domingo, 26 de abril de 2015

NPVIC Y CONSTITUCIÓN DE LOS EEUU. INCONVENIENCIA DE LA ELECCIÓN DIRECTA EN ESTADOS FEDERALES


[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Observo con creciente preocupación el constante avance que está experimentando en los EEUU la iniciativa que en inglés recibe el nombre de National Popular Vote Interstate Compact (Acuerdo Interestatal por el Voto Popular Nacional -o NPVIC, por sus siglas en inglés-). Se trata de una iniciativa que pretende que cada Estado usalense otorgue sus votos electorales al candidato a Presidente que obtenga la mayoría simple de los votos a nivel federal, con independencia del hecho de que gane o pierda las elecciones en el Estado. El primer Estado que hizo aprobar esta iniciativa fue Maryland, en 2007. Desde ese año, son ya once los Estados que se han sumado. El último fue Nueva York, orientado en ese sentido por su actual gobernador, Mario Cuomo.

El NPVIC establece que los Estados que lo aprueben por ley solo comenzarán a aplicarlo en el momento en el que haya sido aprobado por una pluralidad de Estados a los que corresponda otorgar 270 delegados -es decir, la mayoría absoluta de los que componen actualmente el Colegio Electoral-.

Este requisito para proceder a la aplicación de lo dispuesto en la iniciativa es lógico. Aplicarla antes podría no ser efectivo (dado que el candidato que obtenga menos voto popular podría ganar en todos los Estados que no la han aprobado, y de ese modo ganar las elecciones). Por el contrario, en el momento en que un grupo de Estados que eligiesen la mayoría de los delegados del Colegio Electoral aplicasen este sistema, los enemigos del Colegio Electoral estarían de enhorabuena, en la medida en que la institución quedaría abolida de facto, y la victoria en las elecciones presidenciales correspondería con toda seguridad al candidato que se hiciese con más votos en todo el país.

Todos los Estados que se han sumado son Estados liberales en los que la hegemonía política de los demócratas es abrumadora y los pocos republicanos que tocan poder consiguen hacerlo a base de someterse al discurso social y político de éstos, que es el hegemónico en esos Estados (igual que sucede a la inversa con muchos demócratas en muchos Estados de indiscutible predominio conservador). En el momento de aprobar el NPVIC, todos estos Estados tenían gobernadores y Legislaturas Estatales demócratas -con la única excepción de Nueva York, donde el Senado que aprobó el NPVIC era republicano-. En la mayoría de los casos, las mayorías electorales alcanzadas por los demócratas en las elecciones a gobernador o a las Legislaturas Estatales son apabullantes.

La iniciativa del NPVIC, en caso de aprobarse, implicaría el mayor cambio en el modelo político usalense acontecido en toda la Historia de la joven nación americana. Ningún cambio constitucional del sistema político entre los efectuados hasta el momento presente ha revestido la misma entidad que tendría éste, que vendrá impuesto a través de una simple reforma legislativa. Tan es así, que sus críticos en parte se le oponen por considerar que el NPVIC no es otra cosa que una reforma encubierta de la Constitución usalense. ¿Hasta qué punto es esa una opinión consistente?

Sin duda alguna, los Estados usalenses carecen de poder para derogar el Colegio Electoral que elige al Presidente de los EEUU (http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2012/08/breve-explicacion-del-sistema-de.html). Dicho Colegio Electoral fue establecido por la Sección 1ª del Apartado 2º del Artículo II de la Constitución de 1787, de manera que su disolución formal y la implementación de la elección presidencial directa por mayoría simple sería posible solo si se introdujese alguna Enmienda a la Constitución. Los apoyos que es necesario concitar a fin de enmendar la Constitución son enormes (voto favorable de dos tercios de cada cámara del Congreso y de tres cuartos de las Legislaturas Estatales). Por eso solo una vez han existido posibilidades razonables de enmendar la Constitución a fin de abolir el Colegio Electoral y de establecer la elección directa del Presidente de EEUU. Sucedió en 1969, cuando el Representante Emanuel Celler y el Senador Birch Bayh propusieron una Enmienda a la Constitución en virtud de la cual el candidato ganador de las elecciones pasaba a ser elegido directamente Presidente a condición de obtener al menos el 40% de los votos; celebrándose en caso contrario una segunda vuelta entre los dos candidatos más votados.

Aquello era una chapuza, dado que se sustituía una tradición rebosante de sentido como -al margen de sus insuficiencias- lo es la de la elección indirecta del Presidente a través del Colegio Electoral (cuya composición, equivalente a la del número de Congresistas por Estado, no puede decirse que sea arbitraria) por un modelo de elección directa sin tradición histórica ninguna que no se ha empleado jamás para la elección de otros cargos públicos elegidos por comicios en EEUU, introduciendo esa cláusula boba del umbral mínimo del 40% a fin de poder ser elegido Presidente que, por un lado, carece de particular asidero racional (¿Por qué un 40% y no un 35% o un 45%? ¿No tendría más sentido exigir al menos el 50% más uno de los votos como en Francia?); y, por otro lado, nunca ha sido aplicada, al menos hasta donde yo sé, ni a las elecciones a las cámaras del Congreso ni a las elecciones a Gobernador, ni a las elecciones a las Legislaturas estatales). Más sentido habría tenido bien la instauración de una elección presidencial directa por mayoría simple acorde a la tradición política usalense, o bien la implementación de la novedad a todos los niveles electorales federales (es decir, también para las elecciones al Congreso).

El caso es que la propuesta de enmienda constitucional tuvo recorrido, dado que fue aprobada por una mayoría abrumadora de la Cámara de Representantes: 339 a 70. Más aún, recibió el apoyo de un Presidente que, por mucho que haya pasado a la Historia como uno de los más nefastos, fue en su momento uno de los más populares que nunca hayan tenido los EEUU: Richard Nixon. Solo la inquebrantable y numantina resistencia de una minoría compuesta sobre todo por Senadores de los Estados pequeños pudo impedir mediante un acertado ejercicio de filibusterismo (término con el que se conoce al bloqueo por una minoría suficiente de al menos el 40% de sus miembros de las actividades del Senado) la aprobación de tamaña aberración jurídico-política y salvar así el Colegio Electoral. Desde entonces se han vuelto a proponer enmiendas a fin de eliminar el Colegio Electoral, pero ninguna ha estado cerca siquiera de prosperar. El asunto perdió relevancia a ojos de la opinión pública usalense, y solo la recuperó cuando, en el año 2000, el candidato republicano y Gobernador de Texas, George W. Bush, derrotó al candidato demócrata y Vicepresidente, Al Gore, obteniendo menos voto popular que éste en las elecciones presidenciales (lo que no ocurría desde 1888).

Desde entonces volvió a tomar fuerza la idea de abolir el Colegio Electoral, aunque más que nada entre los demócratas. Que se daban cuenta de que sin apoyo bipartidista (y apenas hay republicanos prominentes que apoyen abrogar el Colegio Electoral) sería imposible intentar nada a ese respecto en el Congreso, que difícilmente aprobará una enmienda a la Constitución de 1787 que vaya en ese sentido. Ahora bien, los Estados (a través de sus Legislaturas) para lo que si son competentes es para decidir la forma en que deben otorgarse los delegados que a cada Estado corresponde designar con motivo de las elecciones. Esta es la razón que aducen en defensa de su propuesta los partidarios del NPVIC.

Los que cuestionan la constitucionalidad del NPVIC, por su lado, sostienen que el derecho de los Estados a repartir libremente sus delegados no llega hasta el punto de que un Estado pueda delegar su elección en lo que hagan los demás Estados, que es exactamente lo que hace el NPVIC cuando establece que el candidato ganador a nivel federal se llevará de calle los delegados de los Estados que lo han aprobado, con independencia de que haya perdido en el Estado. Yo, personalmente, creo que esa objeción no tiene una base lo suficientemente fuerte.

La X Enmienda es clara cuando establece que: "Los poderes que la Constitución no delega a los Estados Unidos ni prohibe ejercer a los Estados quedan reservados, respectivamente, a los Estados o al pueblo". En materia electoral, la Constitución no entra a regular más que unos pocos y muy concretos aspectos del sistema electoral federal. Así que, con la excepción del tamaño de las delegaciones de los Estados en el Congreso y en el Colegio Electoral; de la resolución de los casos en los que ningún candidato tenga la mayoría; de los lugares en que corresponde celebrar comicios a la Cámara de Representantes y las épocas y modo en que ha de hacerse lo propio en ambas cámaras del Congreso (cuestiones que, en ausencia de regulación federal, son reguladas libremente por cada Estado); y de la elección separada de Presidente y Vicepresidente, todas las demás cuestiones relacionadas con la regulación de las elecciones federales -tanto presidenciales como al Congreso- son de exclusiva competencia de los Estados.

Es otra la razón que yo creo que podría esgrimirse para argumentar la inconstitucionalidad del NPVIC. Yo creo que esta iniciativa es inconstitucional en la medida en que, si bien el procedimiento elegido para instaurar el NPVIC es acorde a la letra de la Constitución -en la medida en que respeta, de iure, la existencia del Colegio Electoral-, la propuesta implica un fraude no ya de ley, sino de la Constitución, al igual que un abuso del Derecho. ¿Por qué? Porque, si bien se respeta formalmente la existencia de la institución que se reforma, dicha institución queda despojada de todo contenido a efectos prácticos.

Uno de los órganos políticos centrales a lo largo de toda la Historia política de los EEUU, como es el Colegio Electoral -concebido para que la soberanía de los Estados fuera debidamente tenida en cuenta a través de la emisión por cada Estado de una opinión colectiva propia y diferente de la de los demás Estados-, ya no podría cumplir su función, dado que el reparto de votos ni siquiera se efectuaría teniendo en cuenta la opinión política del Estado, sino la de los EEUU en su conjunto. Esto implica contravenir en el fondo -si no en la forma- la intención de los Padres Fundadores y una tradición que viene siendo observada ininterrumpidamente desde hace ya 226 años, cuando se celebraron las primeras elecciones y se eligió unánimemente Presidente a George Washington. Si se concibió el Colegio Electoral fue para ser relevante y modular lo que podríamos denominar el "resultado electoral en bruto", y no para ser mero altavoz de dicho "resultado electoral en bruto".

Tampoco es que el argumento que opongo al NPVIC sea irrebatible, ni muchísimo menos. Podría decirse que, si de verdad la intención de los Padres Fundadores hubiera sido realmente la que yo digo (esto es, la de que el Colegio Electoral fuera relevante y sirviera para dar forma definitiva al resultado de las elecciones presidenciales), lo más seguro es que hubiesen tomado precauciones más eficaces para garantizar a toda costa la relevancia política del Colegio Electoral. No estoy convencido de que ese sea un argumento válido. También podría decirse que, si de verdad los Padres Fundadores hubiesen estado por un sistema de elección directa del Presidente, lo habrían establecido sin más. Habrá quienes digan que quizá estaban abiertos a establecer un sistema flexible en el que cupieran múltiples posibilidades (una de las cuales sería la elección presidencial directa), todas ellas igualmente constitucionales. No lo veo razonable. No creo que los Padres Fundadores plantearan precisamente un modelo institucional susceptible de ser transformado de un modo tan sustancial merced a la voluntad de mayorías políticas pasajeras; aunque solo sea porque eso habría supuesto cimentar los EEUU sobre cimientos altamente inestables.

Lo que sí señalan acertadamente los adversarios del NPVIC es que la validez de los acuerdos interestatales, de la naturaleza que sean, depende de su aprobación por el Congreso. Así que, aunque el NPVIC fuera aprobado por un número suficiente de Estados, seguiría sin poder entrar en vigor en tanto no lo aprobara el Congreso, actualmente en manos republicanas. Hoy por hoy, no se antoja probable que un Congreso republicano aprobara nada que se parezca al NPVIC. Ahora bien, esta no es una barrera protectora contra el desafuero tan difícil de franquear como para dejar de preocuparse por lo que pueda suceder en el corto plazo. Parece probado que las mayorías republicanas en el Congreso obedecen a unos índices de participación popular en los comicios de vergüenza. Sin embargo, una propuesta como el NPVIC es la clase de asunto que podría movilizar a lo grande al electorado (incluso si las elecciones al Congreso estuvieran separadas de las presidenciales), y que podría ayudar a conformar una nueva mayoría demócrata favorable al acuerdo.

Otra cuestión jurídica a tener en cuenta a la hora de plantearse la conveniencia de una iniciativa del estilo del NPVIC es que, incluso aceptando la constitucionalidad de la misma, nos encontramos con que se estaría acometiendo una modificación trascendental del sistema político estadounidense sobre la base de una provisionalidad que no parece que constituya jamás el marco jurídico idóneo para ninguna gran reforma. ¿Por qué? Pues porque los Estados son libres para revocar el acuerdo adoptado, de modo que algunos de los Estados que aprobaran el NPVIC podrían revocarlo tras haber entrado éste en vigor, debiendo retornarse automáticamente al sistema electoral anterior. En definitiva, que la cuestión electoral podría convertirse en un motivo de enfrentamieto y encono político federal e interestatal permanente. Se votaría en las elecciones presidenciales sin la seguridad de que a los cuatro años el sistema para la elección del Presidente siguiera siendo el mismo.

De momento, por ir aclarando la situación actual del NPVIC, tenemos que un grupo de Estados que eligen 165 delegados han aprobado ya la iniciativa. De manera que los propulsores de la misma han recorrido el 61'11...% del recorrido que los separa de la consecución de su objetivo. Les quedan 105 votos y la aprobación del Congreso para que su sueño de institucionalizar la elección presidencial directa en los EEUU se haga realidad. Teniendo en cuenta solo los Estados que no han aprobado el NPVIC, bastaría con que la propuesta recibiera el apoyo de Texas, Florida, Pennsylvania y Ohio para tener que ser sometida al Congreso. Ya lo comenté antes y vuelvo a comentarlo: hablamos de un hecho político de primerísima magnitud. Por lo que ahora toca dejar de lado el debate acerca de su constitucionalidad, y entrar a discutir si la elección directa del Presidente de EEUU es o no correcta.

Adelanto que no estoy en absoluto de acuerdo. Considero que la instauración de un sistema de elección directa del Presidente de los EEUU -que, aplicado a la elección del Presidente del Gobierno español, me parecería un adelanto incuestionable- supondría un enorme error de enormes proporciones históricas y de primerísima magnitud. La razón fundamental que me lleva a posicionarme de esta manera es una que siempre he creído que debería ser obvia: en una Unión Federal, la voluntad de las entidades federadas que la componen consideradas colectivamente no debería dejar de ser tenida en cuenta. Dicho de otro modo, en el seno de un sistema federal de integración parcial de naciones que pese a la integración mantienen su soberanía no debería adoptarse jamás un sistema que permita que un candidato a cualquier cargo público federal a elegir por toda la Unión pueda ser elegido para el mismo siendo rechazado por la práctica totalidad de las entidades federadas (lo que, desgraciadamente, es cosa que puede suceder perfectamente si se les niega a éstas la posibilidad de emitir un voto colectivo propio).

Comprendo perfectamente que se considere que el voto popular debería tener un protagonismo mayor que el que actualmente tiene en la elección presidencial. Yo creo lo mismo, y considero que estaría bien estudiar si existen opciones que, sin desvirtuar el sistema, puedan dotarlo de mayor relevancia. Para mi resulta claro como el agua que los EEUU (o por lo menos su sistema presidencial) han funcionado hasta ahora dando por hecho que el acuerdo de un número de Estados que claramente represente una mayoría incontestable de la Unión, por endeble que éste sea, ha de prevalecer sobre el rechazo tajante de la minoría de los Estados, sin importar lo grande que sea ésta minoría, ni el hecho de que dicha minoría de Estados englobe a la mayoría de la población del país.

Mi posición es la de que debería existir un equilibrio entrambas posiciones. Pienso que no debería ser posible que el rechazo tajante a un candidato en un Estado desprovea totalmente de efectos a la aceptación mayoritaria en el resto, y de la misma manera soy de la opinión de que tampoco debería ser posible que un acuerdo por la mínima en un grupo de Estados que represente a la mayoría del país (que no tienen ni siquiera porque ser la mayoría de los Estados totales) prime sobre el rechazo tajante en una fracción importante de la Unión.

Por otro lado, no dudo ni por un momento de que la elección directa del Presidente no solo no soluciona en absoluto el problema antes descrito, sino que consagra el proceso histórico-político de "unitarización" de los EEUU (que amenaza con sustituir la tradicional concepción del equilibrio entre las instancias políticas soberanas federal y estatales en una hegemonía federal absoluta, convirtiéndose los Estados en un elemento meramente decorativo del sistema político usalense). Antes de entrar a concretar mi postura, analicemos la contraria. Los defensores de la elección directa del Presidente -a la que antaño yo era favorable por mi menor comprensión de la naturaleza del sistema federal usalense- alegan una serie de razones que consideran deberian animar a la gente a sumarse a su causa. En esencia, esas razones se compendian en estas cuatro:

-El Voto Popular Nacional es más "democrático" que la elección presidencial a través del Colegio Electoral, ya que lo democrático es que sean los individuos los que se posicionen acerca de quién quieren que sea su Presidente, y no los Estados.

-El Voto Popular Nacional otorga mayor protagonismo a las minorías políticas de los Estados dado que, en lugar de llevarse todo el ganador en cada Estado como ocurre ahora, cada voto americano cuenta. De manera que, gane o pierda su candidato, no existe un solo americano cuyo voto no tenga una incidencia directa en la elección presidencial.

-El Voto Popular Nacional impide que la atención de los candidatos se centre casi exclusivamente en los swing States (Estados cambiantes), que son los Estados que no tienen una preferencia política clara y en los que, por así decirlo, no está cantada la victoria de ningún candidato.

-El Voto Popular Nacional devuelve protagonismo a los pequeños Estados, cuyo voto pasaría a importar tanto como el de los grandes. Nada que ver con lo que sucede en este momento de la Historia usalense en el que es un hecho que los Estados pequeños apenas cuentan, dado que su representatividad en el Colegio Electoral es tan pequeña que no se los toma en consideración. Ni siquiera cuando se trata de swing States, pues lo que aportan o quitan al candidato que gana en ellos es tan poquita cosa que practicamente no vale la pena el esfuerzo de prestarles una atención que más vale que se concentre en los grandes Estados que de verdad pueden provocar un vuelco.

Esas son las cuatro razones de más peso que les he leído u oído aducir en favor del NPVIC a los defensores de dicha iniciativa. Aunque estoy de acuerdo parcialmente con casi todas ellas, considero que se les da un enfoque equivocado, y una solución todavía más desacertada que espero que no sea la que finalmente elija el país. Así que voy a contestarlas una a una.

La idea de que es más democrático que se posicionen políticamente los ciudadanos y no los Estados no la comparto en absoluto, dado que es una simpleza. Quienes así razonan lo reducen todo al número total de individuos, obviando la diferencia cualitativa existente entre las naciones unitarias y las asociaciones de naciones más o menos integradas (federaciones y confederaciones); y olvidando por completo la idea de soberanía colectiva de la nación, que se expresa a través de la emisión de un voto conjunto de la misma en favor de los principales actores políticos. Idea que sigue siendo válida incluso cuando la nación pierde su independencia y pasa a ser una nación asociada cuya soberanía se ve limitada por un poder federal superior. Mientras haya nación y haya soberanía, es preciso que la soberanía colectiva pueda seguir ejercitándose. Dado que los EEUU aún no son una nación unitaria (pues si esto ocurriera ya no serían los EEUU, sino otra cosa muy diferente), entiendo que no hay razón para despojar a los Estados de su derecho a emitir un voto en tanto que colectividad en favor del candidato más apoyado dentro de los límites del Estado.

En cuanto a la idea de que la implementación de la elección presidencial directa devolvería su importancia al voto de las minorías políticas de los Estados, dicha idea implica partir de la base de que existen Estados muy inclinados hacia los republicanos y otros muy inclinados hacia los demócratas (Estados rojos y azules, respectivamente). E implica deducir automáticamente que, como el ganador se lo lleva todo, el voto de un demócrata de un Estado rojo o de un republicano de un Estado azul no significa nada, lo que desincentiva la participación, dado que millones que en otro caso votarían saben de antemano que el candidato del otro partido se llevará su Estado de calle. Y que, por ende, la elección presidencial directa devolvería su importancia a las minorías políticas de los Estados, y las animaría a participar en el proceso democrático y a identificarse más plenamente con él, sintiéndose representadas por el mismo.

Este es un argumento hasta cierto punto válido, pero se exagera su importancia; y no deja de ser falso en la medida en que se basa en una media verdad. La Historia en democracia de los EEUU es la más larga del mundo. Hoy en día, es verdad que el país está políticamente más polarizado de lo que lo había estado nunca en todos los años que han seguido a la Guerra Civil. Sin embargo, hace solo 30 años, el "ultraconservador" Ronald Reagan ganó en todos los Estados del país con la única excepción de Minnesotta (donde perdió por nada); y obtuvo ventajas abrumadoras de más de dos dígitos en Estados hoy día considerados bastiones inexpugnables del liberalismo tales como California, Illinois, Maine, Nueva Jersey, Oregón, Vermont o Washington. Ganó hasta en Massachusetts. Lo que significa que no es cierto que las minorías en los EEUU estén condenadas a la total irrelevancia, dado que siempre es posible cambiar esa situación. ¿Que cómo? Pues convirtiéndose en mayoría.

Eso sin contrar que no puede darse por hecho que los EEUU van a estar siempre igual de polarizados políticamente de lo que lo están en la actualidad. Quizá dentro de diez o veinte años nos encontremos con que minorías políticas que -según los partidarios de la elección presidencial directa- no tienen nada que hacer en sus Estados han conquistado la mayoría en los mismos. De todas maneras, el de la marginación de las minorías políticas de los Estados es uno de los argumentos más sensatos que aportan en favor de su causa los partidarios del NPVIC.

Los EEUU beben de dos fuentes de soberanía, que no son otras que el pueblo usalense y los Estados Federados. Sin embargo, es un hecho que, tradicionalmente, el sistema político usalense ha favorecido la representatividad de los Estados no prestando la suficiente atención a la representatividad popular. Y es cierto que este hecho desalienta a las minorías a participar en procesos electorales, y por ende dificulta su identificación con una democracia que no sienten que les represente (y para comprobar hasta qué punto esto no es una exageración, basta observar los indices patéticos de participación en las elecciones usalenses que se han ido registrando en el último siglo). La cultura política valora la victoria por encima de todas las cosas -rasgo muy típico del carácter anglosajón, y especialmente usalense-, y muchos de quienes saben que van a perder directamente se abstienen de tomar parte en los comicios. Eso debería cambiar. Aunque no a costa de privar de toda importancia al parecer del Estado mismo colectivamente considerado. Que es lo que, desgraciadamente, pretenden los partidarios de la elección presidencial directa.

En cuanto a la tercera razón de peso que los defensores de la implantación de la elección presidencial directa esgrimen para defender sus alocadas pretensiones unitaristas, que es la de que así se evitaría que los candidatos le presten más atención a unos Estados que a otros; empezar diciendo que es una solemne tontería, cuando no un engaño deliberado. Los partidarios de suprimir el Colegio Electoral sostienen que actualmente la atención de los candidatos se centra casi exclusivamente en los denominados swing States. Y que solo si se aprueba la elección directa del Presidente y cada voto americano cuenta lo mismo los candidatos se verán obligados a repartir su atención equitativamente.

Dicen que la elección directa es la única manera de devolver importancia al voto de los ciudadanos de los pequeños Estados, y de conseguir que los candidatos procuren hacer campaña en el mayor número de Estados posibles. Dicen que, dado el dispar tamaño de los Estados, los pequeños Estados, incluso en el caso de que sean swing States, difícilmente recibirán ni la menor atención de los grandes candidatos, a los que les compensa más tentar a la suerte y rezar para ganarlos que hacer campaña en ellos y dejar de prestar su atención a los mayores Estados, que son los que realmente son necesarios para ganar la Presidencia.

Es verdad que en los actuales EEUU hace ya décadas que los candidatos se concentran en los Estados que reúnen a la vez estas dos características: ser grandes Estados y ser swing States. Pese a todo, incluso reconociendo esto, se me hace difícil entender que la forma de otorgar mayor valor a la opinión de pequeños Estados como Rhode Island o Delaware sea pasar por alto la voluntad del pueblo de cualquiera de esos dos Estados. Es más, se omiten detalles importantes. Como el de que, en verdad, la voluntad de los pequeños Estados perdería relevancia. Pues en el Colegio Electoral los Estados pequeños están sobrerrepresentados y los grandes infrarrepresentados, mientras que, si se aprobara la elección directa del Presidente, los Estados pequeños pasarían a ser todavía más irrelevantes al perder esa pequeña ventaja de la que hoy gozan.

Conste que esto no es malo en sí mismo. Yo soy partidario de que cada Estado pese en la elección presidencial lo que le corresponda en atención a la proporción de la participación electoral global en las elecciones que corresponda a ese mismo Estado (lo que, potencialmente, implicaría que cada Estado pesaría tanto como la proporción de electores establecidos en él, dado que tal sería el resultado si participase en la elección el 100% del electorado, que tendría motivos hasta "patrióticos" si se los quiere llamar así para participar en las elecciones, en la medida en que de la emisión de su voto dependería el peso político de su Estado).

Me explico. Mientras los Estados sigan estando representados por igual en el Senado, los intereses de los menos poblados estarán debidamente protegidos. Es decir, que ya son lo suficientemente poderosos como para necesitar un peso mayor del que en base a su población les correspondería en la elección presidencial. De hecho, considero que es conveniente privarles de ese peso porque en los actuales EEUU existen unos cuantos Estados que son lo suficientemente irrisorios en términos de territorio, de población o de las dos cosas como para que uno no pueda dejar de preguntarse si no sería mejor que dichos Estados se integraran con otros para constituir Estados de dimensiones más normales. Lo que tiene su importancia más allá de la estética.

Históricamente, Nueva Inglaterra ha dispuesto de un poder mucho mayor dentro de los EEUU que el que debería corresponderle en base a su población, ya que concentra dentro de sus fronteras seis Estados, de los cuales cinco (a saber, se trata de los Estados de Maine, Nueva Hampshire, Vermont, Rhode Island y Connecticut) son minúsculos en términos territoriales. El mayor de todos los Estados de Nueva Inglaterra, Massachusetts no es tampoco demasiado grande (a decir verdad, creo que solo Hawaii, Nueva Jersey, Delaware y los otros Estados de Nueva Inglaterra antes mencionados son menores en superficie). Y en verdad da la sensación de que el hecho de que no estén unidos responde más a la inercia de la tradición y a la codicia política (separados suman 10 votos en el Colegio Electoral más de los que corresponderían a Nueva Inglaterra si ésta fuese un único Estado) que a la existencia de diferencias irreconciliables de ninguna clase entre los citados Estados.

Como es lógico, no soy partidario de que se obligue a fusionarse a entidades soberanas que deben ser libres de decidir si constituir o no una entidad integrada mayor. Pero si creo que es conveniente desincentivar, en la medida de lo posible, la pervivencia de los pequeños Estados. Y la forma de conseguir eso es reducir lo más que sea posible el poder de los mismos, siempre y cuando eso no tenga como consecuencia la ruptura de los principios políticos esenciales en torno a los cuales ha de ordenarse una asociación de naciones parcialmente integradas como es una federación.

De todas maneras, lo importante es que el argumento esgrimido a este respecto en favor del NPVIC es radicalmente falso, hasta tal punto que cuesta creer que los propulsores de la elección directa no sean conscientes de ello y, a pesar de todo, mientan descaradamente. La implementación del NPVIC disminuiría el peso de los pequeños Estados en la elección presidencial, sin que en modo alguno fuesen compensados con un mayor poder de atracción del que ya poseen sobre los candidatos.

No por nada, sino porque el efecto evidente del voto directo no sería otro que el de focalizar la atención de los candidatos en las grandes ciudades. Las elecciones se convertirían en una competición por la conquista del voto de las MacroUrbes, no del de los MicroEstados. Los candidatos republicanos a los que hoy por hoy los millones de votos obtenidos en ciudades tales como Nueva York, Chicago, Los Ángeles, Filadelfia, San Francisco, Seattle, Cincinnati, Boston, Baltimore, Minneapolis no les valen absolutamente para nada acudirían más a esos sitios a fin de mantener o aumentar sus caladeros electorales. Y los demócratas harían lo propio en ciudades tales como Houston, Dallas, San Antonio, San Luis, Albuquerque, Charleston, Atlanta o Nueva Orleáns.

En definitiva, que sin duda alguna los candidatos ampliarían su radio de acción, pero no a los Estados pequeños (que seguirían igual de postergados que antes, solo que ahora disponiendo de mucho menos peso que antes en la elección del Presidente). Cosa que insisto en que no me parece mal, ya que una cosa es ser favorable a que los Estados pequeños no queden reducidos a la condición de diminutas e ignoradas manchas de tierra, y otra muy diferente es premiar su pequeñez natural con ventajas políticas que no son precisas para proteger su posición relevante dentro de la Unión, y con ella su soberanía. No obstante, lo que si rechazo es la forma en que los propulsores del NPVIC hacen apología de su propuesta intentando a sabiendas de lo que hacen colar como argumentos en favor de la misma circunstancias que dan lugar a efectos muy diferentes de los que ellos les atribuyen delante de la opinión pública.

Concluyendo, que esas son en resumidas cuentas mis razones para oponerme al NPVIC y a la elección directa del Presidente de EEUU. En cuanto a las novedades que pueda deparar la evolución de la iniciativa, ya seguiré informando si es preciso... Un abrazo en Jesucristo a todos los lectores, y hasta la próxima. IHS

martes, 7 de abril de 2015

ASCO Y VERGÜENZA, LA RESPUESTA QUE MERECE LA BLASFEMIA

Tras varios días sin hacer caso de esta publicación, me he tomado por fin la molestia de léerme este articulito:

http://blogs.publico.es/davidtorres/2015/03/31/cristianismo-hasta-el-fondo/

Me lo enviaba una persona a la que estimo, pero que en modo alguno comparte mi religión (él se declara budista y ateo), y que seguramente pensaba que me parecería digno de un comentario. ¡Y tanto que me lo ha parecido!

¿Qué decir de la entrada de este tal David Torres? Sencillamente, que me ha subyugado, y me ha hecho darme cuenta de hasta qué punto estaba preso en las garras de la Iglesia. ¡Qué mal enterado estaba de los contenidos de mi religión, y de las ideas que verdaderamente propugnaba Cristo! Menos mal que hombres nacidos muchos siglos después de los hechos que motivaron la aparición del Cristianismo en cuestión han arrojado luz sobre el misterio, y me han explicado que este 2015 hará 7 años que me adscribí libre y voluntariamente a un culto ateo cuyo vórtice es esa misma muerte de Dios de la que nos habla la filosofía de Nieztsche.

A partir de ahora, a preocuparme únicamente por las cosas por las que me de la real gana preocuparme en cada momento. ¿Renunciar a la moral? No, hombre, no. Pero sí reconocer que es puramente subjetiva, y que lo que hoy me parece sacrosanto (como los derechos de los niños*), mañana puede no serlo nada en absoluto..., especialmente si no me apetece que siga siendo así. ¡Fuera de mi vida la oración, la Biblia y la misa, que eso es un rollo! Si alguna vez me aburro y creo que, aunque solo sea para variar, me apetece una "experiencia trascendental", un poquito de yoga o de santería bastarán para sazonar mi vida con una pizca de mística extravagancia (ya que estamos, podría también realizar ofrendas y sacrificios a los antiguos dioses, ya que me gusta mucho la Historia y hace muchas centurias que nadie participa en las procesiones de los Hermanos Arvales, ni quema incienso en el altar del genio del "divino Julio", ni se divierte conmemorando las proezas de Ganímedes, sacando el corazón en homenaje a Kukulkán, o quemando niños para mejor congraciarse con Moloch).

Hablando en serio, las ideas de los paganos y apóstatas acerca del papel histórico me pueden merecer hondo respeto y notable interés; siempre que se expongan desde el respeto y sin atentar contra la realidad mediante la deformación insolente y rastrera de la misma. Desgraciadamente, este artículo no cumple mis mínimos (pienso que para cualquier creyente y para la mayoría de los no creyentes es fácil comprender mi postura a poquito que se lee). Peor aún, he de decir que me resulta ofensivo en extremo.

Me ofende en lo personal, dado que yo no me considero un sadomasoquista, no creo que los ritos de mi religión tengan nada de caníbal, ni que la manera en que la mayoría de la gente católica (y más concretamente cofrade -sector con el que ahora estoy algo más familiarizado desde que ingresé, y a mucha honra, en la Archicofradía del Ecce Homo de Cádiz​-) viva la Semana Santa como una "orgía de porno duro eclesial" ni como un "orgasmo patriótico". ¿Que alguno hay que se excede y acaba pareciendo un descerebrado adorador de Torrente o de Francisco Franco más que del Dios altísimo? No digo que no, pero es injusto asociar esto al ADN de la religión católica, en la medida en que no es de recibo denunciar como consecuencia de la predicación de la Iglesia actitudes que son radicalmente contrarias a la doctrina que la Iglesia predica (y que no son las que yo he observado en la mayoría de la gente cofrade que he conocido en estos últimos meses). Aunque, todo sea dicho, para gente como la que escribe el artículo el mero hecho de ir a misa o de escuchar el himno u honrar la bandera de España son actividades que acabarán entrando dentro de la categorías de "orgías de porno duro eclesial" y de "orgasmos patrióticos". Y me da pena pensar y miedo pensar que esas deleznables ideas las comparta la persona que me lo envía, tanto si reconoce abiertamente que es así como si no.

Dice el autor (y lo mismo piensa una larga legión de pobres diablos que se adscriben a sus puntos de vista) que si este país fuera católico, apostólico y romano "seguiríamos quemando herejes en las plazas". ¿Es que los paganos de todas las especies tienen acaso historial mejor que el del Cristianismo? ¿Qué son sus múltiples mundos sino las cabezas de una misma Hidra? ¿Y qué es por contrapartida nuestro imperfecto pero indiscutiblemente preferible mundo, cincelado principal aunque no únicamente por la religión de Cristo?

Yo digo que los paganos tienen todo el derecho a echarnos en cara los errores o maldades cometidos en nombre de la Iglesia, individualmente considerados. Mas el paganismo como colectivo carece de legitimidad alguna para reprocharnos absolutamente ninguna de nuestras traiciones a un Evangelio en el que ni siquiera creen. Si hemos hecho mal, ha sido por depositar en Cristo la misma poca fe que ellos ponen en Él, recurriendo por ello a métodos similares a los de los paganos. A menudo, el mayor bien que ha echo el Cristianismo ha sido la extirpación de las ideas contrarias a él mismo, incluso cuando lo ha hecho empleando medios ilícitos desde el punto de vista del Evangelio. Nuestros pecados son todos mera supervivencia de sus maneras erradas -cuando no criminales- de entender la vida del hombre sobre la Tierra, y no los arreglaremos dándoles nueva vida como lo está haciendo esta abominable sociedad apóstata y abortista, por la que con gran placer proclamo mi asco.

De todos modos, la ofensa personal es poquita cosa comparada con una más importante. No en vano está escrito "Amarás a Dios sobre todas las cosas". En ese sentido, señalar que el tono del artículo no solo denigra la dignidad de hombres como yo a los que ven, que impotentes nos vemos ante este nuevo atropello de los que nos desprecian por nuestra adscripción religiosa. Lo grave es que atenta contra la Majestad del Dios omnipotente al que no ven ni con sus ojos ni con su corazón. Verdad es que no creen en ese Dios, ni por tanto en su Majestad. Pero deberían respetarnos a nosotros, y deberían saber que las ofensas contra Dios son para el creyente cosa peor y más lesiva que los desaires que recaen sobre nosotros mismos y sobre aquellos a los que más amamos.

Denota un indisimulable mal gusto el enviar a un creyente material que implica tratar, empleando un lenguaje deliberadamente vulgar e inapropiado, un tema que para esa misma persona -en tanto que creyente- es de suma importancia. No se insulta directamente a Cristo, pero se emplea un vocabulario obsceno que no me inspira más que vergüenza ajena y del que es radicalmente inaceptable que se haga uso cuando a quien se menta es precisamente a Cristo, y delante de un creyente; y más aún cuando encima toda esa bilis se vierte en un artículo de prensa gracias al cual la ofensa se la pueden tener que tragar millones de creyentes y de personas que pese a no serlo no estén desprovistas de sensibilidad y de respeto por esos mismos creyentes cuya creencia no comparten. ¿Que es legal? Me parece perfecto que lo sea, y no reclamo castigo penal para el blasfemo; pero eso no quita que su artículo es inmoral, y que me reservo el derecho a declamar también públicamente mi desaprobación.

Todas esas razones son las que me llevan a terminar este largo estado solicitándole educadamente a la persona que me envió esta mierdecilla que se abstenga de volver a enviarme artículos del jaez de este que comento de David Torres. Críticas desfavorables del Cristianismo estoy dispuesto a leerlas y a debatirlas desde el respeto mutuo. Despreciables blasfemias contra mi Padre Dios e insultos contra mi Madre la Iglesia como los que se contienen en este artículo, no, por favor. Es cierto que es material interesante para la apologética, pero el precio a pagar es demasiado alto, y yo no tengo interés en pagarlo. IHS

*Por cierto, que no tengo el más mínimo reparo en invocar los derechos de los niños y en imputarle al paganismo de todas las especies la grave culpa que supone el tradicional desprecio de los mismos allí donde no ha irrumpido la fe verdadera para alumbrar con la luz de Cristo a los hombres de tantos pueblos que han permanecido encadenados a las tinieblas o retornado a ellas. Si, a pesar de los escándalos de pederastia en que está envuelta la Iglesia, y de la negligencia o maldad cómplice demostrada por muchos pastores de la misma; lo cierto es que yo no me avergüenzo de la relación histórica que ha existido entre la Iglesia y la niñez. Al fin y al cabo, si la pederastia hoy es un crimen reprimido y perseguido penalmente eso solo se debe a que en su día el triunfo de la Iglesia llevó a que esas prácticas odiosas fueran proscritas y duramente penadas por sociedades que siempre la habían aceptado y hasta estimulado. En mi mundo, hay "sacerdotes" y "católicos" corruptos e hipócritas que la han practicado, practican y practicarán a escondidas. En los mundos de los paganos, ya se sabe que esto siempre se ha practicado, se practica y se practicará sin especial reproche social ni legal, cuando no a plena luz del Sol (especialmente cuando el desafuero corre a cargo de los más poderosos). Lo que implica una diferencia en favor de nuestro mundo. Que además hunde sus raíces en una religión que afirma que los infantes sufrientes recibirán cumplida compensación por los daños injustamente recibidos a manos de sus agresores en la otra vida. Allí donde el ateísmo da a esos mismos pequeños con la puerta en las narices y les dice que, una vez termine su vida, ni sus malhechores pagarán lo que les hicieron ni ellos recibirán indemnización alguna. Alternativa demasiado triste y desesperanzada como para aceptarla bajo ningún concepto.