jueves, 21 de marzo de 2013

LIBERTARIANISMO CATÓLICO Y CUESTIONES DIVERSAS (I)

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Observo con preocupación como no pocos libertarios católicos confunden gravemente conceptos relativos a la noción misma de libertarianismo. Y aceptan las ideas procedentes tanto del libertarianismo protestante como del libertarianismo pagano (lease de Ron Paul), dando a entender que éstas les importan casi más que las verdades divinas y católicas que ellos dice profesar. Así pues, confunden la necesidad de restringir al mínimo indispensable la intervención estatal con la supresión de la misma por entero. Acercándose, de este modo, más al anarquismo en su versión anarcocapitalista que a un genuino libertarianismo basado en el arte de luchar por lo que es posible y conveniente. Y, peor aun, aceptan esa hedionda y despreciable idea pagana que tanto ha prendido entre los herejes pseudocristianos de todas las especies según la cual el Estado debe de mostrarse neutro en el terreno de lo moral, o en todo caso su intervención debe limitarse a la imposición de lo que es estrictamente imprescindible para asegurar la pervivencia de la sociedad, no estando legitimado para alinearse con ninguna concepción concreta de la forma en que los seres humanos hemos de organizarnos tanto individual como socialmente.

Por eso, diciéndose como se dicen estos libertarios creyentes en Cristo y en su única Iglesia, no les tiembla el pulso a la hora de afirmar con fervor casi religioso su fe en las monsergas con las que personajes públicos tales como Ron Paul arruinan casi todo lo que de bueno hay en la labor libertaria que llevan a cabo. Monsergas tales como que el matrimonio debiera quedar al margen de toda clase de regulación por parte del Estado, que no tiene derecho a pretender definir lo que es el matrimonio. Monsergas que ninguna persona que conozca mínimamente la doctrina católica puede defender como hacen éstos libertarios "católicos" si de verdad desea poder ser considerada hija de la Iglesia. Monsergas que son menos malas que la abierta blasfemia con que los paganos militantes de nuestro tiempo contaminan el mundo terrenal y todo lo que hay en él, pero que no dejan de ser un peligro. En tanto que a menudo la más visible de las señales del avance del Mal es la devaluación de las ideas que defendemos los que afirmamos creer en el Bien, en la Verdad y en el modo de Vida que nos legó nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo y que por expresa voluntad suya perfila su Iglesia.

El tipo de concepciones burras a las que se adscriben muchos "católicos" libertarios y que pretendo denunciar en este artículo serán todo lo bienintencionadas que se quiera, pero burradas son cuando se ponen en boca de quienes dicen ser católicos y libertarios al mismo tiempo, en el sentido de que implican el desprecio no solo de la expresa doctrina del magisterio eclesial, sino también de la racionalidad y de la milenaria Historia del matrimonio. Es el matrimonio institución reconocida por los poderes públicos desde que tenemos noticia de su existencia, y tenemos noticias de la existencia del matrimonio desde antes incluso del comienzo de la Historia (pues el matrimonio es más antiguo que la misma escritura, y tan antiguo al menos, según parece, como la civilización). En verdad, el estudio de la Historia lo que nos enseña es que el matrimonio, desde que existe, ha sido regulado por los poderes políticos -religiosos o seglares-, y ha comportado consecuencias beneficiosas -especialmente en el orden fiscal y patrimonial- para quienes lo contraían. Es el matrimonio institución que existe no para la formalización del amor sexual entre seres humanos ni como instrumento diseñado para que aumenten nuestras posibilidades de alcanzar la autorrealización individual, sino para el fomento de la procreación entendida como uno de los mayores beneficios que podemos hacerle a la colectividad a la que pertenecemos.

Siendo la social la principal razón de ser del matrimonio, el sentido del reconocimiento del que históricamente ha sido objeto por parte de los poderes políticos estriba en el carácter que dichos poderes tienen de garantes de la supervivencia de la sociedad, que necesita de la procreación para subsistir (y más en los tiempos que corren en el actual Occidente, que se muere por falta de hijos). Por eso los poderes públicos han reconocido desde antiguo el matrimonio entre hombre y mujer, monógamo o poligínico (no tengo noticias de que, en cambio, se haya reconocido legalmente la poliandría, aunque todo se andará entre los paganos occidentales de nuestro tiempo). En todo el mundo el matrimonio ha sido reconocido solo entre hombre y mujer; con la particularidad añadida de que en Occidente el matrimonio prácticamente siempre (desde antes incluso de la aparición del cristianismo) ha sido reconocido solo en su versión monógama.

La razón que explica esa diferencia cualitativa en favor de Occidente es que el matrimonio es una institución que existe no solo para favorecer la procreación y para dotarla de un marco estable, sino también para favorecer que dicho marco estable sea el del entorno más apto posible para la crianza de la prole procreada (que ya antes del catolicismo a muchos les parecía evidente que no debía ser un entorno sexualmente promiscuo, como lo es el poligínico per se). Esta segunda utilidad del matrimonio ya la presintieron los griegos y romanos antiguos pese a su paganismo y a su evidente laxitud en materia de moral y costumbres, y se vio confirmada a los ojos de la mayoría como una verdad universal a medida que se extendió el cristianismo, que trajo consigo además de la certificación del triunfo de la monogamia la condena explícita de toda forma de poligamia (de iure o de facto). Una gran historia..., que para muchos libertarios "católicos" parece ser que no significa nada en absoluto. Y, aunque los libertarios, en general, piensan así, son éstos libertarios "católicos" los que a mi me despiertan profunda indignación (no puede ser de otro modo, dado que el libertario hereje, judio o pagano no dice profesar mi misma religión; y, por ende, no me crea -al menos por lo que es su adscripción religiosa- ninguna clase de alta expectativa en relación con la valía moral de sus iniciativas -a veces más bien lo que uno tiene con esa gente es precisamente todo lo contrario, esto es, unas expectativas más bien poco halagüeñas-).

Los libertarios "católicos" que hablan del modo que os cuento nos ahorran la parodia que es la concesión de ventajas a las formas de convivencia erótico-afectivas no naturales ni aptas para estructurar en torno de si mismas una familia humana (esto es, hablando en cristiano -¡y nunca mejor dicho!-, que no son favorables a la regulación legal de ninguna clase de uniones homosexuales ni contranatura). Cosa en la que sin duda esos libertarios defienden lo mismo que defendería el libertario que escribe este artículo. El problema que plantea el punto de vista de los libertarios "católicos" cuya postura tanto me molesta es que su oposición al matrimonio homosexual no va acompañada de una recíproca y necesaria defensa de los privilegios jurídicos de los que más nos vale a todos que sigan gozando los matrimonios naturales. En definitiva, que se oponen al mal sin tomarse la molestia de hacer nada por afirmar el bien. Plantean objeciones al gaymonio, pero están dispuestos, en nombre de un supuesto carácter neutro que según su bobo punto de vista ha de asumir el Estado, a sacrficar en la misma pira lo justo con lo injusto, lo conveniente con lo inconveniente, lo sano con lo insano, la cordura con la locura.

Por eso defienden que se ponga fin a la racional y necesaria intervención de los poderes del Estado para fomentar actitudes que sirvan al cumplimiento de su fin esencial (garantizar la supervivencia de la Nación cuyo cuidado a quedado encomendado al Estado que la representa) mediante la concesión de privilegios nada arbitrarios a la familia natural como son aquellos de los que ésta goza en virtud de la regulación de la que tradicionalmente ha sido objeto el matrimonio natural. Y todo ello sin parar ni siquiera un momento en mientes a reflexionar acerca de los daños que una manera de actuar tan poco sensata inflige a la sociedad de la que ellos mismos forman parte. Es más, defendiendo ideas tan claramente extraviadas le dan la razón a los paganos militantes. Al final, éstos consiguen lo que quieren: igualar lo conveniente a lo inconveniente, lo moral a lo inmoral, lo natural a lo que es per se artificioso y antinatural. ¿O acaso alguien cree que buscan otra cosa promocionando lo que ni siquiera una cultura tan tolerante y hasta amiga de la homosexualidad como lo fue la grecorromana se planteó ni por un momento promover? Hay dos formas de destruir un privilegio. Una es su revocación, y la otra es su concesión a cualquiera, de manera que el beneficio obtenido sea anulado al beneficiarse todos de él -lo que implica retornar al punto de partida-. Ambas son maneras distintas de conseguir una misma cosa. Sin duda, la más racional, sencilla y honesta de las dos sería la revocación del privilegio. Pero la más útil a la hora de vencer las oposiciones es la segunda. Porque puedes decir a tus enemigos que tú no le has quitado nada a nadie, y que lo único que has hecho es ampliar la lista de beneficiarios de algo. Ocultando a esos mismos opositores a tu desvarío que en realidad el efecto es el mismo que si les hubieses quitado todo. Porque has destruído el incentivo que pudiera existir para comportarse de una determinada manera en que interesaba que se comportaran las personas.

Eso es lo que ha sucedido con el matrimonio. No nos terminamos de dar cuenta de la gravedad de este asunto. Antes, estaba claro que a los laicos les interesaba más ser solteros que estar casados (aunque, todo sea dicho, nadie te obligaba a dejar de ser soltero). Ahora en cambio, la igualación (sea por la vía de la concesión del rango de matrimonio a cualquier cosa; o sea a través de la vía de la neutralidad y de la ajuricidad del matrimonio) de otras formas de convivencia erótico-afectiva a la relación matrimonial natural lo que consigue no es cambiar los gustos de la gente (el hetero no se va a volver homo, ni viceversa -al menos no por esta cuestión-), pero si desincentivar la responsabilidad y el compromiso. Es tan simple como que, ante la ausencia de ventajas o ante la posibilidad de obtener las mismas de otra manera, unos jóvenes que pensaran casarse por lo civil (para hacerse acreedores de las ventajas citadas) posiblemente al final no lo hagan. Lógicamente, comprendo que un pagano me diga que aunque fuera cierto lo que yo digo se la pela porque no cree que haya razón trascendental ninguna que nos obligue a fomentar la responsabilidad ni el compromiso profundo de las personas. Lo que me chirría es que eso mismo me lo diga una persona que proclame abiertamente no ya su cristianismo, sino incluso su "catolicidad". Se es católico creyendo lo que la Iglesia. Y la Iglesia no es que sea estatista (la creencia en la necesidad de la existencia del Estado no es un dogma de fe católico ni nada por el estilo), pero le exige al Estado en caso de que exista que cumpla unos mínimos, y que se constituya para el servicio del pueblo o Nación al que gobierne y represente. Así pues, el Estado, en caso de que exista, tiene que cumplir unos mínimos servicios. Que se supone que solo podrían conseguirse mediante la asociación coercitiva y forzosa entre todos los hombres que forman parte de una comunidad y se someten a las autoridades creadas para que rijan la comunidad a la que pertenecen. Estos hombres no ceden su libertad (no son esclavos de un Estado omnímodo), pero aceptan que el Estado tiene potestad para limitar en cierto grado ciertas libertades aisladamente consideradas. Y aceptan que el Estado existe para velar por los intereses de toda la Nación (considerada como una unidad natural a la que los hombres pertenecemos, al menos en principio, incluso sin el concurso de nuestra voluntad). Desde luego, todo lo dicho quedaría en nada si no se reconociesen poderes al Estado para hacer valer su función capital. La pregunta es qué poderes. Los estatistas creen que todos los necesarios para nuestra comodidad (sin importarles que nosotros mismos podamos o no hacernos cargos de las funciones que encomendemos al Estado). Yo, que me considero libertario (aunque el tipo de libertarios a los que yo denuncio en este artículo me despacharían alegremente como minarquista -término que no me gusta porque lo mínimo que uno puede hacer es cero, y yo creo en un Estado que haga más que cero-), considero que el Estado debe hacer solo aquello que nosotros no podamos razonablemente conseguir por nosotros mismos o, mejor dicho, aquello que, aun pudiéndolo hacer nosotros mismos (porque yo creo en las potencialidades del hombre y me niego a hablar de él como si hubiese logros naturales -que no sobrenaturales, que esos son patrimonio del Dios Altísimo y de aquellos por los que Él obre- que estuvieran fuera de su potencial alcance), tenemos razones para creer que el Estado lo puede conseguir de modo sensiblemente más eficiente de lo que podríamos alcanzar por nuestros propios medios. Así pues, para mi lo único que está demostrado por la Historia y por la falta de alternativas cuerdas que el Estado puede conseguir mejor que nosotros es:

1º) La organización cohesiva de la Nación como unidad necesaria para que ésta lleve a buen término las guerras en las que sea que pueda verse envueltas contra comunidades humanas exteriores a la misma y para que quede adecuadamente garantizado un umbral mínimo de seguridad ciudadana.

2º) El establecimiento de un mínimo marco jurídico e institucional que nos permita reexaminar nuestra propia concepción del Estado y que sea útil en lo que hace a evitar que los seres humanos resuelvan sus conflictos recurriendo a la autotutela (lo que es necesario en tanto que, generalmente, la autotutela de los propios derechos solo sirve para generar conflictos cada vez peores y más enconados entre las personas; y dificulta toda prevalencia aun de la mínima Justicia sin la cual no puede subsistir la sociedad, dado que en régimen de autotutela el único que realmente puede "autotutelarse" de modo eficaz es el que dispone de la fuerza suficiente para hacer valer sus pretensiones -razón por la que conviene la existencia del Estado, que tendencialmente será más fuerte que el más poderoso interés privado aisladamente considerado-).

En resumen: Defensa (interior -Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado- y exterior -Fuerzas Armadas-) y Justicia. Y aun la Justicia es un ámbito del que creo que se debe desterrar el monopolio del Estado (no me importaría ser juzgado, en mis querellas con otros creyentes, por un Obispo en lugar de por un tribunal del Estado). Para todo lo demás, Mastercard.

¿Y qué pinta en todo esto el matrimonio? Pues Defensa. La Defensa no implica solo la creación de un Ejército que repela las agresiones de que pueda ser objeto la Nación por parte de otras comunidades. También existe el frente de lo que yo denomino la "Defensa interior". La "Defensa interior" consiste en dos cosas. De un lado, implica impedir actitudes que por si mismas destruyen toda esperanza en que se alcance alguna forma de convivencia pacífica entre los residentes de un Estado (de ahí la necesidad en parte de la represión de ciertas actitudes mediante la imposición de sanciones de tipo penal), hasta el grado de poderse decir que no forman parte del marco mínimo de Libertad al que tiene derecho a aspirar el individuo (que no tiene derecho a matar -tampoco a un nasciturus, aunque no me perderé en el debate de la cuestión del Holocausto abortista- ni a atacar la propiedad o la libertad e indemnidad sexuales, ni a atentar contra la integridad corporal de otros, etc.). Del otro lado, implica fomentar usos correctos de la Libertad. La Libertad implica per se la posibilidad de equivocarse. En ausencia de daños a terceros no provocados por éstos o que sean irreparables y afecten a bienes indisponibles, toda acción de un individuo le afecta a él, y solo a él, o a quienes voluntariamente han permitido que se los dañe. Si les impidiéramos dañarse, ¿en qué quedaría la Libertad?

Ahora bien, una cosa es permitir que los insensatos se dañen y otra dañarnos a nosotros mismos negándonos nuestro legítimo derecho a fomentar actitudes cuerdas ante la vida que sean útiles al individuo tanto como a la colectividad. Una cosa es considerar que la homosexualidad es, pese a ser objetivamente inconveniente y pecaminosa (desde el punto de un católico), un mal y un pecado no tan grave como para reprimirlo o como para impedir a quien quiera ser gay (o bollera, o hetero promiscuo) que lo sea. Y otra muy distinta es negar al Estado, que debe garantizar la Seguridad y la adecuada Defensa interior y exterior de la Nación el poder que necesita para, sin cercenar la Libertad de nadie, fomentar el mejor empleo de la misma. Que desde luego no puede ser un ejercicio de la sexualidad que genera, por su propia naturaleza, el desorden procreativo en el seno de la propia sociedad, y que da lugar a la formación de convivencias erotico-afectivas que no son el marco adecuado para la crianza de los infantes. Si hay una unidad aun más básica que el Estado, ésta es la Familia. Y, aunque hay diversos modelos de Familia, no todos son igual de deseables. Uno lo es, y los otros son abiertamente contraproducentes. Una vez aceptamos que el Estado exista, no podemos pretender que desde el Estado se abdique de la defensa de los postulados que marca la nacionalidad. El Estado es per se una toma de partido que no hay problema en que a su vez tome partido por lo que crea conveniente. En eso, de hecho, consiste la democracia. No en que nos abstengamos de defender la implantación forzosa de los mínimos en que creemos, sino en todo lo contrario. En luchar por los mínimos, pero en aceptar a la vez que podemos no ganar esa lucha y que nos la pueden ganar otros; y en aceptar el veredicto del pueblo expresado directamente a través de las elecciones e indirectamente a través de los representantes legítimos electos. Yo no se otros, pero lo menos que yo le pido al Estado es que tenga presente que no todas las formas de vivir son igual de convenientes, y que algunas son abiertamente autodestructivas. ¿No lo es la homosexualidad, que generalizada a todos los hombres aniquilaría no ya la Nación española u otra concreta Nación terrena, sino toda la Humanidad? Pues entonces que no se pretenda que para el Estado sea lo mismo el amor natural que la unión estéril. Y lo mismo que esto otras cosas. Que no se pretenda que es lo mismo tener un papá y una mamá que varios papás o varias mamás o infinitos papás y mamás. Hacer esto equivale al suicidio de la sociedad (utilizo el presente, y no el condicional, porque por desgracia este suicidio ya se está llevando a cabo). Suiciduo que los hombres son libres de cometer, pero que los cristianos están obligados a combatir poniéndole obstáculos. Y más aun los que sean hijos de la Iglesia.

Desgraciadamente, muchos libertarios "católicos" no creen que sea cosa del Estado fomentar los buenos usos de la Libertad (ni siquiera cuando el no hacerlo pueda poner en grave peligro -y no solo potencial- la misma supervivencia de la Nación a la que éste dice defender, que la Iglesia Católica enseña que depende de la fortaleza de la institución familiar). De hecho, esta gente a menudo estará hasta orgullosa de unos puntos de vista tan ajenos a los de la Iglesia y a los de Cristo (algunos incluso se creerán profetas que claman solos en el desierto de la "lobreguez" intelectual del católico "tradicional" -entre los que, sin duda, incluirían a servidor-). Este hecho a lo menos a lo que obliga es a que yo haga el ejercicio intelectual de plantearme el por qué de que sucedan estas cosas, y de que personas a menudo formadas tanto en lo sagrado como en lo profano se adhieran a doctrinas que no casan unas con otras. Mis ideas al respecto son simples: incoherencias como las arriba reseñadas son el resultado de dar prioridad a las ideas relativas a lo mundanal respecto de las puramente religiosas, de desconectar insensatamente las unas de las otras (no obligándolas a ser compatibles entre si, lo que da pie a crear divisiones artificiales en la óptica individual con la que se juzga la realidad), y de no saber cual es el orden de prioridades.

Como libertario católico, intentaré ser constructivo y proponer el camino a seguir partiendo del ejemplo que al respecto me da mi propia experiencia y la enseñanza recibida de mis superiores teologales. Siempre he tenido claro que en materia de fe no se libreinterpreta nada, porque no creo en las majaderías con que Lutero y demás heresiarcas que vinieron tras él hirieron de muerte la fe cristiana. Así pues, el católico debe tener en cuenta que si alguno de sus postulados políticos no casa con la doctrina de la fe, no es su yo católico el que debe dejarse deformar para casar con las ocurrencias de su yo libertario, sino su yo libertario el que debe someter su probabilidad de acierto a la Verdad Segura y Absoluta que le propone su homólogo católico, acallando todo impulso de insana rebelión contra la doctrina que emana de Dios. Lo contrario, malo. Y si no, volved a ver el Señor de los Anillos "Las Dos Torres" y fijaos en lo que le sucedió a Smeagol cuando le hizo caso a Gollum.

Sobre el matrimonio, puntualizaré una cosa: creo que en el matrimonio coexisten dos vertientes. Una es la del matrimonio entendido como institución (no como contrato) civil; y otra la del matrimonio sacramental católico. Creo que ambas concepciones son diferentes, puesto que la naturaleza religiosa del matrimonio sacramental católico implica el sometimiento del sacramento del matrimonio a una serie de condiciones, que no necesariamente pueden ni deben ser impuestas al matrimonio civil. El matrimonio sacramental implica que al menos uno de los dos cónyuges sea católico. El matrimonio civil bien puede darse entre dos paganos. ¿Podemos imponer a los paganos vivir de acuerdo a la forma en que concretamente nosotros los creyentes de la verdadera religión entendemos que debe vivirse? Pues no. Ahora bien, ¿podemos permitir que los paganos vivan como quieran, sin importarnos los bienes que puedan perderse en el medio? Pues tampoco. Se supone que en esto quedamos en anteriores entradas del blog.

¿Adonde quiero llegar con esto? Pues a la siguiente idea: que el matrimonio civil no esté vinculado con el sacramento religioso no significa que dejemos de tener derecho a intentar imponer una concepción de matrimonio civil acorde al camino que nos marcan nuestros postulados religiosos. La fe cristiana valora la racionalidad. Como consecuencia de ello, el cristiano tiende -o debería tender- a no estimar demasiado las instituciones carentes de sentido. Si estimamos el matrimonio civil, es porque entendemos que históricamente tiene un sentido, que es el que hemos referido. Ahora bien, como el matrimonio civil es de todos, no conviene imponer un modelo de matrimonio civil excesivamente semejo al sacramental católico. Hay que hacer una labor de ponderación de bienes y males (y es que, al aceptar que el matrimonio civil puede ser distinto del sacramental, se acepta que será peor, porque por fuerza habrá de incurrir en males en los que no incurrirá el matrimonio canónico). Bien, la cuestión es la de esclarecer qué males pueden tolerarse y qué males no pueden tolerarse en aras del interés común y del aseguramiento de unas mínimas posibilidades de subsistencia de la sociedad en la que estamos integrados.

¿Puede aceptarse el matrimonio entre persona y animal, vegetal o cosa? No, porque eso no sirve a los fines del matrimonio en absoluto, y genera graves males sociales, legitimando una actividad tan asquerosa, abominable y de mal gusto como es la zoofilia. ¿Puede aceptarse en matrimonio entre personas del mismo sexo? No, porque ni procrean ni esa clase de ambiente es deseable para la crianza de una prole humana (con independencia de quiénes la hayan procreado). ¿Puede aceptarse la poligamia, en cualquiera de sus dos versiones? No, porque aunque la poligamia hasta facilita la procreación, genera un ambiente poco propicio -promiscuidad per se con su consiguiente temor fundado de que acaezca la posible exposición de los niños a un ambiente hipersexualizado, sin contar los celos y envidias entre miembros de esta amplia comunidad matrimonial que no se aprecien mutuamente y que formen parte del mismo matrimonio polígamo solamente por el nexo de unión que suponga el cariño que le tengan a un tercero- poco propicio para la crianza de los hijos nacidos de semejante engendro; eso sin contar que puede fácilmente generar situaciones sociales muy indeseables (pues quienes no tengan suerte con el otro sexo pueden atribuir sus problemas en parte al hecho de que otros estén tan "comprometidos") y que fomenta la endogamia (se disminuye la diversidad genética). ¿Puede aceptarse el divorcio? Si, porque, pese a ser un mal y a poner en peligro de cometer adulterio (que se cometería en caso de volver a casar tras haberlo antes hecho por la Iglesia); el caso es que el matrimonio no deja de ser una institución que afecta fundamentalmente a la intimidad de los individuos, y que un matrimonio entre adúlteros no obstante puede fundar una familia bien atendida y estructurada. Aunque ese matrimonio es malo per se, debe ser aceptado en orden al respeto a la libertad de conciencia (imponerle a un pagano un matrimonio indisoluble cuando ellos no suelen creer en absoluto en la indisolubilidad es poco juicioso, en tanto que supone imponerle a la fuerza un bien que no es tan absolutamente imprescindible para la armonía ni para la coexistencia pacífica entre las distintas sensibilidades). Igual, yo estoy tentado de imponerles este bien a los paganos por mucho que, quiérase que no, la única historia del matrimonio no es la cristiana. Y en el Occidente antiguo, si bien el matrimonio era natural -entre hombre y mujer- y monógamo, admitía el divorcio. Hasta en Israel se admitía el divorcio, al igual que la poligamia. Pese a todo, en ningún sitio está escrito que tengamos que incurrir en la misma dureza de corazón que Cristo, al hablar del divorcio, denunció en nuestros padres... Vamos, que no tenemos por qué renunciar a moralizar el Derecho (hacerlo sería entregarnos de pies y manos atados a Satanás).

Todo sea dicho. El divorcio y la posibilidad de llevarlo a cabo con entera libertad puede llegar a perjudicar seriamente a la sociedad. Genera riesgos de fractura familiar masiva que deben ser contrarrestados de alguna manera. ¿Y esto cómo se consigue? Pues otorgando grandes ventajas a los matrimonios, crecientes en función del número de hijos sobre los que ningún individuo ajeno al matrimonio ostente plena patria potestad. ¿Qué clase de ventajas? Eso queda para otro capítulo... IHS

A LOS LIBERTARIOS CATÓLICOS: ¡ANTE CADA NUEVA ELECCIÓN QUE SE OS PRESENTE EN LA VIDA, ELEGID LO MÁS LIBERTARIO A LA PRIMERA OPORTUNIDAD, Y LO CATÓLICO SIEMPRE!