jueves, 16 de marzo de 2017

GEERT WILDERS vs PIM FORTUYN. COMENTARIO A LAS ELECCIONES EN LOS PAÍSES BAJOS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Hace casi quince años, el 6 de mayo de 2002, Holanda estaba a apenas nueve días de celebrar sus elecciones generales. Desde menos de un año antes, su panorama político había sido revolucionado por el surgimiento de un líder político peculiar, carismático y de ideas controvertidas. Su oratoria incendiaria y su verbo sin complejos sacudieron como quizá no se haya hecho nunca la política bátava, y le valieron un continuado e irrefrenable ascenso en las encuestas de intención de voto, hasta alcanzar la segunda plaza. El elemento principal de su discurso era la oposición a una política de inmigración desenfrenada que favorecía el constante incremento de la población de origen musulmán en los Países Bajos, el deseo de recuperar el control de las propias fronteras y economía de manos de una UE cuyas competencias se acrecentaban de una manera cada vez más desmedida, y el convencimiento de que el modelo multiculturalista desalentaba la integración de los inmigrantes, poniendo en tela de juicio principios tan sacrosantos como el de igualdad ante la ley; siendo por ello fuente de graves perjuicios para Holanda. Asimismo, era simpatizante hacia el catolicismo en la Holanda tradicionalmente dominada por los calvinistas (situación relativamente sorprendente dada su abierta condición homosexual). Se llamaba Pim Fortuyn, y es concebible que hubiera podido llegar muy lejos. Tan arriba como a la jefatura del Gobierno de su país.

Sin embargo, el 6 de mayo de 2002, un fanático ecologista le descerrajó varios tiros, cometiendo el que fue el primer asesinato político relevante perpetrado en Holanda desde el siglo XVII (concretamente, desde el linchamiento de los hermanos Johan y Cornelius De Witt en 1672); al menos si se exceptúan los crímenes de la II Guerra Mundial. De este modo tan sórdido consiguió truncar muy anticipadamente la que quizá sea la carrera política más fulgurante y prometedora que haya conocido Holanda en toda su Historia. Pim Fortuyn no llegó a ser Primer Ministro. Y su partido, la Lista Pim Fortuyn (LPF), si bien cumplió y hasta mejoró levemente las expectativas electorales en los comicios celebrados inmediatamente después, irrumpió en la política nacional descabezada, y sin rumbo. Decidió aceptar la oferta de entrar en el Gobierno, y esto fue un error, ya que al hacerlo permitió que los partidos del sistema le hicieran el abrazo del oso. Si Pim Fortuyn hubiera vivido, quizá entrar en el Gobierno hubiese sido incluso un acierto, pero en ausencia suya no hubo figuras de relieve en el ejecutivo, donde sus correligionarios hicieron de figurantes, ejerciendo sus cargos sin pena ni gloria. Sea como fuere, lo que interesa es que la LPF no fue capaz de reponerse del golpe. Era un partido recién formado y, por tanto, no era nada sin el líder que lo formó. No estaba lo suficientemente consolidado como para sobrevivir largo tiempo sin el amparo de la arrolladora personalidad de su fundador, y pronto se disolvió como un azucarillo. Le pasó lo mismo que habría pasado con PODEMOS en España si antes de las europeas hubieran asesinado a Pablo Iglesias.

Hoy es 16 de marzo de 2017. Ayer Holanda celebró otra vez elecciones generales. Las quintas desde que asesinaran a ese mismo Pim Fortuyn que, de haber seguido vivo, quizá hoy gobernaría Holanda. Cinco oportunidades ha tenido Holanda de restablecer el equilibrio del universo político neerlandés que tan brutalmente alteró aquella terrible atrocidad. Cinco veces una enorme mayoría del pueblo holandés ha decidido desaprovecharlas. A partir de 2006, Geert Wilders se hizo cargo de la herencia de Pim Fortuyn, y el nuevo Partido por la Libertad (PVV) reemplazó a la efímera LPF. En determinados momentos, ha llegado a parecer insuflarle vida de nuevo hasta alcanzar e incluso superar la fuerza que éste llegó a tener en la política holandesa. Empero, siempre se ha quedado corto. Y si parecía que este año iba a ser diferente, al final no lo ha sido en absoluto. Ha mordido un polvo peor que el de la derrota. El de la mediocridad. Sigue prácticamente en el mismo sitio en el que se encontraba. Pese a los sondeos que han llegado darle hasta 42 curules en un Parlamento de 150 (que no es poco teniendo en cuenta que el sistema electoral holandés es ultraproporcional), al final se ha quedado en 20. Apenas cinco más que los 15 obtenidos en 2012. Menos que los 24 obtenidos en 2010. Y menos todavía que los 26 que la LPF obtuvo en aquellas elecciones de pesadilla de 2002.

Con todas las circunstancias a favor, Geert Wilders ha obtenido un resultado que no supera al obtenido póstumamente por Pim Fortuyn. Peor aún, su resultado no supera ni siquiera al que él mismo obtuvo en 2010, y si bien supone un incremento respecto de los comicios inmediatamente antecedentes, queda deslucido a la vista de los incrementos experimentados por otros partidos, todos absolutamente comprometidos con perpetuar el actual sistema, si acaso corregido y empeorado (caso que temo será el de quienes sin duda son los grandes vencedores de la jornada de hoy: los ecologistas de GröenLinks). Todo esto después de que durante meses los sondeos afirmaran que por fin Wilders ganaría las elecciones, y que se afirmaría de largo como el Trump de Holanda, rompiendo la baraja política del país, y abocando a los demás partidos a ententes antinaturales por medio de las cuales impedirle gobernar. Con la consiguiente zozobra del sistema vigente, que parecía enfrentarse a su mayor crisis; la cual al final no ha tenido lugar en absoluto. Desgraciadamente, Holanda no ha querido seguir los buenos ejemplos con los que el Reino Unido y los EEUU han asombrado al resto del mundo, y conseguido que los defensores del actual estado de cosas en todas partes de Occidente se muerdan los nudillos hasta hacerse sangre.

¿Significa esto que todo está perdido? No necesariamente. El actual Primer Ministro, Mark Rutte, ha sido astuto, y en los últimos días de campaña ha promovido un conflicto probablemente falso y artificial con Turquía solo para demostrar que él también puede ponerse firme con los países musulmanes. Ha relajado su eurofilia. Y ha cosechado los frutos de una de tantas operaciones de engaño político de tanto en tanto orquestadas por las élites políticas de los Estados de la UE, acostumbrados cada tanto tiempo a favorecer que algo cambie para que todo siga igual. El mero hecho de que la clase política holandesa haya tenido que aproximar su ideario al de Wilders para derrotarle es una victoria. No para Wilders, en quien algo debe de fallar si ha sido derrotado en una elección en la que todo lo tenía tan a favor (si bien eso no le resta el incuestionable mérito de haber sabido mantener vivas las ideas en su día enarboladas por Pim Fortuyn). Pero si para las ideas que representa, que quizá solo necesiten ser enarboladas por un líder más capacitado para terminar de abrirse camino y salvar, si todavía es posible, a Holanda del gran peligro que para ella más aún que para otros países supone el arraigo creciente del Islam dentro de sus fronteras.

Al final, Geert Wilders tampoco llegará a Primer Ministro (lo que, con todo, era extremadamente difícil, como también lo habría sido para Fortuyn, a causa del endiablado y demencial sistema electoral holandés, basado en una circunscripción única de 150 diputados distribuidos muy proporcionalmente). Ni siquiera encabezará la primera fuerza política de Holanda, derrotado en parte según parece por la movilización electoral de unos turcos y marroquíes que ni deberían contar con la nacionalidad holandesa, ni deberían tan siquiera estar establecidos en ese país como residentes, y mucho menos todavía deberían poder votar. Por consiguiente, Pim Fortuyn sigue sin ser electoralmente vengado. Ironías de la vida, los verdes -a cuyo movimiento pertenecía el asesino de Fortuyn- han obtenido el mejor resultado electoral de todos los tiempos. ¿Moraleja? Que seguramente para vengar a Pim Fortuyn sea necesaria otra clase de líder, muy diferente de Wilders, y más parecido al propio Pim Fortuyn. Que no era ni muchísimo menos perfecto, ni particularmente santo de mi devoción. Pero que siempre me ha parecido que tenía esa chispa casi divina que irradian los verdaderos líderes. Wilders, y digo esto sin ánimo de hacer leña del arbol caído, siempre me ha dado la sensación de volar más a ras de suelo, a la manera de un Cleómbroto de Esparta, con ideas en muchos sentidos acertadas, pero expresadas de una manera quizá un tanto elemental y poco inspiradora. Por contra, el difunto Pim Fortuyn me recuerda más al espíritu innovador e intrépido de otro gran heleno, acreditadamente homosexual al igual que él. Que no fue otro que el general tebano Epaminondas (vencedor precisamente de Cleómbroto en la batalla de Leuctra, que en el 371 a.C. acabara para siempre con la grandeza espartana e inaugurara la breve pero intensa primacía de Tebas sobre el resto de la Hélade).

Ojalá Pim Fortuyn sea otro Epaminondas. Porque si ese es el caso, entonces más tarde o más temprano tendrá que aparecer un discípulo aventajado, como en el caso del tebano lo fue el gran Filipo II de Macedonia. Si Pim Fortuyn fue Epaminondas, entonces Holanda tendrá su Filipo. Y tener un Filipo abre la posibilidad de acabar teniendo ni más ni menos que al mismísimo Alejandro Magno, hijo del anterior. Quiénes serán ese Filipo o ese Alejandro holandeses, o incluso si llegarán a existir, eso no lo sabemos ni yo ni nadie. Pero en un día triste como el de hoy el que os manifiesto busca ser un pensamiento alentador, de esos que impulsan a no cejar en la lucha por más que las circunstancias presentes de ese país sean desalentadoras. Seamos positivos, porque la próxima parada de este tren es Francia, y no está escrito de antemano lo que en ese país pueda suceder. Marine Le Pen se me antoja mucho más capaz que Wilders. Solo añadir una cosa más sobre Pim Fortuyn. Seguiré llorando su trágica muerte. Seguiré lamentando que su país se empecine en seguir transitando los ignominiosos derroteros políticos a los que le condenó aquel verdadero crimen de odio. Que me temo que no está beneficiando a nadie más que a Alá. Seguiré lamentando que seguramente hoy en Holanda muchos crean, lo confiesen o no, que aquel asesinato valió la pena y les sigue rentando políticamente. Y rezaré para que, a pesar de todos los pesares, el finado pueda descansar tranquilo, ajeno a los sinsabores y derrotas que en este mundo cosechan sus sucesores.

Que el Señor le perdone si es posible sus imagino que muchos pecados. Y, si también es posible, que el Señor lo bendiga y lo guarde. Que el Señor haga brillar su luz sobre él y le conceda su gracia. Que el Señor vuelva hacia él su rostro y le conceda la paz. IHS

viernes, 3 de febrero de 2017

FRANCIA, ¿HACIA UNA CUARTA COHABITACIÓN?

Panorama político cada vez más interesante en Francia. Durante años se ha dado por hecho que Marine Le Pen enfrentaría a un candidato del conservadurismo gaullista al que ella quizá derrotara en primera vuelta, pero que luego la barrería en la segunda. Ese candidato, elegido el pasado noviembre, era François Fillon, y se daba por hecho que este hombre se convertiría en el octavo Presidente de la V República Francesa. Durante cerca de dos meses triunfales, puso en duda incluso que Marine Le Pen tuviera por qué ganar la primera vuelta de las elecciones.

Ahora las tornas parecen haber cambiado completamente gracias al ya célebre "Penelopegate" (el escándalo causado por la esposa de Fillon, que parece ser que estuvo cobrando durante años cantidades importantes de dinero por ocupar un puesto de asesora parlamentaria de su marido que le reportaba ingresos extras a cambio de no hacer nada). Como consecuencia del escándalo, un Fillon cuya campaña ya había empezado a flaquear antes de que su esposa lo metiera en más líos se hunde en los sondeos. Hasta tal punto cotiza a la baja, que ya están surgiendo voces en su mismo partido (UMP) partidarias de sustituirlo por otro candidato. Y surge con fuerza como candidato al Eliseo el ex-Ministro de Economía, Emmanuel Macron, que para mi viene a ser como una versión francesa aunque igualmente odiosa de Hillary Clinton (si bien, a tenor de su sorprendente vida sentimental -en cuya descripción no voy a entretenerme-, con toques de Bill). Sin embargo, hace apenas unos días el Partido Socialista francés celebró sus primarias, en las que un "tapado" en toda regla como Benoit Hamon arrolló al aparentemente gran favorito, el catalán Manuel Valls, que hace solo unas pocas semanas era el Primer Ministro, y que ahora parece haber tirado por la borda una prometedora carrera política (dimitió de su cargo de número dos de hecho del Gobierno precisamente para poder aspirar a la candidatura presidencial socialista). Desde su elección por los socialistas, Hamon parece ir remontando en los sondeos, y no es del todo descabellado imaginarlo en la segunda vuelta. Lo que también sería una manifestación de los sorpresivos giros de la política, si se tiene en cuenta que ya hace años que se daba por descontado que el Partido Socialista no retendría la Presidencia de la República.

En resumidas cuentas, que tenemos una competición a tres (Le Pen, Fillon, Macron) que tanto podría reducirse a dos (Le Pen, Macron) como ampliarse a cuatro candidatos (Le Pen, Fillon, Macron, Hamon). El panorama es incierto de por sí, y el hecho de que la UMP pueda sustituir a Fillon por otro (¿Copé? ¿Juppé? ¿Sarkozy?) hace aún más trepidante una carrera a la que no le falta emoción. Y que puede marcar un antes y un después en la Historia de Francia. Especialmente en caso de que Marine Le Pen gane claramente la primera vuelta y el Frente Nacional se confirme como el primer partido de Francia. Los tres posibles rivales de Le Pen luchan por una Presidencia que parece extemadamente improbable que ella pueda alcanzar, a pesar de que los sondeos llevan años considerándola favorita para ganar la primera vuelta. Ella, sin embargo, va detrás de la que probablemente sea una caza más grande. Ella va a la caza de la República, y su baza es poner de manifiesto la injusticia política que representa la total marginación en base a coaliciones de perdedores (el llamado "Frente Republicano", que consiste en que todos los candidatos de partidos diferentes del Frente Nacional se alíen en su contra) del que desde hace años parece claro que se ha convertido en el primer partido de Francia. Una victoria contundente de Le Pen (a la que no parecen hacer mella sus propios supuestos trapos sucios, publicados por Wikileaks) en la primera vuelta de las presidenciales trastocaría seriamente los equilibrios políticos vigentes desde la refundación de la República por Charles De Gaulle en 1958. Pondría encima de la mesa la necesidad de alterar profundamente un sistema político basado en la marginación sistemática del Frente Nacional de toda posición de poder político práctico, sin importar de cuánta fuerza disponga en relación a los demás partidos políticos. Eso sin contar con su repercusión internacional, que en la UE sería superior a la que ha tenido incluso la ascensión de Donald Trump a la Presidencia de los EEUU.

No voy a exagerar la nota diciendo tanto como que la victoria de Le Pen en primera vuelta supondría el golpe de gracia a la UE. En realidad, la UE seguramente estaría a buen recaudo incluso en el caso de que por un casual Marine Le Pen fuera elegida Presidenta de la República. La razón es sencilla: incluso en ese caso, Le Pen no gobernaría Francia. A las elecciones presidenciales les siguen las legislativas, y es en extremo improbable que el Frente Nacional pasara de tener una presencia testimonial en la Asamblea Nacional francesa a ganar las legislativas por mayoría absoluta. Y, a no ser que dispusiera de una mayoría, Marine Le Pen no podría hacer salir adelante su política, porque es casi seguro que no gozaría del apoyo de ningún otro partido aparte del suyo propio. El Ejecutivo francés es de tipo dualista y se basa en la existencia, por un lado, de un Jefe de Estado elegido por el pueblo -el Presidente de la República- y en un Jefe de Gobierno susceptible de ser depuesto por la cámara legislativa -el Primer Ministro-, ambos provistos de considerable poder (para entender mejor en qué consiste el dualismo y cómo funciona en Francia, se recomenda acudir a otra entrada de este mismo blog: http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2013/04/monismo-y-dualismo-ejecutivos-mencion.html). Lo más probable es que una Presidenta Le Pen tuviera que nombrar a un Primer Ministro de otro partido, da igual de cual, so pena de bloquear políticamente Francia y sumirla en una ingobernabilidad que fácilmente podría degenerar en anarquía, y que posiblemente sus propios votantes no le perdonarían.

Así pues, el Primer Ministro que nombrara Le Pen sería el gobernante efectivo de Francia, al margen de que la Presidenta Le Pen dispusiera de ciertos poderes nada desdeñables con los que influir sobre la política nacional e internacional de Francia (principalmente, el de disolver la Asamblea Nacional a voluntad). Difícilmente Francia abandonaría la UE, por mucho que Le Pen hiciera propaganda contra la organización desde la Presidencia. Lo único efectivo que podría hacer contra la UE sería convocar un referéndum para abandonarla y confiar en que la Asamblea Nacional se doblegara si el resultado fuera favorable al "Frexit". Con todo, la victoria de Le Pen en primera vuelta y la consagración del Frente Nacional como primera fuerza política de Francia fortalecerían el euroescepticismo en prácticamente todo el continente, y generaría el riesgo de que incluso los grandes partidos comenzaran a adoptar una retórica cada vez más euroescéptica, como ha sucedido con el Partido Conservador británico a raíz del "Brexit". Sin contar con que sumiría a Francia en un marasmo político interno tal que la obligaría a mirarse el ombligo y a desentenderse de la suerte de una UE que hace aguas por todas partes.

No obstante, el riesgo de cohabitación ha crecido, y ya no está vinculado a una hipotética e improbabilísima elección de Le Pen. Actualmente, la volatilidad de los apoyos de los candidatos a la Presidencia es tal, que sería concebible que cualquiera de ellos pasara a la segunda vuelta, derrotara a Le Pen, se convirtiera en Presidente, y a los meses tuviera que nombrar a un Primer Ministro de otro partido. Cualquiera que fuera el resultado de las elecciones presidenciales, es más incierto que nunca en toda la Historia de la V República que sirvan para elegir al próximo gobernante de Francia, posiblemente encaminada a una cuarta cohabitación (que sucedería a las tres que se han dado hasta la fecha1: el socialista Miterrand y el gaullista Chirac, el socialista Miterrand y el gaullista Balladour, el gaullista Chirac y el socialista Jospin). A todo esto, surge inevitablemente la siguiente pregunta: ¿quién se convertirá este año en el nuevo Primer Ministro? ¿Podría ser que figuras principales de la política francesa cuyas aspiraciones políticas quedaron aparentemente cercenadas, incluso definitivamente, a raíz de derrotas en las primarias presidenciales vuelvan a primerísima fila de la actualidad convirtiéndose en jefes del Gobierno, ya que no del Estado? La verdad es que no dejaría de ser irónico que los Sarkozy, Juppé o Valls a los que ahora se descarta por sus derrotas en las primarias presidenciales acabasen saliéndose con la suya por la vía tan poco ortodoxa de ser nombrados Primer Ministro. Si esto sucediera, se demostraría algo que yo siempre he pensado: que el reformador constitucional francés de 2000 era sencillamente idiota. Y que, queriendo evitar los problemas de gobernabilidad que necesariamente suscita una cohabitación, ideó un mecanismo que no solo no los impide sino que incluso es susceptible de agravarlos, al facilitar que el Presidente quede prácticamente desprovisto del grueso del poder político durante todo su mandato de cinco años. A pesar de lo cual debo ser justo, así que desde ya afirmo lo siguiente: que, como español, cambiaba el sistema político de mi país por el francés con los ojos cerrados. IHS

1Se indica primero al Presidente de la República y posteriormente al Primer Ministro.

2En el momento en que añado esta nota, el candidato centrista François Bayrou (MoDem) ha abandonado la pugna por la Presidencia a la vista de la imposibilidad de que obtenga los resultados alcanzados en 2007 (año en que quedó tercero y hasta pareció en disposición de poder pelear la segunda vuelta y de ganar sobradamente en caso de alcanzarla). Ha apoyado públicamente a Macron, que de este modo ha experimentado un importante alza en los sondeos, consolidándose como favorito a la Presidencia y con posibilidades incluso de ganar la primera vuelta a Marine Le Pen. Con todo, el artículo sigue plenamente en vigor. Ni Macron ni menos aún Le Pen parecen en disposición de ganar las legislativas. La cohabitación y la consiguiente crisis política de la V República parecen más probables.

miércoles, 16 de noviembre de 2016

ELECCIONES EEUU 2016 (I)

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Atendiendo al requerimiento de un buen amigo de México (un estimado "panista" que espero sinceramente que progrese en la política de ese país, para el que es posible que se avecinen tiempos duros), daré una opinión acerca de los que creo que son los hechos más destacables del mapa político que han arrojado las recientes elecciones presidenciales y legislativas celebradas ayer en los EEUU. Que han exaltado a Donald Trump a la condición de cuadragésimo quinto Presidente de ese país. No entraré a valorar las consecuencias políticas más profundas de lo sucedido el pasado 8 de noviembre, sino que procuraré enfocarme prioritariamente en las perspectivas de futuro que las elecciones abren precisamente en el plano de lo electoral. Es decir, procuraré tratar acerca de las perspectivas que para ambos partidos se abren en cuanto a la preservación de su hegemonía política a medio o largo plazo, y no tanto en otras cuestiones de extremo interés (como pueda serlo el tipo de política que despliegue a partir del 20 de enero el Presidente Trump, la situación en que quedan Obama y los Clinton después de tan estrepitosa derrota, o la forma en que el resultado de las elecciones y la exaltación de Trump puede afectar a causas tales como la defensa de la vida o la oposición a la ingeniería social de signo apóstata que opera sobre el conjunto de las naciones de Occidente). Cuestiones que, si tengo tiempo, quedan para una entrada posterior.

¿Sorprendido por la victoria? Hace dos semanas, apenas si la habría creído posible. Hace una, me habría sorprendido bastante. El día de las elecciones, me sorprendió algo menos, ya que a raíz de mis propias indagaciones detectaba que la demoscopia, por más que en los medios españoles se afirmase que la contienda seguía decantándose del lado de Clinton, abría opciones a Trump en cada vez más Estados indecisos. Con todo, el resultado final me ha sorprendido bastante. No el hecho de la victoria en sí, sino dos cosas: que Trump se haya alzado con la victoria con un margen tan amplio sobre Bloody Hillary, y que lo haya conseguido pese a perder el voto popular. Yo pensaba que lo más probable era que si Trump ganaba, eso sucediera por un estrecho margen, y consideraba que lo más probable en ese caso era que ganara el voto popular, incluso con cierta amplitud. Era Hillary quien yo estaba convencido de que resultaba probable incluso que consiguiera la victoria perdiendo el voto popular. Ha sucedido exactamente al revés.

La victoria electoral del magnate neoyorquino no ha puesto en cuestión la existencia del Blue Wall (el "Muro Azul" compuesto por los Estados considerados sólidamente demócratas). Pero si que ha obligado a revisar la idea que teníamos del mismo, que al parecer abarca menos Estados y acumula bastantes menos Electores presidenciales de los que se creía. Diecinueve Estados que, en 2016, acumulaban todos juntos un total de 242 Electores de los 538 que eligen al Presidente de EEUU habían votado ininterrupidamente por los demócratas desde 1992 (y algunos de ellos desde 1988 e incluso desde 1976). A causa de la existencia de este “Muro Azul”, se llevaba años considerando que los demócratas partían de una posición especialmente sólida para acometer la conquista de la mayoría absoluta del Colegio Electoral necesaria para asegurarse la Presidencia. Precisamente en los últimos años se había llegado incluso al punto de especularse acerca de si los demócratas, teóricos beneficiarios del decrecimiento de la población blanca y del correlativo aumento de las minorías (y muy especialmente del de la minoría hispana), no estarían ya en vías de ampliar todavía más ese “Muro Azul” con varios Estados ganados por márgenes sólidos por Obama. Se especulaba incluso con si ya habrían conseguido decantar de tal modo a su favor esos Estados como para tener garantizada la mayoría absoluta de Electores necesaria para conquistar la Casa Blanca, al margen de lo que pasase en el resto del país. Alcanzando así una hegemonía política perdurable en esos Estados que les garantizase la Casa Blanca durante décadas, y dejando fuera de juego al Partido Republicano por al menos una generación.

Todas esas son ideas que deberán revisarse. No tanto porque Trump haya ganado como por la forma en que lo ha hecho. Esto se hace especialmente patente a la vista de la ventaja obtenida por Bloody Hillary Clinton en voto popular. Si incluso perdiendo el voto popular la candidatura de Donald Trump ha sido capaz de imponerse en la mayoría de los Estados oscilantes (incluyendo Estados que votaban demócrata ininterrumpidamente desde 1992 como Michigan y Pennsylvania, e incluso desde 1988 como Wisconsin), cabe preguntarse hasta donde podría haber llegado un candidato republicano que hubiera tenido incluso más tirón que Trump, suponiendo que tal candidato exista. La victoria de Trump relativiza algunos supuestos que venían manejándose mucho tiempo y que la era Obama parecía haber consolidado definitivamente. Ahora bien, tampoco los echa necesariamente por tierra de manera completa. Trump ha conseguido que Estados que durante el último cuarto de siglo han sido leales a los demócratas voten por él. Pero es que él mismo no ha sido lo que se dice un candidato republicano al uso.

¿Un candidato republicano más convencional habría conseguido lo que Trump? En su momento se dijo que gente como Jeb Bush, Chris Christie, John Kasich e incluso Marco Rubio habrían obtenido resultados mucho mejores que los que podría haber obtenido Trump. Yo no lo creo así. Yo creo que la candidatura de Trump ha sido una candidatura que ha bebido de caladeros electorales más amplios que los que llevaron a Bush a la victoria en 2000 y 2004 o que aquellos a los que creían poder apelar candidatos como McCain o Romney en 2008 y 2012. Y creo que es por eso que, si bien Bush obtuvo una votación popular mucho mayor que la de Trump (dado que recibió un apoyo más entusiasta que el magnate en los Estados tradicionalmente rojos), éste ha mejorado sensiblemente sus actuaciones electorales, ganando por la mínima Estados que le han permitido obtener una victoria sensiblemente más holgada que cualquiera de las cosechadas por aquel en el Colegio Electoral. Quizá otros republicanos no hubieran podido ganar, pero creo que lo habrían hecho por un margen mucho más estrecho. Y eso obliga a plantearse otro interrogante: en caso de que en el futuro existieran candidatos republicanos que pudieran aspirar seriamente a ganar esos Estados, ¿serán candidatos republicanos convencionales o candidatos parecidos a Trump? ¿Se abrirá camino definitivamente dentro del Partido Republicano una corriente “trumpista”, o por el contrario el Presidente Trump carecerá de continuadores? Difícil saberlo.

A favor de esa posibilidad juega el éxito presente. En contra la demografía. La victoria de Trump es alentadora, porque indica que los republicanos no han quedado fuera de juego, pero a su vez plantea el interrogante de si el Partido Republicano podrá reeditarla en el futuro. La demografía del país cambia, y “El Donald” parece haberse convertido en Presidente merced a una estrategia electoral posiblemente inimitable para otros republicanos. Peor aún, los futuros candidatos republicanos no pueden dar por hechas futuras victorias, ni siquiera en el caso de que supieran imitar a Trump. Este hecho por sí solo obliga a que los republicanos reflexionen profundamente antes de echarse completamente en brazos del “trumpismo”. Deben indigar cuáles de los planteamientos que le han hecho ganar las elecciones son desechables y cuáles, por el contrario, pueden ser susceptibles de un uso continuado. Asimismo, tienen también que tener en cuenta que la irrupción del “trumpismo”, si éste llega a consolidarse como una corriente interna dentro del Partido Republicano, podría fracturarlo aún más de lo que ya lo está. Es verdad que el pensamiento de Trump no se antoja a priori sistemático, porque el propio Trump parece ser de todo menos dogmático y amigo de fijar posiciones irrevocables. Empero, el mero hecho de que haya sido elegido candidato y haya ganado la Presidencia desde determinados planteamientos muy diferentes en cuestiones capitales de los exhibidos por las demás facciones republicanas (clásicos, conservadores, reaganianos, teapartiers...) obliga a prever la posibilidad de que, incluso sin necesidad de que el magnate se implique personalmente en esa tarea ni de que al final su Gobierno sea leal a esos postulados, tal línea de pensamiento gane protagonismo en días venideros dentro del Partido Republicano.

Además de reflexionar acerca de las perspectivas republicanas de obtener futuras victorias, es conveniente que los republicanos no pierdan de vista el hecho de que, en esta misma elección, es Bloody Hillary y no Donald Trump quien ha ganado de manera clara el voto popular. Esto no quita ninguna legitimidad a la gran victoria de Trump en el Colegio Electoral, pero significa que, de las siete últimas elecciones presidenciales celebradas, ésta es la sexta en la que los demócratas sacan más votos que los republicanos a nivel federal (por más que solo en cuatro de esos mismos siete comicios hayan alcanzado la Casa Blanca). Ha vuelto a suceder lo que en 1824, 1876, 1888 y 2000. Cierto que esto es menos relevante en todos los sentidos de lo que los detractores de Trump intentan hacer creer, y no demuestra de manera incontrovertible que goce de menos apoyos que la señora Clinton (eso solo sería el caso si la participación hubiera sido extremadamente alta -como no lo es desde hace un siglo en los comicios presidenciales estadounidenses-). Al fin y al cabo, el sistema electoral aplicado a una determinada convocatoria influye sobre la manera en que vota la gente, y más cuando ésta en general está bien familiarizada con sus efectos. Cosa que, en el marco de un sistema como el estadounidense (que pivota tan acentuadamente sobre los Estados colectivamente considerados), desincentiva la participación electoral de muchos ciudadanos residentes en Estados decididamente teñidos de color rojo republicano o azul demócrata, que saben de antemano que en su respectivo Estado es inútil votar por “su” candidato y en consecuencia se abstienen. Si las elecciones presidenciales fueran directas, es imposible saber qué partido aumentaría más sus votos en feudos enemigos. Igual nos llevaríamos una sorpresa y Trump ganaría contundentemente.

Ahora bien, eso no quita que la derrota en voto popular es una circunstancia que puede tener consecuencias políticas de primer orden. Quiérase que no, todo lo que se acaba de alegar para justificar la relativa irrelevancia de la derrota en Trump en términos de voto popular es cosa que, por más sentido que tenga, puede ser tomado por muchos estadounidenses de a pie por mera palabrería. En ese sentido, poner en cuestión la legitimidad no tanto del triunfo de Donald Trump, sino, en un sentido más amplio, del sistema que lo ha hecho posible, es fácil simplemente apuntando al dato anterior y objetivamente cierto de que de las últimas tres Presidencias republicanas, dos han sido obtenidas pese a que fue el candidato demócrata el que obtuvo un número sensiblemente mayor de votos. Lo que puede tener una poderosa influencia a la hora de impulsar precisamente la que yo creo que es la menos conocida pero a la vez la más trascendente de las iniciativas políticas que en estos momentos se están tramitando con vistas a su futura implementación en los EEUU: el “National Popular Vote Interstate Compact” (NPVIC) o “Acuerdo Interestatal por el Voto Popular Nacional”1.

En definitiva, que tanto a los republicanos como al país esta victoria puede traerles no pocos quebraderos de cabeza (si bien todo esto no ha de hacer olvidar que contarán con la ventaja de encararlos al menos durante los dos próximos años desde una posición de hegemonía política incontestable). Que el riesgo de transformación del sistema electoral estadounidense existe, y que los republicanos, aunque no deban desesperar a causa de una inferioridad de apoyos populares que podría obedecer a causas diversas, tampoco pueden obviarla y actuar tranquilamente en el supuesto de que su posición de fuerza fuera incontestable, porque no lo es en absoluto. Sigue, pues, pendiente la renovación del Partido Republicano, que pasa por establecer un modus vivendi razonable de cara al futuro entre sus facciones (en virtud del cual se eviten enfrentamientos que, si se descontrolan, podrían acarrear incluso la escisión del Viejo Gran Partido), así como por la consiguiente ampliación de su base electoral.

El éxito de Donald no quita que, curiosamente, donde sus resultados han sido más decepcionantes ha sido en el Oeste del país (lo que no quita que tampoco han sido malos, puesto que no ha perdido ninguno de los Estados tradicionalmente fieles a los republicanos). Precisamente aquellos Estados con una presencia hispana más fuerte de los EEUU que antaño pertenecieron a México. En Nevada, donde los sondeos le dieron opciones de ganar incluso durante los peores momentos de su campaña, ha perdido por un margen corto pero inequívoco frente a una candidata débil como ha demostrado serlo Bloody Hillary (y además los republicanos han perdido las dos cámaras de la legislatura estatal, lo que tiene consecuencias políticas de no poca trascendencia, por las razones que más adelante se indicarán). En California, donde la participación se ha hundido, Trump ha retrocedido en comparación con Romney. En Arizona, si bien ha ganado, ha retrocedido. Y lo mismo en Texas. En definitiva, que si los republicanos piensan en el futuro deberán tener en cuenta estos avisos, y procurar que el partido gane aceptación entre otros grupos raciales, además de los blancos. No les queda otra. Con “trumpismo” o sin “trumpismo”, los republicanos necesitan desesperadamente adaptarse al futuro que le aguarda a los EEUU, y combatir con todas sus fuerzas su imagen de partido de los blancos. Solo así conseguirá derrotar la percepción inversa del Partido Demócrata como el amigo de las minorías.

Empero, conviene señalar que también los demócratas tienen serios interrogantes que hacerse. Conformarse con la promesa de futuro que para ellos supone el crecimiento de las minorías no es suficiente. Es un hecho que muchas cosas han fallado a lo largo de este último ciclo electoral. Y, en realidad, muchas cosas llevan fallando desde hace no pocos años para los demócratas. Obama recuperó para ellos la Presidencia en 2008 y la revalidó en 2012, pero la verdad es que solo durante dos de los últimos veintidós años transcurridos desde la elección al Congreso de 1994 han dispuesto del control total del Gobierno (por ocho años durante los cuales los republicanos han dispuesto de ese control, a los que podrían sumarse como mínimo los dos primeros años del mandato de Donald Trump, en el supuesto de que éste y su partido colaboren). Los demócratas han prevalecido en la mayoría de las últimas elecciones presidenciales, pero han flaqueado en el Congreso (y muy especialmente en la Cámara de Representantes). Hecho que en gran medida se debe a la desmovilización del electorado, que también le ha pasado factura a Bloody Hillary en estas presidenciales. Ha quedado demostrado de manera clara en estas presidenciales que tasas bajas de participación (generalmente debidas más a la desmovilización de las minorías que a la de la mayoría blanca) facilitan a los republicanos luchar para mantener su dominación sobre el Congreso e incluso sobre la Presidencia. Y la falta de movilización es más seria de lo que parece, porque dejar de movilizar al electorado que se supone propio es señal de apatía por parte de ese mismo electorado y bien puede significar que dicho segmento de votantes está maduro como para empezar a pensar en traspasar sus lealtades a otras formaciones políticas. Si los republicanos encararan con energía la tarea de reconciliarse con las minorías, es bastante probable que encontraran el terreno abonado por encima incluso de sus más elevadas expectativas.

Todo lo antedicho es especialmente si los demócratas reinciden en su identificación con el denominado establishment y presentan de vuelta candidaturas similares a la de Bloody Hillary. Que está claro que ha sido uno de los factores determinantes de la derrota demócrata, seguramente incluso más de lo que la figura de Donald Trump haya podido influir en la victoria republicana. En ese sentido, y teniendo en cuenta que hemos estado ante una elección que, en los Estados decisivos, se ha revelado hasta cierto punto ajustada, cabría preguntarse si otro candidato demócrata habría tener más suerte. Inmediata e inevitablemente, ha comenzado a planear sobre el escenario un concreto nombre: Bernie Sanders, el oponente de Bloody Hillary durante las primarias. Quien, contra todo pronóstico, le dio a la finalmente nominada dura batalla hasta prácticamente el final de la contienda interna demócrata. Hay quienes afirman que Sanders habría batido a Donald Trump, y yo también creo que habría podido (aunque no con la holgura que algunos afirman). A su favor, habría tenido una reputación de integridad y honradez de la que tanto la señora Clinton como Trump carecen. Asimismo, a Trump le habría costado conseguir que frente a Sanders calara ese discurso de enfrentamiento entre el pueblo y las élites que tan buenos dividendos le ha rendido frente a Bloody Hillary; e incluso habría podido ser el propio magnate el blanco fácil del discurso de Sanders (¿qué más fácil para quien apela al socialismo que atacar a un multimillonario?). Y, todavía más importante, muchos de los partidarios de Sanders que no apoyaron a Bloody Hillary o que incluso apoyaron a Trump el pasado 8 de noviembre (especialmente en Estados que han resultado ser decisivos para el republicano tales como Wisconsin o Michigan, donde fue Sanders quien ganó la primaria demócrata) es prácticamente seguro que habrían votado antes por Sanders antes que quedarse en casa o que optar por Donald Trump.

Pese a lo cual tampoco hay que creer erróneamente que todo el monte es orégano. Sanders habría tenido en contra su propia condición de socialista en el país más alérgico que existe a las ideas socialdemócratas (no digo ya a las verdaderamente marxistas), condenadas enérgicamente por una parte muy significativa de la sociedad. E igualmente habría sido fácil de atacar por el lado religioso (es de orígenes judíos y más bien agnóstico en un país en el que hasta Obama y Hillary han tenido que simular con toda falsedad una religiosidad cristiana hipócrita so pena de no haber podido progresar en su vida política). Todo eso sin contar que también él habría tenido que contender con la dialéctica de Trump, y con el relato del magnate consistente en presentarse a sí mismo como perfecto ejemplo de hombre de éxito, gran negociador y empresario experimentado y contrastar sus cualidades presuntas con la mera “politiquería de salón” de su rival, al que sin duda habría tachado de hombre “sin energía”. Sea como fuere, habría tenido más opciones que Bloody Hillary. Y los demócratas harían bien en tomar nota de esto. Si algo bueno les ha sucedido en estas elecciones es deshacerse de la dinastía Clinton. Más les vale aprender la lección y evitar querer ahora (como algunos plantean y ya no veo imposible vistas las derivas dinásticas de la política yanki) sustituirla dentro de cuatro años por la dinastía Obama.

Prosiguiendo con mi análisis de la jornada electoral estadounidense, toca ahora tratar de la contienda en el Congreso y a nivel estatal. En el Congreso, como ya sabemos, los republicanos han retenido sobradamente sus mayorías legislativas. Apenas han descendido en la Cámara de Representantes, y han conservado el Senado (hecho éste último que debería facilitar que Donald Trump proponga los Jueces que apetezca para cubrir las vacantes en la Corte Suprema federal de Justicia durante al menos los dos próximos años. Eso abre la puerta a que Trump consolide una mayoría constitucionalista dentro de la Corte Suprema dispuesta a restaurar la soberanía de los Estados en materias tales como el aborto o el sucedáneo de matrimonio para personas del mismo sexo (SMPMS) que una jurisprudencia prevaricadora ha conculcado durante décadas por medio de razonamientos en extremo enrevesados que han convertido en papel mojado la Décima Enmienda a la Constitución de EEUU. A nivel estatal, los republicanos han ganado algunas gobernaciones (Nueva Hampshire, Vermont y Missouri, aunque han perdido Carolina del Norte). Pero, sobre todo, han ganado el control total de tres legislaturas estatales: Kentucky, Iowa y Minnesota (en el primer Estado han conquistado la Cámara de Representantes, y en los otros dos el Senado). Teniendo en cuenta que, hasta ese momento, los republicanos controlaban completamente un total de 31 Legislaturas Estatales, ahora serían 34 (es decir, los dos tercios justos de las que existen en EEUU). Sin embargo, no es el caso, ya que los demócratas han conquistado las dos cámaras legislativas de Nevada... El mismo Estado en el que Trump obtuvo una votación inferior a la esperada. A lo que se suma una rebelión dentro de las filas republicanas en virtud de la cual los demócratas controlarán la Cámara de Representantes de Alaska. Así pues, los republicanos dominarán completamente solo 32 Legislaturas Estatales.

Lo que es una gran cosa, pero también una pena, porque a causa de esas dos derrotas menores antes mencionadas los republicanos se han quedado cortos. ¿Cortos para qué? Pues cortos para poder amagar con la que sin duda es la más terrorífica arma política que existe en los EEUU: el “otro” procedimiento de reforma de la Constitución estadounidense previsto en el Artículo V. Aquel en virtud del cual el Congreso tiene que convocar obligatoriamente una Convención Constitucional (cuyas funciones serían similares a las de la Convención Constitucional celebrada en Filadelfia en 1787) si así lo solicitan las Legislaturas Estatales de dos tercios de los Estados. Convención que propondría enmiendas a la Constitución sin límites de ninguna clase que luego habrían de ratificar tres cuartas partes de los Estados, bien por medio de sus Legislaturas o bien por medio de Convenciones Estatales ad hoc -según sea el método de aprobación que proponga el Congreso, que es a quien correspondería aclarar ese particular por un margen no especificado-. Habrá quien considere que no poder accionar este procedimiento no es tan mal asunto, ya que los republicanos podrían perfectamente hacerse con el control de esas dos Legislaturas Estatales extra que necesitan en un futuro próximo. Pero en contra de esa posibilidad juega el mismo hecho de que ahora Trump sea Presidente. Pues sobre un partido en el Gobierno suele pesar más la frustración de la gente, de manera que el margen para cosechar ganancias políticas de primer orden suele ser más ajustado que cuando se está en la oposición, y los riesgos de pérdidas mayores.

Volviendo al procedimiento de reforma por iniciativa de las Legislaturas Estatales, dicho enrevesado procedimiento no se ha aplicado jamás para reformar la Constitución por su total impredecibilidad. Que no nace principalmente, creo yo, del hecho de que se convoque una Convención Constitucional (no hay diferencia entre las enmiendas que podría aprobar ésta y las que podría proponer el Congreso por mayoría de dos tercios de las dos cámaras para su ratificación por los Estados; y en ambos casos sería posible que una enmienda constitucional alterase cualquier aspecto relacionado con la actual Constitución, con la sola excepción de la igualdad del voto de los Estados en el Senado -aspecto de la Constitución de EEUU que solo podría reformarse en relación a aquellos Estados que aceptasen perder ese privilegio-). Sino más bien de la imprevisión de la Constitución, pues ni ella ni ninguna ley federal regulan la composición ni el funcionamiento de esa hipotética Convención Constitucional. Permaneciendo en el aire cuestiones de tanta importancia como el número mínimo de Estados que deberían enviar delegados a la Convención a fin de que ésta quedara debidamente constituida, la forma de designar dichos delegados, o las mayorías de delegados (y/o de delegaciones estatales) que habría de concurrir a fin de considerar aprobadas las enmiendas para su remisión a las Legislaturas o Convenciones Estatales.

Todo lo cual permite entrever que estamos hablando de un arma política que parece más apropiada para la exhibición que para el uso, pero que, sinceramente, y dada la situación que, en general, atraviesan los EEUU en estos momentos de su Historia, yo no dejaría de plantearme si utilizar o no. No porque el éxito esté garantizado ni mucho menos (dos tercios no son tres cuartos, y son las tres cuartas partes de los Estados los que tendrían que concurrir para aprobar enmiendas constitucionales; y todo eso sin contar con que tampoco puede darse por hecha la cohesión republicana -pues en los Estados de tradición liberal suelen estar bastante influidos por el ambiente político y social predominante). Pero si porque obligaría a entablar debates sobre cuestiones de gran trascendencia para el presente de la Nación, y a hacerlo al más alto nivel. Y de un modo tal como para precipitar una solución favorable o como para, en caso de no obtenerla, mantener las cuestiones no resueltas en el centro del debate político a la espera de tiempos mejores que la victoria de Trump demuestra que pueden llegar.

Así pues, mi balance definitivo de lo que han representado éstas elecciones es el siguiente: un incontestable y meritorio éxito de Donald Trump y, en menor medida, del Partido Republicano; a la vez que un grave e incontestable fracaso para unos demócratas a los que sin embargo sería irresponsable considerar en fuera de juego, ni siquiera por una breve temporada. La elección presidencial de 2016 constituye un signo de esperanza, a la vez que una fuente de problemas y quebraderos de cabeza en potencia para el partido de Abraham Lincoln. Al que, curiosamente, Trump le abre unas oportunidades que, sin embargo, no es inconcebible que pasen en algunos aspectos por una relativa oposición al Presidente tendente a matizar algunas de sus posturas más divisivas y controvertidas. En realidad, será a partir de 2018 cuando podamos comenzar a hacernos una idea más clara acerca de cuál cabe esperar que sea el recorrido de los EEUU durante los próximos años y si de verdad esta victoria abre un ciclo político duradero en el gigante yanki. Si dentro de dos años, por cualquier razón, se produjera un claro retroceso republicano en el Congreso y en los Gobiernos y Legislaturas Estatales, entonces lo más probable es que estemos ante un interludio que difícilmente impedirá que el peso de la demografía acabe haciendo girar el péndulo a favor de los demócratas. Si, por el contrario, los republicanos dentro de dos años mantuvieran o incluso ampliaran sus parcelas de poder, entonces las posibilidades de que éstos ganaran una posición prolongada de predominio y hegemonía política cobrarían una virtualidad nada desdeñable. Por otra parte, y partiendo de la base de que de momento el “trumpismo” apenas si está presente en el Congreso, serán también las elecciones de 2018 las que permitirán salir de dudas acerca de si dentro del Partido Republicano puede articularse un ala poderosa clara e incuestionablemente afín a los planteamientos de Trump (cuyo surgimiento podría facilitarle mucho la vida al Presidente durante sus dos últimos años de mandato), o si en verdad El Donald no va a ser el origen de nuevas tendencias políticas en el seno de la democracia estadounidense, sino solo un personaje singular condenado a entenderse con las corrientes republicanas ya existentes. Y con esto termino.

1El NPVIC es un acuerdo en virtud del cual los Estados firmantes, una vez alcanzaran la mayoría absoluta de los Electores, los entregarían al ganador en votos a lo largo de la totalidad de los EEUU, incluso en el caso de que perdiera en los Estados firmantes. Es decir, que estaríamos ante un acuerdo que convertiría, de facto, la elección presidencial estadounidense en una elección directa. Cosa que muchos creemos que resulta del todo inconveniente, porque relativizaría la naturaleza federal de los EEUU. No es que yo considere que el Colegio Electoral como institución funciona adecuadamente (en realidad, yo ni siquiera soy partidario de mantenerlo, porque lo considero un arcaísmo de todo punto de vista innecesario), y me parece muy bien, en ese sentido, reformar el sistema de elección presidencial a fin de hacerlo uniforme para todo el país (evitando regulaciones dispares de elementos esenciales del mismo por los Estados), proveyendo de peso al voto popular, de modo que tanto la expresión de las preferencias individuales del votante estadounidense como la expresión de la voluntad política colectiva de los Estados tenga una influencia perceptible en la elección del Presidente. Ahora bien, eso no quita que, si tal cosa no fuera posible, considero más importante dar voz a las preferencias políticas de los Estados colectivamente considerados, y no a las del ciudadano estadounidense individual. De manera que, entre mantener el Colegio Electoral tal como hoy existe y la elección presidencial directa, considero preferible preservar aquel.

sábado, 1 de octubre de 2016

¿"WELCOME REFUGEES"? SOBRE LA INMIGRACIÓN Y LA NEUTRALIDAD DE LA MONARQUÍA

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Cosas como el último discurso del Rey ante la Asamblea General de la ONU (http://www.elmundo.es/internacional/2016/09/19/57e018e8e5fdeac5588b4633.htmlme convencen cada vez más de la necesidad de convertir España en una República, aunque evitando consagrar como nueva bandera del país al horrible trampantojo tricolor en nombre del cual fueron martirizados durante la Guerra Civil tantos de mis correligionarios en la fe del Señor (trampantojo al que, desgraciadamente, adhieren de corazón la mayoría de aquellos entre nuestros compatriotas que son republicanos convencidos al igual que lo soy yo). Seré claro: estas declaraciones del Rey Felipe se salen con mucho de la neutralidad que, en teoría, debería guardar el Jefe de Estado en relación a las cuestiones de actualidad política. ¿O es que ahora todos en España somos partidarios del Welcome Refugees? Estoy convencido de que somos muchos los españoles que, si alguna vez nuestras autoridades se tomaran la molestia de consultarnos al respecto, votaríamos a favor de una política migratoria ultrarrestrictiva y de blindaje fronterizo (al menos en relación a Marruecos y a Gibraltar). ¿Es neutral el Rey al asumir como propio un mensaje que muchos españoles respetuosos de la ley y de los procedimientos democráticos desaprobamos? Está claro que no.

De momento, en España no existe, por desgracia para nuestro país, un partido político importante del estilo del UKIP inglés, el Frente Nacional francés, el FIDESZ húngaro, el PiS polaco, la AfD alemana o el FPÖ austríaco. Pero, ¿y si tal partido surgiera súbitamente? Si tal fuera el caso, lo menos que cabe esperar del Rey, a quien absolutamente nadie ha elegido para nada, es que no sea lo que aquí en el Sur de España llamamos un “bocachancla”, y que se abstenga de tomar partido. Una cosa es que el Rey tome partido por los demócratas vascos contra la ETA o por los constitucionalistas catalanes frente a los separatistas (en esos casos, el Rey no solo puede, sino que debe tomar partido, porque se trata de casos en los que determinados actores políticos o criminales -aunque en España ultimamente las dos cosas parecen ir cada vez más unidas- adoptan pronunciamientos que ponen en jaque el Estado de Derecho); y otra muy distinta que hable a favor de la acogida de inmigrantes. Como si oponerse a tal acogida fuera algo incompatible con el cumplimiento de nuestra actual Constitución. Dentro de lo que son las fuerzas políticas respetuosas del orden constitucional (y partidos parecidos a las formaciones políticas europeas anteriormente mencionadas lo serían escrupulosamente, como lo son en los países en los que operan), no es lícito que el Rey, al margen de lo que piense sobre los temas que se debatan, se posicione a favor de unos y en contra de los otros. Eso implica violar de modo flagrante su obligación de neutralidad.

Cosa que es más seria de lo que pueda parecer a primera vista. Y es que a mi el hecho de que un Presidente elegido por el pueblo en su conjunto y que de entrada sabemos que se adhiere a determinada orientación política emita opiniones sobre los asuntos de interés público acordes a esa misma orientación política que el pueblo conoce me parece lo más normal del mundo, y no se me ocurriría censurarlo (podría atacar las opiniones emitidas, pero no el derecho a emitirlas). Las urnas habrían legitimado a tal hombre para hacer una cosa así. Razón por la cual se le perdonarían las afirmaciones divisivas porque no cabría duda de que gozaría del aval expresado en su favor por el pueblo tras la celebración de los comicios que eligieran a tal Jefe de Estado. Pero a un monarca cuyo único mérito es el de ser el fruto de la unión del espermatozoide regio indicado con el óvulo regio igualmente indicado cuesta más aceptarle que se entrometa en la política democrática, siendo como es ajeno al proceso democrático. Si va a emitir opiniones que me van a sentar como una patada en el hígado (que es lo que ha hecho a propósito de los refugiados musulmanes venidos a nuestra tierra); entonces no veo el problema con que lo sustituyan Mariano Rajoy, Pedro SNCHZ o Pablo Iglesias. Puestos a rebuznar, ellos lo harían avalados directa o indirectamente por el pueblo y, seguramente, Rajoy o Iglesias lo harían mucho mejor y con mucho más estilo que Felipe de Borbón. Que, como orador, no es especialmente brillante, como tampoco su padre el enemigo jurado de Dumbo antes que él. IHS

sábado, 10 de septiembre de 2016

EURÓFILOS CONTRA LA DEMOCRACIA

Si quieren poder entender algo de lo que he escrito líneas abajo, les recomiendo encarecidamente que lean la siguiente noticia de prensa atentamente:


Como puede observarse -siempre que hayan seguido mi consejo y hayan leído el enlace anterior-, la amenaza para la democracia no son los enemigos de la UE. A partidos como el alemán AfD se los presenta como un "peligro" para la democracia, a pesar de que abogar por marcharse de la UE no implica poner en cuestión el régimen político democrático propio de cada país. Y a pesar de que la propia UE es una aberración a medio camino entre la organización internacional y el Estado compuesto que no se caracteriza por un funcionamiento interno democrático (razón por la cual muchos partidarios del "Brexit" en el Reino Unido defendieron con toda razón y buen sentido la idea de que abandonar la UE era fortalecer la democracia británica). Al final, es fácil darse cuenta de que la mayor amenaza que en Europa enfrenta la democracia (al mismo nivel que el Islam en su versión salafista) son los eurófilos partidarios de la UE hasta la esquizofrenia. Véanse si no los dos botones de muestra que aparecen en la noticia adjunta.

En primer lugar, los eurófilos creen que es legítimo que los representantes del pueblo pasen por encima de él a fin de impedirle "hacer locuras", lo que queda muy en plan "todo para el pueblo, pero sin el pueblo", como en los días del llamado Despotismo Ilustrado. No me lo invento, porque en la propia noticia se hace referencia a la posibilidad de que el Parlamento británico se limpie el trasero con los resultados del referéndum popular sobre la UE, que avalaron el llamado "Brexit". ¿Que no nos gustan los resultados electorales? ¡Al cuerno con ellos! Esto es terrible, porque el mensaje que se envía a quienes nos oponemos a la UE es el mismo que Maduro envía a la oposición en Venezuela: que no importa lo bien que los euroescépticos podamos desempeñarnos en las elecciones, porque ninguna mayoría absoluta, por abrumadora que sea, servirá para cambiar las cosas en la dirección que nosotros queremos (que podrá ser equivocada, pero no es ilegítima ni atentatoria contra la democracia).

En segundo lugar, me produce espanto que se le quiera dar buena prensa a una persona que, si no he leído mal, aboga porque el voto por medio del cual los parlamentarios deberían adoptar una decisión sobre una cuestión tan trascendental como lo es la de la permanencia en la UE sea secreto. Lo que es la destrucción misma de la democracia, que no solo se basa en elecciones, sino en elecciones LIBRES por medio de las cuales los electores votan por los candidatos en virtud, entre otras cosas, de la opinión que les merece su actividad pública. ¿Cómo formarse una opinión sobre lo que hacen por nosotros nuestros representantes si no se nos permite conocer qué votan en un Parlamento?

Ya me parece malo querer subvertir en el Parlamento la decisión popular, que creo que de ordinario debería ser irrevocable (excepto por el propio pueblo). Pero reconozco que si un diputado británico vota contra el Brexit de manera pública exponiéndose a la ira de sus electores, yo podré considerar que se equivoca y que no deberían darle la oportunidad de pasar por encima del pueblo, pero al menos lo respetaré. Porque como mínimo me demostrará que tiene coraje y determinación en la defensa de sus convicciones, y que está dispuesto a pagar un precio político por permanecer fiel a las mismas. En cambio, a un atajo de cobardicas de mierda que se cagan encima ante la posibilidad de perder sus cargos en las próximas elecciones y que esperan librarse del castigo -justo o injusto, pero democrático- de sus electores a través de un recurso tan burdo como el de ocultarles el sentido de su voto sobre cuestiones candentes, sencillamente es que no se los puede respetar. Por cobardes y porque no es aceptable que el pueblo soberano acepte un tratamiento propio de la plebe más sumisa. Y que conste una cosa: lo mismo exactamente pensaría también de partidarios del "Brexit" que, si el resultado hubiera sido otro, pretendieran pasar por encima de la voluntad popular de modo tan sibilino.

Por eso yo no respeto a Gina Miller, y repudio sus nefastos propósitos que más que eurófilos cabe denominar "euromaníacos", como con acierto hace el censurado Pío Moa allí donde se lo publica. Del mismo modo que rechazo de plano que se nos quieran vender la ruindad y la cobardía como ejemplos a seguir, o como características deseables en nuestros representantes. IHS

miércoles, 31 de agosto de 2016

CONSTITUCIÓN DE 1978: MALA TÉCNICA JURÍDICA Y ESTANCAMIENTO POLÍTICO



Aunque todavía es demasiado pronto como para afirmar rotundamente nada al respecto, parece perfectamente posible que España se enfrente a la tercera convocatoria electoral en apenas un año. Sin duda alguna, de la vieja política cabe esperarlo todo, y la nueva no parece tampoco ser ajena a los cambalaches ni a los peores usos de la que la ha precedido. Así pues, de nada tendríamos que sorprendernos si, finalmente, tiene lugar algún tipo de arreglo de última hora en virtud del cual nuestra crisis política recibe algún tipo de salida que desencalle la situación y permita que alguien (casi con toda seguridad el PP) gobierne España. Al menos por algún tiempo.


Qué destacar del momento político que vivimos? Son quizá muchas las cuestiones que merecerían atención. Por un lado, llama la atención como PODEMOS, el tercer partido político nacional, ha estado desaparecido en combate a lo largo de toda la primera parte de la legislatura. Yo no sé si son imaginaciones mías, pero a Pablo Iglesias Turrión de Suchard apenas si se lo ha visto ni oído desde su grave fracaso del pasado 26 de junio. También me llama la atención la escasa predisposición del PP a mover ficha. Puedo entender que Rajoy quiera permanecer a toda costa al frente del Gobierno, pero me sorprende que dentro del PP no hayan surgido voces sugiriendo la conveniencia de desprenderse de un político que claramente constituye un obstáculo de primera magnitud a las negociaciones con vistas a conformar un nuevo Ejecutivo. Del mismo modo que me quedo mirando cómo los secesionistas (especialmente los del PDC, ERC y la CUP) no aprovechan un escenario que, de ordinario, favorecería que el proceso independentista tomara impulso.

Empero, si hay algo que me sorprende y me choca profundamente, es el hecho de que la gravísima crisis política que padece España no motive en ninguna parte una reflexión acerca de hasta qué punto a nuestro país le conviene seguir manteniendo el sistema político del que nos dotó el nefasto constituyente de 1978. Al fin y al cabo, si vivimos instalados en la paranoia a raíz de la posibilidad de que se convoquen sucesivamente nuevas elecciones, ¿no es eso única y exclusivamente culpa del art. 99.5 de la Constitución? Y si nos lamentamos de que nuestro Gobierno no pueda ejercer plenamente sus funciones, ¿no es al menos en parte eso culpa del art. 101 de ese mismo texto -aunque, siendo honestos, la culpa principal recae en en los apartados 3, 4, 5 y 6 del art. 21 de la Ley 50/1997, o "Ley del Gobierno"-? ¿Por qué nadie pone en cuestión la forma en que funciona el proceso de investidura del Presidente del Gobierno español? Es más, ¿por qué nadie pone en cuestión la necesidad de que exista un proceso de investidura o de que limitemos estúpida y arbitrariamente los poderes del Gobierno mediante la figura jurídica tan contraproducente e inexistente en otras democracias del Gobierno en funciones? Se hace referencia al hecho de que contados dos meses desde el día de hoy tocaría convocar elecciones, y de que si no es investido un Gobierno no es posible que el actual en funciones presente un proyecto de Presupuestos Generales del Estado. Pero a nadie se le ocurre plantear si tiene sentido que nuestra Constitución y la Ley del Gobierno establezcan esta desfachatez.

Yo no soy precisamente fan del parlamentarismo, al que me opongo por considerar preciso establecer una separación clara de los poderes ejecutivo y legislativo en virtud de la cual el acceso a la jefatura del primero sea completamente independiente de la elección por el pueblo del segundo (de modo que, como sucede en países como EEUU, sea posible que distintas corrientes políticas controlen los distintos poderes del Estado). Ahora bien, si lo que queremos es mantener el parlamentarismo, parece claro que podríamos estructurarlo mucho mejor de lo que lo está actualmente. Bastaría con establecer para la investidura procedimientos de votación simultánea de candidatos como el previsto en Asturias (en virtud del cual o se vota a un candidato o se vota a otro, de manera que si uno no es elegido forzosamente lo es su contrincante excepto en caso de empate -para el cual siempre se puede prever mecanismos por medio de los cuales romperlo-), o con establecer la elección automática del candidato del partido más votado en caso de que ninguno otro alcance el apoyo de la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Es más, podría hacerse algo incluso mejor: abolir la investidura y dar paso a un sistema como el británico en virtud del cual se entienda que el Gobierno mantiene la confianza del Parlamento en tanto dicha confianza no sea expresamente revocada (manteniendo validez la confianza parlamentaria manifestada en su día al Gobierno con independencia de que el Parlamento se haya o no renovado). Del mismo modo, y si bien la figura del Gobierno en funciones la contempla la propia Constitución, un simple cambio en la Ley del Gobierno podría poner fin a las limitaciones impuestas al Gobierno en funciones en relación al Gobierno que todavía goza de la confianza parlamentaria (limitaciones que, en un escenario en el que consideraramos que la confianza parlamentaria se concede por tiempo indefinido hasta que el propio Parlamento la revoque expresamente, perderían hasta el último resto de razón de ser justificativa de su existencia).

Todo esto podría hacerse, e incluso creo que cabría pensar que al hacerlo se concitase un acuerdo amplio de las fuerzas parlamentarias. Al fin y al cabo, es difícil creer que la situación hoy reinante pueda beneficiar a los partidos políticos. Empero, es verdad que a nuestra clase dirigente lo que le gusta es chalanear y dedicarse a la política en su concepción más baja de mera competición por la conquista y/o reparto del poder. Y, si bien el dedicarse a sus quehaceres favoritos no es en absoluto incompatible con el establecimiento de otro marco jurídico-político más sensato en virtud del cual evitáramos una situación de zozobra institucional que atraviesa España en este momento, también es cierto que el establecimiento de procedimientos tendentes a evitar puntos muertos como éste al que hemos llegado perjudicaría a los partidos en al menos un sentido. Y es que les privaría de un arma que imagino que será importante a la hora de presionar a sus contrapartes para sacar lo más posible de las negociaciones que suceden necesariamente a elecciones que dan lugar a Parlamentos tan fragmentados como lo han sido los dos últimos, ya que si elimináramos las situaciones de bloqueo de la formación del Gobierno, desaparecería la posibilidad de esgrimir ese mismo bloqueo como amenaza política. Y eso me temo que implicaría por parte de nuestros partidos políticos, tanto nacionales como de ámbito territorial restringido, una renuncia que difícilmente podrían sobrellevar. Tendrían que renunciar a provocar deliberadamente la zozobra de nuestro régimen político con tal de satisfacer sus pretensiones políticas cortoplacistas del momento. ¡Demasiado pedirles!

¿O no? Hay que tener en cuenta que, en política, como en los demás ámbitos de la existencia humana, a menudo la realidad impone proceder por medio de constantes ponderaciones de bienes en conflicto. En relación con el concreto asunto que en esta entrada se debate, mi punto de vista es el siguiente: si bien es comprensible que los políticos deseen chalanear con libertad, a la vez deberían ser conscientes de que quizá no deberían hacerlo a costa de jugar con los cimientos mismos del Estado. Así pues, quizá les compensaría perder la baza de bloquear la formación del Gobierno, en la medida en que lo que perdieran de este modo lo ganarían si, como estoy seguro de que ocurriría, la imposibilidad de bloquear la formación del Ejecutivo (sumada al mantenimiento por éste en todo momento de sus poderes ordinarios) redundara en una mayor fortaleza institucional tanto de éste como del régimen setentayochista en su conjunto.

Régimen el establecido por la Constitución de 1978 que no cabe duda de que adolece de problemas como éstos por la chapucería y falta de sentido de su labor trascendental en que incurrieron todos y cada uno de los que contribuyeron a elaborar la nefasta Constitución actual. Que si no ha arruinado el país desde el minuto cero es solo porque recibió la mejor herencia posible del régimen precedente encabezado por el que sin duda es el más grande estadista que ha tenido España en al menos dos siglos: don Francisco Franco Bahamonde. De no ser por la fabulosa herencia recibida del franquismo prácticamente en todos los sentidos, probablemente el estado de cosas reinante en nuestro país ya hace tiempo que se habría degradado hasta acercarse peligrosamente a una explosiva mezcla entre disgregación y guerra civil. De hecho, es a la disgregación a lo que se aproxima a buen paso en nuestros tiempos, pese a la buena base de que partía el constituyente. Constituyente en cuyo mal hacer jurídico-técnico insisto, dado que al problema que genera nuestro estúpido sistema de investidura se suma el generado en términos de plazos por la indefinición acerca del momento a partir del cual ha de correr el plazo para convocar nuevas elecciones, caso de que no haya investidura. Indefinición que es la que ha permitido al indeseable que nos gobierna aceptar el encargo de intentar formar Gobierno a la vez que negarse a fijar un día para la investidura. Que seguramente es lo que le gustaría. Que nunca se celebrara una investidura y nunca comenzara a correr el plazo para convocar elecciones, siendo así Presidente del Gobierno en funciones con carácter vitalicio.

Siendo tan evidentes como lo son estos problemas que atraviesa España en virtud de los gravísimos defectos no ya solo de fondo, sino incluso meramente formales de los que adolece nuestra Constitución, asusta la deificación con la que a los botarates que la elaboraron les obsequian los políticos todavía menores que les han sucedido. Unos 254 de los 350 escaños de nuestro Congreso de los Diputados están ocupados por partidos que hacen de la defensa del papel histórico de Adolfo Suárez una de sus banderas y de sus señales de identidad. Y si esto es terrible, peor aún es pensar que los otros 96, si por algo critican a la Transición, es por no haber avanzado más rápido en el proceso de desmantelamiento de la mejor herencia recibida de manos del Caudillo. Los errores flagrantes de técnica jurídica como los atañentes al proceso de investidura, que en el marco de una política sana deberían en principio criticables desde cualquier trinchera política, no son objeto de debate ninguno. Seguramente porque los enemigos de este régimen en ningún caso aspiran a ser menos cutres que la Monarquía bananera que aspiran a destruir.

Sea como fuere, tanto peor para ellos. Casi lo único que me da cierta esperanza en el futuro es el convencimiento de que la opción por la chapucería deliberada, en aquellos casos en los que ni siquiera viene avalada por tradiciones de siglos, no es una opción política sensata que pueda prosperar per saecula saeculorum. Todo esto es munición política extra que se suma a la que proporciona de por sí el parlamentarismo como régimen político indeseable y socavador de sus propios fundamentos democráticos que es. Es más, creo que, bien aprovechada, es munición de primer nivel. Solo falta quién se atreva a emplearla para volarle alegóricamente los sesos a la partitocracia setentayochista que nos mal gobierna. Entre tanto, y vista la escasa predisposición de la actual [de]generación de políticos españoles a enmendar incluso los más flagrantes errores formales del constituyente, por mí podemos seguir celebrando elecciones sin fin hasta que acudir a ejercer el derecho al sufragio o abstenerse de hacerlo se convierta para la práctica totalidad de los españoles en un automatismo. ¿Quién sabe? A lo mejor se cumple el dicho en virtud del cual se afirma  que "No hay mal que por bien no venga.", y la concatenación de elecciones sin fin llega a poder ser explotada como atractivo turístico de España. Si lo que nuestra casta desea es que el país se vaya convirtiendo en una Monarquía más y más bananera, ese podría ser el mejor camino para conseguirlo. IHS

martes, 30 de agosto de 2016

ARMAS Y LIBERTAD

La gente suele cometer el error de creer que cuando no se comparte su pensamiento es porque no se ha reflexionado lo suficiente sobre la cuestión que suscita la discrepancia. Por eso muchas personas no comprenden mi posición favorable a la libertad de armas existente en países como EEUU, y probablemente más de uno y más de dos se me queden mirando como si fuera gilipollas. Sin embargo, lo cierto es que mi posición será acertada o equivocada, pero no fruto de la falta de meditación al respecto.
A lo largo de los últimos años he reflexionado mucho sobre el tema. Y veo obvio que la libertad de armas es necesaria para la pervivencia a largo plazo de la democracia. ¿Que eso puede generar un costo en vidas humanas? No lo tengo claro, ya que circulan informaciones en sentido contrario, y yo no llego a tanto como para discernir hasta qué punto unas me parecen decididamente más acertadas que las opuestas. Ya señalé en el último estado que publiqué sobre este asunto que no hay una clara correlación matemática entre la violencia armada y el estatus jurídico de las armas. Yo mismo tiendo a creer que probablemente la violencia armada en EEUU no guarda tanta relación con la cultura de las armas como con la cultura de los ghettos raciales.
Sin embargo, incluso si el aumento de pérdidas de vidas humanas fuera la consecuencia legítima de la libertad de armas, y aunque sea desgarrador hablar en estos términos, considero que cierto perjuicio para los individuos aislados que puedan sufrir las tragedias que hayan de venir es un terrible precio que no obstante vale la pena pagar por establecer una garantía mínimamente firme de que jamás seremos esclavos del poder político de la manera en que lo son los súbditos de los peores totalitarismos del mundo (todos los cuales se han cimentado siempre sobre la base del total control de armas y han estado o están obsesionados con cortar de raíz todo conato de quebrantamiento de su monopolio sobre la violencia).
Como dijera hace ya tantos años aquel gran hombre que al margen de sus humanas debilidades fue Thomas Jefferson: "Vigilia pretium libertatis" ("La vigilancia es el precio de la libertad"). Este mundo, arruinado por el ocio en que deliberadamente nos han criado nuestros gobernantes, está acostumbrado a que le resuelvan los problemas antes que hacer el menor amago de intentar resolverlos por sí mismo. Y así no es posible a largo plazo mantener a salvo nuestra libertad. No podemos fiarnos de que lo que hemos conseguido vaya a mantenerse para siempre, ni de que la democracia sea un fenómeno político irreversible, porque no lo es. ¿Cómo va a serlo, si ni siquiera hemos terminado de alcanzarla?
Al paso que vamos, no tardará mucho en convertirse en un recuerdo del pasado. No podemos seguir delegando en el poder nuestra propia responsabilidad. Un pueblo verdaderamente merecedor de la libertad no mendigaría a los políticos de turno a fin de que les den tanto lo que les corresponde por derecho como lo que desean por puro capricho. Respetando ciertos límites, se serviría él mismo lo que le resultase imprescindible en la medida en que los poderosos no se lo quisieran entregar. Empezando por la seguridad y la Justicia.
Estamos a punto de morir de sobredosis de civismo. ¡Cuánto agradecería vivir cualquier situación que me llevara a percibir que recuperamos algo de la sangre que a nuestros ancestros no tan lejanos todavía les corría por las venas! Pero claro, para que todo esto sea posible debemos estar de vuelta dispuestos a hacer valer nuestra fuerza. ¿Y cómo ocurrirá eso en el seno de una sociedad que ruega a los poderosos que limiten lo máximo posible la capacidad de respuesta del común, y que se goza viéndose inerme? Por todo ello doy tanta importancia a luchar esta batalla, y a no cejar en la reivindicación del derecho del pueblo a disponer directamente y sin intermediarios de medios armados útiles para su autodefensa. IHS