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esta noticia:
¿Les
parece una buena noticia? ¿Si? ¿No? En fin, al margen de cual sea
la respuesta procederé a darles la opinión que me merece todo este
asunto. Que, caso de confirmarse que esas son las intenciones del
Papa, bien podría ser la gota que desborde el vaso.
Francisco
es probablemente el peor y más nefasto de todos los Papas que hemos
tenido en siglos. Quizá sea el peor Papa que haya habido en la
Historia, aunque afirmar esto exigiría una investigación más
concienzuda. Y está llegando a tales extremos en su labor de
demolición de la Iglesia que cabe dudar de si no es directamente un
hereje, e incluso un apóstata. La situación está desmadrándose de
un modo tal que, por vez primera, me pregunto muy en serio si
Benedicto XVI no debería intervenir y tomar cartas en el asunto. No
es ya el Papa, pero lo ha sido, y qué duda cabe de que eso deja una
impronta indeleble de autoridad en él, que siempre tendrá algo que
decir. Incluso a su sucesor; y más si es por la causa de Jesucristo,
que bien vale enfrentar al propio Papa reinante y llamarlo al orden
si se conduce de un modo claramente incompatible con la enseñanza
más básica del Evangelio.
Francisco
prostituye a cambio de alabanzas mundanas la Fé que, "de una vez
para siempre, ha sido dada a los santos". Hoy se reunía como si
tal cosa con el Presidente de Irán, y yo entiendo que el Papa no
debería reunirse con gobernantes paganos que niegan a los cristianos
su derecho a la libertad religiosa y a rendir culto privado y público al verdadero y
único Dios al que, según la doctrina católica, el Papa representa
sobre la Tierra. No debería reunirse con quienes asesinan y
tiranizan a sus hermanos y demuestran de esa y de mil otras maneras
ser hostiles a la Fé, a no ser que sea para sermonearlos, exigirles
que hagan cesar las restricciones de toda clase que constriñan la difusión y predicación abierta del
Evangelio y que se comprometan a respetar las personas de los
creyentes y los derechos de la Iglesia, y de paso invitarlos a que se
conviertan a la fe de Cristo.
Pero
es que la noticia adjunta es aún peor. Según parece, el Papa
conmemorará a Lutero en el aniversario del que quizá sea el peor
día de toda la Historia de la Iglesia, que fue aquel en que el disoluto fraile agustino dio comenzó la Reforma al, según afirma la tradición, clavar sus 95 Tesis en las puertas de la catedral de Wittenberg (31/10/1517). Y eso es como conmemorar a Arrio, a Donato, a
Nestorio, a Eutiques, a Priscilio, a Montano o a Pelagio. Es no ya un
despropósito, sino una blasfemia y un acto de desprecio por la
Verdad que solo puede obedecer a la maldad o a la idiocia. Ya de
paso, ¿por qué no conmemoramos a Judas Iscariote, a Caifás, a los
dos Herodes, a Pilatos, a Nerón o a Diocleciano? Sin olvidarnos de
otros grandes benefactores de la fe, tales como Mahoma, Voltaire,
Nietzsche, Freud, Karl Marx, Rand o Lenin. En realidad, si festeja a Lutero perfectamente podría ya festejar a Satanás mismo, pues en el momento en que cabe una herejía caben todas, y en el momento en que cabe un mal ya cabe todo mal.
Lo
que me entristece es que tanto ha calado entre muchos que se dan a sí
mismos el nombre de católicos el espíritu de componenda y
transacción que domina al mundo apóstata de nuestros tiempos -según el cual no importa cuan indecentes y ruines sean unos contrarios porque en todo caso hay que entenderse con ellos-, que
aún pretenderán que es una gran cosa que el Papa conmemore a
Lutero. Dirán que, aunque el personaje pueda ser "imperfecto"
o "discutible", lo cierto es que los "hermanos
separados" (seguro que evitarían pronunciar la palabra
"protestante", no digo ya el término "hereje", porque, ya se sabe, lo último que se puede hacer es "ofender", y evitar ofender está incluso por encima de defender la Verdad o mostrar respeto por Dios)
le tienen mucho cariño, y homenajearlo a pesar de habernos hecho
tantas "diabluras" en el pasado es una buena manera de
acercarnos a la consecución del ideal ecuménico (que confunden con fusión de los credos cristianos, cuando en realidad tiene como propósito el retorno de los cristianos cismáticos y herejes al seno de la ortodoxia representada exclusiva y excluyentemente por la Iglesia Católica). Ideal que consideran que es imposible de alcanzar si no
reina un clima de buen rollito, sin darse cuenta de que enviar el mensaje de que "aquí no pasa nada porque
cada uno practique el cristianismo a su manera" es la mejor manera de perder definitivamente a aquellos cuyos ancestros se marcharon dando un portazo de la Iglesia, y no digo ya a los que se marcharon por su propio pie.
Ese es el problema: comportarse como si no pasara nada porque un individuo determinado no profese la Fé verdadera. El
problema es que claro que pasa algo, al menos desde la perspectiva cristiana -que no consideramos nuestra mera subjetividad, sino realidad objetiva revelada por Dios mismo-. Pasa que Cristo nos dijo "Yo soy el
Camino, la Verdad y la Vida. Nadie llega al Padre sino por Mí.",
de la misma manera que también nos dijo "A quien me confiese
delante de los hombres yo lo confesaré delante del Padre celestial,
pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré
delante del Padre celestial." El Santo Padre tiene el deber de
confesar la Verdad completa de Dios delante de los hombres en todo
momento, y no es lícito que confiese solo lo que le parece
presentable en sociedad y cuando le parece. Legitima a enemigos de la
Iglesia que es improbable que se convertirán a la misma (ya lo es en
abstracto, pero menos probable lo es todavía si la mismísima cabeza
terrena de la Iglesia deslegitima la posición siempre mantenida por
ésta de ser sin discusión posible la única religión verdadera y,
por ende, el único camino ordinariamente válido para que los
hombres se salven del castigo debido por sus pecados). Y confunde y
aleja a muchos que, si estuvieran bien atendidos espiritualmente por
su Papa, probablemente permanecerían en la Iglesia y hasta se
contarían entre los mejores cristianos. ¿Cuántas personas de fe
sincera no habrán abandonado la Iglesia a causa del Papa Francisco?
Dirán que otros han entrado en su lugar. Yo digo que la gente
confunde que el Papa caiga bien con que la gente retorne a la
Iglesia.
La
gente no retorna. Y, aunque lo hiciera, habría que ver quiénes
retornan y qué creen. Porque si retornar significa que la Iglesia
abra de par en par las puertas a personas que niegan todo lo que la
Iglesia cree, cabría preguntarse para qué podríamos querer que
entrara en la Iglesia gente así. Casi todos los creyentes de nuestro
tiempo parecen no ser capaces de entender que la Iglesia, en
ocasiones, debe cerrar la puerta. La Iglesia es hospital para la cura
de almas, pero solo puede abrir sus puertas a los enfermos tomando
precauciones. Al fin y al cabo, ¿queremos sanar al mundo o enfermar
con él? A los enfermos -especialmente si sus enfermedades son
infecciosas- no se les deja pasearse libremente por las instalaciones
sanitarias, como se demostró cuando la crisis del ébola. De hecho,
a veces, cuando un enfermo adolece de una enfermedad grave y
contagiosa que puede llevarse por delante a los hombres por millares,
no se lo deja entrar ni siquiera en cualquier hospital, sino solo en
aquel que está debidamente acondicionado para recibirlo. Y, sobre
todo, el enfermo que entra debe asumir que es tal enfermo. Cuando el
enfermo pretende que su enfermedad es bendición, y que él tiene
derecho a ser tratado como si estuviera sano, mal vamos. Que es lo
que pasa con la Iglesia de nuestros tiempos. Por cobardía y miedo, quienes deberían representar con fidelidad a la Esposa de Cristo adulteran con el mundo como si tal cosa, no sea que vaya a quedar mal.
¿Predicar a Jesucristo muerto y resucitado? Para ellos eso es
secundario, cuando no una carga que no se esfuerzan en disimular que
rechazan, incluso con asco.
Cisma
al canto, al menos al paso que va Francisco. Y lo malo es que incluso
a los mejores les costará saber de qué lado está la razón. ¿Qué
haré yo? Llamar a los muchos hermanos leales a Cristo como yo no lo
soy -y mucho más dignos que yo- que seguramente se plantearán
abandonar la Iglesia a no hacerlo. Puedes abandonar, en un momento
dado de la Historia, una fortaleza externa a tu propia Patria, pero
que no forma parte de ella. Sería el caso del que fuera inglés y
abandonara Gibraltar o las Islas Malvinas. Pero no puedes entregar
sin lucha tu propia Patria a los enemigos, y menos la Patria
espiritual, pues el creyente es antes del pueblo de Dios que ningún
mudable y transitorio pueblo terreno al que sea que pueda pertenecer.
¡La Iglesia, que es de Jesucristo, no puede ser abandonada en ningún
sentido por sus únicos ciudadanos de pleno derecho, que son quienes
creen en ella como Madre y Maestra y procuran comportarse en
consecuencia! No nos es lícito entregársela a los paganos. Sé que
la tentación es grande y que es normal que cunda cierto desaliento.
Pero Papas de pesadilla como Francisco no deben llevarnos a olvidar
que la Iglesia vive de Cristo, y está llamada a esperar el
cumplimiento de todas sus promesas. No en vano fue que dijo el Señor
aquello de que "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré
mi Iglesia. Y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella."
Ahora
más que nunca, tengamos presente lo que esas palabras del Divino
Maestro significaron entonces y seguirán significando por los siglos
de los siglos. Este artículo es la clase de artículo que no debe
escribirse así como así. Yo lo escribo porque entiendo que estamos
aproximándonos en todos los sentidos a una situación límite. No
deseo el Cisma, ni animo a él, pero creo que no podemos permanecer
de brazos cruzados cuando vemos que ocurren cosas que es lógico que
lleven a él incluso a los mejor predispuestos a la obediencia filial
a nuestro Santo Padre. Si, con carácter general, es deber del
cristiano manifestar opinión sobre las cosas que suceden dentro de
la Iglesia, más fuerte es aún este deber cuando se sospecha con
buen fundamento que se puede estar a las puertas de una gran crisis.
Flaco favor haríamos al Papa y a nuestros Obispos ocultándole
nuestros pensamientos.
Una
cosa está clara. El Concilio Vaticano II, por más que no sea
herético, ha fracasado. Cristo mismo dijo que por sus frutos
aprenderíamos a valorar el corazón de los hombres, y entiendo que
también es guiándonos por sus frutos que estamos llamados a
apreciar los hechos de la Historia. En ese sentido, no importa que el
Concilio sea doctrinalmente irreprochable (que es lo que creo en la
medida en que personas formadas en religión cuya opinión respeto
profundamaente me han dado razones que se me antojan convincentes para
pensar así). Lo que de verdad sirve para valorarlo es la zozobra
generalizada a la que ha dado lugar su implementación, o lo que
muchos aviesamente nos han querido hacer pasar por tal. La Iglesia
atraviesa una crisis como no la ha atravesado en muchos siglos, y
debe reaccionar. Por de pronto, eligiendo un Papa que rompa
totalmente con la línea de Francisco y vuelva a una línea más
claramente identificable con la de Jesucristo. Mas esto no es
suficiente. Un Papa no puede echar sobre sus hombros todo el peso de
la Iglesia. Estoy firmemente convencido de que es necesario un
Concilio. Y no creo que deba ser un Concilio Vaticano III. Más bien
correspondería que fuera un Trento II. Urge, aunque en los días
francisquistas es humanamente inconcebible que se convoque (si
convocara un Concilio Ecuménico, sería como para echarse a temblar
y pedirle a Dios que nos coja confesados y que, de alguna manera, evite su celebración). Tendremos que esperar al
próximo Papa. A no ser que Dios enmiende a quien, sobre el papel, es nuestro actual Sumo
Pontífice.
Son tiempos de conmoción. Y, como bien indica don Luis Fernando Pérez Bustamante, director de InfoCatólica (medio por el que he tenido noticia de la comisión de este desafuero), haríamos bien en incorporar a nuestras oraciones la siguiente súplica: Exsurge
Domine et iudica causam tuam. IHS