martes, 26 de enero de 2016

CON FRANCISCO ASUSTÁNDONOS TANTO, TENEMOS CISMA AL CANTO

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¿Les parece una buena noticia? ¿Si? ¿No? En fin, al margen de cual sea la respuesta procederé a darles la opinión que me merece todo este asunto. Que, caso de confirmarse que esas son las intenciones del Papa, bien podría ser la gota que desborde el vaso.

Francisco es probablemente el peor y más nefasto de todos los Papas que hemos tenido en siglos. Quizá sea el peor Papa que haya habido en la Historia, aunque afirmar esto exigiría una investigación más concienzuda. Y está llegando a tales extremos en su labor de demolición de la Iglesia que cabe dudar de si no es directamente un hereje, e incluso un apóstata. La situación está desmadrándose de un modo tal que, por vez primera, me pregunto muy en serio si Benedicto XVI no debería intervenir y tomar cartas en el asunto. No es ya el Papa, pero lo ha sido, y qué duda cabe de que eso deja una impronta indeleble de autoridad en él, que siempre tendrá algo que decir. Incluso a su sucesor; y más si es por la causa de Jesucristo, que bien vale enfrentar al propio Papa reinante y llamarlo al orden si se conduce de un modo claramente incompatible con la enseñanza más básica del Evangelio.

Francisco prostituye a cambio de alabanzas mundanas la Fé que, "de una vez para siempre, ha sido dada a los santos". Hoy se reunía como si tal cosa con el Presidente de Irán, y yo entiendo que el Papa no debería reunirse con gobernantes paganos que niegan a los cristianos su derecho a la libertad religiosa y a rendir culto privado y público al verdadero y único Dios al que, según la doctrina católica, el Papa representa sobre la Tierra. No debería reunirse con quienes asesinan y tiranizan a sus hermanos y demuestran de esa y de mil otras maneras ser hostiles a la Fé, a no ser que sea para sermonearlos, exigirles que hagan cesar las restricciones de toda clase que constriñan la difusión y predicación abierta del Evangelio y que se comprometan a respetar las personas de los creyentes y los derechos de la Iglesia, y de paso invitarlos a que se conviertan a la fe de Cristo.

Pero es que la noticia adjunta es aún peor. Según parece, el Papa conmemorará a Lutero en el aniversario del que quizá sea el peor día de toda la Historia de la Iglesia, que fue aquel en que el disoluto fraile agustino dio comenzó la Reforma al, según afirma la tradición, clavar sus 95 Tesis en las puertas de la catedral de Wittenberg (31/10/1517). Y eso es como conmemorar a Arrio, a Donato, a Nestorio, a Eutiques, a Priscilio, a Montano o a Pelagio. Es no ya un despropósito, sino una blasfemia y un acto de desprecio por la Verdad que solo puede obedecer a la maldad o a la idiocia. Ya de paso, ¿por qué no conmemoramos a Judas Iscariote, a Caifás, a los dos Herodes, a Pilatos, a Nerón o a Diocleciano? Sin olvidarnos de otros grandes benefactores de la fe, tales como Mahoma, Voltaire, Nietzsche, Freud, Karl Marx, Rand o Lenin. En realidad, si festeja a Lutero perfectamente podría ya festejar a Satanás mismo, pues en el momento en que cabe una herejía caben todas, y en el momento en que cabe un mal ya cabe todo mal.

Lo que me entristece es que tanto ha calado entre muchos que se dan a sí mismos el nombre de católicos el espíritu de componenda y transacción que domina al mundo apóstata de nuestros tiempos -según el cual no importa cuan indecentes y ruines sean unos contrarios porque en todo caso hay que entenderse con ellos-, que aún pretenderán que es una gran cosa que el Papa conmemore a Lutero. Dirán que, aunque el personaje pueda ser "imperfecto" o "discutible", lo cierto es que los "hermanos separados" (seguro que evitarían pronunciar la palabra "protestante", no digo ya el término "hereje", porque, ya se sabe, lo último que se puede hacer es "ofender", y evitar ofender está incluso por encima de defender la Verdad o mostrar respeto por Dios) le tienen mucho cariño, y homenajearlo a pesar de habernos hecho tantas "diabluras" en el pasado es una buena manera de acercarnos a la consecución del ideal ecuménico (que confunden con fusión de los credos cristianos, cuando en realidad tiene como propósito el retorno de los cristianos cismáticos y herejes al seno de la ortodoxia representada exclusiva y excluyentemente por la Iglesia Católica). Ideal que consideran que es imposible de alcanzar si no reina un clima de buen rollito, sin darse cuenta de que enviar el mensaje de que "aquí no pasa nada porque cada uno practique el cristianismo a su manera" es la mejor manera de perder definitivamente a aquellos cuyos ancestros se marcharon dando un portazo de la Iglesia, y no digo ya a los que se marcharon por su propio pie.

Ese es el problema: comportarse como si no pasara nada porque un individuo determinado no profese la Fé verdadera. El problema es que claro que pasa algo, al menos desde la perspectiva cristiana -que no consideramos nuestra mera subjetividad, sino realidad objetiva revelada por Dios mismo-. Pasa que Cristo nos dijo "Yo soy el Camino, la Verdad y la Vida. Nadie llega al Padre sino por Mí.", de la misma manera que también nos dijo "A quien me confiese delante de los hombres yo lo confesaré delante del Padre celestial, pero a quien me niegue delante de los hombres yo también lo negaré delante del Padre celestial." El Santo Padre tiene el deber de confesar la Verdad completa de Dios delante de los hombres en todo momento, y no es lícito que confiese solo lo que le parece presentable en sociedad y cuando le parece. Legitima a enemigos de la Iglesia que es improbable que se convertirán a la misma (ya lo es en abstracto, pero menos probable lo es todavía si la mismísima cabeza terrena de la Iglesia deslegitima la posición siempre mantenida por ésta de ser sin discusión posible la única religión verdadera y, por ende, el único camino ordinariamente válido para que los hombres se salven del castigo debido por sus pecados). Y confunde y aleja a muchos que, si estuvieran bien atendidos espiritualmente por su Papa, probablemente permanecerían en la Iglesia y hasta se contarían entre los mejores cristianos. ¿Cuántas personas de fe sincera no habrán abandonado la Iglesia a causa del Papa Francisco? Dirán que otros han entrado en su lugar. Yo digo que la gente confunde que el Papa caiga bien con que la gente retorne a la Iglesia.

La gente no retorna. Y, aunque lo hiciera, habría que ver quiénes retornan y qué creen. Porque si retornar significa que la Iglesia abra de par en par las puertas a personas que niegan todo lo que la Iglesia cree, cabría preguntarse para qué podríamos querer que entrara en la Iglesia gente así. Casi todos los creyentes de nuestro tiempo parecen no ser capaces de entender que la Iglesia, en ocasiones, debe cerrar la puerta. La Iglesia es hospital para la cura de almas, pero solo puede abrir sus puertas a los enfermos tomando precauciones. Al fin y al cabo, ¿queremos sanar al mundo o enfermar con él? A los enfermos -especialmente si sus enfermedades son infecciosas- no se les deja pasearse libremente por las instalaciones sanitarias, como se demostró cuando la crisis del ébola. De hecho, a veces, cuando un enfermo adolece de una enfermedad grave y contagiosa que puede llevarse por delante a los hombres por millares, no se lo deja entrar ni siquiera en cualquier hospital, sino solo en aquel que está debidamente acondicionado para recibirlo. Y, sobre todo, el enfermo que entra debe asumir que es tal enfermo. Cuando el enfermo pretende que su enfermedad es bendición, y que él tiene derecho a ser tratado como si estuviera sano, mal vamos. Que es lo que pasa con la Iglesia de nuestros tiempos. Por cobardía y miedo, quienes deberían representar con fidelidad a la Esposa de Cristo adulteran con el mundo como si tal cosa, no sea que vaya a quedar mal. ¿Predicar a Jesucristo muerto y resucitado? Para ellos eso es secundario, cuando no una carga que no se esfuerzan en disimular que rechazan, incluso con asco.

Cisma al canto, al menos al paso que va Francisco. Y lo malo es que incluso a los mejores les costará saber de qué lado está la razón. ¿Qué haré yo? Llamar a los muchos hermanos leales a Cristo como yo no lo soy -y mucho más dignos que yo- que seguramente se plantearán abandonar la Iglesia a no hacerlo. Puedes abandonar, en un momento dado de la Historia, una fortaleza externa a tu propia Patria, pero que no forma parte de ella. Sería el caso del que fuera inglés y abandonara Gibraltar o las Islas Malvinas. Pero no puedes entregar sin lucha tu propia Patria a los enemigos, y menos la Patria espiritual, pues el creyente es antes del pueblo de Dios que ningún mudable y transitorio pueblo terreno al que sea que pueda pertenecer. ¡La Iglesia, que es de Jesucristo, no puede ser abandonada en ningún sentido por sus únicos ciudadanos de pleno derecho, que son quienes creen en ella como Madre y Maestra y procuran comportarse en consecuencia! No nos es lícito entregársela a los paganos. Sé que la tentación es grande y que es normal que cunda cierto desaliento. Pero Papas de pesadilla como Francisco no deben llevarnos a olvidar que la Iglesia vive de Cristo, y está llamada a esperar el cumplimiento de todas sus promesas. No en vano fue que dijo el Señor aquello de que "Tú eres Pedro, y sobre esta piedra construiré mi Iglesia. Y las puertas del Infierno no prevalecerán contra ella."

Ahora más que nunca, tengamos presente lo que esas palabras del Divino Maestro significaron entonces y seguirán significando por los siglos de los siglos. Este artículo es la clase de artículo que no debe escribirse así como así. Yo lo escribo porque entiendo que estamos aproximándonos en todos los sentidos a una situación límite. No deseo el Cisma, ni animo a él, pero creo que no podemos permanecer de brazos cruzados cuando vemos que ocurren cosas que es lógico que lleven a él incluso a los mejor predispuestos a la obediencia filial a nuestro Santo Padre. Si, con carácter general, es deber del cristiano manifestar opinión sobre las cosas que suceden dentro de la Iglesia, más fuerte es aún este deber cuando se sospecha con buen fundamento que se puede estar a las puertas de una gran crisis. Flaco favor haríamos al Papa y a nuestros Obispos ocultándole nuestros pensamientos.

Una cosa está clara. El Concilio Vaticano II, por más que no sea herético, ha fracasado. Cristo mismo dijo que por sus frutos aprenderíamos a valorar el corazón de los hombres, y entiendo que también es guiándonos por sus frutos que estamos llamados a apreciar los hechos de la Historia. En ese sentido, no importa que el Concilio sea doctrinalmente irreprochable (que es lo que creo en la medida en que personas formadas en religión cuya opinión respeto profundamaente me han dado razones que se me antojan convincentes para pensar así). Lo que de verdad sirve para valorarlo es la zozobra generalizada a la que ha dado lugar su implementación, o lo que muchos aviesamente nos han querido hacer pasar por tal. La Iglesia atraviesa una crisis como no la ha atravesado en muchos siglos, y debe reaccionar. Por de pronto, eligiendo un Papa que rompa totalmente con la línea de Francisco y vuelva a una línea más claramente identificable con la de Jesucristo. Mas esto no es suficiente. Un Papa no puede echar sobre sus hombros todo el peso de la Iglesia. Estoy firmemente convencido de que es necesario un Concilio. Y no creo que deba ser un Concilio Vaticano III. Más bien correspondería que fuera un Trento II. Urge, aunque en los días francisquistas es humanamente inconcebible que se convoque (si convocara un Concilio Ecuménico, sería como para echarse a temblar y pedirle a Dios que nos coja confesados y que, de alguna manera, evite su celebración). Tendremos que esperar al próximo Papa. A no ser que Dios enmiende a quien, sobre el papel, es nuestro actual Sumo Pontífice.



Son tiempos de conmoción. Y, como bien indica don Luis Fernando Pérez Bustamante, director de InfoCatólica (medio por el que he tenido noticia de la comisión de este desafuero), haríamos bien en incorporar a nuestras oraciones la siguiente súplicaExsurge Domine et iudica causam tuam. IHS

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