lunes, 18 de abril de 2016

¿POSIBLE PRELATURA LEFEBVRIANA?


Comparto con todos los lectores una información que me parece sumamente interesante para cualquier creyente en la Iglesia de Jesucristo:

http://adelantelafe.com/carta-interna-de-la-fsspx-preparando-el-acuerdo-con-roma/

¡Qué gran noticia sería el retorno a la plena comunión con el Papa y con Roma de hijos de la Iglesia de cuya fe comprometida en la mayoría de los casos cabe poca duda! Reconozco que los pasos que se dan en dirección de la reconciliación con la FSSPX son de una de las pocas cosas que me esperanzan de este por lo demás horroroso pontificado de Francisco. Y una de las pocas señales claras que me hacen pensar que su nefasto desempeño quizá derive más de la falta de formación y del exceso de espíritu de componenda bienintencionada con el mundo (llevada al extremo hasta el punto de ir ante los paganos en plan de pardillo) que de una hipotética mala voluntad por parte del pontífice.

Desde luego, una cosa para mí está clara. Si vuelven no tardarán ni un instante en convertirse en puntal de la Iglesia (de hecho, ¡qué bueno sería acogerlos a ellos y a la vez convertir de verdad o señalar la puerta de salida a muchos verdaderos no ya cismáticos, sino herejes, que hoy parasitan la Iglesia y la desarbolan doctrinalmente desde dentro). Y una cosa tengo clara: si retornan a la Iglesia en calidad de Prelatura Personal del estilo del Opus Dei yo no sé si llegaría al punto de solicitar que su Prelado fuera mi Obispo, pero seguramente sus iglesias las pisaría más de una vez y más de dos. Lo único que me da cierto miedo es que toda esta operación sea una trampa que se les tiende para a través del apaciguamiento ir reduciendo progresivamente su combatividad, hasta que ésta sea tan nula como la que se observa en la generalidad de la Iglesia (donde incluso el Opus Dei parece estar declinando a ese respecto). Sin embargo, esa misma posibilidad se trata en la presente entrada, y la respuesta me parece satisfactoria e incluso maravillosa. Al final, efectivamente, de lo que se trata es de ver quién convierte a quién.

Sea como fuere, para ser justo diré que creo que, probablemente, ambas partes tengan que convertir a la otra, al menos parcialmente. Ellos tienen que volver a aportar ese celo que hemos perdido en relación con determinados aspectos de la vida eclesial que desde el Vaticano II en adelante se han descuidado. Nosotros tenemos que hacerles entender que, si bien Trento es patrimonio irrenunciable de la Iglesia de Jesucristo, ésta es más amplia que su propia versión histórica y temporal surgida de la Contrarreforma. Y también tenemos que hacerles ver que, si bien es digna de aprecio su insistencia en la condición de la Iglesia como sacramento de salvación universal y único camino al que cabe reputar como válido para alcanzar la salvación, ello no se contradice con una conceptualización adecuada de la libertad religiosa (que en modo alguno puede considerarse hermanada como concepto a relativismos religiosos de ninguna clase).

Respecto de la cuestión organizativa, también la considero provista de no poco interés. En ese sentido, creo que la posibilidad de establecer variantes respecto de la forma en que se organiza el Opus Dei en tanto que Prelatura Personal sería muy digna de estudio (lo que es coherente con mi propio punto de vista en la medida en que yo soy de los que piensan que quizá la Iglesia debería replantear seriamente y sin miedo su organización en su conjunta y replantearse la forma no solo de abordar las particularidades territoriales y personales sino también la posible relación entre éstas últimas). ¿Cómo organizar a los lefebvrianos? ¿Valdría la pena estudiar la posibilidad de permitirles que se organizaran de un modo más bien semejo en según qué aspectos a aquel en el que se organizan las Iglesias Orientales en comunión con Roma?

No sé si la propia FSSPX podría desear algo como eso, pero no me quito de la cabeza que quizá sería lo mejor, para ellos y para el conjunto de la Iglesia, tanto por favorecer sus posibilidades de preservación respecto de toda posible intentona emanada de pusilánimes o de herejes intraeclesiales con vistas a "descafeinar" a los lefebvrianos como con vistas, como por servir de incentivo a esa reestructuración de la Iglesia Universal en clave de "Iglesia de Iglesias" (antes que de Iglesia que, a la vez que universal, sigue siendo una Iglesia particular a la que, por accidentes derivados de la Historia, otras Iglesias permanecen unidas); o, lo que es lo mismo, de Iglesia Universal dentro de la cual las variantes territoriales no sean vistas como especialidades, sino tan ordinarias las unas como las otras.

En definitiva, que quizá en lugar de un Prelado-Obispo, lo que verdaderamente necesitaran tanto el Opus Dei como la FSSPX fuera un Prelado-Patriarca con capacidad para nombrar Arzobispos y Obispos pertenecientes a su propia Prelatura sujetos a él de manera inmediata y al Papa solo mediatamente. Es decir, Iglesias particulares dentro de la única e indivisible Iglesia de Jesucristo. Habrá quienes crean que me he he pegado un chute de quién sabe qué, o que la propuesta es un sinsentido (y yo no afirmaré lo contrario, ya que asumo mi falta de conocimiento tanto teológico como relativo a la organización de la Iglesia Universal como para sostener de manera porfiada mis ideas a este respecto). Y habrá quienes, sin llegar a ese punto, piensen que incluso si tuviera sentido plantear ese ideal de "Iglesia de Iglesias", carece de sentido que su primera aplicación la ocasionen los lefebvrianos, aunque solo sea porque son demasiados pocos como para que se les conceda tanto.

No obstante, tengo la sensación de que, si la FSSPX retornara a la plena comunión con Roma, y ante la deriva que experimenta la Iglesia, son no pocos los católicos consecuentes que preferirían encuadrarse bajo el mando de los Obispos lefebvrianos que bajo el de los Obispos romanos. Por lo que estoy convencido de que tendrían buenas opciones para cubrir pronto una parte nada desdeñable de la superficie del Orbe con sus propias diócesis, e incluso erigirse en la Iglesia particular más importante de no pocas de ellas. Alternativa que sería sumamente deseable, ya que estaríamos ante diócesis que, en caso de futuro cisma en el seno de la Iglesia derivado de la actual posición de fuerza que muchos herejes ejercen dentro de la misma, podría constituír una sólida plataforma de cuadros ya organizados a cuya dirección pastoral transferir a los fieles que, ante esa tesitura, no se dejaran engañar por las apariencias de legitimidad que destellara Antipapado alguno y permanecieran leales a la Iglesia de Jesucristo. IHS

lunes, 4 de abril de 2016

"SOBRE ALGUNAS ATREVIDAS IDEAS ACERCA DE CÓMO ARRANCAR EL PONTIFICADO DE LAS SUCIAS MANOS DE LA HEREJÍA PARA QUE EL CATOLICISMO RECUPERE EL TIMÓN DE LA IGLESIA" (o "¿POR LA REVOLUCIÓN HACIA DIOS?")

En estos días he andado reflexionando, creo que profundamente, acerca de la apurada situación de decadencia y corrupción doctrinal y moral generalizadas que vive no ya solo la Iglesia Católica en general, sino también específicamente el Episcopado y el Presbiterado. Situación que se ha hecho aún más grave desde que Francisco asumió como Papa (el que no lo crea, que lea enlaces como éste que en parte es el que me ha llevado a darme el trabajo de empezar y terminar en un solo día de escribir la presente entrada: https://enraizadosencristo.wordpress.com/2016/02/25/bergoglio-alabo-a-un-asesina/). Conste que hablo de una corrupción generalizada, pero no total. Existe cierta porción aún importante dentro de la propia Iglesia que sigue siendo fiel a la recta doctrina emanada de Cristo. Ese es el caso de honrosas excepciones a la empalagosa retahíla de lugares comunes y de palabras dulzonas propias de nuestro tiempo. Es el caso de dignos apóstoles de Jesucristo como lo son monseñor Reig Pla -muy digno Obispo de Alcalá de Henares-, de monseñor Demetrio Fernández -muy digno Obispo de Córdoba-, de monseñor Jose Ignacio Munilla -muy digno Obispo de San Sebastián-, del Cardenal Sarah, del Cardenal Sebastián, del Cardenal Burke, de monseñor Javier Augusto del Río Alba -muy digno Obispo de Arequipa- y del egregio y sumamente digno sucesor de Joseph Ratizinger (nuestro añorado Papa Benedicto XVI) al frente de la Sagrada Congregación para la Doctrina de la Fe: el Cardenal Gerhard Ludwig Müller.

Ahora bien, la valerosa y encomiable labor de estos servidores de Dios no solo no puede hacer olvidar la, en el mejor de los casos, negligencia manifiesta de la mayoría de sus conmilitones del Episcopado. Al contrario, obliga a preguntarse por qué alabamos a hombres que deberían constituír la regla en el seno de la Santa Madre Iglesia. ¿Por qué esta gravísima crisis? La fe retrocede de manera sostenida, y en algunos casos puede decirse sin temor a exageración que a auténtica velocidad de crucero. Pero lo peor de este hecho es que pasa desapercibido a los ojos de muchas personas que son creyentes de una manera esencialmente sincera, lo que ha de deberse a una nefasta combinación entre deficiente formación tanto religiosa como secular.

La ausencia de formación religiosa impide a muchos católicos darse cuenta de porqué no es católicamente aceptable referirse al Corán como libro "profético" de "paz", pretender que es "bueno" que quienes profesan religiones falsas que entran en contradicción con la católica como única religión verdadera y emanada directamente del mismo Dios "profundicen" en la fe que les vincula a sus creencias erradas (y a menudo aberrantes y rebosantes de horror); que el Papa observe impávido cómo Rainiero Cantalamessa, su predicador oficial, alaba públicamente a Lutero, que seguramente sea el más grande de los herejes que han existido en todos los tiempos, afirmando que éste devolvió al plano que le correspondían ciertas enseñanzas de la Iglesia en relación al papel de la gracia en la salvación después de varios siglos de no se sabe qué supuesta ocultación de esa primacía de la gracia en la predicación de la Iglesia Católica -lo que implica olvidar tanto a San Agustín como al Doctor Angélico y a otros muchos maestros y predicadores de la fe de la Iglesia-; o que Francisco haga que en un rito como lo es la misa en su conjunto, cuyo objeto principal es la adoración de Dios, tomen activamente parte hombres que niegan tanto la divinidad como la doctrina de Jesucristo y que no hay motivos para creer que dejarán de hacerlo (todo ello contraviniendo las propias normas canónicas dictadas por Francisco al efecto), como ha sucedido ahora que el pasado Jueves Santo ha lavado los pies a inmigrantes de diferente extracción de los cuales varios eran a la vez cismáticos y herejes y algunos otros directamente paganos (musulmanes e hindúes). Cosa que es inaceptable no porque tengamos nada personal en contra de ninguna de esas personas, sino porque implica banalizar la celebración religiosa y concebir la celebración más para halagar la sensibilidad -y encima la sensibilidad desquiciada y equivocada- de los hombres que para manifestar el sacrosanto respeto que ha de inspirarnos el mismísimo Dios. Majestad que es incompatible con invitar a participar activamente de una misa a individuos que, objetivamente, no pueden estar en comunión con Él (y que, de hecho, pueden estar en grave pecado, en la medida en que su paganidad no obedezca a la radical imposibilidad de conocer -y por ende de aceptar- el mensaje y la divinidad de Jesucristo).

La ausencia de formación secular, por su parte, impide a esos mismos católicos, formarse un juicio acerca de la oportunidad y pertinencia de determinados actos del Papa y de gran parte de la jerarquía eclesial. Es normal, por ejemplo, que gente que apenas sabe qué son el comunismo o la masonería y qué tipo de relación ha tenido históricamente con la Iglesia, no vea nada de malo en la repugnante obsequisidad que éste Papa ha demostrado con tiranos apóstatas de la peor calaña como son los hermanos Castro. O que nos les llame la atención que el Papa acuda a EEUU y pronuncie un discurso ante el Congreso que se resume en dejar con el culo al aire a aquellos yankis católicos que se han movilizado por la Iglesia a fin de hacer valer el legítimo reinado social de las ideas de Cristo y confirmar en su ausencia de fe a los apóstatas que promueven activamente las más agresivas políticas descristianizadoras que uno pueda echarse a la cara (aborto, sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo, fecundación artificial, clonación humana, eutanasia activa, etc.). Que es lo que hizo allí y lo que hace en todas partes (a menudo criticado a los fieles por no compartir sus puntos de vista en relación a cuestiones que son perfectamente opinables desde una perspectiva católica -como sucede con el derecho a la tenencia y porte de armas de fuego o con la pena de muerte-; mientras elogia a los apóstatas por compartir esos mismos puntos de vista relativos a cuestiones puramete opinables). Como tampoco les llama la atención que, en Madrid, el Arzobispo Osoro menosprecie una valiosa carta pastoral publicada por sus Obispos sufragáneos mientras él alaba públicamente al Gobierno apóstata municipal de Carmena y trata de chiquillada la profanación sacrílega e inmunda perpetrada en su día por Rita Maestre y demás feminazis en la capilla de la Complutense; y mientras la Conferencia Episcopal apoya descaradamente a través de 13TV a todos los Gobiernos -tanto nacional como autonómicos- del PP, que es el partido que precisamente promovió la aprobación en la provincia eclesiástica que encabeza Osoro de una nefasta Ley de Transexualidad (aunque al final se abstuvo al arrinconarlo los demás partidos que proponían una Ley todavía más fanáticamente proclive al aberrosexualismo). Ley cuyo efecto es el de elevar la chifladura de las personas que tienen la desgracia de ser transexuales (trastorno de la personalidad relativa al sexo que aún contempla como tal la propia OMS, pese a la presión enorme del lobby LGTBI para que se descatalogue) y que, como tales, niegan la propia realidad biológica de su sexo, a la categoría de realidad amparada, protegida e incluso promovida por las Leyes.

Si a eso se le suma que esos mismos laicos con deficiente formación tanto religiosa como secular suelen ser gente un tanto acomplejada ante la sociedad secular apóstata, y por tanto gente que da muchísimo más valor al hecho de que esa sociedad los vea bien y a poder vivir en paz con ellos que a todo lo que implique procurar seguir con fidelidad y sin componendas el mensaje del Evangelio en la medida en que eso implique que no te sonrían paganos y apóstatas (actitud que incluso se tiende a descalificar como "fanática"), pues no ha de extrañar que les encante un Papa del que se piensa a lo largo y ancho del Orbe que predica el diálogo incondicional con el mundo (aunque sea a costa de arrinconar en una esquina del desván las verdades más sagradas y elementales entre aquellas que ha defendido la Iglesia Católica desde que la constituyera Cristo). Un Papa que, al hacer patente su escaso compromiso con la lucha en favor del Evangelio, se granjea la sonrisita falsa, la adulación y la complicidad aparente de un mundo que odia al Evangelio y que se jacta de haber reducido los valores derivados de la religión católica a la insignificancia social y normativa. Y, para más inri, con la connivencia de católicos convencidos que han votado por los partidos que han promovido en los Estados democráticos todas estas derivas descristianizadoras de la sociedad, cuando no se han involucrado incluso más activamente para garantizar su éxito.

En el transcurso de una crisis de tal magnitud, es muy comprensible que muchos fieles se lleven las manos a la cabeza y que se planteen cuestiones tales como la de si, en éstas circunstancias, es posible que el Papa Francisco sea un hereje o que, aunque él mismo no lo fuera, más pronto que tarde nos veamos en la tesitura de que uno de sus sucesores lo sea más allá de toda duda razonable. Idea que se antoja tanto más plausible en el momento en que constatamos que ya hay Cardenales que pueden ser considerados herejes sin la más mínima duda. Y bien se los podría elegir Papas en un futuro Cónclave. Especialmente si se tiene en cuenta que, incluso aunque Francisco no fuera hereje, en el mejor de los casos sería el más peligroso y eficaz de todos los "tontos útiles" de los que puedan servirse los herejes, es decir, un Pontífice que favorece en extremo la propagación de la herejía a lo largo y ancho de todo el cuerpo eclesial. Y ante el cual prácticamente es imposible presentar una oposición eficaz sin parecer un lefebvriano ultramontano y sedevacantista de esos que todavía se oponen a la libertad religiosa y sueñan con el restablecimiento de la Inquisición y del estatuto diferenciado de los ciudadanos en base a su religión.

Al respecto de la posibilidad de que llegáramos a tener un Papa hereje, lo cierto es que pienso que ningún católico puede acogerse exclusivamente a su propia apreciación personal a la hora de considerar despojado de su cargo a semejante Papa. De nada vale tener la suficiente seguridad en el fuero interno de que un Papa es hereje como para, llegado el caso, desobedecerlo incluso de manera pública y notoria, si dicho Papa sigue siendo considerado legítimo sucesor de San Pedro por el conjunto de la Iglesia de Jesucristo. Por eso mismo es muy interesante plantearse la siguiente pregunta: ¿Qué forma habría de que la Iglesia desposea a través de un pronunciamiento formal a un Papa hereje de toda apariencia de Sumo Pontífice? El otro día leía un artículo (http://adelantelafe.com/estudio-historico-doctrinal-puede-un-papa-ser-hereje-puede-la-iglesia-deponerlo/) en el que se planteaba la hipótesis de la declaración del Papa como hereje por parte de un Concilio Ecuménico "imperfecto" (o, al decir del celebérrimo Cardenal Tomás Cayetano -que fue el que en un primer momento destinó Roma a fin de confrontar y refutar las heréticas enseñanzas de Lutero y de llamar al díscolo fraile agustino al orden-, de un Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento", habilitado únicamente para decidir sobre la posible herejía papal). Momento a partir del cual se concedería al Romano Pontífice la posibilidad de retractarse públicamente de sus errores, declarándose formalmente la entrada de la Iglesia en periodo de sede vacante en caso de acreditada pertinacia en el error por parte de un Papa aparente que se negara a adherirse a "la fe que, de una vez para siempre, ha sido dada a los santos", y que no acreditara su adhesión a la doctrina católica anulando cuantas enseñanzas o actuaciones suyas fueran señaladas como expresamente incompatibles con la profesión de una fe ortodoxa.



Sin embargo, el artículo que leí me deja todavía algunas dudas. ¿Quién podría convocar el citado Concilio Ecuménico "imperfecto"? Hay quien plantea que el Colegio Cardenalicio. Mas, por hereje que pudiera ser un Papa, nadie imagina que un Colegio Cardenalicio compuesto por una mezcla entre muchos de sus Cardenales electores y otros muchos Cardenales que él hubiera creado como tales (presumiblemente igual de herejes que el Papa aparentemente reinante, si no más) vaya a convocar tal Concilio Ecuménico por mayoría. Esa alternativa se antoja extremadamente improbable incluso en el caso de que supusiéramos que el Papa hereje pudiera haber concedido el capelo por accidente o por calculismo a algún Cardenal verdaderamente fiel a Cristo. Por otra parte, y suponiendo que los fieles estuvieran en minoría, ¿bastaría cualquier número mayoritario o minoritario de Cardenales fieles para convocar tal Concilio? Y si no quedaran Cardenales fieles o se tratara de un número irrisorio, ¿cualquier número de Obispos bastarían para convocar el Concilio? Evidentemente, no planteo la hipótesis de la corrupción universal del Episcopado y el Presbiterado porque eso equivaldría a desechar directamente la religión católica (además, aunque las circunstancias actuales son graves, parece evidente que todavía queda una fracción apreciable de clero fiel). Lo que, al margen de toda esta interesante controversia teórica, está a mis ojos más que claro es que la Iglesia ha llegado a un punto peligroso en el que (quizá no por vez primera en la Historia, pero si con más fuerza que en otros momentos) la herejía parece capaz de conquistar lo que cabría considerar la cúpula misma de la Iglesia.



Peligro demasiado grave contra el que los últimos Papas no han sabido reaccionar, y que el Papado de Francisco incluso estimula. Yo no puedo afirmar, por mal Papa que me parezca, que Francisco sea un hereje ni un apóstata (aunque reconozco que lo sospecho, y eso no lo voy a ocultar para evitar que se me pueda acusar de dobleces, ocultamientos ni hipocresías de ninguna clase). Pero tengo claro que tipos como Reinhald Marx o Walter Kasper son apóstatas de aquí a China. Y si no ellos mismos, es factible pensar que tipos parecidos a ellos puedan llegar a ser Papas en el transcurso de los días de mi vida. Eventualidad ante la que hay que precaverse, y que solo perderá peligro cuando se vuelva a actuar positivamente a fin de mantener la herejía fuera del Colegio Cardenalicio, del Episcopado y del Presbiterado. Cosa que hoy no se hace. Y que debería hacerse con urgencia ya que, en verdad, declarar desposeído al Papa hereje del Pontificado, incluso aunque se estuviera todo lo razonablemente seguros que se pueda estar de que efectivamente fuera tal hereje, es complicado si no se controlan todos los demás resortes institucionales de la Iglesia (e, incluso aunque ese fuera el caso, seguiría siendo extremadamente complicado). Y es prácticamente imposible si esos mismos resortes están en manos del Enemigo. Es tan sencillo como que, en un caso en el que el remanente fiel decidiera desposeer al Papa hereje de su ministerio sagrado, éste sería el que a los ojos del mundo y de gran parte del pueblo de Dios aparentaría tener la razón. Los "rebeldes", por mucho que la verdad pudiera estar de su lado, darían la sensación de ser unos exaltados y unos imprudentes, y esto lo creerían incluso muchos fieles proclives a asumir como válidas la práctica totalidad de sus quejas hacia el Sumo Pontífice hereje.


La grey sencilla podría sentirse más proclive a aceptar la condena del Papa como hereje y su desposesión del ministerio petrino en el caso de que contemplaran con sus propios ojos a la práctica unanimidad de los Cardenales y Obispos del mundo actuando al unísono para proclamar sin lugar a dudas ni vacilaciones al Papa como tal en el transcurso de un Concilio "imperfecto" formalmente convocado a ese efecto. Y aún cabe imaginar que no pocas personas (especialmente entre aquellos cristianos nominalmente católicos que estén infectados por el tipo de herejías que predicara el propio Papa, pero también entre los verdaderos fieles) se dejarían arrastrar por el "legitimismo" papal, dada la falta de precedentes de deposiciones legítimas de Romanos Pontífices, de modo que seguirían seguramente dando crédito al Papa hereje (que en verdad lo que sería es Antipapa) como legítimo, por lo que el Papa hereje estaría en disposición no ya solo de provocar un Cisma, sino de que dicho Cisma fuera el más grave jamás visto. Hemos de tener en cuenta de que el Papa hereje tendría el punto a favor de que siempre habría católicos, incluso entre los de fe intelectualmente más sólida y mejor fundada, que tenderían a preguntarse si el hereje no seguiría siendo con todo el auténtico Papa -quiérase que no, ante una situación así, es lógico que hubiera muchos que no terminen de ver claro que realmente exista procedimiento legítimo alguno en virtud del cual desposeer a un Papa que haya sido realmente tal-. Imaginémonos entonces lo que pasaría si lo que el pueblo sencillo ve es a un Papa apoyado por la gran mayoría e incluso por la práctica unanimidad de los Cardenales y de los Obispos. Tal Papa, aún cuando fuera el mayor hereje del mundo (y lo sería, al menos por la trascendencia de su herejía) e incluso un apóstata y un hombre inmoral, tendería a ser considerado incluso por muchos católicos fieles que recelaran de su ortodoxia como el Papa legítimo (al menos siempre y cuando no hiciera gala de una vida particularmente inmoral). Y de este modo la Iglesia quedaría secuestrada por los herejes. No digo que para siempre, porque hay que confiar en las promesas de Cristo providente, y de algún modo libraría a su Iglesia.

Podría creerse entonces que, para actuar contra el Papa hereje, sería preciso actuar primero contra los Cardenales y Obispos herejes que lo apoyaran. Ahora bien, en el seno de una organización sólidamente jerárquica como lo es la Iglesia desde su misma fundación por Jesucristo hace ya dos milenios, ¿de verdad cabe esperar que esas actuaciones tengan éxito si son torpedeadas por la propia cabeza formal de la Iglesia? Insisto, por mucho que creamos que el Papa deja materialmente de ser tal desde el mismo momento en que se convierte en hereje (lo que significa que, si lo fuera ya incluso de antes de ascender al solio pontificio, jamás habría sido Papa ni gobernado legítimamente la Iglesia), creencia que por otra parte sería discutible; lo cierto es que sería imposible que, al menos mientras la Iglesia en su conjunto acepte como legítimo su Pontificado, se adoptaran pronunciamientos formales de ninguna clase cuando éstos, por necesarios que fueran, contaran con su oposición activa. De hecho, es que bastaría la oposición incluso meramente pasiva de quien aparentemente fuera Papa a tales pronunciamientos para que se hiciera imposible que éstos surtieran sus efectos; ya que, cuando hay Papa, nadie puede suplirlo en el gobierno ordinario de la Iglesia (cosa que es normal, dado que el Papa existe para confirmar en la fe, y lo que uno ordinariamente espera de un Papa es que no solo no ponga trabas a los miembros de la grey cuando éstos luchan en pro de las causas del Señor, sino que se ponga a su cabeza sin remolonear ni intentar escurrir el bulto). Pretender que un Papa activamente hereje que no solo profesa herejías sino que pretende que dichas herejías se enseñoreen totalmente de la Iglesia de Jesucristo limpie de herejes de su misma clase el Colegio Cardenalicio que elegirá a su sucesor es una quimera. Pura fantasía e ingenuidad.

Ante una situación como ésta, solo cabría esperar una solución duradera si la limpieza general del Colegio Cardenalicio aconteciera en un momento en el que el Papa hereje ya no pudiera servir de apoyo a dicho Colegio Cardenalicio tan corrupto y tan alejado de "la fe que, de una vez para siempre, ha sido dada a los santos". Lo ideal sería que ese momento fuera el que llegara con la elección de un Papa que creyera de modo ortodoxo y sin vacilaciones la fe de la Iglesia y que estuviera dispuesto a confirmar en dicha fe a sus hermanos actuando con toda la contundencia necesaria contra la herejía intraeclesiástica. Pero partimos de la base de que, si el Colegio Cardenalicio hubiera sido capaz de elegir ya a un Papa hereje, lo normal sería que tendiera a volver a elegirlos (y con más razón si pensamos que el Papa hereje crearía más y más Cardenales igualmente herejes). De modo que la alternativa deseable se antojaría más bien improbable. Y esto no es falta de confianza en Dios, sino constatación del hecho de que Dios no suele intervenir de un modo radicalmente sobrenatural en los acontecimientos humanos (es decir, que no parece que sea su costumbre abrir a toda costa a la voluntad de Dios los corazones de los Cardenales que no se muestran receptivos a su gracia cada vez que se reúne el Colegio Cardenalicio en Cónclave para la elección papal). Más bien tiende a emplear medios humanos imperfectos y a menudo incompetentes a los que él capacita en grado suficiente para que cumplan los cometidos que les encomienda.

¿Qué opciones tendríamos por delante? Honestamente, creo que solo nos quedaría actuar con rapidez para, una vez terminara el Pontificado presuntamente hereje, no dar oportunidad ninguna al Cardenalato hereje de hacer elegir en el Cónclave subsiguiente a un nuevo Papa aparente que fuera igualmente hereje, sino más. Y la forma de hacer esto podría ser prepararse para, una vez tuviera lugar el final de ese ominoso Pontificado, reunir lo antes posible el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" pregonado por el Cardenal Cayetano (cuya denominación del Concilio me parece bastante atinada, dado que nada mejor podría hacerse en ese momento), a fin de que dicho Concilio sometiera a juicio tanto la posible herejía del último Papa como la de todos aquellos Cardenales respecto de cuyas posibles tendencias herejes se tuviera constancia suficiente como para crear una duda razonable acerca de su herejía. Aunque en realidad esto podría hacerse incluso si no recayeran sospechas de herejía en el Papa, siempre que recayeran en Cardenales contra los que anteriores Papas, pese a su intachable ortodoxia, no se hubieran atrevido a proceder por debilidad o por apreciación errada de las circunstancias (lo que constituye una virtud de este plan).

La jugada sería una apuesta a todo o nada, sin la más mínima duda. Por hacer una analogía con la Revolución Francesa, vendría a ser una especie de versión eclesiástica del celebérrimo "Juramento del Juego de Pelota" (que fue el famoso episodio histórico acaecido el 20 de junio de 1789 al jurar los representantes de la burguesía en los Estados Generales de Francia de 1789 -tras autoproclamarse Asamblea Nacional y arrogarse de este modo la representación de la totalidad del pueblo apenas tres días antes- que no se separarán ni dejarían de reunirse bajo ninguna circunstancia hasta haber aprobado una Constitución para la Nación francesa). Es decir, una acción radical, e incluso revolucionaria, pero motivada por una situación de extrema necesidad. Y que, ¿quién sabe? ¡Quizá sea exactamente el tipo de catarsis que necesita la Iglesia para volver a ponerse las pilas! Igual que entonces sucedió en Francia, tendríamos una situación de emergencia que justificaría lo que, de ordinario, sería de todo punto de vista inaceptable. Esto es, el hecho de, no pudiendo confiar en la elección de un auténtico Papa, aprovecharse de una situación de ausencia de superior para, al no existir éste (y no poder por tanto autorizar pero tampoco impedir nada), arrogarse la potestad de, en base a enseñanzas que por otra parte son objetivas y están respaldadas por muchas centurias de los mejores Magisterio y Tradición eclesiásticos, juzgar la actitud de quienes no serían más que iguales (que quedarían apartados de la misma manera en que ocurrió con los estamentos nobiliario y eclesiástico al proclamarse la Asamblea Nacional).

Una vez ya iniciado el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" (por ser el más completo Concilio que podría celebrarse en tales circunstancias) tendría que prohibir expresamente en su primer decreto la celebración de un Cónclave para elegir Papa el tiempo que fuera necesario para concluir sus deliberaciones y dilucidar la cuestión cuyo estudio justificaría que se reuniese, declarar herejes al Papa y a los Cardenales y Obispos que considerara incursos en esta situación (dando oportunidad a los Cardenales y Obispos herejes para defenderse en el curso de un procedimiento contradictorio y, en su caso, tiempo para retractarse de sus herejías en público; y declarando excomulgados a los herejes que fueran declarados como tales y se mantuvieran impertérritos en su error, excluyéndolos del Colegio Cardenalicio -cosa que habría de hacer como legítima sanción también en el caso de que algún hereje se retractase de su herejía- y suspendiendo su ejercicio del Episcopado), y dejar constancia de que en realidad la situación de sede vacante habría empezado desde el primer momento en que se tuviera constancia de la condición de hereje del Pontífice aparente. Una vez hecho todo esto, que ante la gravedad de la situación debería procurar hacerse en tiempo record, el remanente del Colegio Cardenalicio -del que, por cierto, también quedarían excluidos los Cardenales fieles que hubieran sido creados por el Papa hereje-, siempre que fuera lo suficientemente numeroso y representativo de la Iglesia fiel esparcida sobre la superficie del Orbe, podría convocar Cónclave para la elección de un nuevo Papa, y tener razonables garantías de elegir para tan alta posición a un hombre de cuya fidelidad a la enseñanza de la Santa Madre Iglesia no quepan dudas. Y si no fuera posible u oportuno celebrar un Cónclave en regla, el propio Concilio podría justificar la suspensión para el caso concreto de las reglas ordinarias de elección del Pontífice Máximo, y elegir él mismo al nuevo Papa.

Indudablemente, este camino revolucionario ofrecería un gran problema que, por otra parte, es de esperar: el de que el Enemigo no estaría quieto. Probablemente atacaría procurando presentarse a los ojos del mundo (seguramente con éxito) como la "verdadera", "única" y "legítima" Iglesia "Católica", y presentaría a los propulsores del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" como los propulsores del más ambicioso "cisma" jamás acontencido desde el Gran Cisma de Occidente. Como una especie de Fraternidad Sacerdotal San Pío X (que son los popularmente conocidos como lefebvrianos, cismáticos ultramontanos surgidos de la por otra parte comprensible protesta de Marcel Lefebvre contra muchas de las innovaciones que trajo consigo el desastrosamente mal implementado Concilio Vaticano II), solo que culpable de llevar las cosas mucho más al "extremo" por su total "carencia de escrúpulos"; ya que en lugar de limitarse a ordenar Obispos sin autorización papal, aquí lo que tendríamos es a un "terrorismo paraeclesial" decidido a replicar las instituciones "legítimas" de la Iglesia sin pararse a pensar en el terrible "daño" que haría.

Seguramente, los Reinhald Marx, Walter Kásper, Rainiero Cantalamessa, Carlos Osoro u Óscar Andrés Rodríguez de Madariaga de la vida celebrarían con normalidad su propio Cónclave -esperando, caso probable de ser mayoría, de beneficiarse a los ojos del gran público y de la misma grey de Dios a la que extravían del mero peso del número a efectos de "legitimación", no importa que falsa-. Elegirían a un nuevo Papa aparente (que, si las cosas fueran como más convendría, sería conocido al igual que su antecesor inmediato como Antipapa), y o bien se decidirían a declarar "cismático" al remanente fiel (bien por medio de su Antipapa o bien mediante la convocatoria de un contra-Concilio igualmente Ecuménico), o bien tendrían la desfachatez de intentar incluso atraerlo como hace el PP español con el voto católico a fin de poder seguir inutilizándolo y haciéndolo inoperativo. Quizá aún tendrían la cara de aparentar "magnanimidad", a ver si una actitud conciliadora les favorece por el contraste con la "intransigencia" de sus contrincantes y si anima a dar marcha atrás a aquellos Cardenales, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Laicos que hubieran secundado la convocatoria del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" que los declarara con razón herejes.

Ante esa eventualidad, la única solución sería la de permanecer firmes en la resolución ya adoptada, no bajar la guardia, no aceptar la legitimidad de sospechosos de herejía para proceder a efectuar actuaciones de ninguna clase en tanto no hayan clarificado sus iguales debidamente si las acusaciones son o no válidas, y procurar ir rápido a fin de adelantarse al Enemigo, si fuera posible. Es decir, lo deseable sería nombrar un nuevo Papa sobre cuya legitimidad no hubiera dudas antes de que los herejes pudieran nombrar a su Antipapa; y que dicho Papa se encargara de proceder a ocupar inmediatamente todos los espacios de poder y decisión eclesiales adelantándose a los herejes. Es decir, tendría que proceder a gobernar la Iglesia exactamente de la misma manera en que lo haría si no existieran disputa alguna. Tendría que hacer cumplir todos los decretos del Concilio Ecuménico "imperfecto" que diera paso al Cónclave que lo eligiera como legítimo Sucesor de San Pedro, instalarse en el Vaticano, nombrar nuevos Obispos y Nuncios (no diré tanto como destituir a los Obispos y Nuncios preexistentes que se consideraran herejes, dado que ésta tarea seguramente convendría que la realizara el propio Concilio imperfecto -que podría recurrir al fácil recurso de declarar herejes a quienes lo negaran y suspendidos en el legítimo ejercicio del Episcopado y del Presbiterado a quienes no lo afirmaran-), crear Cardenales, gestionar el patrimonio de la Iglesia, preparar y realizar visitas al extranjero, redactar y publicar encíclicas y exhortaciones apostólicas, tomar parte en reuniones internacionales... En una palabra, hacer todo lo que es razonable que haga el Papa, aparentando la mayor normalidad posible. De hecho, el Papa debería procurar ser él quien diera legítimo trato de cismáticos y herejes a quienes hubieran sido formalmente declarados como tales por el Concilio Ecuménico "imperfecto".

Y al mismo tiempo, aunque esto pueda parecer contradictorio, el Papa debería prepararse y preparar a la Iglesia para lo que posiblemente se le vendría encima. Y es que el mundo apóstata odia a la Iglesia, y no permanecería neutral, dado que gran parte de sus designios malévolos se cimentan sobre la seguridad de tener una Iglesia paniaguada que no les dé problemas. Es decir, una Iglesia cobarde cuya cobardía la haga proclive a dar cabida en su seno a la herejía como medio a través del cual congraciarse con el mundo. De modo que ningún hipotético Concilio Ecuménico "imperfecto" que pusiera a los herejes en su lugar -esto es, fuera de la Iglesia- y que restableciera la plena vigencia a nivel interno dentro de la Iglesia y a nivel externo en la predicación de la Iglesia de la totalidad de la doctrina de ésta podría complacer, se mire desde donde se mire, a los poderosos de la Tierra. Éstos seguramente se las ingeniarían, incluso desde el primer momento, para hurtarle a la Iglesia fiel todo reconocimiento "oficial" (desde una perspectiva puramente jurídico-mundanal) como la Iglesia Católica. Reconocimiento que con gozo procurarían conferir a los herejes. Que entonces serían quienes "heredarían" jurídicamente la posición que en justicia habría de corresponder a la Iglesia Católica, a la que usurparían literalmente hasta el nombre.

Ellos serían "la Iglesia Católica", mientras que a nosotros se nos catalogaría como un mero cisma. La Ciudad del Vaticano, Cáritas y demás redes católicas de asistencia social, los comedores sociales, los hospitales, colegios, institutos y universidades católicas, etc., quedarían en manos de los herejes. Ellos serían quienes nombrarían Nuncios y quienes dispondrían de todo el aparato vaticano y de la capacidad de relacionarse con los poderes del mundo. En principio, se nos toleraría como religión separada del "catolicismo oficial", pero la totalidad de nuestros templos e instalaciones y recursos materiales quedarían en manos del Enemigo (aunque no nos sintamos tan mal, que a fin de cuentas más o menos eso mismo sucedería igualmente en el caso de que dejáramos que nos hurtaran lo único que no nos deben poder sustraer, que es la Iglesia misma -la cual recuperaríamos, compensando este hecho por sí solo todos los posibles perjuicios-). Si bien es verdad que quizá algunas naciones tendieran a favorecer a la verdadera Iglesia y a apoyar sus reivindicaciones de legitimidad -lo que atenuaría el latrocinio a que nos someterían los herejes y sus amigos-. Aunque no tanto por simpatía genuina hacia nuestra causa (es decir, hacia la causa de Jesucristo y de su Iglesia) como por que ese apoyo al sector minoritario contribuyera a evitar su desaparición práctica y consolidara la división de la Iglesia, en última instancia vista como enemigo (que nadie crea que si Putin nos apoyara eso pudiera deberse a una repentina caída del caballo al mejor estilo paulino por la cual llegara a albergar el convencimiento de que la Iglesia a la que él ayudara sería en verdad la verdadera representante del Cielo en la Tierra; y que nadie crea que se nos equipararía en Rusia a la Iglesia cismática griega de allá).

Todo esto plantearía un interesantísimo debate: si los herejes despojaran a la Iglesia Católica de todos sus derechos jurídicos e incluso del derecho oficial a ostentar su propio nombre, ¿cómo deberíamos responder a algo así? ¿Deberíamos respetar tal usurpación o negarnos a reconocerla? La primera opción implicaría registrarnos en los países donde existen registros de confesiones religiosas como una Iglesia diferente de la cismática y hereje, que sería la que se arrogase el derecho a ostentar el nombre de "Iglesia Católica Apostólica Romana". La segunda implicaría negarnos a reconocer que se tratase oficialmente a los herejes como si éstos fueran la verdadera Iglesia Católica, incluso aunque nadie aparte de nosotros mismos hiciera el menor caso de nuestra pretensión. La ventaja principal de la primera opción estribaría en que nos permitiría interactuar jurídicamente con el resto del mundo, y que gestionáramos nuestros propios asuntos con mayores seguridades jurídicas, pero yo no la aceptaría, dado que los detalles son importantes, y el Enemigo se anotaría una gran victoria propagandística que haría su reivindicación de ser ellos la "verdadera" Iglesia Católica más fuerte a los ojos de toda aquella gente que se guía meramente por la apariencia externa de las cosas. Si nos allanáramos a la usurpación, ¿con qué argumentos procuraríamos luego que se rectificase y que se nos devolviera todo lo que fuera usurpado y por legítimo derecho correspondiera a la Iglesia de Jesucristo? Por el contrario, oponerse a la usurpación y negarnos a que se nos registre como religión aparte nos dificultaría operar en el mundo de modo práctico (no podríamos ser considerados oficialmente como una religión más que en caso de que la usurpación finalizara y recobráramos el pleno goce y disfrute de los derechos asociados a la personalidad jurídica de la "Iglesia Católica"), pero reforzaría a los ojos de muchos la justicia de nuestra causa, y evitaría que los que se dejan impresionar por las apariencias exteriores dieran por hecho que una Iglesia que no reivindica que se la reconozca oficialmente como la Iglesia Católica Apostólica y Romana sea efectivamente la Iglesia que durante incontables siglos recibió esa misma denominación.

De todos modos, pienso que al final podríamos superar esos inconvenientes y los demás de los que sea que no haya hecho mención que seguramente también sobrevendrían. Sobre todo, creo que los hechos son los que demostrarían qué Iglesia sería la legítima y qué Iglesia sería una inmunda y blasfema impostura de la que fundó Jesucristo. En ese sentido, mi punto de vista es el de que:

La Iglesia que no es quien para juzgar y que ni ata ni desata ni deja atar;

La Iglesia que se niega a cumplir el mandato de Jesucristo de ir por el mundo predicando el mensaje del Evangelio (y bautizando a los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) porque niega el proselitismo y cree que lo mejor que pueden hacer los que no creen en la verdadera religión y rinden culto a falsos dioses es seguir encadenados por siempre a sus falsos cultos y a sus falsos dioses porque profundizar en ellos es lo que más les "acercará" a Dios;

La Iglesia que mantiene televisiones como 13TV que celebran y alaban Gobiernos apóstatas de partidos que apoyan sin disimulo toda la ingeniería social anticristiana (aborto, sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo, fecundación artificial, etc.) y que el resto del tiempo lo invierten en echar westerns -y encima de los cutres, que ya podían poner algo tipo "El hombre que mató a Liberty Valance" para variar-;

La Iglesia cuyos Obispos responden cuando les preguntan sobre qué les parece el hecho de que la actual portavoz del Ayuntamiento de Madrid entre en braguitas y sin sujetador en una capilla universitaria diciendo que "no hay nada que perdonar" porque les importa un comino que se profieran las más vulgares y hediondas blasfemas contra el santo nombre de Jesucristo en suelo sagrado;

La Iglesia que acusa a los traficantes de armas de ser los principales culpables de los atentados terroristas perpetrados en nombre del Islam mientras exonera a la odiosa e inmunda religión del falso "profeta" Mahoma de toda responsabilidad por los mismos en base a que el Corán es un libro "profético" de "paz";

La Iglesia que considera que puede escupir impunemente a la cara a los esposos cristianos que son capaces de ser fieles al mandato de Cristo expresado en la sentencia "que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" y que por gracia son capaces de resistir la fuerte tentación de cometer adulterio arrojando la perla de inconmensurable valor que es la Eucaristía a los cerdos permitiendo que los adúlteros participen de ella en clara contravención de la más elemental doctrina cristiana;

La Iglesia que se mea encima de la memoria de incontables millones de nasciturus abortados en contra de su enseñanza de siempre en centros abortorios movidos a partes iguales por la maldad y por el ánimo de lucro afirmando que no hay que estar "obsesionado" con salvar vidas a través de la oposición al aborto y alabando públicamente a una asesina inmunda como Emma Bonino que reconoció jactándose de ello haber abortado a 10.000 niños mediante procedimientos bastante brutotes que parecen propios de sacerdotes de Kukulkán y luego haberlos metido en tarros de mermelada que luego se tiraban a la basura y que alaba a personas así proclamándola una de las "grandes" de la Italia contemporánea y que no importa cómo piensen porque lo que interesa es lo que hacen;

... Esa Iglesia no puede perdurar largo tiempo. Y sobre sus puertas, como sobre todas las otras puertas a las que lleva el ancho camino que lleva al Infierno y a la perdición, prevalecerá la verdadera Iglesia, sean cuales fueran las circunstancias. Porque tal es la promesa que Jesucristo hizo brotar de sus labios delante del primero de los Papas.

Exurge Domine, et iudicam causam tuam. IHS