domingo, 27 de junio de 2021

"Constitucionanistas" Españoles y Felpudo VI

El Máster, indudablemente, te proporciona una razón para perfeccionar tu formación. Pero, pese a que considero que hubo profesores, clases y, por encima de todo, compañeros de muy alto nivel, la gran mayoría eran de un nivelillo que definiría como regular tirando a malo. Realmente, yo creo que al final el buen profesor universitario debería ser erudito de su disciplina, e idealmente debería añadir a lo anterior cierta capacidad para aportar ideas originales o ser receptivo a las ideas originales que puedan tener terceros. No en el sentido de estar de acuerdo necesariamente con las mismas, pero sí en el sentido de estar abierto e escucharlas y confrontarlas con respeto y poniendo en la réplica toda su atención, en lugar de alejarlas de sí con un manotazo como si se tratase de un mosquito, o de despacharlas con el mismo tipo de comentarios condescendientes que se dedicarían a un niño o un anciano pesados.

Desde luego, la originalidad en el ámbito del constitucionalismo español brilla por su ausencia. No es que la originalidad sobreabunde por otros lares, pero a veces cuesta entender la mal disimulada satisfacción que los partidarios del actual sistema político tienen con el extremadamente mediocre y deficiente funcionamiento de nuestra institucionalidad. Llaman "éxito rotundo" a un sistema que, en solo cuarenta años (que son muy poca cosa en términos de relevancia histórica), ha conseguido que no le queden prácticamente adeptos genuinos, y llevar al país a un quiebre social doblemente grave por venir acompañado de un quiebre nacional en virtud del cual amplias regiones de España han reafirmado sus deseos latentes de relativizar o anular por completo sus vínculos con el resto del país. Y los han reafirmado hasta el punto de intentar positivamente la ruptura de España. Todo ello pese a que, en teoría, las cesiones absurdas hechas en 1978 en virtud de las cuales se fue configurando el Estado de las Autonomías tenían por objeto contentar a centralistas y separatistas con una especie de solución intermedia.
 
Indudablemente, el triunfalismo conservador no es exclusivo de España. En otros países del mundo tal vez sean igual de conservadores, pero al menos sus sistemas exhiben logros de los que no puede presumir el constituyente de 1978. O, por lo menos, no exhiben fracasos tan estruendosos.
 
Sin embargo, el verdadero motivo de mi preocupación no son estos cretinos triunfalistas que alaban las virtudes de la misma Constitución y del mismo modelo político que nos ha llevado a la desastrosa situación actual. Más me preocupan observar cómo sus contrarios, en general, no son mejores en su iconoclastia ni en su desaprobación del estado de cosas vigente. Unos y otros, cuando proponen reformas de cualquier clase, parecieran congénitamente incapaces de imaginar soluciones algo innovadoras. Y esto no es lo malo, porque es difícil ser innovador incluso queriendo serlo. Lo verdaderamente aterrador es comprobar que los constitucionalistas y politólogos españoles parecen sentirse a sus anchas instalados en la mentalidad del "Copia y Pega", y encima añaden a esa propensión otra consistente en sentir iresistible atracción digna de mejor causa por soluciones harto cuestionables ensayadas por los países (ya sean Alemania o Venezuela) que en cada caso les susciten admiración.

Y todavía peor que esa tendencia tan actual del "Copia y Pega" es comprobar cómo también a quienes más ácidamente critican el estado de cosas reinante en España les entra una especie de "conservadurismo reaccionario instintivo" que los lleva a hacer una defensa cerrada de ciertas instituciones que se les antojan vetustas, y por ende "amigas" y buenas. Lo cual no me importaría si tales instituciones merecieran dicha defensa por resistirse claramente a los procesos en marcha, ya sea en el ámbito de lo nacional, de lo social, de lo cultural o de lo religioso. Pero si me importa una vez constato que dichas instituciones no oponen una resistencia seria a tales procesos, o incluso colaboran activamente con ellos.

Evidentemente, en la España actual, VOX es la única plataforma política relevante de que disponen quienes están en desacuerdo con la destrucción de la unidad nacional, con la imposición de las políticas de ingeniería social (ya sean estas de tipo feminazi, LGTBI, multiculti-xenófilas, neomalthusianas, transhumanistas o de cualquier otro tipo), con la visión típicamente despreciativa del propio legado cultural occidental e hispánico, o con los desprecios y humillaciones constantes y permanentes que enfrenta hoy en día una profesión pública y desacomplejada de la fe cristiana (muy particularmente en su versión católica). 
 
Eso no se debe a la imposibilidad de que fuera de otra manera. Podría haber otras formaciones políticas que respondieran a esa misma sensibilidad pero que albergaran una visión muy distinta de muchas cuestiones económicas, o de política nacional (necesidad de promover el español frente al inglés) o internacional (necesidad de revisar las alianzas internacionales de España y su pertenencia a organizaciones como la UE o la OTAN). Por la razón que sea, no es el caso, y esto es cosa que algunos lamentamos amargamente. Nos gustaría experimentar la maravillosa sensación de que, además de entre el blanco y el negro, se nos deja elegir todas las combinaciones posibles de gris, y también el resto de colores del espectro cromático. De momento, eso es pedir peras al olmo.

Dicho esto, ¿a qué instituciones defiende de manera absurdamente cerrada VOX, y en general el espectro de la sociedad española a que representa? Pues son unas cuantas: Fuerzas Armadas, Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, Jueces y Magistrados, Empresariado, Aliados Anglosajones (que para ellos vienen a ser otra institución más)... Pero, por encima de todas ellas, brilla con luz propia la Corona. Se da en todos estos casos una insensata santificación de instituciones que no están en absoluto libres de pecado y en nombre de las cuales está fuera de lugar andar tirando tantas piedras. Parece que todas estas instituciones fueran la Nación misma, en lugar de meras servidoras de la Nación (útiles solo mientras sepan servir los intereses nacionales de España). Y la impresión que uno se lleva es la de que se apoya sistemáticamente a todas estas instituciones (menos a los Aliados Anglosajones, que, como "institución" peculiar que son merecen mención aparte) solo porque todas ellas desprenden tufo a rancio.

Con ello no estoy despreciando a ninguna de las instituciones citadas. En general, no creo que ninguna de ellas sea prescindible. Las Fuerzas Armadas, la Policía Nacional y la Guardia Civil, la Judicatura, el Empresariado... Todos ellos merecen nuestro apoyo, y todos ellos son herramienta clave para la purificación de nuestro sistema político y de esta sociedad española contemporánea tan estragada a causa de los obstáculos que la partitocracia ha impuesto a lo que debería haber sido su desenvolvimiento lo más autónomo e imparcial posible. No diré "apolítico", porque la apoliticidad es imposible. Pero es un hecho que todas son instituciones o realidades sociales en mayor o menor medida intervenidas por la partitocracia, muchos de cuyos componentes están cómodos, medran y prosperan en esa situación, que de ningún modo quieren que se termine.
 
Las Fuerzas Armadas, indudablemente, deben subordinarse de ordinario al poder civil. Pero lo sucedido en Ceuta cuando el cruce masivo del mes pasado, en mayo, no fue en absoluto un suceso ordinario. Fue una invasión en toda regla orquestada por Mohamed VI ante la cómplice inactividad gubernamental. Si las Fuerzas Armadas estuvieran a la altura de lo que la España que vota a VOX espera de ellos, habría rechazado la invasión, incluso a costa de abrir fuego, y sin necesidad de recibir órdenes a tal efecto. O incluso contra la orden expresa del Gobierno en el caso de que éste, como supongo que habría ocurrido, les hubiera ordenado deponer su actitud.

Las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado nos inspiran simpatía cada vez que el típico perroflauta boludo-chevique o separatista con pintas horribles y mocos en forma de rastas saliéndole de la nariz se queja de haber sufrido violencia policial. Cuando esperpentos parecidos a ese asesino repugnante que es Rodrigo Lanza* (que, obviamente, rara vez serán de tan nula catadura moral, pero dan la misma grima estética) reciben unos pocos golpes tras un lance con la Policía o con la Guardia Civil, la España que vota a VOX, en la que me incluyo, lamenta amargamente que no hayan recibido más leña. Pero en este tiempo de "plandemia", han sido policías y guardias civiles los que han puesto multas por inobservancia de las restricciones (muchas de ellas no sé si absurdas, pero desde luego mal explicadas e incomprensibles, y por eso mismo difíciles de soportar). Y no critico esto, porque entiendo que se obedecen órdenes, y que un cristiano debe someterse de ordinario a los mandatos del poder, tanto si los comparte como si no. Lo que critico es lo que me han constatado muchos amigos y familiares: la delectación que mucho hijoputilla metido a policía o guardia civil ha experimentado al cumplir las órdenes del Gobierno.
 
Peor aún, he hablado del COVID, en relación con el cual en general comprendo en líneas generales la actuación de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado. No comprendo, en cambio, como éstas se hacen cómplices de los constantes agravios criminales que nuestra partitocracia comete contra la población civil, a la que niegan, por ejemplo, la más elemental defensa de derechos sagrados, como la propiedad de la propia vivienda o de casas cuyos alquileres redondean de forma decisiva los ingresos de quienes los reciben. Y esa crítica la dirijo también a Jueces y Magistrados. Una cosa es que la Policía o la Guardia Civil te paren y te paren y te multen por no llevar puesta una mascarilla y que luego el Juez lo avale; y otra cosa muy distinta es que te digan, tras haber sido invadida tu casa por "okupas kabrones", que te pongas a la cola y esperes tu turno, que te gastes los dineros en hoteles o pidas cobijo a tu hermano cual mendigo sin techo bajo el cual caerte muerto; porque ellos hasta dentro de no se sabe si meses o años no van a poder hacer nada por tí. Si la Policía no de devuelve tu casa en 24 horas, ¿para qué coño sirve?

Y no me vale la excusa de que reciben órdenes que tienen que cumplir. Como tampoco me vale en los Jueces la excusa de que tienen que legislar conforme a la Ley. No me importa cómo hubieran de solucionarlo, pero deberían solucionarlo, y de manera inmediata. Se prevarica por infinitas malas causas y nunca pasa nada. No estaría mal alguien con arrestos como para "prevaricar" contra legislación que en sí misma es prevaricación. El domicilio es inviolable (art. 18.2 de la Constitución); y si no es domicilio poco importa. No me importa que el art. 47 de la Constitución diga que todos tienen derecho a una vivienda digna (precepto que les gusta mucho a los okupas y a sus valedores políticos del PPSOE y PODEMOS); porque incluso si eso justificara privar de la propiedad, el art. 33.3 de la Constitución lo dice claro: "
Nadie podrá ser privado de sus bienes y derechos sino por causa justificada de utilidad pública o interés social, mediante la correspondiente indemnización y de conformidad con lo dispuesto por las Leyes." Que aún te dicen que si las Leyes prevén normas favorables a los okupas, te jodes como Herodes. Pero es que una Ley que anula de facto el contenido de una norma superior constituye lo que se denomina "fraude del Derecho", que es una de las formas más habituales y flagrantes de conculcación de la juridicidad.

En última instancia, me da lo mismo que el día de mañana se redacte la Constitución de la "Repúblika Okupa de Expaña". Sé que lo que voy a decir no está de moda en este siglo, pero hay normas por encima de la propia Constitución escrita de un país. El Derecho positivo vincula... Hasta que cruza determinadas líneas rojas y deja de vincular para nada, momento en el cual es legítima la desobediencia, y puede ser necesaria incluso la rebelión armada contra ese Derecho desnaturalizado. El cristiano, si se toma en serio su religión, y toda persona que crea en la existencia objetiva del Bien y del Mal morales debe entender que existen mandatos naturales vinculantes para todos en toda circunstancia; y que cuando éstos son desoídos, no hay peros que valgan. Los deberes de obediencia al poder constituido desaparecen.

Conste que no abogo por el desorden social más radical. No pretendo que la Policía y los Jueces desconozcan con carácter general la autoridad del Gobierno, ni aún de este Gobierno boludo-chevique y socialtontócrata que padecemos. Pero es evidente que dicho Gobierno incurre en abusos criminales que estamos hartos de soportar, y que se impone no secundarlo en tales abusos. En los años previos a la Guerra de Secesión de EEUU, los políticos como el demócrata Stephen Arnold Douglas, tibios en la cuestión de la esclavitud, decían que no era necesario prohibirla en los territorios no organizados como Estados y sin Ley definida al respecto, porque en la práctica se haría lo que la gente que allí vivía quisiera. No se aplicarían Leyes terribles como la Ley del Esclavo Fugitivo, porque ni aún los funcionarios, jueces y policías estarían por la labor de mover el trasero para devolver esclavos negros a sus prisiones sureñas. No estoy de acuerdo con los planteamientos de Douglas (tenía razón Lincoln: era necesario prohibir la esclavitud). Sin embargo, es importante considerar la verdad de sus palabras. Si, a la hora de la verdad, los funcionarios que sirven al poder se dan cuenta de que, antes que esbirros del poder, son tan hijos del pueblo como el ciudadano común, la desobediencia de Leyes inicuas no es una fantasía de imposible cumplimiento, sino algo fácil de llevar a la práctica, y la mejor manera de enviar al poder el mensaje de que es conveniente que derogue para siempre tal clase de Leyes.

En resumidas cuentas, que la defensa cerrada de instituciones en las que coexisten patriotas genuinos con genuinos perros de presa del poder es absurda, estúpida y muy contraproducente para el país. En lugar de exigir a esas instituciones que cumplan su papel, y que nos protejan eficazmente, las disculpamos porque "no pueden evitar cumplir órdenes". No se trata de ir contra ellas, que eso se lo dejo a PODEMOS y a los separatistas. Se trata de ser ecuánimes, y de asumir los defectos de esas importantes e imprescindibles organizaciones a fin de que, si llega el momento en que se las pueda reorganizar, se las reforme de tal modo que empiecen a servir de verdad a esa España que tan identificada se siente con las mismas. Y de exigirles que vayan corrigiéndose desde ya. La Revolución Francesa triunfó en parte porque, puestos en la tesitura de disparar contra sus conciudadanos en nombre del Rey, o contra el Rey en nombre de los derechos naturales de sus conciudadanos, eligieron lo segundo.

¿He dicho que ninguna de ellas es prescindible? Pues tengo que corregirme. Porque, precisamente, la más cerradamente defendida de todas estas instituciones es la que todas las evidencias apuntan ser nada necesaría, y por ende la que más fácilmente se podría reemplazar, en todos los aspectos. El lema que desde hace tiempo ha popularizado VOX es V.E.R.D.E. ("Viva El Rey De España"), y no "Viva la Judicatura", ni "Viva la Guardia Civil". Es a la Corona a la que se ha defendido de toda crítica más allá de lo razonable. Hasta el punto de incurrir en el absurdo y, en un mundo lleno de Repúblicas históricamente funcionales (ahora ya no tanto, pero por razones que sería largo resumir en esta entrada), entre las que brilla con luz propia EEUU, rebuznar tonterías tales como que un Rey es más barato que un Presidente; solo por llevar la contra a los que afirman que un Presidente sale menos que un Rey (no tienen razón unos ni otros: habría que ver país por país, y considerar si hablamos de Presidentes simbólicos como el de Italia o Polonia, o de Presidentes poderosos como los del continente americano o la V República Francesa). VOX ha rechazado investigar al Demérito, como si España le debiese tanto que cualquier culpa que hubiera contraido palideciera ante la inacabable e inabarcable relación de sus méritos.

Y España no le debe nada; ni tiene el Demérito mérito alguno más que los imaginarios. Más bien es él quien debe todo a España, o, para ser más exactos, a Francisco Franco Bahamonde. Lo que digo no para avergonzarlo, porque creo que es un honor muy grande ser heredero del más grande gobernante español de los últimos siglos. Pero lo remarco porque hay hoy todavía tontos muy tontos que piensan en serio que la España de 2014 (año de la abdicación del Demérito) es mejor que la de 1975. Yo no lo veo por ninguna parte. Y si hablamos de 2021, Año de los Indultos, pues peor me lo ponéis. El Demérito es un ejemplo clásico de hijo pródigo que tira por la borda años y años de trabajos del padre. Es una maldita cigarra que ha devorado mientras ha podido la herencia de una hormiga. Vividor y follador, que no ha vacilado en firmar, como siempre tiene a bien indicarnos el historiador don Pío Moa (tan ilustre como tristemente poco escuchado), una Ley como la de Memoria Histórica que deslegitima implícita y casi hasta explícitamente su propio reinado. A lo que yo añado que también ha firmado todo lo demás. Como, según ahora se pone de manifiesto, también lo firma ahora Felpudo VI.

No es que yo pretenda que los Reyes están para no firmar nada. Hasta entiendo el argumento de que muchas cosas que en el pasado ha firmado el Demérito no tenía más remedio que firmarlas porque lo contrario implicaría desnaturalizar una función de mero representante simbólico de la Nación, que no gobernante efectivo de la misma. Entiendo todo eso de que el Rey "reina pero no gobierna". Y, sin embargo, si antes, hablando de Policía, Guardia Civil y Judicatura, he dicho que deberían resistir aquellos mandatos injustos que claramente contravienen el Derecho Natural, ¿cómo podría dejar de decir lo propio del Rey?

Se supone que esperamos algo de la preservación de la Corona. Y yo lo comprendería si hubiéramos preservado algo que no hubiésemos podido conservar de habernos constituido a la muerte de Franco como una República. Después de cuarenta años de constante degradación, a lo largo de los cuales ha quedado claro que no hay uno solo de los males que tememos y queremos combatir de los que nos proteja la preservación de la figura real, creo que corresponde pasar definitivamente página del monarquismo acérrimo de tintes folclórico-subnormaloides, y desentendernos del destino de Felpudo VI.
 
Las testas coronadas de toda Europa han asumido que su única función es la de convidados de piedra que firman cualquier barbaridad que se les ponga por delante. Han asumido que la única forma de permanecer en el trono es ponerse permanentemente de perfil, e intentar no enemistarse con nadie. Parecen no caer en la cuenta de que ya están enemistados de entrada con la racionalidad y con el principio electivo que inevitablemente inspiran a los regímenes contemporáneos hijos de la Ilustración y nietos del Clasicismo Grecorromano resucitado. Nunca van a gozar del respaldo unánime de la sociedad, porque el principio hereditario sobre el que se sustentan es un atropello a todo sentido de justicia contemporáneo; y ya nadie compra el principio de legitimidad como precio a pagar por la paz, como en siglos pretéritos. Porque ha quedado acreditado que los regímenes basados en la elección pueden funcionar incluso más ordenada y pacíficamente, y por espacio de siglos. En definitiva, que el único sentido de un Rey en la Europa contemporánea es hacernos sentir conectados con la noble tradición de muchos siglos, y simbolizar el carácter perenne del Estado y su intangibilidad. Cosas que podemos aceptar que de forma simbólica se organicen no democráticamente porque están por encima de la democracia.
 
Ahora bien, para simbolizar el respeto a la permanencia del Estado y a la tradición y a la cultura del pueblo que lo anima, es preciso abstenerse de atacarlos. Es un grave error de los Reyes contemporáneos firmar las hodiernas Leyes por medio de las cuales se implementa la ingeniería social, se incurre en el revisionismo histórico en clave progre, o se declara la guerra contra la práctica pública e incluso privada de la religión cristiana. No solo en un sentido moral, que también y ante todo. También es un error desde una perspectiva utilitarista, porque es esa base social amante o por lo menos respetuosa de las tradiciones la única fracción de la sociedad que puede realmente desear activamente la preservación del Estado-nación y de la cultura que lo ha forjado, y que por ende puede considerar realmente útil la existencia de la Monarquía a tal fin. El resto de la sociedad a lo más a lo que puede llegar es a una mera aceptación pasiva de la Monarquía, pero no a un compromiso firme en virtud del cual estén dispuestos a actuar decisivamente para impedir que otros (en nombre de la democracia, el mérito, el igualitarismo o todo a la vez) se la lleven por delante.

Sin embargo, a este error ya asentado (a nadie le escandaliza ya que un Rey firme lo que sea en materia social), se une ahora el segundo error, que es el que acaba de cometer Felpudo VI al firmar los indultos a los líderes separatistas catetolanes. Ya sabíamos que de nuestro Rey Felpudo VI no podíamos esperar que se negara a firmar una Ley de ingeniería social. Pero, a raíz de su discursito de octubre de 2017, muchos entre quienes no me incluyo consideraban que se había ganado cierto crédito como posible dique de contención del desafío separatista. Se atribuía una importancia al discursito que yo honradamente creo que no tuvo, pero que tal vez tuviera. Es incierto lo que habría hecho el nunca suficientemente maldecido Gobierno de Rajoy si Felpudo VI no hubiera abierto la boca. Aunque tampoco hizo mucho pese a que el Rey hablara entonces, ni sabemos tampoco hasta qué punto las palabras de Felpudo VI fueron propias o dictadas desde el Gobierno u otras instancias.
 
En cualquier caso, era ahora cuando tenía que haber demostrado que al menos si estaba dispuesto a poner en riesgo su maldito trono finalmente devenido inútil a fin de contribuir a inclinar la balanza verdaderamente decisiva de la opinión pública a favor de la adopción de una política de salvación nacional de España. Lo cual no habría demostrado mucho, pero sí al menos un sano sentido de autoconservación. Un entendimiento de que, si de verdad quiere salvar el trono de España, no tiene más remedio que ganarse a aquella parte de la ciudadanía, da igual que minoritaria, a la que verdaderamente la importa la preservación de España y/o su cultura. La gran masa de españoles que no consideran que les vaya nada grande en la preservación de España (y son millones, seguramente la mayoría) parece bastante claro que menos todavía van a echar en falta al Rey que a la propia España.
 
No niego que el Rey habría arriesgado su trono negándose a firmar los indultos. Y habría podido perderlo. Pero más probable es que lo hubiese conservado y fortalecido. Aunque creo que solo una minoría del país es genuinamente patriota, creo que la gran masa de españoles son pasivos, pero más proclives a comportarse como patriotas pasivos que como antipatriotas pasivos. Seguramente, la postura del Rey habría entusiasmado a la España que vota a VOX sin enajenarle seriamente la simpatía de la España que vota PP, C's e incluso al PSOE y a partidos regionalistas en las regiones no especialmente infectadas de virus separatista. Por eso mismo, pienso que Felpudo VI habría ganado un referéndum, provocando este hecho muy probablemente un vuelco en la situacion política del país. Y no es solo idea mia, porque personajes mucho más significativos que yo en el ámbito mediático y cultural como don Pío Moa también lo pensaban.

Yo, que por principio no repudio el título de Rey, pero si abomino del principio hereditario, habría votado sin dudarlo en tal referéndum a favor de Felpudo VI, y no me estaría refiriendo ahora a él con este muy acertado apodo. Seguiría pareciéndome un Rey no demasiado satisfactorio por causa de las cuestiones relacionadas con la ingeniería social, pero se habría ganado mi respeto y hasta simpatía en grado suficiente como para apostar por él, ya que no en calidad de Bien, si en calidad de Mal Menor. Igual que ahora hago con VOX. Y tal vez, después de él, el recuerdo de un comportamiento gallardo de este Rey hubiera podido hacerme volver a posicionarme a favor de Leonor si en el futuro se pusiera en cuestión su trono (siempre y cuando hubiese correspondido al obrar de su padre).

No lo ha hecho. Ha firmado. Ha aniquilado el efecto de sus propias inútiles palabras del discursito de 2017. Como también con anterioridad consumara los atropellos ya iniciados por el Demérito (menudo chuloputas) contra la memoria de su gran benefactor, Franco, al permitir la profanación de sus restos y su traslado fuera del Valle de los Caídos. Ha demostrado ser un Felpudo VI con la boca abierta a modo de retrete que traga todo lo que le echen. Ha demostrado que los temores de los retrasados que viven chillando horrorizados ante la idea de que la Jefatura del Estado la ostente Pedro Sánchez son infundados, porque a efectos prácticos la Jefatura del Estado siempre ha estado vinculada a la Presidencia del Gobierno. ¿De qué manera salvaría supuestamente la unidad del Estado si también firmaría las Leyes o Tratados que la destruyeran, por no tener más alternativa so pena de perder el trono? Que, de por sí, es una excusa patética. ¿Para qué queremos Reyes que ponen su trono por encima de España?
 
Indudablemente, la mayoría de los Reyes que en la Historia han sido se han puesto sus intereses muy por encima de los de los pueblos y tierras sobre los que gobernaban, a los que han guardado poca o ninguna fidelidad. En eso, Felpudo VI no es diferente de la mayoría de sus antecesores. Pero es que, y parece mentira tener que recordarlo, sus antecesores lejanos eran Reyes que venían impuestos por una combinación de fuerza y tradición incuestionable. Y sufrirlos normalmente era más beneficioso que no resignarse a hacerlo, puesto que más sufrida era la anarquía feudal. Por otra parte, los Reyes pretéritos pondrían a menudo sus intereses por encima de los del país, igual que ahora hacen los políticos. Pero es que precisamente se trataba de "Reyes políticos". No obstante, hay motivos para pensar que en la mayor parte de los casos eran menos marrulleros que nuestros políticos contemporáneos por ser más segura su posición; y, más importante que esto: su posición la ejercerían bien o mal, digna o indignamente. Pero era útil. Como útil es la posición de Pedro Sánchez, con independencia de que tengamos la peor opinión de él. En cambio, los Reyes contemporáneos, igual que las Cortes españolas contemporáneas, han devenido completamente inútiles desde el punto de vista de la política ordinaria. 
 
Aunque con una diferencia: la inutilidad de las Cortes es concreta, no abstracta. En abstracto, precisamente, podrían y deberían ejercer un papel mucho más útil y fundamental que el que actualmente ejercen. Los Reyes, en cambio, son inútiles desde el punto de vista político ordinario, y lo son tanto de manera concreta como en abstracto. La única manera en que pueden compensar esa inutilidad política ordinaria es marcando una diferencia en los momentos que se salen de lo ordinario. El Rey, o es útil políticamente de manera puntual y extraordinaria, o no tiene razón de ser. Ya se han indicado arriba dos ámbitos en los que podría ser extraordinariamente útil, tanto por lo puntual como por el valor de su actuación: para defender la permanencia, integridad e intangibilidad del Estado; y para actuar como Sumo Sacerdote de su más elevada y mejor tradición cultural. 
 
Apunto una tercera forma en que podría ser útil: como gran Defensor del Pueblo, dedicado a dar aliento a quienes en un momento dado necesitan sentir al Estado no como una realidad puramente abstracta y alejada, carente de entrañas y corazón; sino como una realidad cercana y con rostro, a ser posible amigable. El Rey, receptor de quejas y peticiones, reparador puntual y a pequeña escala de agravios, animador de las mejores esencias del pueblo. El Rey que visita hospitales, consuela víctimas, da apoyo moral a cuantas causas nobles y merecedoras de apoyo razonablemente unánime de la sociedad merecen ese apoyo que la sociedad puede dar por medio de un representante autorizado... Y con tiempo, que es lo que tiene un Rey y no puede tener un verdadero gobernante ni aún queriendo.

El Rey debería estar del lado de las pulsiones más profundas y primarias de lo mejor de la sociedad, pero también de las pulsiones más profundas y primarias de la gran masa de la sociedad. En tanto que garante del Estado y su Cultura, un Rey sensato habría de ser de extrema derecha confesional; y en tanto que Defensor del Pueblo, no le quedaría más remedio que ser un demagogo populista de extrema izquierda marxista, enfangado de lleno en la lucha de clases a favor siempre de las clases medias y de las clases altas socioculturales frente a las clases altas socioeconómicas y las clases bajas socioculturales, de las clases bajas socioeconómicas frente a las clases medias y altas. En ambos casos, con las solemnes y sobrias formas propias del más centrado centro, pero revistiéndolas de confesionalidad cristiana. Esto permitiría que el Rey, sin enajenarse el apoyo de esa base social patriótica y minoritaria que necesita a toda costa preservar para consolidar su posición institucional, ganar el apoyo entre la gran masa de ciudadanos pasivos, que seguramente no correrían riesgos para asegurar su permanencia en el trono, pero si podrían sentirse inclinados a votarla favorablemente en un referéndum, o a penalizar electoralmente a quienes la amenazaran seriamente.

Y si no quiere representar este papel, que VOX y la España que lo vota asuman de una maldita vez que de nada vale enrocarse en la defensa numantina de una institución que no les aporta nada, ni aún desde el punto de vista del floclore ni de la estética. den paso al principio electivo. Que tampoco hay ninguna razón para temer su aplicación a la Jefatura del Estado, ya sea que asignemos esta a un Rey, ya sea que la asignemos a un Presidente de la República.

*Rodrigo Lanza, para los que no lo recuerden, es ese chileno "anarka" y "antisistema" que lucía muy chulo sus pintas de indio mapuche (y encima de uno de esos que habrían sido de clase baja hasta dentro de su propia tribu) cuando mató al patriota de los tirantes o dejó tetrapléjico al policía; y que consideró más conveniente aparecer pulcra y elegantemente vestidito de niño bueno y con traje de marinerito de primera comunión el día del juicio como consecuencia del cual le impusieron su condenita por asesinato (en mi opinión, muy inferior a la que merecía).