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martes, 30 de agosto de 2016

ARMAS Y LIBERTAD

La gente suele cometer el error de creer que cuando no se comparte su pensamiento es porque no se ha reflexionado lo suficiente sobre la cuestión que suscita la discrepancia. Por eso muchas personas no comprenden mi posición favorable a la libertad de armas existente en países como EEUU, y probablemente más de uno y más de dos se me queden mirando como si fuera gilipollas. Sin embargo, lo cierto es que mi posición será acertada o equivocada, pero no fruto de la falta de meditación al respecto.
A lo largo de los últimos años he reflexionado mucho sobre el tema. Y veo obvio que la libertad de armas es necesaria para la pervivencia a largo plazo de la democracia. ¿Que eso puede generar un costo en vidas humanas? No lo tengo claro, ya que circulan informaciones en sentido contrario, y yo no llego a tanto como para discernir hasta qué punto unas me parecen decididamente más acertadas que las opuestas. Ya señalé en el último estado que publiqué sobre este asunto que no hay una clara correlación matemática entre la violencia armada y el estatus jurídico de las armas. Yo mismo tiendo a creer que probablemente la violencia armada en EEUU no guarda tanta relación con la cultura de las armas como con la cultura de los ghettos raciales.
Sin embargo, incluso si el aumento de pérdidas de vidas humanas fuera la consecuencia legítima de la libertad de armas, y aunque sea desgarrador hablar en estos términos, considero que cierto perjuicio para los individuos aislados que puedan sufrir las tragedias que hayan de venir es un terrible precio que no obstante vale la pena pagar por establecer una garantía mínimamente firme de que jamás seremos esclavos del poder político de la manera en que lo son los súbditos de los peores totalitarismos del mundo (todos los cuales se han cimentado siempre sobre la base del total control de armas y han estado o están obsesionados con cortar de raíz todo conato de quebrantamiento de su monopolio sobre la violencia).
Como dijera hace ya tantos años aquel gran hombre que al margen de sus humanas debilidades fue Thomas Jefferson: "Vigilia pretium libertatis" ("La vigilancia es el precio de la libertad"). Este mundo, arruinado por el ocio en que deliberadamente nos han criado nuestros gobernantes, está acostumbrado a que le resuelvan los problemas antes que hacer el menor amago de intentar resolverlos por sí mismo. Y así no es posible a largo plazo mantener a salvo nuestra libertad. No podemos fiarnos de que lo que hemos conseguido vaya a mantenerse para siempre, ni de que la democracia sea un fenómeno político irreversible, porque no lo es. ¿Cómo va a serlo, si ni siquiera hemos terminado de alcanzarla?
Al paso que vamos, no tardará mucho en convertirse en un recuerdo del pasado. No podemos seguir delegando en el poder nuestra propia responsabilidad. Un pueblo verdaderamente merecedor de la libertad no mendigaría a los políticos de turno a fin de que les den tanto lo que les corresponde por derecho como lo que desean por puro capricho. Respetando ciertos límites, se serviría él mismo lo que le resultase imprescindible en la medida en que los poderosos no se lo quisieran entregar. Empezando por la seguridad y la Justicia.
Estamos a punto de morir de sobredosis de civismo. ¡Cuánto agradecería vivir cualquier situación que me llevara a percibir que recuperamos algo de la sangre que a nuestros ancestros no tan lejanos todavía les corría por las venas! Pero claro, para que todo esto sea posible debemos estar de vuelta dispuestos a hacer valer nuestra fuerza. ¿Y cómo ocurrirá eso en el seno de una sociedad que ruega a los poderosos que limiten lo máximo posible la capacidad de respuesta del común, y que se goza viéndose inerme? Por todo ello doy tanta importancia a luchar esta batalla, y a no cejar en la reivindicación del derecho del pueblo a disponer directamente y sin intermediarios de medios armados útiles para su autodefensa. IHS

martes, 27 de mayo de 2014

PABLO IGLESIAS, EL DERECHO A PORTAR ARMAS Y OTRAS BOL(UDO)CHEVICADAS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

"El derecho a portar armas es una de las bases de la democracia." (Pablo Iglesias dixit)


Pues no porque salga de los labios de Pablo Iglesias Turrión de Suchard (como podéis ver y oir por vosotros mismos acudiendo a este enlace: https://www.youtube.com/watch?v=3RkLe1Z7hp4) estoy menos de acuerdo con esta frase. En ese sentido, si fuera diputado en nuestras Cortes no tendría problema ninguno en votar a favor de dicho derecho en compañía de los diputados de PODEMOS.

Y es que, efectivamente, cuando la autoridad pública ejerce el monopolio total de la violencia armada, poco puede hacerse para evitar que si se quiere desmandar, se desmande. Aunque claro, llegado el caso, no estoy nada seguro de que totalitarios como Pablo Iglesias -siendo como son amigos de Nicolás Maduro, los hermanos Castro y Corea del Norte- no se olvidaran de las cosas que dijeron y prometieron a las primeras de cambio, y decidieran acto seguido imponer su totalitarismo armando solo a los suyos y negando armas a aquellos a los que sin duda alguna oprimirían haciendo uso de las suyas. Para luego, una vez terminaran, restablecer el monopolio total del Estado sobre la violencia. Aunque claro, ya no se trataría del maligno Estado liberal clásico que permite elecciones libres, sino de la benévola dictadura del proletariado en la que las elecciones consisten en votar la única lista del Partido Redentor del Pueblo de turno (se llame Partido Comunista de la Unión Soviética, Partido Socialista Unificado de Venezuela, Frente Popular o PODEMOS), arriesgando gravemente la vida propia en el caso de atreverse a no votar por ella.

En el enlace que os paso, nuestro pequeño aspirante a Chávez español aprovecha para hacer apología poco más o menos que del terrorismo de los Panteras Negras. Que no por responder al terrorismo de los Estados segregacionistas del entonces Sólido Sur demócrata de los EEUU se hace legítimo, y menos aún cuando en su época de mayor actividad hombres como Martin Luther King habían conseguido restablecer los derechos políticos esenciales de los negros estadounidenses sin disparar ni un solo tiro. Dice, por cierto, que las autoridades yankis blancas y anglosajonas solo los hundieron suministrándoles droga a mares. ¡No sé yo, no sé yo...! Sus amigos colombianos de las FARC no parecen necesitar que les suministre toneladas de drogas a ellos ni al resto del continente americano nadie que no sean ellos mismos.

Os comento esto para que os hagáis una idea de en qué sarta de majaderías consiste el pseudopensamiento BOL(UDO)chevique que se gasta este señor y que un grupo de un millón y cuarto o cosa así compuesto por una mezcla entre totalitarios libertoclastas y analfabetos políticos totales (grupo el citado dentro del cual muchos son las dos cosas a la vez) han votado en las últimas elecciones europeas. Si, las mismas que han convertido a Pablo Iglesias Turrión de Suchard en europarlamentario junto con otros cuatro compañeros suyos de parranda. Las mismas que han demostrado por su resultado lo poquísimo que vale la sociedad de nuestro país. Que a quien más ha premiado ha sido a un demagogo filoetarra que no vacilaría en permitir la independencia de Cataluña y de las Vascongadas ni en -pese a que dice querer defender a los más humildes- dinamitar la labor social de la institución que más hace por los desfavorecidos en España y en toda la Tierra: la Iglesia de Jesucristo. IHS

domingo, 15 de diciembre de 2013

¿QUÉ SANTIFICAMOS? ¿LAS FIESTAS O EL TRABAJO?

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

La verdad es que, si soy sincero, he de confesar que a mi que la concesión a los negocios de libertad para decidir mantener abiertas sus puertas domingos y festivos, contra la que claman muchos de mis hermanos de fe católicos denunciándola como esclavismo solo no me parece esclavismo, sino que para mi se trata incluso un pequeño triunfo de la libertad en el marco de un Estado secular. Me explico: la idea de la necesidad del descanso es una idea cristiana (por más que pueda haber estado presente en otras tradiciones culturales y religiosas), y cristiano es también el ubicar el citado descanso el domingo.

Yo soy cristiano, y a mi, en virtud de la que es mi concepción moral (que estimo verdadera con exclusión de todas las demás en la medida en que las otras concepciones no concuerden con aquella a la que yo me adscribo), me parece evidente que mantener en funcionamiento los negocios ininterrumpidamente eliminando todo descanso está mal y es hasta aberrante. De la misma manera que me horrorizaría que se situase el descanso en un día diferente del domingo, que es el Día del Señor.

Ahora bien, vivimos en un Estado laico en el que a nadie se le obliga a nada en materia de religión (y yo soy partidario de que así sea, pues considero que el Estado jamás ha de reprimir religión alguna cuyas enseñanzas no atenten por su propia naturaleza contra la posibilidad de una convivencia pacífica entre las diferentes comunidades de que se compone una sociedad -de ahí la imposibilidad de tolerar religiones como el Islam-). Sin embargo, no serviría de nada que el Estado autorizase a que las personas decidan libremente si ser o no ser cristianas si se considerase con el derecho de obligar a los que no son cristianos a vivir como si lo fuesen. Entre eso y el confesionalismo puro y duro creo que casi me quedaría con el segundo, por una cuestión de estética y de honestidad.

A los paganos no se les deben imponer los comportamientos que resultan moralmente aceptables desde una perspectiva cristiana más que en la medida en que esto sea estrictamente necesario para garantizar la paz social (Vg.: aunque muchos paganos relativizan la dignidad de la persona humana y el valor de su vida -especialmente en el caso de los no nacidos a los que se extermina mediante la nefasta práctica del aborto-; esa no es razón para dar barra libre a sus despropósitos con la excusa de que actúan de acuerdo a lo que les dicta su conciencia -que, en este caso, no merece ser tomada en consideración, por lo evidente y potencialmente mortífero de sus yerros-).


Y, generalmente, las maldades que hacen peligrar la paz social son únicamente las que afectan directamente y de manera injustificada a terceros que no han elegido ser perjudicados por ellas. Fuera de estos supuestos, las malas acciones han de ser toleradas por el Derecho, por más que nos pesen, que no nos gusten y que hasta nos parezcan constitutivas de inmoralidades de la peor especie (Vg.: entiendo que el Estado no existe para perseguir el adulterio -pese a que éste me parece moralmente reprobable-, porque la vigencia del matrimonio canónico a efectos prácticos entre los cónyuges es cosa que les compete a ellos, correspondiendo reclamar el pago del precio debido por las infidelidades solo ante Dios).

Es por todo lo anterior que, pese a que mi opinión acerca de lo que supone la supresión de los días de descanso de la actividad comercial es la de que esto sería inmoral; a la vez me veo obligado a reconocer que se trata de una inmoralidad que tanto yo como el conjunto de los hombres morales y respetuosos de la Libertad estamos moralmente obligados a no impedir empleando el poder coercitivo de la autoridad pública. La actividad económica solo debe intervenirse y regularse en la medida en que esto sea necesario para salvaguardar los derechos elementales de los seres humanos (y, más específicamente, de los trabajadores asalariados).


Evidentemente, nadie está aquí planteando darle plenos poderes al empresariado para decidir como cada cual regula su relación con los trabajadores (lo que no quita que estaría bien emprender algún tipo de reforma constitucional que nos permitiese flexibilizar lo más posible dentro de unos límites razonables nuestro ordenamiento jurídico en su vertiente laboral, para que este pueda dar cabida al derecho a que el despido se rija por lo establecido voluntariamente entre el empresario y sus trabajadores a través de contrato -incluso si las que se acuerdan son condiciones de despido libre-).

En definitiva, que soy de la opinión de que, con carácter general, un empresario debe poder abrir su negocio siempre y cuando le apetezca hacerlo; siempre y cuando el trabajo de sus empleados no trascienda de ciertos límites razonables (no es aceptable reducir o negarle el descanso a los trabajadores más que en caso de la medida sea consensuada con éstos -y aún en estos casos cuando se observen ciertas condiciones que impidan que una concesión puntual se transforme en una vinculación irrescindible cuya violación por parte del trabajador pueda acarrearle represalias por la parte de su patrón-), y la libertad religiosa de éstos quede debidamente salvaguardada (yo, como cristiano, no le reconozco a nadie poder para privarme en nombre de mis obligaciones laborales de la posibilidad de cumplir mi deber para con el Tercer Mandamiento -"Santificarás las fiestas"-; razón por la cual reclamo mi derecho a asistir a los oficios sagrados que se celebran durante todos y cada uno de los días de precepto establecidos por la Santa Madre Iglesia).


El último de los puntos citados es particularmente importante, dado que servidor considera que el no tocar las narices en materia de religión y de conciencia a quienes nada han hecho para merecer ser molestados es la base de toda paz social que se pretenda a un tiempo viable y cimentada sobre la Justicia. Por eso acepto que cada cual elija libremente si santificar las fiestas que yo si creo que se deben santificar, pero no acepto la "santificación" del trabajo (al menos tal como la entiende el empresariado depredador que traslada sus empresas a Estados esclavistas como China), y menos aún si del mio se trata y si otros se atreven a santificar lo que yo no santifico a costa incluso de los deberes de los creyentes el Señor Jesucristo. IHS

miércoles, 3 de abril de 2013

SOBRE LA FORMA EN QUE EL ACTUAL ESTADO SOCIAL HIPOTECA GRAVEMENTE EL FUTURO DE NUESTROS HIJOS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]


Quien se adentrara en el mundo del DºLaboral comprendería fácilmente por qué España no es un país particularmente atractivo para la inversión empresarial extranjera. Las múltiples trabas que se le imponen al libre desenvolvimiento de los agentes privados en el marco del funcionamiento de esta economía tan de mercado para unas cosas y tan poco para lo que de verdad importa no contribuyen a generar entusiasmo entre demasiados posibles inversores.



¿A santo de qué un DºLaboral tan complicado, entonces? ¿Por qué los sindicatos tienen tantas prerrogativas? ¿Por qué se le hace la vida tan difícil a unas PYMEs que deberían ser la base misma de nuestra economía y se les imponen tantas y tan irritantes condiciones para poder llevar a cabo su actividad, entorpeciendo hasta el extremo sus posibilidades de contribuir a la economía nacional? Pues la respuesta es muy simple: porque vivimos en un modelo político de Estado Social de Derecho. Eso que comunmente se llama "Estado del Bienestar".



Vivimos en el seno de un Estado que, en teoría, se obliga a proporcionar a la ciudadanía un conjunto de prestaciones de diverso género que nos permitan gozar de unas mínimas condiciones de vida y de confort. Y eso cuesta dinero. Mucho dinero. Porque el Estado no solo nos facilita la subsistencia, otorgándonos dinero cuando nos quedamos sin empleo para que no muramos de hambre. El Estado también nos garantiza el acceso a una Sanidad, a una Educación y a otras múltiples prestaciones sociales gratuitas y universales. ¿De verdad son gratuitas? Pues no. Las pagamos con nuestro dinero..., y con el de otros que poco o nada tienen que ver con nosotros.



Por eso nuestro Estado está arruinado. Porque en su día no quiso simplemente garantizar unas mínimas condiciones de vida a la ciudadanía. Nuestros políticos, al igual que los de otros países del malcriado mundo occidental nos procuraron no solo subsistencia, sino prestaciones que iban mucho más allá de ella. Eso, por muchos réditos que electoralmente reportara a los gobernantes, era pura majadería. O mejor dicho, la majadería estuvo en que el pueblo avalara aquella manera de proceder. Porque, en lo que respecta a los vividores de la política que nos gobiernan, no me atrevería por cierto a afirmar que actuasen de ese modo por insconsciencia. En demasiados de ellos desde luego que se antoja posible la pura y simple mala fe.



La base del Estado Social es la tributación progresiva. Cuanto más tienes, no solo pagas más (pues si fuera únicamente eso, no solo no habría problema alguno, sino que además esto sería lo correcto), sino que además lo haces en mayor proporción que quienes tienen menos. La excusa que suele aducirse para cometer tan flagrante injusticia es que si a un sujeto le quitas la mitad de lo que tiene, pero aun así sigue teniendo más que la gran mayoría de la gente, a la que simplemente le quitas una décima parte de lo que es suyo, pues entonces no hay nada de malo en arrebatarle lo suyo, sin importar nada al respecto que lo haya ganado lícita o ilícitamente. El planteamiento me parece erróneo y tendencialmente monstruoso por tres razones.



La primera razón está en el hecho de que la tributación progresiva es injusta, en tanto que conculca claramente el principio de igualdad. La igualdad no se traduce en igual cantidad, pero si igual esfuerzo. Algunos me replicarán que en verdad si tú a un millonario le arrebatas las tres cuartas partes de lo que posee, con el cuarto sobrante seguirá vivendo mejor que muchos que no entregaran nada. Y eso es al menos media verdad, y por ende una de las peores mentiras. Quienes aducen esa razón en favor de la tributación progresiva no han entendido absolutamente nada. Estamos analizando los patrimonios, no las personas. El esfuerzo que pedimos es patrimonial, no personal. Si fuese un esfuerzo personal, cabría plantear esa clase de razonamientos. Como se trata de un esfuerzo patrimonial, no hay lugar para los mismos. En ese sentido, todos los patrimonios son iguales, y su sufrimiento se mide en función de la parte del total que se les arranca.



La segunda razón es que la tributación progresiva es económicamente contraproducente. Si cuanto más rico se es, mayor en proporción es también la aportación que se ha de hacer a la comunidad, esto es, si cuanto más rico se es más se penaliza la riqueza en términos impositivos, pues lo que se consigue es desincentirvar cualquier clase de esfuerzos que las personas estén dispuestas a hacer con tal de volverse ricas. Sobre todo porque, al fin y al cabo, ¿qué se gana esforzándose que no regale el Estado a través de prestaciones sociales? ¿Es mucho mejor cualitativamente y en términos exclusivamente materiales la vida de un ciudadano rico que la de un ciudadano medio e incluso la de muchos ciudadanos cuyo poder adquisitivo se sitúe por debajo de la media?



El hecho es que no. Cualitativamente, es llamativo el hecho de que nuestra vida no es muy inferior a la de los ciudadanos de mayor poder adquisitivo. En esas circunstancias, los individuos más creativos difícilmente pueden sentirse motivados en lo que respecta al deseo de esforzarse con vistas a dar de si todo lo que les permita su potencial. No digo que el hombre sea egoísta por naturaleza, pero desde luego está claro que en el hombre existe un fuerte sentido de retribución. La mayoría consideran que si se hace algo ha de ser a cambio como mínimo de una ganancia proporcional a lo que se aporta. Y, si lo que se aporta no es un servicio cualquiera, sino una actividad particularmente creativa que pocos o quizá ninguno otro podrían llevar a cabo, y que de ser llevada a cabo permitirá mejorar de manera materialmente tangible y con carácter inmediato la vida de muchas personas, y a medio o largo plazo la de prácticamente todos los demás seres humanos que vengan después; pues como es lógico el autor de tan magna aportación aspirará a recibir una retribución de calibre suficiente como para no tener que volver a ganarse el pan con sudor ninguno de su frente, aunque solo sea en pago de los muchos sudores que ahorrará a incontables millones de personas que vendrán tras él y se beneficiarán de lo que ha creado.



Y lo anterior es cosa que deseará o considerará justa en general incluso el hombre más desprendido. Sobre todo, el hombre desprendido podrá no desear riquezas materiales, y rechazarlas si se las ofrecen (como hizo Benjamin Franklin cuando rechazó patentar el pararrayos, alegando que él no había tenido que pagar nada para beneficiarse de los inventos de otros que vinieron antes que él). Pero a buen seguro que le sorprenderá sobremanera el que ni siquiera le ofrezcan dichas riquezas, o el que las riquezas que gane no sirvan para otra cosa que para someterlo a un régimen fiscal mucho más desventajoso que el que soportaba anteriormente y en el que, a poco que te despistes, todas tus ganancias anteriores pueden verse reducidas, si no a la nada, si a una muy mínima expresión.



La tercera razón es de orden más bien político y moral. Pues algunos objetan a todo lo antedicho que en realidad, aunque sea cierto, solo es predicable de los regímenes tributarios progresivos agresivos fundados en grandes saltos porcentuales. Sostienen que no es lo mismo pasar de tributar un 25% a tributar un 40%, que pasar de tributar un 25% a tributar un 27'5%. A eso yo replico que, en cualquier caso, la financiación del Estado Social requiere de una tributación de carácter esencialmente confiscatorio. La mayor parte de los recursos están en manos de minorías muy exiguas, y, ya sea imponiendo fuertes saltos tributarios, ya sea evitándolos mediante aplicación de fórmulas matemáticas más o menos complejas, lo cierto es que si no se mete mano de manera agresiva a dichos recursos financieros, la sostenibilidad del modelo de Estado actual se hace sencillamente inviable.



En realidad, la experiencia nos demuestra que, incluso recurriendo a la más agresiva tributación progresiva y a los más grandes saltos del tipo, la financiación del Estado Social requiere de un masivo endeudamiento que, a largo plazo, no hace más que garantizar nuestra reducción a la servidumbre económica respecto de los Estados extranjeros y entidades que actúen como prestamistas. A no ser, claro está, que seamos los EEUU y podamos permitirnos endeudarnos hasta el infinito gracias a nuestra enorme fuerza militar (que es la que me lleva a considerar que la infinita deuda estadounidense en realidad es un tributo encubierto mediante el cual este país mantiene cierta red de protección social voluntariamente pagada por otras naciones). En definitiva, que a la minoría pudiente hay que quitarle, y mucho, porque en caso contrario no tenemos ni para empezar. Quizá eso en general nos dé poca pena. Pero surge un problema: los saltos tributarios son antieconómicos, y la única forma de arrebatar a los pudientes lo necesario moderando o suprimiendo los saltos tributarios pasa por imponer a los sectores sociales menos pudientes tipos fiscales que seguramente serían sensiblemente más exigentes que los actualmente existentes. Cosa que no se puede ni plantear, porque en tal caso estaría por ver qué les quedaría para vivir. Vamos, que no hay manera. O se renuncia al pan, o se renuncia al circo, porque el pan y circo a la manera de los romanos antiguos, igual que les pasó a ellos, nosotros tampoco lo podemos sostener.



Conclusión: que seguimos y seguiremos instalados en esta explosiva combinación entre impuestos confiscatorios y agresivos saltos tributarios. Mas no se acaba aquí el problema. Al ser mayores los saltos, más evidente es para el que está arriba la penalización de que es objeto su riqueza, y menor el sentido que quien esté en situación de enriquecerse pueda verle a los trabajos que debería tomarse para llegar a alcanzar esa posición. En definitiva, que el sistema en el que vivimos instalado, a fin de cuentas redunda en una menor movilidad social. Por eso, sabemos bien que en éste continente el poder está siempre en manos de los mismos, con muy pocas excepciones. Vistas así las cosas, el interrogante no está tanto en si podemos como en si debemos mantener la tributación progresiva. Yo creo que no, ni siquiera si eliminamos los saltos tributarios. Racionalizar la desigualdad e imponer reglas matemáticas que eviten exacciones especialmente arbitrarias sería sin duda un avance, pero, ¿de qué serviría en este caso mantener la progresividad? Lo único que se consigue es aumentar en proporción escasa la cantidad que obtendríamos a través de un tipo único igual para todos los contribuyentes, a cambio de sacrificar un principio de enorme y capital importancia como es el de la igualdad esencial que debe existir entre éstos. Así pues, por lo inmoral, por lo contraproducente y por el socavamiento del principio de igualdad esencial entre los ciudadanos; por todo ello me niego en rotundo a adherirme a los enunciados básicos que fundamentan ese monstruo en cuyas fáuces voraces voluntariamente se adentra la mayoría de la ciudadanía que en España y en Europa se adscribe directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, pero con grave perjuicio para la comunidad en cualquier caso, a las ideas keynesianas y socialdemócratas.



No creo en el Estado Social, es más, entiendo que es uno de los grandes cánceres políticos de nuestro tiempo. No creo en su postulado fundamental, que es el del carácter "menesteroso" del individuo, y la acuciante necesidad que éste tiene de un Estado intervencionista que le solucione la vida. Semejante idea no solo no me convence, sino que me parece un insulto a la dignidad y a las capacidades de los individuos. Tampoco me parece que sus consecuencias prácticas sean dignas de despertar, ni en mi ni en nadie, la creencia en la viabilidad de un sistema que naufraga muy lentamente, pero a la vez de forma inexorable, y lo hace desde sus mismos inicios.



Sin duda alguna, el Estado Social de prestaciones crea una sensación de seguridad que no por falsa y carente de fundamento es menos reconfortante para una mayoría de espíritus que no es que sean menos ilustrados, sino que sencillamente carecen de ese mismo sentido común que permitió que pasadas generaciones empleasen sus capacidades en la consecución de los grandes logros que hoy nos deslumbran y de los que no percibimos que sea digna heredera y sucesora la actual generación de occidentales. El Estado capitalista, sin duda alguna, parece un tanto ruin y despiadado en comparación. Y sin embargo, la mencionada es una sensación infundada, que nada tiene que ver con la realidad. El Estado capitalista es un Estado duro, pero justo. Sobre todo, es más justo que el actual no solo porque muestra mayor respeto por un individuo en cuyas capacidades cree y al que no tutela dando por hecha su inutilidad -como hace el actual Estado, que, al no respetarnos humanamente, menos aun va a respetarnos políticamente, de ahí los subterfugios inherentes a los Estados Sociales de Europa a través de los cuales se hurta la soberanía del pueblo, en general sometido a sus respectivas partitocracias-; sino porque, de cara a las generaciones posteriores, es un Estado sostenible, que sabemos podremos legarle a las generaciones venideras sin mayores temores acerca de su viabilidad.





Lo peor de nuestro modelo de Estado Social es que es un modelo engañoso. Pues, tanto desde el punto de vista teórico como del práctico favorece a los ricos. Lo analizaré desde ambas vertientes.



Desde un punto de vista teórico, el Estado Social desincentiva el esfuerzo competitivo de los individuos. Solo por esto favorece una mayor concentración tendencial de la riqueza, al ser menos a repartirse el pastel. Pero, en realidad, lo que de verdad favorece al gran capital y arruina a las PYMEs es la progresividad tributaria. La progresividad tributaria, como hemos explicado antes, implica diversos tipos, mayores a medida los sujetos a los que se les aplican son más ricos. Pero tiene que haber un límite, pues el Estado no puede partir de la base de que existen ciudadanos suyos que posean más allá de un determinado patrimonio.



Dicho de otro modo, es posible establecer un tipo máximo para los que ganan más de 1.000.000 de euros mensuales, pero resulta extravagante imponer impuestos específicos a los que ganan 10.000.000, y no digo nada a los multimillonarios. Generalmente, más allá de una cantidad el tipo impositivo que se aplica es el mismo para todos, y muy alto. Supongamos que se aplica un tipo de un 45% (y no estoy siendo nada abusivo, porque los ha habido mucho mayores) a todos los que ganan más de 1.000.000 de euros mensuales. Y que ese tipo se va aplicando mes a mes. Pues la cuestión es muy simple, el tipo es enorme, e impone tales trabas a las PYMEs que lo sufren y gimen bajo su yugo, que a éstos les resulta imposible mantenerse en la competición. No pueden resistirlo, sobre todo si se tiene en cuenta que, en la economía globalizada actual, deben enfrentarse a empresas que no están sometidas a tipos impositivos tan abusivos. 



Realmente, los tipos más elevados pueden llegar a ser irresistibles hasta para los más grandes propietarios. Pero éstos, por el mero hecho de su tamaño, pueden resistirlos durante más tiempo que las PYMEs. De hecho, si los tipos se mantienen el tiempo suficiente, la desaparición de las PYMEs genera beneficio para los grandes, que ganan cuota de mercado como consecuencia de la desaparición de competidores. El abuso impositivo se compensa a través de la tremenda ampliación de su mercado. En definitiva, que el sistema tributario progresivo fomenta, a largo plazo, la conformación de oligopolios colusivos y hasta de monopolios. El paso previo, según en algún momento dejó caer claramente Lenin, al socialismo. Pues, cuantas menos sean las manos en que queda concentrada la propiedad, más facil resulta concentrarla toda en manos del Estado, al que le basta con unas pocas órdenes de expropiación para controlar sectores enteros y transferirlos "al pueblo" (al Partido Comunista). Ahora bien, todo lo expuesto hasta ahora es la teoría.



La práctica es muy diferente, y si la teoría les ha parecido mala, la práctica a buen seguro les parecerá peor, y mucho más despreciable. Todo lo que hemos dicho antes parte de la base de un Estado que impone unos tipos y consigue cobrarlos en la medida impuesta a todos los propietarios, que pagan las cantidades adeudadas religiosamente. Pero eso no es lo que sucede en modo alguno. El Estado Social cuesta mucho, y se basa en grandes cargas impositivas. Para todos. El ciudadano de a pie paga no menos de un 20% de impuestos (el equivalente a dos diezmos de antaño), cuando en otro tipo de Estado que comportase menos gastos y dejase más a la iniciativa de las personas seguramente bastaría con que entregase rara vez por encima del 15%. Por lo tanto, imagínese lo que paga el empresariado, que, por regla general, es un sector de la sociedad más opulento que la media. A menudo por encima del 30% y hasta del 40%. Cuanto más se sube en la escala, más debería pagarse, pero por desgracia no suele ser así. Y no suele ser así por la existencia de diversas instituciones jurídicas pensadas para favorecer a los sectores más ricos de la sociedad: una es la de las SICAV; y la otra la de los paraísos fiscales.



Las SICAV tributan al 1%. Ya está todo dicho. Y los paraísos fiscales no son accesibles a todos por igual, sino que cuanto más rico se es más fácil resulta acceder y hacerlo en las mejores condiciones posibles. En definitiva, que por medio de subterfigios como éstos el gran capital consigue reducir legalmente sus impuestos y mantener a salvo de los agresivos tipos tributarios del Estado Social sus recursos. Con el permiso de las autoridades políticas de los Estados Sociales de Europa, que no solo no luchan contra los paraísos fiscales, sino que además los potencian (caso de Gibraltar). Los mismos que luego claman contra la gran empresa son los que luego le hacen a ésta el caldo gordo. A costa de las PYMEs



Ciertamente dan ganas de vomitar, pero a este punto de vandalismo partitocrático es al que hemos llegado, y de nada vale negarlo. Los pequeños y medianos empresarios se ven continuamente torpedeados por Gobiernos que hacen política apelando muy frecuentemente a la supuesta "necesidad" de subirles los impuestos a los más ricos, pero a los que luego no les importa nada ponerse al servicio de los intereses de los más pudientes de todos, cuya posición socioeconómica contribuyen a asegurar y a proteger de toda posible perturbación. Nuestro sistema impositivo está diseñado contra el mediano empresario. Para impedir que éste, que es el que podría, llegue a desbancar jamás a los grandes de su pedestal.



En definitiva, que se dificulta gravemente la movilidad social, se garantiza el poder de los mismos de siempre, y se arruina a nuestro Estado obligándolo a hacerse cargo de gastos que no puede costear, quedando gravemente comprometido de este modo el futuro de las generaciones de españoles y de europeos que vendrán. Casi nada. ¡Y lo peor es que ojalá aquí se terminase la relación de los desmanes de la actual casta política dirigente de las naciones occidentales! Pues no es el caso. Aunque a los demás despropósitos tendrán que dedicarse nuevas entradas. Porque lo que es la presente ya se ha extendido demasiado.



Un abrazo a todos los lectores, y que Dios les bendiga y de fuerzas para enfrentar el siempre incierto porvenir. IHS

RAZONES CONTRA LA TRIBUTACIÓN PROGRESIVA

Desde hace ya demasiados decenios, ha regido en España un sistema tributario basado en la  tributación progresiva. Este sistema es aquel en virtud del cual han de imponerse diferentes tipos impositivos a los contribuyentes, que van elevándose a medida que lo hace también la riqueza del ciudadano llamado a aportar a las arcas del Estado. Servidor deja constancia del hecho de que no es liberal (o, por lo menos, no tengo conciencia de serlo). En ningún sentido. Pero desde luego que me parece adecuado que el nivel de retención sea el mismo para todos.


Considero que debe distinguirse siempre entre los bienes que deben imponerse a toda costa y los que no deben ser impuestos. Sin duda alguna, está bien que decidan contribuir más en pro de una sociedad los integrantes de dicha sociedad que más tienen. Bien está que los hombres libremente decidan hacer el bien. Todo eso nadie que sea católico habrá de negarlo. Ahora bien, desde no pocos medios, muchos de ellos católicos, se dice que es necesario que los que más tienen entreguen una mayor fracción de lo que poseen. No pongo en duda la catolicidad de aquellos entre mis hermanos de fe que afirmen eso (ni soy quien para hacerlo ni me molesta que crean eso, dado que tampoco se puede decir que la tributación progresiva sea la gran monstruosidad de los siglos XX ni XXI, ni mucho menos). Pero considero sumamente desacertada la imposición de un modelo de tributación progresivo. Esto se debe, fundamentalmente, a las razones que enumero a continuación:



-1ª) La progresividad fiscal es profundamente antieconómica. No se estimula la creación de riqueza penalizando el enriquecimiento, y éste se ve cuasi criminalizado cuando se le dice a un hombre que a poco que gane dinero casi que le será mejor no haberlo ganado, porque se le va más en impuestos y al final la ganancia restante no compensa el trabajo duro realizado.



-2ª) Aun cuando la progresividad fiscal no fuera antieconómica (cosa que quizá podría conseguirse instaurando una progresividad menos agresiva que la actual, pues de este modo podría llegar a permitirse suficiente margen de beneficio a los empresarios como para que quedase neutralizado casi por completo el desincentivo que la progresividad supone per se para la labor empresarial de que necesariamente debe nutrirse todo posible progreso de la economía -progreso que es preciso, dado que solo si existe es posible que se beneficien de él las clases más desfavorecidas-), el caso es que la progresividad fiscal es per se discriminatoria. Y encima para nada. Pues si se articulase de modo tal que no fuera antieconómica, el grado de progresividad fiscal sería tan nimio, que la ganancia extra que se le reportaría a las arcas públicas (digo en comparación con las que le reportaría un sistema de tipo fijo para todos) sería demasiado pequeña como para compensar el agravio de que sería objeto la igualdad. No es que esté bien cargarse un noble valor político y moral solo por obtener una gran ganancia. ¡Pero es que en este caso nos los estamos cargando por cuatro perras locas, que es ya de tontos!



-3ª) La discriminación generada por la progresividad fiscal carece, a mi humilde juicio, de toda justificación. Ésta última me parece la razón más interesante entre todas las que invitan a descartarla. ¿Está justificado que, mediante la imposición de una tributación progresiva como la actual, el Estado contravenga la necesaria igualdad de los ciudadanos ante el Derecho en la que yo por lo menos creo que ha de basarse un Estado que se precie de ser justo? Me parece que no. Creo que el Estado solo debe imponer los bienes morales necesarios para garantizar su subsistencia a la vez que una convivencia mínimamente armónica entre los hombres. Creo que la solidaridad es un gran bien (faltaría más, dado que soy católico), pero no lo creo un bien tan prominente como para que su práctica sea impuesta a la fuerza a todas las personas. Los impuestos son estrictamente necesarios, pues sin ellos no puede financiarse el Estado. Pero la tributación progresiva es per se una imposición a la fuerza de la solidaridad, que en verdad no es necesaria para financiar eficientemente al Estado y conseguir que éste y la sociedad a la que debe gobernar y representar se sostengan. Ergo, considero que es un gran mal contra el que se debe de combatir. La redistribución de la riqueza es buena. Es un imperativo moral categórico para todo cristiano. Pero la redistribución de la riqueza a la fuerza es un mal terrible (de hecho, para mi no es más que latrocinio), que solo sirve para generar a largo plazo fundados rencores sociales. En explicar eso consistirá el siguiente punto.



-4ª) La progresividad fiscal, generalmente defendida por los autoproclamados defensores de la solidaridad (que dan a entender que quienes nos oponemos a ella no somos solidarios), implica una falta de respeto de esas personas por la libertad de los individuos que no comparten la fe común que muchas personas -por de pronto, los católicos- tenemos en el carácter eminentemente benigno de la solidaridad. Digo que no se respeta la libertad de esas personas en el sentido de que se les obliga a la fuerza a ser solidarias, les guste o no... O mejor dicho, se les obliga a ser más solidarias que el resto. Ya pagar impuestos es ser solidario con el conjunto a cuyo sostenimiento económico se contribuye. Y en modo alguno creo que esto sea malo. Obligar a un hombre que no cree en la solidaridad a ser tan solidario como los demás puede estar justificado, dado que permitir que quien no crea en la solidaridad no contribuya a financiar al Estado sentaría un precedente muy peligroso que casi seguro llevaría a la destrucción de toda autoridad pública. Obligar, en cambio, a ese mismo hombre a ser más solidario que los demás solo porque es más rico es lo mismo que escupirle en la cara. Cosa que puede que un hombre que no es solidario merezca, pero que no nos corresponde a nosotros hacer.



En cualquier caso, este asunto va mucho más allá del debate "progresividad vs. tipo impositivo único". Dado el modelo actual de Estado, esa es una disertación ridícula, puesto que solo mediante la progresividad es posible sostener nuestro actual modelo sociopolítico, suponiendo que dicho modelo sea todavía salvable (de hecho, esto es solo posible recurriendo a una progresividad extremadamente agresiva, más de lo que ya lo es), lo que tengo la sensación de que es mucho suponer. Así pues, la verdadera discusión que estamos llamados a plantear es la relativa a la viabilidad de ese modelo tan intrincado de Estado que solo puede ser sostenido mediante la progresividad fiscal llevada al extremo. Mientras no solucionemos ese asunto no tiene sentido plantear el otro. Que en verdad, para poder ser planteado, haría necesario que antes hubiésemos llegado a la conclusión de que no queremos el actual modelo sociopolítico de Estado, que es el verdadero enemigo a batir, al que dedicaremos la próxima entrada del presente blog. Hablo, como es lógico, del Estado Social.



Un saludo a todos los lectores, estén o no de acuerdo con servidor. Que Jesucristo, Redentor de la Humanidad, además de Señor y Dios nuestro, tenga a bien bendecirnos a todos nosotros. IHS