A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!
Observo
con preocupación como no pocos libertarios católicos confunden
gravemente conceptos relativos a la noción misma de libertarianismo. Y
aceptan las ideas procedentes tanto del libertarianismo protestante como
del libertarianismo pagano (lease de Ron Paul), dando a entender que
éstas les importan casi más que las verdades divinas y católicas que
ellos dice profesar. Así pues, confunden la necesidad de restringir al
mínimo indispensable la intervención estatal con la supresión de la
misma por entero. Acercándose, de este modo, más al anarquismo en su
versión anarcocapitalista que a un genuino libertarianismo basado en el
arte de luchar por lo que es posible y conveniente. Y, peor aun, aceptan
esa hedionda y despreciable idea pagana que tanto ha prendido entre los
herejes pseudocristianos de todas las especies según la cual el Estado
debe de mostrarse neutro en el terreno de lo moral, o en todo caso su
intervención debe limitarse a la imposición de lo que es estrictamente
imprescindible para asegurar la pervivencia de la sociedad, no estando
legitimado para alinearse con ninguna concepción concreta de la forma en
que los seres humanos hemos de organizarnos tanto individual como
socialmente.
Por eso, diciéndose como se dicen estos
libertarios creyentes en Cristo y en su única Iglesia, no les tiembla el
pulso a la hora de afirmar con fervor casi religioso su fe en las
monsergas con las que personajes públicos tales como Ron Paul arruinan
casi todo lo que de bueno hay en la labor libertaria que llevan a cabo.
Monsergas tales como que el matrimonio debiera quedar al margen de toda
clase de regulación por parte del Estado, que no tiene derecho a
pretender definir lo que es el matrimonio. Monsergas que ninguna persona
que conozca mínimamente la doctrina católica puede
defender como hacen éstos libertarios "católicos" si de verdad desea
poder ser considerada hija de la Iglesia. Monsergas que son menos malas
que la abierta blasfemia con que los paganos militantes de nuestro
tiempo contaminan el mundo terrenal y todo lo que hay en él, pero que no
dejan de ser un peligro. En tanto que a menudo la más visible de las
señales del avance del Mal es la devaluación de las ideas que defendemos
los que afirmamos creer en el Bien, en la Verdad y en el modo de Vida
que nos legó nuestro Señor, Dios y Salvador Jesucristo y que por expresa
voluntad suya perfila su Iglesia.
El tipo de
concepciones burras a las que se adscriben muchos "católicos"
libertarios y que pretendo denunciar en este artículo serán todo lo
bienintencionadas que se quiera, pero burradas son cuando se ponen en
boca de quienes dicen ser católicos y libertarios al mismo tiempo, en el
sentido de que implican el desprecio no solo de la expresa doctrina del
magisterio eclesial, sino también de la racionalidad y de la milenaria Historia del matrimonio. Es el matrimonio institución reconocida por los
poderes públicos desde que tenemos noticia de su existencia, y tenemos
noticias de la existencia del matrimonio desde antes incluso del
comienzo de la Historia (pues el matrimonio es más antiguo que la misma
escritura, y tan antiguo al menos, según parece, como la civilización).
En verdad, el estudio de la Historia lo que nos enseña es que el
matrimonio, desde que existe, ha sido regulado por los poderes políticos
-religiosos o seglares-, y ha comportado consecuencias beneficiosas
-especialmente en el orden fiscal y patrimonial- para quienes lo
contraían. Es el matrimonio institución que existe no para la
formalización del amor sexual entre seres humanos ni como instrumento
diseñado para que aumenten nuestras posibilidades de alcanzar la
autorrealización individual, sino para el fomento de la procreación
entendida como uno de los mayores beneficios que podemos hacerle a la
colectividad a la que pertenecemos.
Siendo la social la
principal razón de ser del matrimonio, el sentido del reconocimiento
del que históricamente ha sido objeto por parte de los poderes políticos
estriba en el carácter que dichos poderes tienen de garantes de la
supervivencia de la sociedad, que necesita de la procreación para
subsistir (y más en los tiempos que corren en el actual Occidente, que
se muere por falta de hijos). Por eso los poderes públicos han
reconocido desde antiguo el matrimonio entre hombre y mujer, monógamo o
poligínico (no tengo noticias de que, en cambio, se haya reconocido
legalmente la poliandría, aunque todo se andará entre los paganos
occidentales de nuestro tiempo). En todo el mundo el matrimonio ha sido
reconocido solo entre hombre y mujer; con la particularidad añadida de
que en Occidente el matrimonio prácticamente siempre (desde antes
incluso de la aparición del cristianismo) ha sido reconocido solo en su
versión monógama.
La razón que explica esa diferencia
cualitativa en favor de Occidente es que el matrimonio es una
institución que existe no solo para favorecer la procreación y para
dotarla de un marco estable, sino también para favorecer que dicho marco
estable sea el del entorno más apto posible para la crianza de la prole
procreada (que ya antes del catolicismo a muchos les parecía evidente
que no debía ser un entorno sexualmente promiscuo, como lo es el
poligínico per se). Esta segunda utilidad del matrimonio ya la
presintieron los griegos y romanos antiguos pese a su paganismo y a su
evidente laxitud en materia de moral y costumbres, y se vio confirmada a
los ojos de la mayoría como una verdad universal a medida que se
extendió el cristianismo, que trajo consigo además de la certificación
del triunfo de la monogamia la condena explícita de toda forma de
poligamia (de iure o de facto). Una gran historia..., que para muchos
libertarios "católicos" parece ser que no significa nada en absoluto. Y,
aunque los libertarios, en general, piensan así, son éstos libertarios
"católicos" los que a mi me despiertan profunda indignación (no puede
ser de otro modo, dado que el libertario hereje, judio o
pagano no dice profesar mi misma religión; y, por ende, no me crea -al
menos por lo que es su adscripción religiosa- ninguna clase de alta
expectativa en relación con la valía moral de sus iniciativas -a veces
más bien lo que uno tiene con esa gente es precisamente todo lo
contrario, esto es, unas expectativas más bien poco halagüeñas-).
Los
libertarios "católicos" que hablan del modo que os cuento nos ahorran
la parodia que es la concesión de ventajas a las formas de convivencia
erótico-afectivas no naturales ni aptas para estructurar en torno de si
mismas una familia humana (esto es, hablando en cristiano -¡y nunca
mejor dicho!-, que no son favorables a la regulación legal de ninguna
clase de uniones homosexuales ni contranatura). Cosa en la que sin duda
esos libertarios defienden lo mismo que defendería el libertario que
escribe este artículo. El problema que plantea el punto de vista de los
libertarios "católicos" cuya postura tanto me molesta es que su
oposición al matrimonio homosexual no va acompañada de una recíproca y
necesaria defensa de los privilegios jurídicos de los que más nos vale a
todos que sigan gozando los matrimonios naturales. En definitiva, que
se oponen al mal sin tomarse la molestia de hacer nada por afirmar el
bien. Plantean objeciones al gaymonio, pero están dispuestos, en nombre
de un supuesto carácter neutro que según su bobo punto de vista ha de asumir
el Estado, a sacrficar en la misma pira lo justo con lo injusto, lo
conveniente con lo inconveniente, lo sano con lo insano, la cordura con
la locura.
Por eso defienden que se ponga fin a la
racional y necesaria intervención de los poderes del Estado para
fomentar actitudes que sirvan al cumplimiento de su fin esencial
(garantizar la supervivencia de la Nación cuyo cuidado a quedado
encomendado al Estado que la representa) mediante la concesión de
privilegios nada arbitrarios a la familia natural como son aquellos de
los que ésta goza en virtud de la regulación de la que tradicionalmente
ha sido objeto el matrimonio natural. Y todo ello sin parar ni siquiera
un momento en mientes a reflexionar acerca de los daños que una manera
de actuar tan poco sensata inflige a la sociedad de la que ellos mismos
forman parte. Es más, defendiendo ideas tan claramente extraviadas le
dan la razón a los paganos militantes. Al final, éstos consiguen lo que
quieren: igualar lo conveniente a lo inconveniente, lo moral a lo
inmoral, lo natural a lo que es per se artificioso y antinatural. ¿O
acaso alguien cree que buscan otra cosa promocionando lo que ni siquiera
una cultura tan tolerante y hasta amiga de la homosexualidad como lo
fue la grecorromana se planteó ni por un momento promover? Hay dos
formas de destruir un privilegio. Una es su revocación, y la otra es su
concesión a cualquiera, de manera que el beneficio obtenido sea anulado
al beneficiarse todos de él -lo que implica retornar al punto de
partida-. Ambas son maneras distintas de conseguir una misma cosa. Sin
duda, la más racional, sencilla y honesta de las dos sería la revocación
del privilegio. Pero la más útil a la hora de vencer las oposiciones es
la segunda. Porque puedes decir a tus enemigos que tú no le has quitado
nada a nadie, y que lo único que has hecho es ampliar la lista de
beneficiarios de algo. Ocultando a esos mismos opositores a tu desvarío
que en realidad el efecto es el mismo que si les hubieses quitado todo.
Porque has destruído el incentivo que pudiera existir para comportarse
de una determinada manera en que interesaba que se comportaran las
personas.
Eso es lo que ha sucedido con el matrimonio.
No nos terminamos de dar cuenta de la gravedad de este asunto. Antes,
estaba claro que a los laicos les interesaba más ser solteros que estar
casados (aunque, todo sea dicho, nadie te obligaba a dejar de ser
soltero). Ahora en cambio, la igualación (sea por la vía de la concesión
del rango de matrimonio a cualquier cosa; o sea a través de la vía de
la neutralidad y de la ajuricidad del matrimonio) de otras formas de
convivencia erótico-afectiva a la relación matrimonial natural lo que
consigue no es cambiar los gustos de la gente (el hetero no se va a
volver homo, ni viceversa -al menos no por esta cuestión-), pero si
desincentivar la responsabilidad y el compromiso. Es tan simple como
que, ante la ausencia de ventajas o ante la posibilidad de obtener las
mismas de otra manera, unos jóvenes que pensaran casarse por lo civil
(para hacerse acreedores de las ventajas citadas) posiblemente al final
no lo hagan. Lógicamente, comprendo que un pagano me diga que aunque
fuera cierto lo que yo digo se la pela porque no cree que haya razón
trascendental ninguna que nos obligue a fomentar la responsabilidad ni
el compromiso profundo de las personas. Lo que me chirría es que eso
mismo me lo diga una persona que proclame abiertamente no ya su
cristianismo, sino incluso su "catolicidad". Se es católico creyendo lo
que la Iglesia. Y la Iglesia no es que sea estatista (la creencia en la
necesidad de la existencia del Estado no es un dogma de fe católico ni
nada por el estilo), pero le exige al Estado en caso de que exista que
cumpla unos mínimos, y que se constituya para el servicio del pueblo o
Nación al que gobierne y represente. Así pues, el Estado, en caso de que
exista, tiene que cumplir unos mínimos servicios. Que se supone que
solo podrían conseguirse mediante la asociación coercitiva y forzosa
entre todos los hombres que forman parte de una comunidad y se someten a
las autoridades creadas para que rijan la comunidad a la que
pertenecen. Estos hombres no ceden su libertad (no son esclavos de un
Estado omnímodo), pero aceptan que el Estado tiene potestad para limitar
en cierto grado ciertas libertades aisladamente consideradas. Y aceptan
que el Estado existe para velar por los intereses de toda la Nación
(considerada como una unidad natural a la que los hombres pertenecemos,
al menos en principio, incluso sin el concurso de nuestra voluntad).
Desde luego, todo lo dicho quedaría en nada si no se reconociesen
poderes al Estado para hacer valer su función capital. La pregunta es
qué poderes. Los estatistas creen que todos los necesarios para nuestra
comodidad (sin importarles que nosotros mismos podamos o no hacernos
cargos de las funciones que encomendemos al Estado). Yo, que me
considero libertario (aunque el tipo de libertarios a los que yo
denuncio en este artículo me despacharían alegremente como minarquista
-término que no me gusta porque lo mínimo que uno puede hacer es cero, y
yo creo en un Estado que haga más que cero-), considero que el Estado
debe hacer solo aquello que nosotros no podamos razonablemente conseguir
por nosotros mismos o, mejor dicho, aquello que, aun pudiéndolo hacer
nosotros mismos (porque yo creo en las potencialidades del hombre y me
niego a hablar de él como si hubiese logros naturales -que no
sobrenaturales, que esos son patrimonio del Dios Altísimo y de aquellos
por los que Él obre- que estuvieran fuera de su potencial alcance),
tenemos razones para creer que el Estado lo puede conseguir de modo
sensiblemente más eficiente de lo que podríamos alcanzar por nuestros
propios medios. Así pues, para mi lo único que está demostrado por la
Historia y por la falta de alternativas cuerdas que el Estado puede
conseguir mejor que nosotros es:
1º) La organización
cohesiva de la Nación como unidad necesaria para que ésta lleve a buen
término las guerras en las que sea que pueda verse envueltas contra
comunidades humanas exteriores a la misma y para que quede adecuadamente
garantizado un umbral mínimo de seguridad ciudadana.
2º)
El establecimiento de un mínimo marco jurídico e institucional que nos
permita reexaminar nuestra propia concepción del Estado y que sea útil
en lo que hace a evitar que los seres humanos resuelvan sus conflictos
recurriendo a la autotutela (lo que es necesario en tanto que,
generalmente, la autotutela de los propios derechos solo sirve para
generar conflictos cada vez peores y más enconados entre las personas; y
dificulta toda prevalencia aun de la mínima Justicia sin la cual no
puede subsistir la sociedad, dado que en régimen de autotutela el único
que realmente puede "autotutelarse" de modo eficaz es el que dispone de
la fuerza suficiente para hacer valer sus pretensiones -razón por la que
conviene la existencia del Estado, que tendencialmente será más fuerte
que el más poderoso interés privado aisladamente considerado-).
En
resumen: Defensa (interior -Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado- y
exterior -Fuerzas Armadas-) y Justicia. Y aun la Justicia es un ámbito
del que creo que se debe desterrar el monopolio del Estado (no me
importaría ser juzgado, en mis querellas con otros creyentes, por un
Obispo en lugar de por un tribunal del Estado). Para todo lo demás,
Mastercard.
¿Y qué pinta en todo esto el matrimonio?
Pues Defensa. La Defensa no implica solo la creación de un Ejército que
repela las agresiones de que pueda ser objeto la Nación por parte de
otras comunidades. También existe el frente de lo que yo denomino la
"Defensa interior". La "Defensa interior" consiste en dos cosas. De un
lado, implica impedir actitudes que por si mismas destruyen toda
esperanza en que se alcance alguna forma de convivencia pacífica entre
los residentes de un Estado (de ahí la necesidad en parte de la
represión de ciertas actitudes mediante la imposición de sanciones de
tipo penal), hasta el grado de poderse decir que no forman parte del
marco mínimo de Libertad al que tiene derecho a aspirar el individuo
(que no tiene derecho a matar -tampoco a un nasciturus, aunque no me
perderé en el debate de la cuestión del Holocausto abortista- ni a
atacar la propiedad o la libertad e indemnidad sexuales, ni a atentar
contra la integridad corporal de otros, etc.). Del otro lado, implica
fomentar usos correctos de la Libertad. La Libertad implica per se la
posibilidad de equivocarse. En ausencia de daños a terceros no
provocados por éstos o que sean irreparables y afecten a bienes
indisponibles, toda acción de un individuo le afecta a él, y solo a él, o
a quienes voluntariamente han permitido que se los dañe. Si les
impidiéramos dañarse, ¿en qué quedaría la Libertad?
Ahora
bien, una cosa es permitir que los insensatos se dañen y otra dañarnos a
nosotros mismos negándonos nuestro legítimo derecho a fomentar
actitudes cuerdas ante la vida que sean útiles al individuo tanto como a
la colectividad. Una cosa es considerar que la homosexualidad es, pese a
ser objetivamente inconveniente y pecaminosa (desde el punto de un
católico), un mal y un pecado no tan grave como para reprimirlo o como
para impedir a quien quiera ser gay (o bollera, o hetero promiscuo) que
lo sea. Y otra muy distinta es negar al Estado, que debe garantizar la
Seguridad y la adecuada Defensa interior y exterior de la Nación el
poder que necesita para, sin cercenar la Libertad de nadie, fomentar el
mejor empleo de la misma. Que desde luego no puede ser un ejercicio de
la sexualidad que genera, por su propia naturaleza, el desorden
procreativo en el seno de la propia sociedad, y que da lugar a la
formación de convivencias erotico-afectivas que no son el marco adecuado
para la crianza de los infantes. Si hay una unidad aun más básica que
el Estado, ésta es la Familia. Y, aunque hay diversos modelos de
Familia, no todos son igual de deseables. Uno lo es, y los otros son
abiertamente contraproducentes. Una vez aceptamos que el Estado exista,
no podemos pretender que desde el Estado se abdique de la defensa de los
postulados que marca la nacionalidad. El Estado es per se una toma de
partido que no hay problema en que a su vez tome partido por lo que crea
conveniente. En eso, de hecho, consiste la democracia. No en que nos
abstengamos de defender la implantación forzosa de los mínimos en que
creemos, sino en todo lo contrario. En luchar por los mínimos, pero en
aceptar a la vez que podemos no ganar esa lucha y que nos la pueden
ganar otros; y en aceptar el veredicto del pueblo expresado directamente
a través de las elecciones e indirectamente a través de los
representantes legítimos electos. Yo no se otros, pero lo menos que yo
le pido al Estado es que tenga presente que no todas las formas de vivir
son igual de convenientes, y que algunas son abiertamente
autodestructivas. ¿No lo es la homosexualidad, que generalizada a todos
los hombres aniquilaría no ya la Nación española u otra concreta Nación
terrena, sino toda la Humanidad? Pues entonces que no se pretenda que
para el Estado sea lo mismo el amor natural que la unión estéril. Y lo
mismo que esto otras cosas. Que no se pretenda que es lo mismo tener un
papá y una mamá que varios papás o varias mamás o infinitos papás y
mamás. Hacer esto equivale al suicidio de la sociedad (utilizo el
presente, y no el condicional, porque por desgracia este suicidio ya se
está llevando a cabo). Suiciduo que los hombres son libres de cometer,
pero que los cristianos están obligados a combatir poniéndole
obstáculos. Y más aun los que sean hijos de la Iglesia.
Desgraciadamente,
muchos libertarios "católicos" no creen que sea cosa del
Estado fomentar los buenos usos de la Libertad (ni siquiera cuando el no
hacerlo pueda poner en grave peligro -y no solo potencial- la misma
supervivencia de la Nación a la que éste dice defender, que la Iglesia
Católica enseña que depende de la fortaleza de la institución familiar).
De hecho, esta gente a menudo estará hasta orgullosa de unos puntos de
vista tan ajenos a los de la Iglesia y a los de Cristo (algunos incluso
se creerán profetas que claman solos en el desierto de la "lobreguez"
intelectual del católico "tradicional" -entre los que, sin duda,
incluirían a servidor-). Este hecho a lo menos a lo que obliga es a que
yo haga el ejercicio intelectual de plantearme el por qué de que sucedan
estas cosas, y de que personas a menudo formadas tanto en lo sagrado
como en lo profano se adhieran a doctrinas que no casan unas con otras.
Mis ideas al respecto son simples: incoherencias como las arriba
reseñadas son el resultado de dar prioridad a las ideas relativas a lo
mundanal respecto de las puramente religiosas, de desconectar
insensatamente las unas de las otras (no obligándolas a ser compatibles
entre si, lo que da pie a crear divisiones artificiales en la óptica
individual con la que se juzga la realidad), y de no saber cual es el
orden de prioridades.
Como libertario católico,
intentaré ser constructivo y proponer el camino a seguir partiendo del
ejemplo que al respecto me da mi propia experiencia y la enseñanza
recibida de mis superiores teologales. Siempre he tenido claro que en
materia de fe no se libreinterpreta nada, porque no creo en las
majaderías con que Lutero y demás heresiarcas que vinieron tras él
hirieron de muerte la fe cristiana. Así pues, el católico debe tener en
cuenta que si alguno de sus postulados políticos no casa con la doctrina
de la fe, no es su yo católico el que debe dejarse deformar para casar
con las ocurrencias de su yo libertario, sino su yo libertario el que
debe someter su probabilidad de acierto a la Verdad Segura y Absoluta
que le propone su homólogo católico, acallando todo impulso de insana
rebelión contra la doctrina que emana de Dios. Lo contrario, malo. Y si
no, volved a ver el Señor de los Anillos "Las Dos Torres" y fijaos en lo
que le sucedió a Smeagol cuando le hizo caso a Gollum.
Sobre
el matrimonio, puntualizaré una cosa: creo que en el matrimonio
coexisten dos vertientes. Una es la del matrimonio entendido como
institución (no como contrato) civil; y otra la del matrimonio
sacramental católico. Creo que ambas concepciones son diferentes, puesto
que la naturaleza religiosa del matrimonio sacramental católico implica
el sometimiento del sacramento del matrimonio a una serie de
condiciones, que no necesariamente pueden ni deben ser impuestas al
matrimonio civil. El matrimonio sacramental implica que al menos uno de
los dos cónyuges sea católico. El matrimonio civil bien puede darse
entre dos paganos. ¿Podemos imponer a los paganos vivir de acuerdo a la
forma en que concretamente nosotros los creyentes de la verdadera
religión entendemos que debe vivirse? Pues no. Ahora bien, ¿podemos
permitir que los paganos vivan como quieran, sin importarnos los bienes
que puedan perderse en el medio? Pues tampoco. Se supone que en esto
quedamos en anteriores entradas del blog.
¿Adonde
quiero llegar con esto? Pues a la siguiente idea: que el matrimonio
civil no esté vinculado con el sacramento religioso no significa que
dejemos de tener derecho a intentar imponer una concepción de matrimonio
civil acorde al camino que nos marcan nuestros postulados religiosos.
La fe cristiana valora la racionalidad. Como consecuencia de ello, el
cristiano tiende -o debería tender- a no estimar demasiado las
instituciones carentes de sentido. Si estimamos el matrimonio civil, es
porque entendemos que históricamente tiene un sentido, que es el que
hemos referido. Ahora bien, como el matrimonio civil es de todos, no
conviene imponer un modelo de matrimonio civil excesivamente semejo al
sacramental católico. Hay que hacer una labor de ponderación de bienes y
males (y es que, al aceptar que el matrimonio civil puede ser distinto
del sacramental, se acepta que será peor, porque por fuerza habrá de
incurrir en males en los que no incurrirá el matrimonio canónico). Bien,
la cuestión es la de esclarecer qué males pueden tolerarse y qué males
no pueden tolerarse en aras del interés común y del aseguramiento de
unas mínimas posibilidades de subsistencia de la sociedad en la que
estamos integrados.
¿Puede aceptarse el matrimonio
entre persona y animal, vegetal o cosa? No, porque eso no sirve a los
fines del matrimonio en absoluto, y genera graves males sociales,
legitimando una actividad tan asquerosa, abominable y de mal gusto como
es la zoofilia. ¿Puede aceptarse en matrimonio entre personas del mismo
sexo? No, porque ni procrean ni esa clase de ambiente es deseable para
la crianza de una prole humana (con independencia de quiénes la hayan
procreado). ¿Puede aceptarse la poligamia, en cualquiera de sus dos
versiones? No, porque aunque la poligamia hasta facilita la procreación,
genera un ambiente poco propicio -promiscuidad per se con su
consiguiente temor fundado de que acaezca la posible exposición de los
niños a un ambiente hipersexualizado, sin contar los celos y envidias
entre miembros de esta amplia comunidad matrimonial que no se aprecien
mutuamente y que formen parte del mismo matrimonio polígamo solamente
por el nexo de unión que suponga el cariño que le tengan a un tercero-
poco propicio para la crianza de los hijos nacidos de semejante
engendro; eso sin contar que puede fácilmente generar situaciones
sociales muy indeseables (pues quienes no tengan suerte con el otro sexo
pueden atribuir sus problemas en parte al hecho de que otros estén tan
"comprometidos") y que fomenta la endogamia (se disminuye la diversidad
genética). ¿Puede aceptarse el divorcio? Si, porque, pese a ser un mal y
a poner en peligro de cometer adulterio (que se cometería en caso de
volver a casar tras haberlo antes hecho por la Iglesia); el caso es que
el matrimonio no deja de ser una institución que afecta fundamentalmente
a la intimidad de los individuos, y que un matrimonio entre adúlteros
no obstante puede fundar una familia bien atendida y estructurada.
Aunque ese matrimonio es malo per se, debe ser aceptado en orden al
respeto a la libertad de conciencia (imponerle a un pagano un matrimonio
indisoluble cuando ellos no suelen creer en absoluto en la
indisolubilidad es poco juicioso, en tanto que supone imponerle a la
fuerza un bien que no es tan absolutamente imprescindible para la
armonía ni para la coexistencia pacífica entre las distintas
sensibilidades). Igual, yo estoy tentado de imponerles este bien a los
paganos por mucho que, quiérase que no, la única historia del matrimonio
no es la cristiana. Y en el Occidente antiguo, si bien el matrimonio
era natural -entre hombre y mujer- y monógamo, admitía el divorcio.
Hasta en Israel se admitía el divorcio, al igual que la poligamia. Pese a
todo, en ningún sitio está escrito que tengamos que incurrir en la
misma dureza de corazón que Cristo, al hablar del divorcio, denunció en
nuestros padres... Vamos, que no tenemos por qué renunciar a moralizar
el Derecho (hacerlo sería entregarnos de pies y manos atados a Satanás).
Todo
sea dicho. El divorcio y la posibilidad de llevarlo a cabo con entera
libertad puede llegar a perjudicar seriamente a la sociedad. Genera
riesgos de fractura familiar masiva que deben ser contrarrestados de
alguna manera. ¿Y esto cómo se consigue? Pues otorgando grandes ventajas
a los matrimonios, crecientes en función del número de hijos sobre los
que ningún individuo ajeno al matrimonio ostente plena patria potestad.
¿Qué clase de ventajas? Eso queda para otro capítulo... IHS
A
LOS LIBERTARIOS CATÓLICOS: ¡ANTE CADA NUEVA ELECCIÓN QUE SE OS PRESENTE
EN LA VIDA, ELEGID LO MÁS LIBERTARIO A LA PRIMERA OPORTUNIDAD, Y LO
CATÓLICO SIEMPRE!