Podría creerse entonces que, para actuar contra el Papa hereje, sería preciso actuar primero contra los Cardenales y Obispos herejes que lo apoyaran. Ahora bien, en el seno de una organización sólidamente jerárquica como lo es la Iglesia desde su misma fundación por Jesucristo hace ya dos milenios, ¿de verdad cabe esperar que esas actuaciones tengan éxito si son torpedeadas por la propia cabeza formal de la Iglesia? Insisto, por mucho que creamos que el Papa deja materialmente de ser tal desde el mismo momento en que se convierte en hereje (lo que significa que, si lo fuera ya incluso de antes de ascender al solio pontificio, jamás habría sido Papa ni gobernado legítimamente la Iglesia), creencia que por otra parte sería discutible; lo cierto es que sería imposible que, al menos mientras la Iglesia en su conjunto acepte como legítimo su Pontificado, se adoptaran pronunciamientos formales de ninguna clase cuando éstos, por necesarios que fueran, contaran con su oposición activa. De hecho, es que bastaría la oposición incluso meramente pasiva de quien aparentemente fuera Papa a tales pronunciamientos para que se hiciera imposible que éstos surtieran sus efectos; ya que, cuando hay Papa, nadie puede suplirlo en el gobierno ordinario de la Iglesia (cosa que es normal, dado que el Papa existe para confirmar en la fe, y lo que uno ordinariamente espera de un Papa es que no solo no ponga trabas a los miembros de la grey cuando éstos luchan en pro de las causas del Señor, sino que se ponga a su cabeza sin remolonear ni intentar escurrir el bulto). Pretender que un Papa activamente hereje que no solo profesa herejías sino que pretende que dichas herejías se enseñoreen totalmente de la Iglesia de Jesucristo limpie de herejes de su misma clase el Colegio Cardenalicio que elegirá a su sucesor es una quimera. Pura fantasía e ingenuidad.
Ante una situación como ésta, solo cabría esperar una solución duradera si la limpieza general del Colegio Cardenalicio aconteciera en un momento en el que el Papa hereje ya no pudiera servir de apoyo a dicho Colegio Cardenalicio tan corrupto y tan alejado de "la fe que, de una vez para siempre, ha sido dada a los santos". Lo ideal sería que ese momento fuera el que llegara con la elección de un Papa que creyera de modo ortodoxo y sin vacilaciones la fe de la Iglesia y que estuviera dispuesto a confirmar en dicha fe a sus hermanos actuando con toda la contundencia necesaria contra la herejía intraeclesiástica. Pero partimos de la base de que, si el Colegio Cardenalicio hubiera sido capaz de elegir ya a un Papa hereje, lo normal sería que tendiera a volver a elegirlos (y con más razón si pensamos que el Papa hereje crearía más y más Cardenales igualmente herejes). De modo que la alternativa deseable se antojaría más bien improbable. Y esto no es falta de confianza en Dios, sino constatación del hecho de que Dios no suele intervenir de un modo radicalmente sobrenatural en los acontecimientos humanos (es decir, que no parece que sea su costumbre abrir a toda costa a la voluntad de Dios los corazones de los Cardenales que no se muestran receptivos a su gracia cada vez que se reúne el Colegio Cardenalicio en Cónclave para la elección papal). Más bien tiende a emplear medios humanos imperfectos y a menudo incompetentes a los que él capacita en grado suficiente para que cumplan los cometidos que les encomienda.
¿Qué opciones tendríamos por delante? Honestamente, creo que solo nos quedaría actuar con rapidez para, una vez terminara el Pontificado presuntamente hereje, no dar oportunidad ninguna al Cardenalato hereje de hacer elegir en el Cónclave subsiguiente a un nuevo Papa aparente que fuera igualmente hereje, sino más. Y la forma de hacer esto podría ser prepararse para, una vez tuviera lugar el final de ese ominoso Pontificado, reunir lo antes posible el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" pregonado por el Cardenal Cayetano (cuya denominación del Concilio me parece bastante atinada, dado que nada mejor podría hacerse en ese momento), a fin de que dicho Concilio sometiera a juicio tanto la posible herejía del último Papa como la de todos aquellos Cardenales respecto de cuyas posibles tendencias herejes se tuviera constancia suficiente como para crear una duda razonable acerca de su herejía. Aunque en realidad esto podría hacerse incluso si no recayeran sospechas de herejía en el Papa, siempre que recayeran en Cardenales contra los que anteriores Papas, pese a su intachable ortodoxia, no se hubieran atrevido a proceder por debilidad o por apreciación errada de las circunstancias (lo que constituye una virtud de este plan).
La jugada sería una apuesta a todo o nada, sin la más mínima duda. Por hacer una analogía con la Revolución Francesa, vendría a ser una especie de versión eclesiástica del celebérrimo "Juramento del Juego de Pelota" (que fue el famoso episodio histórico acaecido el 20 de junio de 1789 al jurar los representantes de la burguesía en los Estados Generales de Francia de 1789 -tras autoproclamarse Asamblea Nacional y arrogarse de este modo la representación de la totalidad del pueblo apenas tres días antes- que no se separarán ni dejarían de reunirse bajo ninguna circunstancia hasta haber aprobado una Constitución para la Nación francesa). Es decir, una acción radical, e incluso revolucionaria, pero motivada por una situación de extrema necesidad. Y que, ¿quién sabe? ¡Quizá sea exactamente el tipo de catarsis que necesita la Iglesia para volver a ponerse las pilas! Igual que entonces sucedió en Francia, tendríamos una situación de emergencia que justificaría lo que, de ordinario, sería de todo punto de vista inaceptable. Esto es, el hecho de, no pudiendo confiar en la elección de un auténtico Papa, aprovecharse de una situación de ausencia de superior para, al no existir éste (y no poder por tanto autorizar pero tampoco impedir nada), arrogarse la potestad de, en base a enseñanzas que por otra parte son objetivas y están respaldadas por muchas centurias de los mejores Magisterio y Tradición eclesiásticos, juzgar la actitud de quienes no serían más que iguales (que quedarían apartados de la misma manera en que ocurrió con los estamentos nobiliario y eclesiástico al proclamarse la Asamblea Nacional).
Una vez ya iniciado el Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" (por ser el más completo Concilio que podría celebrarse en tales circunstancias) tendría que prohibir expresamente en su primer decreto la celebración de un Cónclave para elegir Papa el tiempo que fuera necesario para concluir sus deliberaciones y dilucidar la cuestión cuyo estudio justificaría que se reuniese, declarar herejes al Papa y a los Cardenales y Obispos que considerara incursos en esta situación (dando oportunidad a los Cardenales y Obispos herejes para defenderse en el curso de un procedimiento contradictorio y, en su caso, tiempo para retractarse de sus herejías en público; y declarando excomulgados a los herejes que fueran declarados como tales y se mantuvieran impertérritos en su error, excluyéndolos del Colegio Cardenalicio -cosa que habría de hacer como legítima sanción también en el caso de que algún hereje se retractase de su herejía- y suspendiendo su ejercicio del Episcopado), y dejar constancia de que en realidad la situación de sede vacante habría empezado desde el primer momento en que se tuviera constancia de la condición de hereje del Pontífice aparente. Una vez hecho todo esto, que ante la gravedad de la situación debería procurar hacerse en tiempo record, el remanente del Colegio Cardenalicio -del que, por cierto, también quedarían excluidos los Cardenales fieles que hubieran sido creados por el Papa hereje-, siempre que fuera lo suficientemente numeroso y representativo de la Iglesia fiel esparcida sobre la superficie del Orbe, podría convocar Cónclave para la elección de un nuevo Papa, y tener razonables garantías de elegir para tan alta posición a un hombre de cuya fidelidad a la enseñanza de la Santa Madre Iglesia no quepan dudas. Y si no fuera posible u oportuno celebrar un Cónclave en regla, el propio Concilio podría justificar la suspensión para el caso concreto de las reglas ordinarias de elección del Pontífice Máximo, y elegir él mismo al nuevo Papa.
Indudablemente, este camino revolucionario ofrecería un gran problema que, por otra parte, es de esperar: el de que el Enemigo no estaría quieto. Probablemente atacaría procurando presentarse a los ojos del mundo (seguramente con éxito) como la "verdadera", "única" y "legítima" Iglesia "Católica", y presentaría a los propulsores del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" como los propulsores del más ambicioso "cisma" jamás acontencido desde el Gran Cisma de Occidente. Como una especie de Fraternidad Sacerdotal San Pío X (que son los popularmente conocidos como lefebvrianos, cismáticos ultramontanos surgidos de la por otra parte comprensible protesta de Marcel Lefebvre contra muchas de las innovaciones que trajo consigo el desastrosamente mal implementado Concilio Vaticano II), solo que culpable de llevar las cosas mucho más al "extremo" por su total "carencia de escrúpulos"; ya que en lugar de limitarse a ordenar Obispos sin autorización papal, aquí lo que tendríamos es a un "terrorismo paraeclesial" decidido a replicar las instituciones "legítimas" de la Iglesia sin pararse a pensar en el terrible "daño" que haría.
Seguramente, los Reinhald Marx, Walter Kásper, Rainiero Cantalamessa, Carlos Osoro u Óscar Andrés Rodríguez de Madariaga de la vida celebrarían con normalidad su propio Cónclave -esperando, caso probable de ser mayoría, de beneficiarse a los ojos del gran público y de la misma grey de Dios a la que extravían del mero peso del número a efectos de "legitimación", no importa que falsa-. Elegirían a un nuevo Papa aparente (que, si las cosas fueran como más convendría, sería conocido al igual que su antecesor inmediato como Antipapa), y o bien se decidirían a declarar "cismático" al remanente fiel (bien por medio de su Antipapa o bien mediante la convocatoria de un contra-Concilio igualmente Ecuménico), o bien tendrían la desfachatez de intentar incluso atraerlo como hace el PP español con el voto católico a fin de poder seguir inutilizándolo y haciéndolo inoperativo. Quizá aún tendrían la cara de aparentar "magnanimidad", a ver si una actitud conciliadora les favorece por el contraste con la "intransigencia" de sus contrincantes y si anima a dar marcha atrás a aquellos Cardenales, Obispos, Sacerdotes, Religiosos y Laicos que hubieran secundado la convocatoria del Concilio Ecuménico "perfecto según el estado de la Iglesia en ese momento" que los declarara con razón herejes.
Ante esa eventualidad, la única solución sería la de permanecer firmes en la resolución ya adoptada, no bajar la guardia, no aceptar la legitimidad de sospechosos de herejía para proceder a efectuar actuaciones de ninguna clase en tanto no hayan clarificado sus iguales debidamente si las acusaciones son o no válidas, y procurar ir rápido a fin de adelantarse al Enemigo, si fuera posible. Es decir, lo deseable sería nombrar un nuevo Papa sobre cuya legitimidad no hubiera dudas antes de que los herejes pudieran nombrar a su Antipapa; y que dicho Papa se encargara de proceder a ocupar inmediatamente todos los espacios de poder y decisión eclesiales adelantándose a los herejes. Es decir, tendría que proceder a gobernar la Iglesia exactamente de la misma manera en que lo haría si no existieran disputa alguna. Tendría que hacer cumplir todos los decretos del Concilio Ecuménico "imperfecto" que diera paso al Cónclave que lo eligiera como legítimo Sucesor de San Pedro, instalarse en el Vaticano, nombrar nuevos Obispos y Nuncios (no diré tanto como destituir a los Obispos y Nuncios preexistentes que se consideraran herejes, dado que ésta tarea seguramente convendría que la realizara el propio Concilio imperfecto -que podría recurrir al fácil recurso de declarar herejes a quienes lo negaran y suspendidos en el legítimo ejercicio del Episcopado y del Presbiterado a quienes no lo afirmaran-), crear Cardenales, gestionar el patrimonio de la Iglesia, preparar y realizar visitas al extranjero, redactar y publicar encíclicas y exhortaciones apostólicas, tomar parte en reuniones internacionales... En una palabra, hacer todo lo que es razonable que haga el Papa, aparentando la mayor normalidad posible. De hecho, el Papa debería procurar ser él quien diera legítimo trato de cismáticos y herejes a quienes hubieran sido formalmente declarados como tales por el Concilio Ecuménico "imperfecto".
Y al mismo tiempo, aunque esto pueda parecer contradictorio, el Papa debería prepararse y preparar a la Iglesia para lo que posiblemente se le vendría encima. Y es que el mundo apóstata odia a la Iglesia, y no permanecería neutral, dado que gran parte de sus designios malévolos se cimentan sobre la seguridad de tener una Iglesia paniaguada que no les dé problemas. Es decir, una Iglesia cobarde cuya cobardía la haga proclive a dar cabida en su seno a la herejía como medio a través del cual congraciarse con el mundo. De modo que ningún hipotético Concilio Ecuménico "imperfecto" que pusiera a los herejes en su lugar -esto es, fuera de la Iglesia- y que restableciera la plena vigencia a nivel interno dentro de la Iglesia y a nivel externo en la predicación de la Iglesia de la totalidad de la doctrina de ésta podría complacer, se mire desde donde se mire, a los poderosos de la Tierra. Éstos seguramente se las ingeniarían, incluso desde el primer momento, para hurtarle a la Iglesia fiel todo reconocimiento "oficial" (desde una perspectiva puramente jurídico-mundanal) como la Iglesia Católica. Reconocimiento que con gozo procurarían conferir a los herejes. Que entonces serían quienes "heredarían" jurídicamente la posición que en justicia habría de corresponder a la Iglesia Católica, a la que usurparían literalmente hasta el nombre.
Ellos serían "la Iglesia Católica", mientras que a nosotros se nos catalogaría como un mero cisma. La Ciudad del Vaticano, Cáritas y demás redes católicas de asistencia social, los comedores sociales, los hospitales, colegios, institutos y universidades católicas, etc., quedarían en manos de los herejes. Ellos serían quienes nombrarían Nuncios y quienes dispondrían de todo el aparato vaticano y de la capacidad de relacionarse con los poderes del mundo. En principio, se nos toleraría como religión separada del "catolicismo oficial", pero la totalidad de nuestros templos e instalaciones y recursos materiales quedarían en manos del Enemigo (aunque no nos sintamos tan mal, que a fin de cuentas más o menos eso mismo sucedería igualmente en el caso de que dejáramos que nos hurtaran lo único que no nos deben poder sustraer, que es la Iglesia misma -la cual recuperaríamos, compensando este hecho por sí solo todos los posibles perjuicios-). Si bien es verdad que quizá algunas naciones tendieran a favorecer a la verdadera Iglesia y a apoyar sus reivindicaciones de legitimidad -lo que atenuaría el latrocinio a que nos someterían los herejes y sus amigos-. Aunque no tanto por simpatía genuina hacia nuestra causa (es decir, hacia la causa de Jesucristo y de su Iglesia) como por que ese apoyo al sector minoritario contribuyera a evitar su desaparición práctica y consolidara la división de la Iglesia, en última instancia vista como enemigo (que nadie crea que si Putin nos apoyara eso pudiera deberse a una repentina caída del caballo al mejor estilo paulino por la cual llegara a albergar el convencimiento de que la Iglesia a la que él ayudara sería en verdad la verdadera representante del Cielo en la Tierra; y que nadie crea que se nos equipararía en Rusia a la Iglesia cismática griega de allá).
Todo esto plantearía un interesantísimo debate: si los herejes despojaran a la Iglesia Católica de todos sus derechos jurídicos e incluso del derecho oficial a ostentar su propio nombre, ¿cómo deberíamos responder a algo así? ¿Deberíamos respetar tal usurpación o negarnos a reconocerla? La primera opción implicaría registrarnos en los países donde existen registros de confesiones religiosas como una Iglesia diferente de la cismática y hereje, que sería la que se arrogase el derecho a ostentar el nombre de "Iglesia Católica Apostólica Romana". La segunda implicaría negarnos a reconocer que se tratase oficialmente a los herejes como si éstos fueran la verdadera Iglesia Católica, incluso aunque nadie aparte de nosotros mismos hiciera el menor caso de nuestra pretensión. La ventaja principal de la primera opción estribaría en que nos permitiría interactuar jurídicamente con el resto del mundo, y que gestionáramos nuestros propios asuntos con mayores seguridades jurídicas, pero yo no la aceptaría, dado que los detalles son importantes, y el Enemigo se anotaría una gran victoria propagandística que haría su reivindicación de ser ellos la "verdadera" Iglesia Católica más fuerte a los ojos de toda aquella gente que se guía meramente por la apariencia externa de las cosas. Si nos allanáramos a la usurpación, ¿con qué argumentos procuraríamos luego que se rectificase y que se nos devolviera todo lo que fuera usurpado y por legítimo derecho correspondiera a la Iglesia de Jesucristo? Por el contrario, oponerse a la usurpación y negarnos a que se nos registre como religión aparte nos dificultaría operar en el mundo de modo práctico (no podríamos ser considerados oficialmente como una religión más que en caso de que la usurpación finalizara y recobráramos el pleno goce y disfrute de los derechos asociados a la personalidad jurídica de la "Iglesia Católica"), pero reforzaría a los ojos de muchos la justicia de nuestra causa, y evitaría que los que se dejan impresionar por las apariencias exteriores dieran por hecho que una Iglesia que no reivindica que se la reconozca oficialmente como la Iglesia Católica Apostólica y Romana sea efectivamente la Iglesia que durante incontables siglos recibió esa misma denominación.
De todos modos, pienso que al final podríamos superar esos inconvenientes y los demás de los que sea que no haya hecho mención que seguramente también sobrevendrían. Sobre todo, creo que los hechos son los que demostrarían qué Iglesia sería la legítima y qué Iglesia sería una inmunda y blasfema impostura de la que fundó Jesucristo. En ese sentido, mi punto de vista es el de que:
La Iglesia que no es quien para juzgar y que ni ata ni desata ni deja atar;
La Iglesia que se niega a cumplir el mandato de Jesucristo de ir por el mundo predicando el mensaje del Evangelio (y bautizando a los hombres en el nombre del Padre, del Hijo y del Espíritu Santo) porque niega el proselitismo y cree que lo mejor que pueden hacer los que no creen en la verdadera religión y rinden culto a falsos dioses es seguir encadenados por siempre a sus falsos cultos y a sus falsos dioses porque profundizar en ellos es lo que más les "acercará" a Dios;
La Iglesia que mantiene televisiones como 13TV que celebran y alaban Gobiernos apóstatas de partidos que apoyan sin disimulo toda la ingeniería social anticristiana (aborto, sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo, fecundación artificial, etc.) y que el resto del tiempo lo invierten en echar westerns -y encima de los cutres, que ya podían poner algo tipo "El hombre que mató a Liberty Valance" para variar-;
La Iglesia cuyos Obispos responden cuando les preguntan sobre qué les parece el hecho de que la actual portavoz del Ayuntamiento de Madrid entre en braguitas y sin sujetador en una capilla universitaria diciendo que "no hay nada que perdonar" porque les importa un comino que se profieran las más vulgares y hediondas blasfemas contra el santo nombre de Jesucristo en suelo sagrado;
La Iglesia que acusa a los traficantes de armas de ser los principales culpables de los atentados terroristas perpetrados en nombre del Islam mientras exonera a la odiosa e inmunda religión del falso "profeta" Mahoma de toda responsabilidad por los mismos en base a que el Corán es un libro "profético" de "paz";
La Iglesia que considera que puede escupir impunemente a la cara a los esposos cristianos que son capaces de ser fieles al mandato de Cristo expresado en la sentencia "que lo que Dios ha unido no lo separe el hombre" y que por gracia son capaces de resistir la fuerte tentación de cometer adulterio arrojando la perla de inconmensurable valor que es la Eucaristía a los cerdos permitiendo que los adúlteros participen de ella en clara contravención de la más elemental doctrina cristiana;
La Iglesia que se mea encima de la memoria de incontables millones de nasciturus abortados en contra de su enseñanza de siempre en centros abortorios movidos a partes iguales por la maldad y por el ánimo de lucro afirmando que no hay que estar "obsesionado" con salvar vidas a través de la oposición al aborto y alabando públicamente a una asesina inmunda como Emma Bonino que reconoció jactándose de ello haber abortado a 10.000 niños mediante procedimientos bastante brutotes que parecen propios de sacerdotes de Kukulkán y luego haberlos metido en tarros de mermelada que luego se tiraban a la basura y que alaba a personas así proclamándola una de las "grandes" de la Italia contemporánea y que no importa cómo piensen porque lo que interesa es lo que hacen;
... Esa Iglesia no puede perdurar largo tiempo. Y sobre sus puertas, como sobre todas las otras puertas a las que lleva el ancho camino que lleva al Infierno y a la perdición, prevalecerá la verdadera Iglesia, sean cuales fueran las circunstancias. Porque tal es la promesa que Jesucristo hizo brotar de sus labios delante del primero de los Papas.
Exurge Domine, et iudicam causam tuam. IHS