos que el Papa hereje crearía más y más Cardenales igualmente herejes). De modo que la alternativa deseable se antojaría más bien improbable. Y esto no es falta de confianza en Dios, sino constatación del hecho de que Dios no suele intervenir de un modo radicalmente sobrenatural en los acontecimientos humanos (es decir, que no parece que sea su costumbre abrir a toda costa a la voluntad de Dios los corazones de los Cardenales que no se muestran receptivos a su gracia cada vez que se reúne el Colegio Cardenalicio en Cónclave para la elección papal). Más bien tiende a emplear medios humanos imperfectos y a menudo incompetentes a los que él capacita en grado suficiente para que cumplan los cometidos que les encomienda.

¿Qué opciones tendríamos por delante? Honestamente, creo que solo nos quedaría actuar con rapidez para, una vez terminara el Pontificado presuntamente hereje, no dar oportunidad ninguna al Cardenalato hereje de hacer elegir en el Cónclave subsiguiente a un nuevo Papa aparente que fuera igualmente hereje, sino más. Y la forma de hacer esto podría ser prepararse para, una vez tuviera lugar el final de ese ominoso Pontificado, reunir lo antes posible el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" pregonado por el Cardenal Cayetano (cuya denominación del Concilio me parece bastante atinada, dado que nada mejor podría hacerse en ese momento), a fin de que dicho Concilio sometiera a juicio tanto la posible herejía del último Papa como la de todos aquellos Cardenales respecto de cuyas posibles tendencias herejes se tuviera constancia suficiente como para crear una duda razonable acerca de su herejía. Aunque en realidad esto podría hacerse incluso si no recayeran sospechas de herejía en el Papa, siempre que recayeran en Cardenales contra los que anteriores Papas, pese a su intachable ortodoxia, no se hubieran atrevido a proceder por debilidad o por apreciación errada de las circunstancias (lo que constituye una virtud de este plan).

La jugada sería una apuesta a todo o nada, sin la más mínima duda. Por hacer una analogía con la Revolución Francesa, vendría a ser una especie de versión eclesiástica del celebérrimo "Juramento del Juego de Pelota" (que fue el famoso episodio histórico acaecido el 20 de junio de 1789 al jurar los representantes de la burguesía en los Estados Generales de Francia de 1789 -tras autoproclamarse Asamblea Nacional y arrogarse de este modo la representación de la totalidad del pueblo apenas tres días antes- que no se separarán ni dejarían de reunirse bajo ninguna circunstancia hasta haber aprobado una Constitución para la Nación francesa). Es decir, una acción radical, e incluso revolucionaria, pero motivada por una situación de extrema necesidad. Y que, ¿quién sabe? ¡Quizá sea exactamente el tipo de catarsis que necesita la Iglesia para volver a ponerse las pilas! Igual que entonces sucedió en Francia, tendríamos una situación de emergencia que justificaría lo que, de ordinario, sería de todo punto de vista inaceptable. Esto es, el hecho de, no pudiendo confiar en la elección de un auténtico Papa, aprovecharse de una situación de ausencia de superior para, al no existir éste (y no poder por tanto autorizar pero tampoco impedir nada), arrogarse la potestad de, en base a enseñanzas que por otra parte son objetivas y están respaldadas por muchas centurias de los mejores Magisterio y Tradición eclesiásticos, juzgar la actitud de quienes no serían más que iguales (que quedarían apartados de la misma manera en que ocurrió con los estamentos nobiliario y eclesiástico al proclamarse la Asamblea Nacional).

Una vez ya iniciado el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" (por ser el más completo Concilio que podría celebrarse en tales circunstancias) tendría que prohibir expresamente en su primer decreto la celebración de un Cónclave para elegir Papa el tiempo que fuera necesario para concluir sus deliberaciones y dilucidar la cuestión cuyo estudio justificaría que se reuniese, declarar herejes al Papa y a los Cardenales y Obispos que considerara incursos en esta situación (dando oportunidad a los Cardenales y Obispos herejes para defenderse en el curso de un procedimiento contradictorio y, en su caso, tiempo para retractarse de sus herejías en público; y declarando excomulgados a los herejes que fueran declarados como tales y se mantuvieran impertérritos en su error, excluyéndolos del Colegio Cardenalicio -cosa que habría de hacer como legítima sanción también en el caso de que algún hereje se retractase de su herejía- y suspendiendo su ejercicio del Episcopado), y dejar constancia de que en realidad la situación de sede vacante habría empezado desde el primer momento en que se tuviera constancia de la condición de hereje del Pontífice aparente. Una vez hecho todo esto, que ante la gravedad de la situación debería procurar hacerse en tiempo record, el remanente del Colegio Cardenalicio -del que, por cierto, también quedarían excluidos los Cardenales fieles que hubieran sido creados por el Papa hereje-, siempre que fuera lo suficientemente numeroso y representativo de la Iglesia fiel esparcida sobre la superficie del Orbe, podría convocar Cónclave para la elección de un nuevo Papa, y tener razonables garantías de elegir para tan alta posición a un hombre de cuya fidelidad a la enseñanza de la Santa Madre Iglesia no quepan dudas. Y si no fuera posible u oportuno celebrar un Cónclave en regla, el propio Concilio podría justificar la suspensión para el caso concreto de las reglas ordinarias de elección del Pontífice Máximo, y elegir él mismo al nuevo Papa.

Indudablemente, este camino revolucionario ofrecería un gran problema que, por otra parte, es de esperar: el de que el Enemigo no estaría quieto. Probablemente atacaría procurando presentarse a los ojos del mundo (seguramente con éxito) como la "verdadera", "única" y "legítima" Iglesia "Católica", y presentaría a los propulsores del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" como los propulsores del más ambicioso "cisma" jamás acontencido desde el Gran Cisma de Occidente. Como una especie de Fraternidad Sacerdotal San Pío X (que son los popularmente conocidos como lefebvrianos, cismáticos ultramontanos surgidos de la por otra parte comprensible protesta de Marcel Lefebvre contra muchas de las innovaciones que trajo consigo el desastrosamente mal implementado Concilio Vaticano II), solo que culpable de llevar las cosas mucho más al "extremo" por su total "carencia de escrúpulos"; ya que en lugar de limitarse a ordenar Obispos sin autorización papal, aquí lo que tendríamos es a un "terrorismo paraeclesial" decidido a replicar las instituciones "legítimas" de la Iglesia sin pararse a pensar en el terrible "daño" que haría.

Seguramente, los Reinhald Marx, Walter Kásper, Rainiero Cantalamessa, Carlos Osoro u Óscar Andrés Rodríguez de Madariaga de la vida celebrarían con normalidad su propio Cónclave -esperando, caso probable de ser mayoría, de beneficiarse a los ojos del gran público y de la misma grey de Dios a la que extravían del mero peso del número a efectos de "legitimación", no importa que falsa-. Elegirían a un nuevo Papa aparente (que, si las cosas fueran como más convendría, sería conocido al igual que su antecesor inmediato como Antipapa), y o bien se decidirían a declarar "cismático" al remanente fiel (bien por medio de su Antipapa o bien mediante la convocatoria de un contra-Concilio igualmente Ecuménico), o bien tendrían la desfachatez de intentar incluso atraerlo como hace el PP español con el voto católico a fin de poder seguir inutilizándolo y haciéndolo inoperativo. Quizá aún tendrían la cara de aparentar "magnanimidad", a ver si una actitud conciliadora les favorece por el contraste con la "intransigencia" de sus contrincantes y si anima a dar marcha atrás a aquellos Cardenales, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Laicos que hubieran secundado la convocatoria del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" que los declarara con razón herejes.

Ante esa eventualidad, la única solución sería la de permanecer firmes en la resolución ya adoptada, no bajar la guardia, no aceptar la legitimidad de sospechosos de herejía para proceder a efectuar actuaciones de ninguna clase en tanto no hayan clarificado sus iguales debidamente si las acusaciones son o no válidas, y procurar ir rápido a fin de adelantarse al Enemigo, si fuera posible. Es decir, lo deseable sería nombrar un nuevo Papa sobre cuya legitimidad no hubiera dudas antes de que los herejes pudieran nombrar a su Antipapa; y que dicho Papa se encargara de proceder a ocupar inmediatamente todos los espacios de poder y decisión eclesiales adelantándose a los herejes. Es decir, tendría que proceder a gobernar la Iglesia exactamente de la misma manera en que lo haría si no existieran disputa alguna. Tendría que hacer cumplir todos los decretos del Concilio Ecuménico "imperfecto" que diera paso al Cónclave que lo eligiera como legítimo Sucesor de San Pedro, instalarse en el Vaticano, nombrar nuevos Obispos y Nuncios (no diré tanto como destituir a los Obispos y Nuncios preexistentes que se consideraran herejes, dado que ésta tarea seguramente convendría que la realizara el propio Concilio imperfecto -que podría recurrir al fácil recurso de declarar herejes a quienes lo negaran y suspendidos en el legítimo ejercicio del Episcopado y del Presbiterado a quienes no lo afirmaran-), crear Cardenales, gestionar el patrimonio de la Iglesia, preparar y realizar visitas al extranjero, redactar y publicar encíclicas y exhortaciones apostólicas, tomar parte en reuniones internacionales... En una palabra, hacer todo lo que es razonable que haga el Papa, aparentando la mayor normalidad posible. De hecho, el Papa debería procurar ser él quien diera legítimo trato de cismáticos y herejes a quienes hubieran sido formalmente declarados como tales por el Concilio Ecuménico "imperfecto".

Y al mismo tiempo, aunque esto pueda parecer contradictorio, el Papa debería prepararse y preparar a la Iglesia para lo que posiblemente se le vendría encima. Y es que el mundo apóstata odia a la Iglesia, y no permanecería neutral, dado que gran parte de sus designios malévolos se cimentan sobre la seguridad de tener una Iglesia paniaguada que no les dé problemas. Es decir, una Iglesia cobarde cuya cobardía la haga proclive a dar cabida en su seno a la herejía como medio a través del cual congraciarse con el mundo. De modo que ningún hipotético Concilio Ecuménico "imperfecto" que pusiera a los herejes en su lugar -esto es, fuera de la Iglesia- y que restableciera la plena vigencia a nivel interno dentro de la Iglesia y a nivel externo en la predicación de la Iglesia de la totalidad de la doctrina de ésta podría complacer, se mire desde donde se mire, a los poderosos de la Tierra. Éstos seguramente se las ingeniarían, incluso desde el primer momento, para hurtarle a la Iglesia fiel todo reconocimiento "oficial" (desde una perspectiva puramente jurídico-mundanal) como la Iglesia Católica. Reconocimiento que con gozo procurarían conferir a los herejes. Que entonces serían quienes "heredarían" jurídicamente la posición que en justicia habría de corresponder a la Iglesia Católica, a la que usurparían literalmente hasta el nombre.

Ellos serían "la Iglesia Católica", mientras que a nosotros se nos catalogaría como un mero cisma. La Ciudad del Vaticano, Cáritas y demás redes católicas de asistencia social, los comedores sociales, los hospitales, colegios, institutos y universidades católicas, etc., quedarían en manos de los herejes. Ellos serían quienes nombrarían Nuncios y quienes dispondrían de todo el aparato vaticano y de la capacidad de relacionarse con los poderes del mundo. En principio, se nos toleraría como religión separada del "catolicismo oficial", pero la totalidad de nuestros templos e instalaciones y recursos materiales quedarían en manos del Enemigo (aunque no nos sintamos tan mal, que a fin de cuentas más o menos eso mismo sucedería igualmente en el caso de que dejáramos que nos hurtaran lo único que no nos deben poder sustraer, que es la Iglesia misma -la cual recuperaríamos, compensando este hecho por sí solo todos los posibles perjuicios-). Si bien es verdad que quizá algunas naciones tendieran a favorecer a la verdadera Iglesia y a apoyar sus reivindicaciones de legitimidad -lo que atenuaría el latrocinio a que nos someterían los herejes y sus amigos-. Aunque no tanto por simpatía genuina hacia nuestra causa (es decir, hacia la causa de Jesucristo y de su Iglesia) como por que ese apoyo al sector minoritario contribuyera a evitar su desaparición práctica y consolidara la división de la Iglesia, en última instancia vista como enemigo (que nadie crea que si Putin nos apoyara eso pudiera deberse a una repentina caída del caballo al mejor estilo paulino por la cual llegara a albergar el convencimiento de que la Iglesia a la que él ayudara sería en verdad la verdadera representante del Cielo en la Tierra; y que nadie crea que se nos equipararía en Rusia a la Iglesia cismática griega de allá).

Todo esto plantearía un interesantísimo debate: si los herejes despojaran a la Iglesia Católica de todos sus derechos jurídicos e incluso del derecho oficial a ostentar su propio nombre, ¿cómo deberíamos responder a algo así? ¿Deberíamos respetar tal usurpación o negarnos a reconocerla? La primera opción implicaría registrarnos en los países donde existen registros de confesiones religiosas como una Iglesia diferente de la cismática y hereje, que sería la que se arrogase el derecho a ostentar el nombre de "Iglesia Católica Apostólica Romana". La segunda implicaría negarnos a reconocer que se tratase oficialmente a los herejes como si éstos fueran la verdadera Iglesia Católica, incluso aunque nadie aparte de nosotros mismos hiciera el menor caso de nuestra pretensión. La ventaja principal de la primera opción estribaría en que nos permitiría interactuar jurídicamente con el resto del mundo, y que gestionáramos nuestros propios asuntos con mayores seguridades jurídicas, pero yo no la aceptaría, dado que los detalles son importantes, y el Enemigo se anotaría una gran victoria propagandística que haría su reivindicación de ser ellos la "verdadera" Iglesia Católica más fuerte a los ojos de toda aquella gente que se guía meramente por la apariencia externa de las cosas. Si nos allanáramos a la usurpación, ¿con qué argumentos procuraríamos luego que se rectificase y que se nos devolviera todo lo que fuera usurpado y por legítimo derecho correspondiera a la Iglesia de Jesucristo? Por el contrario, oponerse a la usurpación y negarnos a que se nos registre como religión aparte nos dificultaría operar en el mundo de modo práctico (no podríamos ser considerados oficialmente como una religión más que en caso de que la usurpación finalizara y recobráramos el pleno goce y disfrute de los derechos asociados a la personalidad jurídica de la "Iglesia Católica"), pero reforzaría a los ojos de muchos la justicia de nuestra causa, y evitaría que los que se dejan impresionar por las apariencias exteriores dieran por hecho que una Iglesia que no reivindica que se la reconozca oficialmente como la Iglesia Católica Apostólica y Romana sea efectivamente la Iglesia que durante incontables siglos recibió esa misma denominación.

De todos modos, pienso que al final podríamos superar esos inconvenientes y los demás de los que sea que no haya hecho mención que seguramente también sobrevendrían. Sobre todo, creo que los hechos son los que demostrarían qué Iglesia sería la legítima y qué Iglesia sería una inmunda y blasfema impostura de la que fundó Jesucristo. En ese sentido, mi punto de vista es el de que:

La Iglesia que no es quien para juzgar y que ni ata ni desata ni deja atar;

La Iglesia que se niega a cumplir el mandato de Jesucristo de ir por el mundo predicando el mensaje del Evangelio (y bautizando a los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) porque niega el proselitismo y cree que lo mejor que pueden hacer los que no creen en la verdadera religión y rinden culto a falsos dioses es seguir encadenados por siempre a sus falsos cultos y a sus falsos dioses porque profundizar en ellos es lo que más les "acercará" a Dios;

La Iglesia que mantiene televisiones como 13TV que celebran y alaban Gobiernos apóstatas de partidos que apoyan sin disimulo toda la ingeniería social anticristiana (aborto, sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo, fecundación artificial, etc.) y que el resto del tiempo lo invierten en echar westerns -y encima de los cutres, que ya podían poner algo tipo "El hombre que mató a Liberty Valance" para variar-;

La Iglesia cuyos Obispos responden cuando les preguntan sobre qué les parece el hecho de que la actual portavoz del Ayuntamiento de Madrid entre en braguitas y sin sujetador en una capilla universitaria diciendo que "no hay nada que perdonar" porque les importa un comino que se profieran las más vulgares y hediondas blasfemas contra el santo nombre de Jesucristo en suelo sagrado;

La Iglesia que acusa a los traficantes de armas de ser los principales culpables de los atentados terroristas perpetrados en nombre del Islam mientras exonera a la odiosa e inmunda religión del falso "profeta" Mahoma de toda responsabilidad por los mismos en base a que el Corán es un libro "profético" de "paz";

La Iglesia que considera que puede escupir impunemente a la cara a los esposos cristianos que son capaces de ser fieles al mandato de Cristo expresado en la sentencia "que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" y que por gracia son capaces de resistir la fuerte tentación de cometer adulterio arrojando la perla de inconmensurable valor que es la Eucaristía a los cerdos permitiendo que los adúlteros participen de ella en clara contravención de la más elemental doctrina cristiana;

La Iglesia que se mea encima de la memoria de incontables millones de nasciturus abortados en contra de su enseñanza de siempre en centros abortorios movidos a partes iguales por la maldad y por el ánimo de lucro afirmando que no hay que estar "obsesionado" con salvar vidas a través de la oposición al aborto y alabando públicamente a una asesina inmunda como Emma Bonino que reconoció jactándose de ello haber abortado a 10.000 niños mediante procedimientos bastante brutotes que parecen propios de sacerdotes de Kukulkán y luego haberlos metido en tarros de mermelada que luego se tiraban a la basura y que alaba a personas así proclamándola una de las "grandes" de la Italia contemporánea y que no importa cómo piensen porque lo que interesa es lo que hacen;

... Esa Iglesia no puede perdurar largo tiempo. Y sobre sus puertas, como sobre todas las otras puertas a las que lleva el ancho camino que lleva al Infierno y a la perdición, prevalecerá la verdadera Iglesia, sean cuales fueran las circunstancias. Porque tal es la promesa que Jesucristo hizo brotar de sus labios delante del primero de los Papas.

Exurge Domine, et iudicam causam tuam. IHS