jueves, 27 de diciembre de 2012

BREVE COMENTARIO A LA VICTORIA DE OBAMA

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Aunque este artículo tocaba haberlo escrito el mismo día 7 de noviembre, me alegro de haber tenido el blog en el congelador durante algún tiempo. Pese a que tengo no poca materia atrasada, me da la sensación de que el haber dejado correr un poco el tiempo ha tenido como consecuencia el que tomara conocimiento de sucesos que sin duda podrán contribuir a enriquecer unas entradas que, además, al no escribirse al calor del momento, tenderán a mostrarse más equilibradas por reflexionadas. En fin, procedo a exponer el tema que va a ocupar esta entrada, que merece ser comentado antes de que termine el 2012.

Ya comenté en una entrada anterior que los Estados Unidos, y de rebote el resto del mundo, se jugaban mucho en la pasada elección presidencial acontecida en ese gran país. La esencia de los Estados Unidos es la libertad, y parte de esa libertad se fundamenta profundamente en la creencia de que el poder público no debe entrometerse en nada en lo que no sea estrictamente necesario que se inmiscuya. Este noble, básico y sensato principio no siempre se ha seguido todo lo que habría sido deseable. Pero los últimos tiempos han sido testigos de como la actual Administración de Obama realmente no se conforma con no ser fiel a los mismos, sino que, precisamente en base a su infidelidad, desea borrar hasta su recuerdo de la mente y del corazón de la Unión Federal que malgobiernan.

Podría extenderme hablando acerca de los males que pueden proceder de la actual Administración. Pero el caso es que nada de lo que diga cambiará el resultado: Obama y Biden 332 Romney y Ryan 206. Y victoria contundente también en voto popular del actual inquilino de la Casa Blanca, que a ojos de los electores estadounidenses ha merecido otros cuatro años al frente del país.

Reconozco que la victoria de Obama fue mucho más holgada de lo que esperaba. Aunque le daba favorito, consideraba que Romney tenía unas posibilidades que es obvio que no tenía ni por asomo, e incluso veía probable que Romney lo derrotase en términos de voto popular. No lo hizo. Y, sin embargo, no me sorprenden los resultados.

¿Por qué digo que no me sorprenden? Las razones son varias. Una de ellas es el candidato. Sin duda alguna, es fácil decir ahora que Romney era un candidato débil. Pero lo cierto es que eso no quita que en efecto lo era. No por su desempeño, que fue mejor del esperado (nadie habría pensado que pudiera ganarle como lo hizo el primer debate a Obama). Sino por su propia naturaleza. Romney ha sido la demostración de que en Estados Unidos la doctrina del mal menor (tan lesiva para la calidad de la democracia, e incluso para la democracia misma) no ha cuajado nada en absoluto. El ciudadano busca un candidato que lo estimule, y no que se limite a ser menos malo que el otro. Romney no era particularmente estimulante (a la gente no le estimula un niño bien al que se percibe a años luz de las preocupaciones de la gente de la calle), y había cambiado demasiadas veces de posición como para que se concediera particular crédito a los posicionamientos más radicales con que en las últimas semanas de campaña intentó ganarse a las bases republicanas y, en concreto, a los simpatizantes del movimiento Tea Party. Esto ya es malo. Pero lo que más daño hizo a Romney, seguramente, fue su religión. La religión mormona es un credo increíblemente chorra, que a la mayoría le genera risa, pero que a muchos (especialmente cristianos convencidos, católicos o protestantes, de entre los que forman la base electoral republicana) les produce profunda repulsión, caso de un servidor. La suficiente como para no votar a un candidato mormón ni siquiera si su contrincante es el igualmente pagano presidente Barack Hussein Obama (ese no es mi caso, yo, a pesar de la profunda repulsión que me produce el culto pagano de los mormones, si habría votado a Romney).

Realmente, a tenor de los resultados electorales, me parece evidente que si se hubiese presentado como candidato a alguien que no fuese mormón y que estuviese más en sintonía con las bases republicanas (desde luego, a alguien que no hubiese jamás aprobado como gobernador de Massachusetts una especie de anticipo de la reforma sanitaria obamita), seguramente la elección hubiese resultado mucho más competitiva. Aun así, no voy a mentir: a la vista de los cambios demográficos que están teniendo lugar en los Estados Unidos, incluso un Ronald Reagan habría tenido dificultades serias para alzarse con la victoria sobre el actual presidente. Esa es una de las enseñanzas que se sacan de las últimas elecciones. No se llega a ningún lado autolimitando la propia base electoral a la decreciente mayoría blanca. Así que solo quedan dos opciones: convencer a esa declinante mayoría de ponerse manos a la obra y tener un mayor número de hijos que preserve su condición mayoritaria, o intentar abrirse camino entre las minorías. Yo aconsejaría optar por los dos caminos. El actual Partido Republicano no opta por ninguno.

El mayor error de la campaña electoral republicana para mi ha sido evidente. Se ha enfocado con vistas a la derrota de Obama y de todo lo que este y el actual Partido Demócrata representan; más que por la victoria de una alternativa diferente al mero retorno a la situación previa al mandato del actual presidente.

O eso se cambia, o nos cambia Obama. Continuará...