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miércoles, 27 de septiembre de 2017

AfD, O EL PELIGRO DE PERDER RÁPIDAMENTE TODO LO GANADO CON MUCHO ESFUERZO

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Dije en el artículo anterior que lo de opinar acerca de los resultados de las elecciones que se han celebrado en Alemania lo dejaba para otro día. Y dije mal, porque de los resultados las elecciones alemanas no tiene sentido ninguno "opinar". Los resultados de las elecciones alemanas hablan por sí mismos para el que sepa leerlos. No puede opinarse acerca de si los "nazis" (siempre según los medios) de AfD tuvieron o no un enorme éxito electoral inédito desde los días de los verdaderos nazis (es decir, desde los tiempos de NSDAP), ni acerca de si fue la peor noche de la Historia de posguerra para el SPD, ni de si ha tenido o no lugar un resurgimiento de los liberales del FDP, ni de si el resultado de Merkel es tremendamente decepcionante además de inesperado. Simplemente hay que observar los números y cotejarlos con los de anteriores elecciones.

Empero, si que voy a hablar de la política alemana. Y, más concretamente, del golpe que sufre no tanto a raíz de la entrada de AfD en el Bundestag, sino más bien a raíz de la posibilidad de que suceda exactamente lo contrario a no mucho tardar, y de que AfD salga de la política alemana exactamente por la misma puerta por la que entró. Esa es la posibilidad absolutamente imprevista que se abre al haber tenido lugar menos de un día después de las elecciones federales unas declaraciones incendiarias efectuadas por su principal Copresidenta: la líder de la formación en Sajonia, Frauke Petry. Que anunció la bomba en rueda de prensa conjunta en la que estaban presentes el otro Copresidente, Jörg Meuthen, así como los dos líderes de la campaña electoral al Bundestag: Alice Weidel y Alexander Gauland. Quienes, por lo que se ve, no tenían ni idea de que Petry tuviera tales intenciones, y quedaron visiblemente descolocados por la noticia, quedándose con cara de pasmo cuando la Copresidenta anunció que no formaría parte del grupo parlamentario de AfD, pero a la vez afirmó que no renunciará a su escaño en el Bundestag; además de aprovechar para soltar perlas tales como que muchos "militantes serios" se plantean seguir sus pasos, o como que durante la campaña electoral (exitosa hasta el punto de llevar a la formación a pasar de la nada a ser una de las terceras fuerzas políticas más poderosas de la Historia de la República Federal Alemana) la AfD se ha caracterizado por comportarse como un partido "anárquico". Noticia que sugería lo que hoy se ha confirmado: que Frauke Petry abandona AfD.

Todavía no están claras las consecuencias de tal abandono. Pero pueden ser trascendentales. Vayamos por partes. Frauke Petry ha sido desde 2015 la cara más visible del partido, y es la Copresidenta bajo cuya dirección la formación adoptó la postura claramente antimusulmana, euroescéptica y antirefugiados a la que AfD debe su trayectoria ascendente. Es verdad que, en abril del presente año, perdió el pulso para encabezar la candidatura a la Cancillería, le crecieron los enanos, pasó a un segundo plano, y se dejó robar protagonismo por Weidel y Gauland. Con eso y todo, sigue siendo seguramente el rostro más identificable que ha dado AfD en su corta singladura política. Su marcha equivaldría a la marcha fuera de PODEMOS no de Errejón, sino de un Iglesias desposeído del liderazgo. Asimismo, es la líder del partido en Sajonia, que es con diferencia el Länd en el que AfD es más poderosa electoralmente, según se ha visto en estas elecciones, y en el que ha conseguido convertirse en la primera fuerza política. Con ella literalmente a la cabeza, dado que no solo los tres Diputados de distrito (para entender el sentido de estos términos, ir a https://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2017/09/el-sistema-electoral-aleman-de.html) que en la presente elección acaba de ganar AfD los ha ganado en Sajonia, sino que además ella es la que, de entre esos tres Diputados de distrito, mejor resultado electoral ha obtenido con diferencia.

Todavía hay más. Frauke Petry era una líder que daba buena imagen al partido, por la excelencia que caracteriza su trayectoria profesional como química y empresaria: recibió la Orden del Mérito de la República Federal Alemana, que es la máxima condecoración al mérito civil en el país teutónico (lo que de por sí la dota de un aire de inteligencia, mérito, capacidad e intelectualidad que, al margen de si es fiel reflejo o no de la realidad, hace difícil presentarla como si de una fanática desneuronada repite-consignas se tratara). No dudo de que habrá líderes en AfD con muy buenos currículos, pero es dudoso que haya uno solo realmente comparable a Frauke Petry en esto. En definitiva, que es un personaje político al que no se debe menospreciar, y que es concebible que dé lugar a una escisión seria que se lleve buena parte de AfD por delante. posibilidad que todavía es apresurado dar por hecha, pero que indudablemente existe. Y a la que apuntan la marcha anunciada también hoy del líder de AfD en Renania del Norte-Westfalia, Marcus Pretzell, quien casualmente es el segundo y reciente marido de Petry (embarazada del que será su quinto hijo y el primero en común con Pretzell, tras los cuatro que tuvo con su, desde un punto de vista cristiano, legítimo y verdadero marido, un pastor luterano sajón). ¿Es una marcha significativa? Lo previsible le quita fuerza, pero tampoco el personaje era insignificante en AfD con anterioridad a su boda con Petry, y le han seguido otros cargos. Habrá que ver el arrastre que consigan tener, tanto en el Bundestag como en los Landtag (nombre de los Parlamentos de los Länder), pero muy especialmente en el primero. Allí, cualquier número de parlamentarios podría conformar un grupo parlamentario, aunque de derechos más bien reducidos. Sin embargo, si llegan a los 35, si que podrían constituir un grupo parlamentario propio alternativo al que constituyera AfD (que, sin embargo, tras haber obtenido la friolera de 94 Diputados en las elecciones, tiene Diputados de sobra para perder).

Dije antes que la división ocasionada por Petry ha sido imprevista. Lo que desde luego no ha sido es imprevisible. Si por algo se caracteriza AfD es por su cainismo y completa falta de cohesión interna. Ya el cofundador e impulsor principal de AfD, Berd Lucke, tras su desalojo de la Presidencia precisamente por Petry y Meuthen, constituyó un nuevo partido que ha cosechado nulo éxito, centrado en el euroescepticismo pero alejado de las posturas antimahometanas de AfD. Y las filiales regionales de AfD han sufrido un sinnúmero de divisiones. Este hecho, curiosamente, sirve para ilustrar la fuerza del partido, que incluso en esta situación de guerra civil intermitente que a cada poco se reactiva ha sido capaz de cosechar un éxito sin precedentes en la política alemana. Igual que a Lucke podría sucederle a Petry. En esta ocasión, sin embargo, hay diferencias.

Lucke, que posiblemente sea un individuo algo idealista desaprovechó un filón electoral evidente, y quiso jugar a ser una especie de "FDP liberal-euroescéptico". Eso no seduce a nadie, porque el euroescepticismo alemán, como el de todas partes, si bien hunde parte de sus raíces en la economía, también bebe de la fuente del legítimo resentimiento que despiertan las políticas de autodestrucción demográfica y cultural. En Alemania incluso más que en otros países, porque además es un país dominado por un exagerado (y por ende insano) sentimiento de culpa, en el que desde hace décadas se cultivan sentimientos de autorepudio. Ese es el discurso gracias al cual leía hace semanas que una socialdemócrata de origen turco afirmaba tan ricamente que, más allá de la lengua, no es posible identificar algo así como "una cultura alemana". Los políticos tradicionales que han llenado Europa de inmigración no deseada y además de eso peligrosa podrán mirar para otro lado, pero es comprensible que a la gente le disguste en lo más hondo la desvergüenza de una extranjera que por un lado exige el respeto de su cultura (por horribles que sean muchas de sus tradiciones o de los principios religiosos mahometanos que la han modelado durante siglos), pero que luego niega contra la más palmaria evidencia que el país de acogida tenga una cultura propia. Esas palabras son insultantes, e incluso cabe considerarlas amenazadoras (¿qué respeto mostrara la turca por una cultura que tiene el desparpajo de afirmar que no existe más que en la cabeza de gente a la que tacha poco menos que de chiflada?).

Por eso a la gente le gustó que Gauland, durante la campaña electoral, hablara a favor del respeto por los alemanes que combatieron heróicamente por su país durante la II Guerra Mundial (al margen de que, en el caso de muchos inconscientemente, combatieran a favor de esa causa criminal de Hitler por la que el país lleva tres generaciones pidiendo perdón sin tiempo casi para otra cosa). Y por eso AfD comenzó a romper la baraja política nada más adoptar planteamientos que la acercaron a movimientos espontáneos de la ciudadanía tales como PEGIDA (Patriotas Europeos Contra la Islamización de Occidente). Y por eso mismo una escisión acaudillada por Petry podría tener éxito, siempre y cuando no reniegue del discurso que ella misma, por más que ahora los medios la vendan como "moderada" (tras haberla antes pintado con los colores del fanatismo), propulsó cuando tomó con Meuthen las riendas de AfD en 2015. Con eso no digo que Petry deba limitarse a repetir el discurso de AfD. Si quiere que alguien la siga, seguramente le convenga diferenciar en algo sus propuestas de las del partido del que se escinde. ¿En qué? No lo sé, entre otras cosas porque no se nada de las ideas que ha defendido Petry dentro del partido.. No sé si sería un partido más estatista o más antiestatista, más cristiano o más pagano en lo social, más proclive al enfrentamiento o al pacto con el sistema... No alcanzo a imaginar en qué se diferenciaría el hipotético partido de Petry, pero casi por fuerza en algo tendría que diferenciarse.

La importancia mayor de lo que suceda, todo sea dicho, no radica tanto en lo sucedido como en la prontitud con que ha sucedido. Si esto sucediera dentro de dos años, sería distinto. Sucede ahora, justo tras las elecciones, y en función de si Petry se queda aislada o es seguida por muchos está la clave de lo que pase después. Si su escisión parece ganar fuerza, podría tener consecuencias que excedieran con mucho a AfD. La inefable "Canciller del Mundo", Ángela Merkel, podría encontrarse con una oportunidad de oro para impedir la consolidación de AfD que no esperaba. ¿O sí la esperaba? ¿Podría ser Merkel la instigadora última de la marcha de Petry y de los problemas internos de AfD? ¿Podría haber seducido Merkel a Petry con algún tipo de promesa de futuro reciclaje político si dinamita AfD? De cosas mucho peores y golpes mucho más bajos creo capaz a la Canciller, que no por nada lleva doce años seguidos gobernando Alemania; aunque todo esto es elucubración, y no doy por hecho que Petry sea la clase de mujer que se vende ni que al final sus motivos para estar en política fueran espurios.

Si la escisión se consolidase, podrían resolverse los problemas de Merkel para la formación de Gobierno mediante la convocatoria de nuevas elecciones. El sistema electoral alemán es tremendamente exigente, y la ruptura de AfD podría pasarle factura electoralmente hablando. Merkel podría convocar nuevas elecciones en las que tendría esperanzas de que el debilitamiento de AfD le permitiera alcanzar la mayoría parlamentaria junto con los liberales del FDP. Pero más importante que eso es que tendría la posibilidad de echar fuera del Bundestag a AfD, que correría el riesgo de quedar por debajo de 5% exigido para entrar, sin que seguramente le fuera posible ganar los tres distritos necesarios para compensar tal debacle y mantenerse en el Bundestag. Y, aunque quizá eso no satisfaría a Merkel tanto como la total desaparición de los partidos antimahometanos del Bundestag, existiría la posibilidad de que AfD fuera sustituida por un partido encabezado por Petry que hipotéticamente sería más moderado. En todo caso, las ganancias serían previsibles, y lo único que tendría que hacer la Canciller para cosecharlas sería entorpecer artificialmente las negociaciones con vistas a la formación de Gobierno.

Siempre, sin embargo, existiría el riesgo contrario: el de que los partidos separados se fortalecieran. Evidentemente, es imprevisible que en nuevas elecciones la AfD repitiera su marca, y más aún que lo hiciera Petry. Pero AfD sumó en las últimas elecciones el 12.6% de los votos, lo que da para que ambos partidos escindidos sacaran de sobra más del 5% exigido para entrar, al margen de cuál de ellos quedara mejor. No sería lo más probable (existiría un riesgo cierto de que el más débil de los dos partidos quedase fuera del Bundestag), pero tampoco es imposible. Y si el resultado de la operación, dado el alto grado de proporcionalidad del extraño sistema electoral alemán, fueran dos partidos antimahometanos que, pese a sus diferencias, coincidieran en odiarla, y que encima sumaran más fuerza juntos que la que ha mostrado AfD en los últimos comicios, el fracaso de la Canciller podría poner fin a su vida política.

Todo sea dicho, aunque me horrorizaría una división seria por sus efectos potencialmente devastadores, si el resultado de todo esto fueran dos partidos capaces de convertirse en habituales del Bundestag e incluso de incrementarse por separado, eso sería ideal. Si fueran capaces de actuar al menos parcialmente de concierto y al menos uno de los dos fuera mínimamente capaz de tender puentes con otras fuerzas del espectro político alemán, sería difícil dar imagen al conjunto de aislamiento total. Es más, podría conseguirse algo que no se ha conseguido de momento en ningún lugar. Y es que incluso donde los partidos antimahometanos y defensores de la herencia cristiana de Occidente son más fuertes, ellos mismos son el mayor enemigo del éxito. Son partidos con ideologías quizá demasiado concretas, o casas grandes de partidos en los que coexisten familias diversas. Pero no dan la impresión de poder llegar a convertirse en un espectro político alternativo. Esto no es una crítica, sino la constatación de un hecho, por lo demás comprensible (dado que los sistemas electorales prácticamente nunca premian la mayor división de un electorado). Normalmente, son partidos que dan la impresión de poder sustituir a conservadores o socialistas (normalmente más a los primeros que a los segundos), pero el mismo hecho de ser un único partido dificulta imaginarlos sustituyendo a ambos. En ese sentido, quizá la formación de un partido de Petry al margen de AfD sea la forma de que existan partidos ideológicamente diferenciados, uno más claramente a la caza del SPD/Verdes/ex-comunistas, y otro preferentemente dedicado a desafiar a la CDU/FDP. No es nada probable, pero si ocurriera podría abrir perspectivas impensadas: la sustitución no de un partido, sino de la práctica totalidad del arco parlamentario.

No obstante, y por desgracia, si hay una división lo más probable es que los partidos surgidos de ella sean parecidos. Alguna diferencia menor los separará, pero seguramente ambos tiendan a luchar por un electorado semejante, y ambos tiendan a ampliarse a costa del mismo tipo de electorado. Podría repetirse la historia del FPÖ de Haider, dividido cuando el propio Haider abandonó el partido para fundar el BZÖ. Ambos partidos compitieron, y ambos entraron en el Nationalrat austríaco. Prosperaron hasta el punto de que durante dos elecciones seguidas (2006, 2008) ambos crecieron, e incluso llegaron a sumar el máximo histórico del antimahometanismo austríaco (superando por separado la gran marca que obtuvieron unidos bajo Haider en 2002). Pero eran partidos demasiado parecidos, y completos vasos comunicantes. Algo así como la UPyD y el C's españoles antes de la total victoria que sobre los primeros obtuvieron los segundos.

En fin, aquí terminamos por hoy. Baste dejar sentado que Alemania vive tiempo interesantes. Pase lo que pase, ¡que no se pierda la esperanza en que el restablecimiento de cierta cordura es posible! IHS

martes, 26 de septiembre de 2017

EL SISTEMA ELECTORAL ALEMÁN DE REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL PERSONALIZADA. ¿ARCADIA FELIZ? ¿ENGAÑABOBOS?

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Alemania es el mayor poder económico de la Unión Europea contemporánea, amén de un país en muchos sentidos considerado modélico. Las razones son variadas, pero una de las que quizá tengan más peso es su complicado sistema electoral: el sistema conocido como de "representación proporcional personalizada" (a partir de ahora RPP). Es un sistema universalmente considerado innovador y que algunos países han imitado, y otros como España parece que podrían plantearse imitarlo llegado el caso (Alfredo Pérez Rubalcaba prometió su implantación durante la campaña electoral de 2011, y C's también ha defendido implementarlo). El presente artículo va a tratar acerca de si, al menos en lo relativo a su sistema electoral, la buena fama de Alemania está justificada o si, por el contrario, el país teutónico se beneficia injustificadamente de lo que cabría considerar una visión mitificada de las supuestas virtudes de la RPP. Cosa que viene particularmente a cuento, dado que el pasado día 24 de septiembre se celebraron las elecciones en el país teutón, cuyos resultados, si acaso, se comentarán en otro artículo.

Lo primero de todo es señalar la forma en que funciona el sistema electoral alemán. Este ha sufrido importantes reformas. Antes de 2011 era un sistema proporcional que se basaba en una circunscripción nacional de 598 Diputados. A dichos 598 Diputados se restaban los escaños obtenidos por candidaturas independientes vencedoras en distritos uninominales (de los que se hablará después), así como los obtenidos por partidos políticos que no tuvieran derecho a participar del reparto proporcional de escaños. En toda la Historia electoral alemana posterior a la Reunificación, solo en una ocasión, con motivo de las elecciones de 2002, se tuvieron que restar 2 Diputados (los obtenidos en distritos de Alemania Oriental por los ex-comunistas) a los 598 de base de la circunscripción nacional, quedando 596. La cifra resultante (sea 598 u otra menor) eran los escaños que se repartían proporcionalmente empleando la fórmula Hare/Niemeyer entre todos los partidos que consiguieran el 5%, que ganaran en tres distritos o que pudieran optar a un reparto sin barrera y fueran representativos de las minorías nacionales alemanas (los eslavos sorbios, o los frisones y daneses germánicos; que, por cierto, es llamativo que nunca hayan obtenido representación pese a que el sistema se lo pone más fácil que a los partidos verdaderamente alemanes). Una vez hecho ese reparto entre los partidos, éstos a su vez tenían que repartir sus escaños entre las listas electorales de los Länder, de acuerdo a la proporción que de los votos totales del partido hubieran sacado sus listas electorales cerradas y bloqueadas de cada Länder.

Pero no hemos terminado. Entretanto, se procedía a la asignación de los 299 distritos uninominales (cifra que, como se puede observar fácilmente, constituye la mitad exacta de los 598 escaños de base de la circunscripción nacional). Éstos 299 escaños NO SE SUMABAN a los 598 antes mencionados, sino que se superponían a ellos. La idea era que la mitad de los miembros de las listas electorales fueran reemplazados por 299 candidatos elegidos directamente por los ciudadanos en distritos, y así garantizar que al menos la mitad de los Diputados tuvieran una relación más próxima con la ciudadanía. Los distritos se repartían entre los Länder de acuerdo a su población (es decir, que, a diferencia de los Diputados repartidos proporcionalmente, los de los distritos venían predeterminados ya antes de las elecciones), y se configuran de manera tal que no deben haber diferencias importantes de población entre los mismos. Los Diputados elegidos por distrito ocupaban las plazas de los proporcionales, a los que solo les quedaban las que no les hubieran arrebatado los Diputados de distrito. Si en cualquiera de los Länder el triunfo en distritos igualaba o superaba el resultado obtenido tras el reparto proporcional de escaños, al partido en cuestión se le adjudicaban todos sus Diputados de distrito (aunque hacerlo implicara una desproporción en su favor), no enviando al Bundestag ningún Diputado elegido por su lista electoral proporcional, y sin modificar los resultados de los demás partidos (que no perdían los Diputados ganados por el partido o partidos beneficiarios por sus victorias en los distritos). A causa de esta última disposición, la cifra de Diputados del Bundestag era variable, en función de los distritos excedentes que los partidos más poderosos acumulasen en los Länder. Así, en 2009 el Bundestag resultante de la segunda victoria electoral de Merkel alcanzó los 622 Diputados (598 Diputados de base + 24 excedentes de los distritos).

Este sistema, relativamente fácil de entender, era demencial por varias razones. La primera de ellas es que se trataba de un sistema sujeto a posible manipulación -hecho no desmentido por la ausencia de la misma a lo largo de los años-. Así, tenemos que el partido vencedor en tres distritos entraba en el reparto proporcional de Diputados, aunque sus votos no alcanzaran el 5% ni perteneciera a una minoría nacional. Es lo que sucedió en las elecciones de 1994, cuando los ex-comunistas de Alemania Oriental obtuvieron solo el 4'4% de los votos, pero ganaron 4 distritos (y con ellos el derecho a tomar parte de un reparto proporcional que les deparó 30 curules). ¿Entienden a dónde quiero llegar? Bajo este sistema, era perfectamente posible que, cuando un socio de Gobierno anduviera débil electoralmente, el partido mayor le apoyara en 3 distritos para garantizar su acceso al reparto proporcional de escaños (cosa que podría hacerse sin perjudicar el resultado proporcional del partido, dado que el voto a la lista proporcional y el voto al Diputado de distrito se pueden perfectamente otorgar a candidaturas de diferentes partidos). Nunca ocurrió, pero era un riesgo que generaba el sistema. De hecho, como esta regla no ha cambiado en el nuevo sistema electoral ya aplicado durante las últimas elecciones de 2013, no entiendo por qué la CDU de Merkel no apoyó al FDP en 3 distritos para así garantizar que su 4'8% de los votos hubieran tomado parte en el reparto proporcional de asientos en el Bundestag, lo que le hubiera garantizado la mayoría absoluta). ¿Lo haría a propósito para garantizar una mayoría de izquierdas y así "verse obligada" a favorecer la irrupción de enormes masas de refugiados en Alemania o medidas de ingeniería social anticristiana y antirracional tales como el Sucedáneo de Matrimonio para Personas del Mismo Sexo, so pena de que el SPD rompiera la Gran Coalición para aliarse con Los Verdes y los ex-comunistas germano-orientales y hacerle una moción de censura? Nunca se me había ocurrido verlo así, pero no me sorprendería semejante maquiavelismo en una líder tan carente de escrúpulos como lo es la "Canciller del Mundo".

El segundo motivo por el que el sistema previamente vigente era demencial se resume en el fenómeno conocido con el nombre de peso negativo del voto. Ha sucedido alguna que otra vez en las elecciones federales alemanas que un exceso de votos en según qué Länder haya llevado a que se asignara a dicho Länder un escaño adicional inútil (por tenerlo ya asegurado el partido gracias a su éxito en los distritos uninominales); en lugar de adjudicárselo a Länder en los que pudiera ser sumado efectivamente si en el anterior se hubieran sacado menos votos. Es decir, que se han dado situaciones en las que un partido ha tenido que arrepentirse de sumar votos en un lugar, y habría preferido obtener menos votos allí y los mismos en otro sitio en el que le habría beneficiado la adjudicación de escaños. No sé si se entiende bien el concepto, que no sé explicar mejor, pero en democracia esto es una monstruosidad. Penalizar a un partido por hacer una performance "demasiado buena" en un territorio y estructurar el sistema electoral de modo tal que le habría convenido más obtener peores resultados en el mismo y los mismos resultados en otro territorio es un contra-Dios. No estamos hablando de que sumar votos no beneficie (es decir, de que te diera lo mismo tener en un Land x votos o 10.000 menos), que ya sería como para pensárselo. Estamos hablando de que perjudica (es decir, de que para tí habría sido mejor sacar en lugar de x votos los 10.000 de menos). ¿Éste era el sistema modélico que debía exportarse al resto de la Tierra y que supera a todos los preexistentes? Pues yo no conozco ningún otro sistema en el que obtener votos "de más" perjudique a nadie. Y es que se supone que obtener el máximo apoyo popular posible debería ser el objetivo de todo demócrata. Eso, y que una democracia debería premiar los votos, o por lo menos no castigarlos haciendo que empeore el resultado electoral.

Un tercer motivo en virtud del cual queda deslucido el sistema electoral alemán es su fracaso a la hora de promover una conexión mayor entre los representantes y sus representados. La razón es sencilla: los Diputados de distrito pueden ser parte de las listas electorales proporcionales. Es decir, que un Diputado de actitudes perrunas, como los españoles que conocemos, y sumiso a las directrices de la cúpula de su partido ya no tiene que preocuparse de renovar escaño. Sencillamente es incluido en la lista electoral y a tomar viento fresco la gente de su distrito, si se tercia y lo ordena el partido. Por otra parte, incluso si se impidiera a los Diputados de distrito presentarse en las listas electorales, el efecto pernicioso de éstas seguiría manifestándose, dado que no cabe duda de que habría Diputados que no vacilarían en traicionar las promesas hechas a los votantes si la cúpula del partido se lo exigiera con ánimo de compensar la pérdida de apoyo en su distrito figurando en las listas electorales proporcionales. Indudablemente, el fenómeno se atenuaría, pero persistiría sin duda alguna.

Bien, esos eran los defectos del sistema electoral alemán que regía hasta 2011. Ese año, y en cumplimiento de la orden que le dio al respecto el Tribunal Constitucional Federal alemán tiempo antes, el Gobierno de Merkel (en aquel tiempo apoyada por los liberales) hizo aprobar modificaciones en la legislación electoral alemana. Dichas modificaciones se hicieron fuera del plazo, pero antes de todos modos de las primeras elecciones posteriores al Bundestag, que serían las celebradas en 2013. Las razones por las que el Tribunal Constitucional Federal alemán ordenó los cambios se relacionaron, fundamentalmente, con los distritos sobrantes. Éstos planteaban tres problemas. Tres posibilidades que el Tribunal Constitucional Federal consideró incompatibles con la Constitución alemana. La primera era el fenómeno del peso negativo del voto, de por sí incompatible con el principio democrático, que proscribía un sistema electoral que perjudicaba a quienes, como ya se ha visto, obtenían "demasiados" votos. La segunda era que la adición de los escaños de distrito cuando éstos excedían en número a los proporcionales, como es fácil de entender, atentaba contra la proporcionalidad entre los partidos políticos (si cualquiera de los Länder aumentaba uno o varios Diputados su representación respecto de la que le correspondiera proporcionalmente, los partidos beneficiarios obtendrían más Diputados de los que les correspondían proporcionalmente y los partidos que no sumaran, aunque conservaran los obtenidos de manera ordinaria -que representarían un porcentaje menor sobre el total de Diputados de los respectivos Länder-). La tercera era que la proporcionalidad se mandaba a paseo no solo entre los partidos políticos, sino también entre los Länder (los que enviarán Diputados de más se beneficiarían en perjuicio del resto al aumentar el tamaño de su Diputación).

Ese último problema de la desproporción entre la representación de cada Länder lo planteaba también el reparto proporcional de escaños (recordad: primero entre los partidos, y posteriormente entre las listas electorales de cada partido en cada Länder). Aunque el objetivo de este sistema de reparto era que el número de Diputados proporcionalmente atribuidos de cada Länder fuera proporcional, valga la redundancia, al número de votos emitidos en él (opción respetable e incluso superior al criterio tradicional que atiende a la población que figura en el último censo en lugar de a los electores que participan en las elecciones), lo cierto es el que el sistema no garantizaba en absoluto ni siquiera el cumplimiento de este objetivo. El tamaño de la Diputación "proporcional" de cada Länder (estamos para este razonamiento excluyendo a los Diputados elegidos en solitario por distritos), dependía no de la votación global en cada Länder, sino de la votación de cada partido dentro del Länder. Para explicarlo de modo sencillo: si en Alemania hubiera dos elecciones seguidas en las que el censo y la participación no se modificaran, y tanto a nivel nacional como de los Länder el número de votos emitidos fuera el mismo, el número de Diputados correspondiente a cada Länder podría alterarse si se alterase la correlación de votos entre cada partido político (por mucho que en realidad el peso de éste en la elección fuera el mismo en ambas elecciones). Esto es quizá lo que al Tribunal Constitucional Federal alemán le pareció peor de todo y de remedio más urgente. Lo que es lógico, dado que Alemania es una Unión Federal, y se entiende que la desproporción en el peso político de los Länder es mucho más grave que la desproporción en el peso político de meros partidos políticos.

Así pues, en 2011 se llevó a cabo la reforma ordenada desde el Tribunal Constitucional Federal. Veamos ahora en qué han cambiado las cosas. A la vista de lo anteriormente expuesto, podría considerarse que la razón principal de los defectos que planteaba el sistema electoral alemán antiguo se derivaban, principalmente, de su excesiva complejidad. Y por ende, no parece demasiado aventurado creer que la forma de corregirlos sin cambiar demasiado radicalmente de sistema electoral pasaría por articular un sistema más sencillo, como, por ejemplo, podría serlo uno basado en la suma, y no superposición, de escaños proporcionales y escaños mayoritarios. Esa sería una solución, aunque implicara modificar la Constitución, y se habría podido incluso realizar con facilidad, pues no parece que tras hacer compartido con ellos ocho de sus doce años al frente del Gobierno, Ángela Merkel tenga problemas para entenderse con los socialdemócratas, el otro gran partido de Alemania. ¡Pero no! Por lo que optaron fue por convertir lo que de por sí era algo complicado en un galimatías incomprensible, que he tenido que volver a estudiar con solo relativo éxito antes de poder explicar la manera en que funciona mediante palabras algo comprensibles. Vayamos a ello.

En líneas generales, el sistema es semejante al anterior, pero reformado de un modo que lo complica mucho. Las bases del reparto proporcional son las mismas: en principio, los 598 escaños de base que como mínimo han de componer el Bundestag. En primera instancia, dichos 598 escaños son repartidos, pero no entre los partidos políticos, sino entre los Länder. Y no se repartirían en función del número de votantes, sino en función de los datos de población del censo más reciente, siguiendo el modelo de los EEUU que además se aplicaba y se sigue aplicando a los 299 distritos uninominales. Una vez establecida la cifra de reparto de escaños a los Länder, se procede al reparto de escaños entre las listas de cada partido político sobre la misma base que antes de la reforma. Es decir, que a los 598 escaños mínimos del Bundestag se les resta, en su caso, los conseguidos en los distritos uninominales por independientes o por partidos que no puedan participar en el reparto proporcional -que siguen siendo exactamente los mismos que antes de la reforma -los que sacan menos del 5% del voto proporcional, menos de 3 distritos, dejando de lado el régimen especial de los partidos representativos de minorías nacionales, cuyo régimen también sigue inalterado-). Y, posteriormente, la cifra resultante, sea 598 o sea otra algo inferior, son los escaños que se reparten entre cada lista de partido político de cada uno de los Länder empleando el método Sainte-Laguë (que sustituye al anteriormente empleado de Hare/Niemeyer).

Si como resultado de esta operación las listas de cualquier de los Länder obtienen más Diputados de los que les fueron atribuidos en el primer reparto entre ellos de todos los 598 Diputados, se va aumentando de uno en uno la cifra empleada para la atribución de escaños a las listas de los partidos de Länder -sea 598 u otra menor-, y así hasta que las listas sumadas obtengan tantos Diputados como se otorgaron a los Länder en el primer reparto (y si los Diputados atribuidos son menos que los que corresponden, la cifra empleada como base para la atribución va disminuyendo para conseguir el mismo objetivo: ajustarla a la cifra de escaños atribuida a los Länder según su población). A las listas de partido en los Länder se descontarán los escaños obtenidos por cada partido en los distritos.

Y en esto llegamos al paso que cabría considerar decisivo: la cifra de escaños atribuida a cada lista de partido tras descontarle los escaños proporcionales se incrementará hasta que todos los partidos reciban (sumando los escaños de distrito) la cifra resultante del reparto anterior entre las listas electorales de cada Länder y, sumada a ésta, la cifra de escaños que proporcionalmente correspondería al partido contando SOLO los votos que obtuviera en los distritos en los que sus candidatos hubieran perdido el escaño. La diferencia entre éstos votos y los primariamente atribuidos serían los escaños compensatorios que, sumados a los primariamente atribuidos, nos darían el número de escaños definitivos que obtendría cada partido en cada uno de los Länder, que ahora volverían a ser repartidos de acuerdo a las reglas antes vistas (ocupando todos los Diputados de distrito un escaño, y confiriéndose solo los hipotéticos escaños sobrante de cada partido a los candidatos de sus listas electorales de acuerdo a la posición que ocuparan dentro de ésta). Si algún partido recibiera en cualquiera de los Länder más Diputados que candidatos contuviera la lista, los sitios de más permanecerían vacantes.

Este es, grosso modo, el sistema electoral hoy vigente en Alemania. Un galimatías tal que me genera incluso la duda de haberme quedado correctamente con la copla (de manera que animo a cualquiera que lea esto a investigar por su cuenta si puede). Éste es el sistema considerado a lo largo y ancho del mundo modélico, antes y después de su transformación de 2011. Y ahora toca entrar en valoraciones. Este extraño sistema electoral alemán: ¿Es una Arcadia feliz? ¿Es un engañabobos? ¿Cómo corresponde que lo califiquemos? A trasladar mi particular visión del asunto dedicaré esta segunda mitad del artículo.

Del sistema electoral alemán de RPP hay muchos partidarios en España que incluso lo proponen como el sistema supuestamente más deseable para nuestro país. Y es verdad que el sistema electoral español adolece de tales males como para que quepa interpretar que la RPP tal como la tienen montada en Alemania constituiría un avance para nuestro país. Con eso y todo, quizá quienes así ven el asunto deberían replanteárselo. Porque, tanto el sistema antiguo como el nuevo plantean una problemática común: la mala elección de medios para alcanzar sus fines. El antiguo sistema, queriendo favorecer una mayor conexión entre representantes y representados sin por ello perjudicar la proporcionalidad del resultado, no conseguía ni lo uno (el Diputado de distrito podía y puede ser elegido en listas proporcionales) ni lo otro (las victorias de un partido en un gran número de distritos y la imposibilidad de dejar vacantes los escaños llevaba a su sobrerrepresentación en el Bundestag, sobrerrepresentación que ha sido en varias legislaturas clave para la formación de Gobierno). Y encima, favoreciendo la debilidad electoral, a causa del efecto antidemocrático del peso negativo del voto; y facultando manipulaciones del sistema que, por más que en Alemania no hayan tenido lugar, en España se antojan sumamente probables, a tenor de lo que ha sido la cultura política postfranquista posterior a la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Creo sinceramente que no cuesta nada imaginar a los partidos políticos españoles haciendo trampas con la elección de Diputados de distrito para garantizar que sus hipotéticos aliados en caso de necesidad estuvieran presentes en el Congreso de los Diputados.

El nuevo sistema solo soluciona, y mal, el problema de la proporcionalidad. Digo que lo soluciona mal porque lo ha solucionado a un precio exorbitante: el empleo de un método absurdamente complicado que pareciera ideado por el doctor Frankenstein: estructurar un sistema de escaños compensatorios susceptible de incrementar desmesuradamente el tamaño del Bundestag. Así, en 2013 la cámara se vio ampliada de los 598 escaños de base a 631. Pero hasta eso se queda corto comparado con lo sucedido el pasado 24 de septiembre, cuando a causa de la irrupción de dos partidos más (los resurrectos liberales del FDP y la nueva fuerza ascendente de AfD) la cifra de escaños se ha disparado a 709, que no es descabellado que sean incluso más en alguna legislatura futura. Y todo ello para que, no obstante, siga vigente cierta desproporción votos/escaños, dado que AfD, que ganó (en términos del segundo voto que sirve de referencia para el reparto proporcional de escaños) las elecciones en Sajonia, obtuvo sin embargo solo 11 Diputados frente a los 14 que allí obtuvo la segunda fuerza, que fue la CDU de Merkel. Sin perdernos en esto y centrándonos en la cuestión del desmesurado aumento de tamaño del Bundestag (que en teoría podría alcanzar un máximo de 897 Diputados), ¿es en verdad tan problemático que las dimensiones de un Parlamento aumenten o disminuyan tan abruptamente de legislatura en legislatura como para rechazar automáticamente el sistema electoral que permite tal eventualidad? En si mismo, no diría que ese fenómeno sea automáticamente perverso. Desde luego, no lo será si lo justifica la consecución de algún objetivo político de enjundia para cuyo cumplimiento no existiera otro camino y se tomaran medidas a fin de prevenir las alteraciones demasiado abruptas en el funcionamiento normal de una cámara que tiene que celebrar votaciones y reunirse físicamente en un espacio limitado que admitirá un aforo máximo y que habrá que preparar, con los costos correspondientes, en función del número de sus integrantes (particular sobre el que puede leerse en https://mundo.sputniknews.com/europa/201709261072653097-alemania-parlamento-gastos-elecciones/).

En el caso alemán, sin embargo, es dudoso que las variaciones del tamaño del Bundestag respondan a exigencias que no pudieran ser satisfechas de una manera harto más sencilla. Es decir, que si lo que se quería era asegurar la proporcionalidad, habría tenido más sentido la abolición pura y simple de los Diputados de distrito, ya que la situación vendría a ser la misma, pero ahorrándose complicaciones. Y si finalmente se entendiera que igual el de la proporcionalidad es un ideal sobrevalorado, que es lo que creo, no tendría sentido retornar al chapucero sistema electoral previo a 2011, sino que, en todo caso, tendría más sentido establecer un sistema cuerdo de asignación de escaños en virtud del cual se eligieran Diputados de distrito que fueran más cercanos a las preocupaciones populares y tendentes a garantizar una mayoría parlamentaria y otros en una circunscripción electoral nacional. Sistema que además solo tendría sentido si existiera un número idéntico de Diputados mayoritarios y proporcionales, dado que si ambos criterios de selección de parlamentarios están presentes en el sistema electoral, cualquier diferencia entre las proporciones de unos u otros conllevará necesariamente una arbitrariedad injustificada que solo puede evitarse dando a ambos grupos de Diputados el mismo peso. Todo sea dicho, incluso si no se procede de ese modo, se antoja notablemente más razonable establecer una proporción fija de Diputados de distrito, y no una constantemente variable.

Precisamente esa arbitrariedad es uno de los rasgos merecedores de mayor desaprobación que plantea el actual sistema. Y es que, quiérase que no, tanto en su versión anterior como, de modo todavía más agresivo en su versión posterior a 2011, el sistema electoral alemán de RPP es un sistema basado en la existencia de una minoría de 299 Diputados elegidos por distritos dentro de un Bundestag de tamaño variable que en esta legislatura tendrá 709 miembros frente a los 631 y 622 de las dos legislaturas precedentes (lo que significa que existen 410 Diputados que no han sido elegidos por los distritos, a diferencia de los 332 y de los 323 no elegidos por distritos tras las elecciones de 2013 y 2009, respectivamente). Esto puede ser mejor o peor, pero en verdad se trata de una arbitrariedad carente del menor sentido. Pues no lo tiene establecer una cantidad de Diputados de distrito claramente concebidos para ser la mitad pero que en 2009 representaron el 48'07% de todos los Diputados del Bundestag, en 2013 el 47'39% y en 2017 el 43'3%. A esto se lo llama chapucería e improvisación electorales.

Finalmente, es preciso señalar último de todos el que para mi es el mayor defecto del sistema electoral alemán: su carácter draconiano, que lo hace insensible a la existencia de fracciones que en buena lógica merecerían aspirar a obtener alguna representación parlamentaria, por poca que fuera, y que solo exceptúa la regla para favorecer a grupos caracterizados precisamente por no identificarse con Alemania (actitud verdaderamente suicida que, aplicada a España, sería la ruina total de nuestro país, que ya bastante ha favorecido en estos últimos cuarenta años las tendencias centrífugas). Indudablemente, ambos son defectos que se pueden entender teniendo presente que Alemania no fue libre para establecer su nuevo orden institucional de posguerra, que la vigilancia por los Aliados de los pasos dados por la Alemania Occidental fue muy estrecha, y que aquel proceso ya de por sí mediatizado hasta el extremo desde fuera estuvo además marcado a fuego por el recuerdo del caos electoral de la República de Weimar (que tanto dificultó la formación de Gobiernos estables que gozaran de apoyos parlamentarios estables, y tanto contribuyó al nacimiento del Reich hitleriano).

Se consideró que la República de Weimar era el contramodelo a evitar, al menos en términos electorales (aunque también institucionales, como demuestra el robustecimiento de los poderes del Canciller en relación a los del Presidente -que quedó relegado a la condición de figura meramente decorativa-), y por lo tanto se quiso impedir a toda costa la "excesiva" proliferación de partidos minoritarios, y para ello se estableció la barrera del 5% del voto nacional para acceder al Bundestag. Sin renunciar al proporcionalismo, que tras la implementación de los mecanismos del llamado "parlamentarismo racionalizado" se convirtió en una excusa perfecta para establecer un sistema basado en listas electorales que permitiera ejercer un elevado grado de control sobre los Diputados, reduciéndolos al orden y facilitando la estabilidad de lo que claramente desde el principio se convirtió en una partitocracia al estilo de las que se fueron formando en el resto de Europa Occidental. Siendo también una forma de forzar los Gobiernos de coalición, lo que tampoco es inocente, dado que favorecer ese tipo de Gobiernos era también una forma de hacer ver que Alemania había superado la época nazi de partido único que monopoliza completamente el poder (necesidad que la incorporación de Alemania Oriental ha reforzado, dado el pasado comunista de los nuevos Länder). En cuanto a la excepción favorable a las minorías nacionales según la cual a éstas se las exceptúa de la regla del 5%, obviamente era una forma de demostrar que Alemania había aprendido la lección, y que pasaba del ultranacionalismo nazi a convertirse en el mejor amigo de las minorías. Mentalidad que no fue ajena a semejante decisión, igual que no fue ajena a la decisión de Merkel de admitir en tropel a refugiados sirios y de otros muchos sitios.

Así y todo, incluso en esto cabe dudar de que los artífices de la conformación del sistema electoral alemán eligieran bien los métodos. Es dudoso que fuera precisa una barrera tan elevada como la actual del 5% para conseguir los efectos deseados. Seguramente barreras sensiblemente menores también habrían servido para impedir la proliferación excesiva de pequeños partidos. Sin embargo, es que al final lo que resulta dudosa es esa misma obsesión por impedir a toda costa la aparición de pequeños partidos, gran problema al que se suelen enfrentar todos los sistemas basados en la aplicación de fórmulas de reparto proporcional de escaños a circunscripciones amplias. Claro, si la totalidad de los integrantes de un Parlamento se eligen de ese modo, la preocupación es comprensible. Pero no puede ser que se le pongan un trono a la premisa y un cadalso a la consecuencia. No puede ser que se exalte la "superior justicia" de la proporcionalidad y que, acto seguido, se abomine de sus legítimas consecuencias y se reduzca la proporcionalidad, como en el caso alemán, a una proporcionalidad entre los cuatro o seis más grandes, excluyendo de la legislatura al resto. ¿Que se quiere proporcionalidad? Pues entonces que se aplique correctamente, excluyendo no ya la draconiana barrera alemana, sino también cualquier otra barrera, por pequeña que sea. ¿Que, como consecuencia de esto, se considera que se pone en peligro la gobernabilidad del país? Pues que se añadan a los Diputados elegidos de manera proporcional un número y proporción fijos de Diputados de distrito (preferentemente la mitad), y que éstos se elijan separadamente y se sumen a los otros, sin incurrir en apaños extraños como el teutón.

Si esto se hubiera hecho en Alemania, seguramente la elección separada de Diputados de distrito habría permitido a los grandes partidos compensar de sobra los efectos de la reducción/supresión de la barrera. En el escenario aquí planteado las posibilidades de mayorías de Gobierno estables aumentarían, e incluso seguramente resultasen más fáciles de conseguir las mayorías absolutas. Eso incluso en el caso de que, como yo creo que sería más correcto, los Diputados de distrito se eligieran a través de alguna versión más o menos modificada del llamado voto alternativo (sistema de "segunda vuelta instantánea" que permite al elector ordenar a todos o a parte de los candidatos -yo preferiría que a todos- por preferencias, que se van sumando progresivamente hasta que algún candidato cumpla los requisitos que se impongan para alzarse con la victoria). Es verdad que la independencia de los Diputados sería mayor que bajo el sistema actual, circunstancia que a mi no me parece que tenga nada de malo, pero que algunos podrían creer que pondría en peligro la formación de Gobiernos estables.

Empero, el argumento a mi modo de ver carece de peso. Si se mantuviera el sistema de elección parlamentaria del Canciller (o, para el caso, del Presidente del Gobierno español), dicha independencia no sería absoluta y, por ende, no sería probable que pusiera en peligro la existencia de un Gobierno sólido y estable, dado que con motivo de la interrelación entre el Bundestag y el Canciller, los Diputados, incluso de distrito, seguramente tendrían muy presente que, a causa de la vinculación entre la elección parlamentaria y la del Canciller, es realmente a los candidatos a la Cancillería a quienes de hecho respaldan con su voto los ciudadanos; de manera que, a no ser que por cuestiones de política interna la imagen del Canciller quede debilitada, difícilmente se le van a rebelar. Y si alterasemos sustancialmente el sistema y la Jefatura de Gobierno fuera decidida directamente por los ciudadanos sin que tuviera que recibir la aprobación del Bundestag, la independencia de los Diputados (que sería harto mayor, al no depender de ellos la formación de Gobierno) podría dificultar la aprobación de toda la legislación que deseara el ejecutivo, pero no pondría en peligro la existencia del Gobierno mismo.

Bien, no cabe duda de que me he despachado a gusto contra el sistema electoral de Alemania. ¿Alguna virtud que quepa reseñar del mismo? Indudablemente, las principales virtudes del sistema electoral alemán están en algunas de sus intenciones, al margen de que luego se lleven desastrosamente mal a la práctica. Así pues, es un sistema que busca la consecución de dos objetivos loables. Uno primero que quizá sea más inasequible, como lo es encontrar la forma de compaginar cualquier clase de reparto proporcional de poder entre formaciones políticas con capacidad de influencia seria de los ciudadanos sobre los legisladores.así elegidos. Es dudoso que pueda impedirse que la elección proporcional desemboque en la conformación de estructuras de poder partitocráticas, pero es un objetivo que, si fuera posible instrumentalizarlo, sería encomiable. En segundo lugar, también me parece correcto aspirar a determinar el poder de los territorios no en base a la población en constante cambio, sino en base a un dato objetivo, traslúcido y no manipulable como lo es la participación electoral. Esa es una idea particularmente buena que considero que es susceptible de ser imitada en todas partes, y que favorece una alta participación electoral que evite se ciernan riesgos de deslegitimación de las instituciones democráticas; si bien en un sistema de RPP como el alemán es difícil de llevar a la práctica, y en un sistema basado en la elección separada de Diputados de distrito sería complicado (los distritos tienen que estar ya establecidos con anticipación a las elecciones). Así y todo, las dos intenciones antedichas son los rasgos que valoro más positivamente del sistema, pero de intenciones no se vive, e insisto en que, si bien creo que todo sistema electoral debería procurar alcanzar los mismos dos objetivos que persigue el alemán (especialmente el segundo), nunca la forma concreta en que Alemania busca la consecución de dichos objetivos podría servirle de modelo.

¿Arcadia feliz? ¿Engañabobos? Pues el sistema electoral alemán de RPP esencialmente es un engañabobos, aunque con algunas escasas virtudes que permiten afirmar que no es el peor sistema electoral entre los que cabe instrumentar, al menos por sus efectos (menos nocivos para Alemania de lo que puedan serlo para España los defectos de su sistema electoral suicida y proseparatista). Pero que no le salvan de ser catalogado como el más chapucero y peor articulado entre todos los sistemas electorales existentes en el ámbito de las democracias avanzadas de Occidente. He dicho. IHS

lunes, 24 de abril de 2017

FRANCIA: PRESIDENCIALES, LEGISLATIVAS Y COHABITACIONES

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

No ha terminado todavía el recuento de los votos en Francia, pero el pescado ya parece estar todo vendido. Habrá una segunda vuelta entre Macron y Le Pen. Ese era el escenario que llevaban semanas anunciando los sondeos de opinión, y el que al final enfrentarán nuestros vecinos del norte el próximo 7 de mayo. Macron, con casi toda probabilidad, barrerá a Le Pen en segunda vuelta, de tal suerte que el petimetre del sistema devendría nada más y nada menos que en Presidente de la República. El octavo desde la creación por Charles De Gaulle del actual régimen político francés en 1958.

Le Pen puede estar satisfecha con sus resultados. Mas, a la espera de lo que suceda en la segunda vuelta, tiene más motivos para la moderación que para la euforia o el triunfalismo. Ha obtenido la mayor votación popular en términos absolutos cosechada por el Frente Nacional en toda su historia. Y el mejor resultado de su formación en unas presidenciales. Pero es Macron quien ha ganado la primera vuelta de las elecciones. De manera además clara, ya que Le Pen ha estado más cerca de que Fillon o Mélenchon la relegasen a la tercera o cuarta posición y la apeasen fuera de la segunda vuelta que de ganarle la primera vuelta a Macron. Así las cosas, y a no ser que el Frente Nacional consiga alzarse con la victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas del mes de junio, no tendrá razones para proclamarse el "primer partido de Francia", como ha venido haciendo en los últimos años. No ha fracasado como si lo hizo Wilders en Holanda, pero tampoco ha cosechado todo el éxito que habría podido esperar obtener en estos comicios.

Por otra parte, tenemos que el Frente Nacional, a lo largo de los últimos años, ha sobrepasado varias veces en porcentaje los sufragios obtenidos en esta primera vuelta presidencial. Obtuvo el 27% pasado de los votos en las últimas regionales. Es verdad que cada elección es diferente y que no se pueden extraer conclusiones precipitadas de este dato, pero tampoco se debe obviar. Podría indicar cierto estancamiento del partido. Y genera la duda legítima acerca de qué marca es más popular: si la de Marine Le Pen o la del Frente Nacional. Con todo, esto no debería poner en peligro al medio plazo el papel protagonista de la hija de Jean-Marie Le Pen, pues es incuestionable que ha sido bajo su liderazgo que el partido ha llegado hasta donde ha llegado. Es decir, mucho más lejos de lo que jamás soñara su padre.

François Fillon, que al comienzo del año era Presidente in pectore, es ahora un presunto cadaver político. El partido gaullista, Los Republicanos, que esperaba hacerse con todo el poder, ha perdido una oportunidad de oro que nadie sabe, en los tumultuosos tiempos que parecen estar por venir, si se volverá a presentar. Por vez primera no habrá un candidato gaullista en la segunda vuelta de unas presidenciales. No mejor le ha ido al Partido Socialista Francés, cuyo candidato Hamon ha obtenido un ridículo 6% del voto. El verso libre Macron, ex Ministro de Economía de Hollande, se convertirá en Presidente de la República, y si los socialistas quieren continuar siendo una alternativa de poder, pueden verse obligados a tragarse la ira que puedan sentir contra su antiguo correligionario para aliarse políticamente con él. Ahora bien, dado que Macron ha jugado con su condición de verso libre para ascender políticamente en este año de infarto, está por ver que considere rentable hacer las paces con sus antiguos compañeros de viaje. El aún Presidente Hollande y el Primer Ministro Cazeneuve le han dado su apoyo para la segunda vuelta, pero puede ser que tras las presidenciales los socialistas opten por hacerle la puñeta.

Razones para ello podrían tener. Son quizá los socialistas el partido que enfrenta el mayor dilema de todos. Le ha sucedido lo peor que puede sucederle a un partido, que no es caer derrotado, sino quedar en ridículo. Peor aún, no hace aguas por un flanco, sino por todos. Deberán debatir seriamente su futuro y clarificar qué es lo que quieren ser. Pero, tanto si actúan y adoptan una posición como si no, corren el riesgo de quedar desdibujados como partido y de quedar imposibilitados para competir electoralmente por el poder que hasta ahora se disputaban en exclusiva con los gaullistas. Peor aún, corren riesgo de absorción a manos de terceras formaciones políticas. Tanto por el lado del flamante Presidente Macron (que podria arrastrar en pleno al socialismo más descafeinado y partidario de la mundialización y de la globalización de la economía) como por el lado de las más rancias esencias marxistas y populacheras que representaban quienes apoyaron a Hamon frente a Valls en las primarias.

Argumento de peso en el debate que los socialistas mantendrán, si son sensatos, para determinar sus posiciones de cara al futuro es el enorme ascenso experimentado por el neocomunismo francés, cuyo candidato, Jean-Luc Mélenchon, ha obtenido un imperial 19'5% de los votos, quedando en un respetabilísimo cuarto lugar (su porcentaje de votos le habría permitido acceder a la segunda vuelta en 2002 y quedar tercero en la mayoría de las demás presidenciales francesas celebradas desde 1965 en adelante), y a muy poca distancia de Fillon. Ha sido el candidato que más ha mejorado sus resultados de lejos de entre los que contendieron por la Presidencia ya en 2012. Tal ha sido su crecimiento, que probablemente su irresistible ascenso haya sido una de las razones por las que el resultado final de la también antisistema Marine Le Pen (cuyo partido lleva décadas arrebatando sistemáticamente votos al entorno comunista que ahora se ha visto revitalizado gracias a Mélenchon) ha sido algo más corto de lo esperado.

Empero, la excelente performance de Mélenchon es también una de las razones por las que Marine Le Pen, pese a no haber obtenido el resultado de sus sueños, puede estar bastante satisfecha. Ha pasado a segunda vuelta y ha obtenido el mejor resultado de la historia del Frente Nacional en las elecciones presidenciales pese a la irrupción extremadamente fuerte de un competidor que comparte con ella el importantísimo caladero electoral del voto obrero más perjudicado por la mundialización agresiva. Peor aún, en realidad ha tenido que hacer frente al surgimiento de... ¡dos competidores! Pues por el flanco más conservador ha tenido que hacer frente a la fuerte competencia de la muy estimable candidatura de Nicolas Dupont-Aignan, gaullista desacomplejado y "soberanista" que ha superado las expectativas y rebañado casi el 5% de los votos. Y, sin duda alguna, el hecho mismo de que Fillon haya aguantado el tipo y alcanzado el 20% de los sufragios es señal de que algunos electores indecisos entre el gaullista y la identitaria se hayan inclinado en última instancia hacia el primero.

Volviendo a Mélenchon, soy de la idea de que aunque éste no haya logrado cumplir su sueño de pasar a la segunda vuelta en compañía de Le Pen (permitiendo a la V República y a la UE respirar aliviadas, al menos por el momento), su incuestionable éxito puede hacer saltar en mil pedazos al Partido Socialista, animando a los que opinan que es con el Frente de Izquierda con quien debe aliarse un socialismo que debe retornar a sus orígenes más nítidamente obreristas, y llevándolos a la ruptura con quienes preconicen el entendimiento con el más que probable Presidente Macron. Que no hemos de olvidar que es considerado un traidor y un arribista ideológicamente vendido al mejor postor por gran parte de las bases socialistas, que prefirieron en primarias a Hamon antes que al catalán y hasta hace nada Primer Ministro Manuel Valls en la medida en que consideraban que Hamon se diferenciaba más claramente de Macron que su competidor (el cual, en un alarde de fidelidad hacia los procesos democráticos celebrados por su propio partido, acabó apoyando al que será próximo Presidente con la fácil excusa del miedo a la "ultraderecha", aunque según parece más bien movido por una mezcla entre revanchismo y oportunista deseo de llevarse bien con quien ya entonces se perfilaba vencedor de la contienda).

La V República enfrenta la que sin duda es su mayor crisis hasta el momento. Macron deberá ahora demostrar de qué pasta está hecho, y si es capaz de controlar los acontecimientos en lugar de dejarse controlar por ellos. Si no consigue imponer su autoridad sobre el Gobierno desde el principio, probablemente no consiga imponerla nunca y, pese a la incuestionable importancia de su cargo, sea incapaz de dictar los términos de la vida política de Francia. Su primer desafío es inmediato, porque en junio Francia celebrará la tercera vuelta de las elecciones presidenciales, que más que nunca es lo que serán las elecciones legislativas que en ese mes renovarán la composición de la Asamblea Nacional. En este momento es imposible saber qué sucederá cuando se celebren las legislativas. Partiendo de la base de que Macron es un vencedor accidental de las elecciones que debe casi exclusivamente su victoria a los escándalos de nepotismo que han salpicado a Fillon y ensombrecido su campaña (mucho más que a su propia capacidad para seducir a los votantes), y que carece de un verdadero partido detrás de él, parece imposible que consiga ensamblarlo a tiempo de obtener una mayoría parlamentaria afín que le permita designar a un Primer Ministro enteramente de su cuerda que se le someta en todo (que es lo que habitualmente desean los Presidentes de la República Francesa para ellos mismos).

Ahora bien, de su más o menos hábil proceder dependerá forjar alianzas que le permitan tener un Primer Ministro con quien, pese a su autonomía, poder colaborar de una manera más o menos fructífera y con quien, en definitiva, poder cogobernar Francia. La única alternativa a la descrita sería la de tener que lidiar con una cohabitación en virtud de la cual un Primer Ministro hostil lo desplace casi completamente del ejercicio práctico del poder y se convierta, a despecho del flamante Presidente de la República, en el verdadero gobernante de Francia (que, a despecho de las protestas presidenciales, es lo que ha sucedido siempre en casos de cohabitación, pese a los importantes poderes del Jefe de Estado). Esa para Macron sería una situación de pesadilla que lo condenaría a ver cómo su quinquenio transcurre sin más horizonte que el de las periódicas comparecencias televisivas con motivo de las cuales el Presidente transmita en nombre del país sus condolencias a las nuevas víctimas que desgraciadamente es previsible que seguirá produciendo de tanto en tanto el Estado Islámico y demás individuos u organizaciones inspirados por la criminal doctrina de la religión de Mahoma. Así pues, el juego de Macron se antoja complicado, porque, al no poder comer, tampoco puede dejar comer. Su situación es como la del famoso perro del hortelano. Al no poder forjar una mayoría propia, necesita que tampoco otros actores políticos puedan forjarla.

El hecho mismo de estrenar Presidencia es un factor que puede ayudarle a maniobrar para no verse completamente apartado del poder. A diferencia de los anteriores Presidentes, que hicieron frente a cohabitaciones tras haber ejercido durante varios años el poder y haber sido tácitamente víctimas del rechazo popular manifestado en el apoyo a sus principales rivales con motivo de las legislativas, Macron no podrá haber tenido tiempo de suscitar tal rechazo. Y quizá el electorado vería con malos ojos que se lo convirtiera en un pato cojo de buenas a primeras, marginándolo de la toma de decisiones importantes sin ni siquiera darle la oportunidad de mostrar lo que es capaz de hacer. Cosa que podría animar tanto a socialistas moderados como a gaullistas a darle una oportunidad y brindarle cierto apoyo parlamentario, máxime a tenor de su capacidad para disolver la Asamblea Nacional anticipadamente (cosa que seguramente haga a lo largo de su quinquenio a poco que se publicaran sondeos que apuntaran a la posibilidad de que ampliara su base parlamentaria y se socavara la de sus rivales).

Como ya se ha dicho, este escenario sería tanto más posible en el caso de que las legislativas no arrojaran una clara mayoría para ningún partido. Escenario que la victoria de Macron y el ascenso tanto del Frente Nacional de Le Pen como del Frente de Izquierdas de Mélenchon facilita sobremanera (hasta el punto de que no sería del todo descabellado que al final el propio Presidente Macron intentara favorecer de una manera o de otra la obtención de buenos resultados por parte del Frente Nacional y del Frente de Izquierdas en las legislativas que impidan una mayoría gaullista alternativa). Empero, una coalición del sistema amparada en la necesidad de apoyar a Macron contra los "extremismos" resultaría tendencialmente inestable, dado que implicaría un entendimiento entre unos socialistas y gaullistas que, en tradición más semeja a la española que a la alemana, jamás han gobernado juntos en una gran coalición. Dicha gran coalición que podría generar divisiones en ambos campos, ya que igual que hay socialistas que prefieren a Mélenchon hay gaullistas que prefieren a Le Pen. Sin contar con que facilitaría tanto a Le Pen como a Mélenchon articular un discurso de oposición.

Por otra parte, Fillon ha sido derrotado y su liderazgo político parece amortizado. Pero Los Republicanos no tienen por qué compartir la suerte de su líder. Si por un casual consiguen la mayoría absoluta en las elecciones legislativas (regidas por un sistema mayoritario que hace perfectamente posible contemplar esa eventualidad a causa de las grandes diferencias en escaños que pueden producir pequeñas diferencias en votos sobre lo previsto), estarían en disposición de ejercer una enorme influencia sobre los acontecimientos. Podrían colaborar con Macron, pero en calidad de socio fuerte que al final es el que se sale con la suya e impone los términos. O podrían directamente negarle el pan y la sal y disponerse a obligarle a nombrar un Primer Ministro afín que se convirtiera en verdadero gobernante de una en extremo inestable V República. Argumentos para hacerlo existirían: recordemos que Macron pasa por ser un Presidente accidental que se ha conseguido abrir camino gracias a la debacle de Fillon, y que es fácil para quien crea eso considerar que no ha recibido un verdadero mandato para gobernar Francia a lo largo del próximo quinquenio.

De hecho, si por un casual Fillon saliese airoso de sus problemas con la Justicia, bien podría promocionarse como el Presidente más que probable al que solo la perfidia y la traición de que Macron habría sido beneficiario impidieron aposentarse en el Eliseo, y podría resarcirse gobernando Francia desde Matignon en calidad de Primer Ministro completamente independiente del Presidente de la República (a diferencia de lo sucedido cuando ocupó el cargo en calidad de primer espada de Sarkozy). No descartaría que el propio Sarkozy (cuyos "abandonos" de la política no me aventuraría jamás a dar por definitivos) pudiera entrometerse y considerar la alternativa de convertirse en Primer Ministro, especialmente si la alternativa es morirse de aburrimiento sin más alternativa que la de pasar los días en compañia de Carla Bruni. Y lo mismo Alain Juppé (aunque de Juppé cabría esperar más protagonismo en caso de que Los Republicanos optasen por colaborar con Macron). O podría cederse el paso a una nueva figura (¿Copé? ¿Baroin? ¿Bertrand? ¿Rachida Dati?), aunque existiendo el riesgo de quemarla apresuradamente al exaltarla directamente al que, en este escenario, sería el cargo provisto del máximo poder político de la República, y por ende, el más impopular. Al menos en potencia.

En cuanto a Le Pen, el mero hecho de pasar a la segunda vuelta abre ante ella la oportunidad de compensar el desempeño solo moderadamente bueno que ha tenido en la primera vuelta con una actuación deslumbrante en la segunda. ¿Qué cabría considerar deslumbrante de cara a una segunda vuelta en la que la derrota está casi completamente garantizada de antemano? Es difícil asegurarlo. Yo, más que aferrarme a un porcentaje concreto del voto, diría que podría considerarse una actuación deslumbrante todo lo que implique obtener un resultado sensiblemente mejor que el esperado (todo ello en un contexto de participación de los electores en los comicios que permita atribuir dicho resultado a los méritos de la candidata y no al desencanto de los electores con Macron). Un 35% puede ser un gran desempeño si llegado el 7 de mayo los sondeos otorgan a Le Pen el 30%; pero un 40% podría saber a poco si el día de la verdad los sondeos la muestran frisando el 45%.

Sea como fuere, si Le Pen se desempeña particularmente bien en la segunda vuelta, todo lo dicho en este artículo acerca de su actuación (que, a mi modo de ver, ha sido solo moderadamente buena) quedaría en juicio de valor meramente anecdótico y carente de toda trascendencia. Tiene la oportunidad de convertir su aprobado alto o notable bajo en un incuestionable sobresaliente. Si consigue obrar tal proeza, su partido encararía las elecciones legislativas con unas perspectivas sensiblemente mejores, y con la esperanza de consagrarse, por número de votos en la primera vuelta de las legislativas, como el indiscutible "primer partido de Francia"; e incluso de conseguir algo más práctico, como lo sería conquistar una posición de alguna importancia en la Asamblea Nacional (posibilidad que existe, especialmente en la medida en que sus votos y escaños impidieran a cualquier otra formación hacerse con la mayoría en la cámara).

El camino de Mélenchon es algo más complicado. Su posición le permite plantearse tanto ejercer un papel destructivo como uno constructivo. Y puede hacer semejante cosa porque tiene la capacidad de hacer algo que Le Pen no puede hacer en absoluto: pactar con otros actores de la escena política. Le Pen solo puede ser destructiva, mientras que las posibilidades de Mélenchon son notablemente más amplias. Para ejercer un papel destructivo no tiene que hacer absolutamente nada, salvo seguir ahí en la brecha y prepararse para, junto con el Frente Nacional, concentrar los suficientes votos y escaños como para intentar impedir que los demás contendientes se hagan con una mayoría en la Asamblea Nacional. Desempeñar un papel constructivo exigiría más esfuerzo e inventiva, dado que tendría que intentar ensamblar una coalición jacobina con los socialistas, ecologistas y demás partidos radicales tradicionalmente aliados del Partido Socialista.

Sin embargo, es dudoso que ni siquiera los socialistas más proclives al entendimiento con Mélenchon estuvieran por la labor de aceptar que éste liderara la citada coalición, dado que el peso histórico de las siglas del Partido Socialista Francés es demasiado grande. Todo ello pese a que, después de su extraordinario resultado presidencial, Mélenchon tiene, por pura lógica electoral, todo el derecho a aspirar a liderar una coalición semejante. Si por un casual lo consiguiera, podrían tomar cuerpo posibilidades imagino que insospechadas para el candidato jacobino. Tengamos en cuenta que, si el socialista Hamon, y los marxistas Poutou y Arthaud se hubieran retirado de la campaña cuando aun estaban a tiempo y hubieran pedido el voto para Mélenchon, éste es casi seguro que habría pasado hoy a segunda vuelta ganando claramente la primera. Cierto que para, probablemente, perder la segunda vuelta frente a Macron. Pero, si la que hubiera pasado junto a él hubiera sido Le Pen, muy probablemente estaríamos a las puertas de su elección el próximo 7 de mayo como Presidente de la República.

Eso significa que, de cara a las legislativas, una coalición de signo inequívocamente jacobino podría aspirar a plantarle cara a todos los demás contendientes, e incluso a obtener la victoria electoral (siempre bajo la suposición de que Macron y los socialistas moderados, de un lado, y Los Republicanos, del otro, concurrieran a los comicios por separado). En la segunda vuelta de las legislativas, lo más probable es que las fuerzas comprometidas con el sistema hicieran piña contra Mélenchon. Pero, ¿y el Frente Nacional? Retirarse para cerrarle el paso a Mélenchon no casaría demasiado bien con su mensaje de que la política en Francia se reduce al Frente Nacional contra todos los demás; y le dificultaría avanzar en su proyecto de acaparar el voto obrero francés. Su ala nacional-bolchevique a buen seguro que preferiría pactar con Mélenchon antes que con el Presidente Macron. Por otra parte, la existencia de un ala nacional-bolchevique en el Frente Nacional que Marine Le Pen ha favorecido no debería llevarla a olvidar que si a lo largo de los últimos años el Frente Nacional ha crecido como lo ha hecho es, en parte, por haber sabido mantener un equilibrio entre sus diversas alas.

El Frente Nacional de su padre, Jean-Marie Le Pen, que ya en 2002 alcanzó la segunda vuelta de las presidenciales frente a Jacques Chirac era sensiblemente menos estatista en lo económico y sensiblemente más conservador en lo social, gozando de amplio apoyo en los sectores más tradicionalistas del catolicismo francés. Esos apoyos no se han perdido. En el Frente Nacional hay liberales y bolcheviques, católicos y ateos, conservadores "carrozas" y simpatizantes de la ideología de género. Es una formación para nada monolítica, en la que se dan unos equilibrios sumamente complejos que quizá constituyan la mayor amenaza a la pervivencia del partido en el futuro. Coexisten sectores que seguramente serían más partidarios de pactar con Los Republicanos, otros que preferirían a Mélenchon, y otros que cabe creer que no se aliarían ni implícita ni explícitamente con nadie en absoluto. Y la única forma de contentar a todos es seguir como hasta ahora e ir completamente por libre. Cosa que permite sobrevivir y hasta crecer y prosperar al Frente Nacional, pero que a la vez es la clave que explica por qué es tan extremadamente difícil que conquiste el poder.

A Mélenchon, sea como fuere, podría bastarle con que el Frente Nacional no tome partido. Si ese fuera el caso, y dado el peculiar sistema electoral francés basado en unas estúpidas elecciones triangulares (que permiten tomar parte en la segunda vuelta a todos los candidatos que obtengan un apoyo superior al 12'5% del censo electoral, celebrándose una segunda ronda que no garantiza que el ganador obtenga mayoría absoluta), podríamos encontrarnos con que la coalición jacobina de Mélenchon pegara con fuerza en las elecciones. De hecho, podría incluso ganarlas. Quizá por mayoría. Todo dependería de la capacidad de Mélenchon para mantener vivo el entusiasmo de quienes ahora han apostado por el aspirante neocomunista. En definitiva, que lo que planteo es que, si Mélenchon jugara correctamente sus cartas de aquí a las legislativas, podría perfectamente aspirar a convertirse nada más y nada menos que en el Primer Ministro y gobernante efectivo de Francia. Algo a lo que Marine Le Pen en estos momentos no aspira ni en sueños.

¿Se imaginan ustedes al "Chávez francés" convertido en Jefe de Gobierno de la República Francesa? Puede parecerles una locura, pero a mi me parece harto más factible que una victoria de Marine Le Pen el próximo 7 de mayo en la segunda vuelta de las presidenciales. De una cosa si estoy muy seguro: Macron se arrepentiría más temprano que tarde de haber sido elegido Presidente; y Matignon (sede del Primer Ministro) se conduciría respecto al Eliseo (sede de la Presidencia) de modo amenazadoramente parecido a como la Comuna de Danton y Robespierre se conducía respecto a la Convención Nacional. En cristiano: que Mélenchon haría lo que le diera la real gana. No creo que se anduviera preguntando "¿Qué haría De Gaulle en mi lugar?"; ni que le preocupase para nada que su forma de gobernar pudiese estar poco a tono con el espíritu de la V República.

En realidad, ya en una de mis últimas entregas especulé con la posibilidad de que Francia quedara abocada tras las presidenciales a una "IV Cohabitación" entre un Presidente de la República y un Primer Ministro de diferente signo político (ver en http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2017/02/francia-hacia-una-cuarta-cohabitacion.html). Entonces no vi venir la marea roja de Mélenchon, y especulaba con que si se sumaba un cuarto contendiente a la carrera presidencial ese fuera Hamon. Y no imaginaba más posible cohabitación que la de Macron con una mayoría parlamentaria y un Primer Ministro gaullista. Si entonces las perspectivas de futuro de Francia me parecían interesantes, ahora no quepo en mi de la expectación ante lo endiabladamente intrincado del escenario político que se abre ante como abismo de Moria ante los galos.

¿En peligro la V República? ¡En peligro absolutamente todo! El escenario político francés encierra peligros para la UE, la OTAN y el equilibrio global potencialmente mayores que los que encierran el Brexit o la Presidencia de Donald Trump (quien tácitamente apoyó para esta primera vuelta a Le Pen, del mismo modo en que Obama apoyó a Macron que más que Presidente de la República parece que aspira a ser Delegado del Gobierno de los demócratas yankis en Francia-). Incluso si el sistema sale al corto plazo airoso de este lance, no por ello quedará conjurada una amenaza que es de muerte (y que se relaciona directamente con un factor al que apenas hemos hecho referencia y es quizá el más importante de todos: la presencia creciente del Islam en Francia y la escalada del terrorismo yihadista y del sectarismo religioso que conlleva). Pues bien pudiera ser que una colaboración más o menos estable entre niños buenos tales como Macron, Copé, Juppé, Bayrou o Manuel Valls solo sirviera para alimentar más todavía los extremos y fortalecer a Le Pen y a Mélenchon (cuyos partidos no cabe descartar completamente que actúen concertadamente, dentro de ciertos límites, para llevar al límite de resistencia a las instituciones de la V República).

Al final, solo es posible sacar en claro lo siguiente del escenario político que abren las elecciones de hoy en Francia: Charles De Gaulle se revuelve intranquilo en su tumba. Su experimento, a mi modo de ver un tanto chapucero y defectuoso, hace aguas por todas partes. Lo único que falta para que la V República que construyó sobre la base de la execrable traición a sus compatriotas pied-noirs de Argelia estalle en mil pedazos es, no que el Emperador se pasee desnudo a la vista de todos, sino que alguien se atreva a afirmar lo evidente delante del pueblo. ¡Candidatos a ello no parece que vayan a faltar! IHS

jueves, 16 de marzo de 2017

GEERT WILDERS vs PIM FORTUYN. COMENTARIO A LAS ELECCIONES EN LOS PAÍSES BAJOS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Hace casi quince años, el 6 de mayo de 2002, Holanda estaba a apenas nueve días de celebrar sus elecciones generales. Desde menos de un año antes, su panorama político había sido revolucionado por el surgimiento de un líder político peculiar, carismático y de ideas controvertidas. Su oratoria incendiaria y su verbo sin complejos sacudieron como quizá no se haya hecho nunca la política bátava, y le valieron un continuado e irrefrenable ascenso en las encuestas de intención de voto, hasta alcanzar la segunda plaza. El elemento principal de su discurso era la oposición a una política de inmigración desenfrenada que favorecía el constante incremento de la población de origen musulmán en los Países Bajos, el deseo de recuperar el control de las propias fronteras y economía de manos de una UE cuyas competencias se acrecentaban de una manera cada vez más desmedida, y el convencimiento de que el modelo multiculturalista desalentaba la integración de los inmigrantes, poniendo en tela de juicio principios tan sacrosantos como el de igualdad ante la ley; siendo por ello fuente de graves perjuicios para Holanda. Asimismo, era simpatizante hacia el catolicismo en la Holanda tradicionalmente dominada por los calvinistas (situación relativamente sorprendente dada su abierta condición homosexual). Se llamaba Pim Fortuyn, y es concebible que hubiera podido llegar muy lejos. Tan arriba como a la jefatura del Gobierno de su país.

Sin embargo, el 6 de mayo de 2002, un fanático ecologista le descerrajó varios tiros, cometiendo el que fue el primer asesinato político relevante perpetrado en Holanda desde el siglo XVII (concretamente, desde el linchamiento de los hermanos Johan y Cornelius De Witt en 1672); al menos si se exceptúan los crímenes de la II Guerra Mundial. De este modo tan sórdido consiguió truncar muy anticipadamente la que quizá sea la carrera política más fulgurante y prometedora que haya conocido Holanda en toda su Historia. Pim Fortuyn no llegó a ser Primer Ministro. Y su partido, la Lista Pim Fortuyn (LPF), si bien cumplió y hasta mejoró levemente las expectativas electorales en los comicios celebrados inmediatamente después, irrumpió en la política nacional descabezada, y sin rumbo. Decidió aceptar la oferta de entrar en el Gobierno, y esto fue un error, ya que al hacerlo permitió que los partidos del sistema le hicieran el abrazo del oso. Si Pim Fortuyn hubiera vivido, quizá entrar en el Gobierno hubiese sido incluso un acierto, pero en ausencia suya no hubo figuras de relieve en el ejecutivo, donde sus correligionarios hicieron de figurantes, ejerciendo sus cargos sin pena ni gloria. Sea como fuere, lo que interesa es que la LPF no fue capaz de reponerse del golpe. Era un partido recién formado y, por tanto, no era nada sin el líder que lo formó. No estaba lo suficientemente consolidado como para sobrevivir largo tiempo sin el amparo de la arrolladora personalidad de su fundador, y pronto se disolvió como un azucarillo. Le pasó lo mismo que habría pasado con PODEMOS en España si antes de las europeas hubieran asesinado a Pablo Iglesias.

Hoy es 16 de marzo de 2017. Ayer Holanda celebró otra vez elecciones generales. Las quintas desde que asesinaran a ese mismo Pim Fortuyn que, de haber seguido vivo, quizá hoy gobernaría Holanda. Cinco oportunidades ha tenido Holanda de restablecer el equilibrio del universo político neerlandés que tan brutalmente alteró aquella terrible atrocidad. Cinco veces una enorme mayoría del pueblo holandés ha decidido desaprovecharlas. A partir de 2006, Geert Wilders se hizo cargo de la herencia de Pim Fortuyn, y el nuevo Partido por la Libertad (PVV) reemplazó a la efímera LPF. En determinados momentos, ha llegado a parecer insuflarle vida de nuevo hasta alcanzar e incluso superar la fuerza que éste llegó a tener en la política holandesa. Empero, siempre se ha quedado corto. Y si parecía que este año iba a ser diferente, al final no lo ha sido en absoluto. Ha mordido un polvo peor que el de la derrota. El de la mediocridad. Sigue prácticamente en el mismo sitio en el que se encontraba. Pese a los sondeos que han llegado darle hasta 42 curules en un Parlamento de 150 (que no es poco teniendo en cuenta que el sistema electoral holandés es ultraproporcional), al final se ha quedado en 20. Apenas cinco más que los 15 obtenidos en 2012. Menos que los 24 obtenidos en 2010. Y menos todavía que los 26 que la LPF obtuvo en aquellas elecciones de pesadilla de 2002.

Con todas las circunstancias a favor, Geert Wilders ha obtenido un resultado que no supera al obtenido póstumamente por Pim Fortuyn. Peor aún, su resultado no supera ni siquiera al que él mismo obtuvo en 2010, y si bien supone un incremento respecto de los comicios inmediatamente antecedentes, queda deslucido a la vista de los incrementos experimentados por otros partidos, todos absolutamente comprometidos con perpetuar el actual sistema, si acaso corregido y empeorado (caso que temo será el de quienes sin duda son los grandes vencedores de la jornada de hoy: los ecologistas de GröenLinks). Todo esto después de que durante meses los sondeos afirmaran que por fin Wilders ganaría las elecciones, y que se afirmaría de largo como el Trump de Holanda, rompiendo la baraja política del país, y abocando a los demás partidos a ententes antinaturales por medio de las cuales impedirle gobernar. Con la consiguiente zozobra del sistema vigente, que parecía enfrentarse a su mayor crisis; la cual al final no ha tenido lugar en absoluto. Desgraciadamente, Holanda no ha querido seguir los buenos ejemplos con los que el Reino Unido y los EEUU han asombrado al resto del mundo, y conseguido que los defensores del actual estado de cosas en todas partes de Occidente se muerdan los nudillos hasta hacerse sangre.

¿Significa esto que todo está perdido? No necesariamente. El actual Primer Ministro, Mark Rutte, ha sido astuto, y en los últimos días de campaña ha promovido un conflicto probablemente falso y artificial con Turquía solo para demostrar que él también puede ponerse firme con los países musulmanes. Ha relajado su eurofilia. Y ha cosechado los frutos de una de tantas operaciones de engaño político de tanto en tanto orquestadas por las élites políticas de los Estados de la UE, acostumbrados cada tanto tiempo a favorecer que algo cambie para que todo siga igual. El mero hecho de que la clase política holandesa haya tenido que aproximar su ideario al de Wilders para derrotarle es una victoria. No para Wilders, en quien algo debe de fallar si ha sido derrotado en una elección en la que todo lo tenía tan a favor (si bien eso no le resta el incuestionable mérito de haber sabido mantener vivas las ideas en su día enarboladas por Pim Fortuyn). Pero si para las ideas que representa, que quizá solo necesiten ser enarboladas por un líder más capacitado para terminar de abrirse camino y salvar, si todavía es posible, a Holanda del gran peligro que para ella más aún que para otros países supone el arraigo creciente del Islam dentro de sus fronteras.

Al final, Geert Wilders tampoco llegará a Primer Ministro (lo que, con todo, era extremadamente difícil, como también lo habría sido para Fortuyn, a causa del endiablado y demencial sistema electoral holandés, basado en una circunscripción única de 150 diputados distribuidos muy proporcionalmente). Ni siquiera encabezará la primera fuerza política de Holanda, derrotado en parte según parece por la movilización electoral de unos turcos y marroquíes que ni deberían contar con la nacionalidad holandesa, ni deberían tan siquiera estar establecidos en ese país como residentes, y mucho menos todavía deberían poder votar. Por consiguiente, Pim Fortuyn sigue sin ser electoralmente vengado. Ironías de la vida, los verdes -a cuyo movimiento pertenecía el asesino de Fortuyn- han obtenido el mejor resultado electoral de todos los tiempos. ¿Moraleja? Que seguramente para vengar a Pim Fortuyn sea necesaria otra clase de líder, muy diferente de Wilders, y más parecido al propio Pim Fortuyn. Que no era ni muchísimo menos perfecto, ni particularmente santo de mi devoción. Pero que siempre me ha parecido que tenía esa chispa casi divina que irradian los verdaderos líderes. Wilders, y digo esto sin ánimo de hacer leña del arbol caído, siempre me ha dado la sensación de volar más a ras de suelo, a la manera de un Cleómbroto de Esparta, con ideas en muchos sentidos acertadas, pero expresadas de una manera quizá un tanto elemental y poco inspiradora. Por contra, el difunto Pim Fortuyn me recuerda más al espíritu innovador e intrépido de otro gran heleno, acreditadamente homosexual al igual que él. Que no fue otro que el general tebano Epaminondas (vencedor precisamente de Cleómbroto en la batalla de Leuctra, que en el 371 a.C. acabara para siempre con la grandeza espartana e inaugurara la breve pero intensa primacía de Tebas sobre el resto de la Hélade).

Ojalá Pim Fortuyn sea otro Epaminondas. Porque si ese es el caso, entonces más tarde o más temprano tendrá que aparecer un discípulo aventajado, como en el caso del tebano lo fue el gran Filipo II de Macedonia. Si Pim Fortuyn fue Epaminondas, entonces Holanda tendrá su Filipo. Y tener un Filipo abre la posibilidad de acabar teniendo ni más ni menos que al mismísimo Alejandro Magno, hijo del anterior. Quiénes serán ese Filipo o ese Alejandro holandeses, o incluso si llegarán a existir, eso no lo sabemos ni yo ni nadie. Pero en un día triste como el de hoy el que os manifiesto busca ser un pensamiento alentador, de esos que impulsan a no cejar en la lucha por más que las circunstancias presentes de ese país sean desalentadoras. Seamos positivos, porque la próxima parada de este tren es Francia, y no está escrito de antemano lo que en ese país pueda suceder. Marine Le Pen se me antoja mucho más capaz que Wilders. Solo añadir una cosa más sobre Pim Fortuyn. Seguiré llorando su trágica muerte. Seguiré lamentando que su país se empecine en seguir transitando los ignominiosos derroteros políticos a los que le condenó aquel verdadero crimen de odio. Que me temo que no está beneficiando a nadie más que a Alá. Seguiré lamentando que seguramente hoy en Holanda muchos crean, lo confiesen o no, que aquel asesinato valió la pena y les sigue rentando políticamente. Y rezaré para que, a pesar de todos los pesares, el finado pueda descansar tranquilo, ajeno a los sinsabores y derrotas que en este mundo cosechan sus sucesores.

Que el Señor le perdone si es posible sus imagino que muchos pecados. Y, si también es posible, que el Señor lo bendiga y lo guarde. Que el Señor haga brillar su luz sobre él y le conceda su gracia. Que el Señor vuelva hacia él su rostro y le conceda la paz. IHS