domingo, 15 de diciembre de 2013

MANDELA. EL CABALLERO OSCURO

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!


Todo el asunto este de la muerte de Mandela me ha hecho acordarme del final de "Batman. El Caballero Oscuro". Y lo que he sacado de todo esto es lo siguiente: que ni era el héroe que Sudáfrica y el mundo se merecían, ni era el que necesitaban en este momento de la Historia.

Más nos vale no conformarnos con tan poca cosa como fue Mandela en el mundo que acaba de abandonar. ¡Aspiremos a volar un poco más alto! Cuando escucho hablar de ese señor como el personaje más importante de todo el pasado siglo no sé si me voy a partir de risa o si se me va a partir el corazón de tristeza a la vista de la imbecilidad manifiesta que constantemente traslucen sus adoradores.

No voy a juzgar propiamente al personaje porque no sé si sus intenciones eran buenas o no. Así que, ante la duda, pensaré bien de él y consideraré que, aunque muy equivocado desde mi perspectiva, defendía lo que él creía mejor para su país, para África y para la Humanidad. Sin embargo, eso no justifica la miseria en la que se ha instalado en tiempo record la Sudáfrica post-apartheid. Es evidente que la tricentenaria dominación blanca fue un desastre moral para el país de Mandela (aunque es importante aclarar que no fue mala tanto por ella misma como por la poca preocupación que se mostró por la elevación cultural y moral de la mayoría negra bantúe y bosquimana a la que los bóers y anglosajones dominantes podían haber intentado educar un poquito en la tradición cultural cristiana y occidental -como hicieron, para su eterna honra, los españoles con los indios en América-). Ahora bien, no entiendo por qué nadie debería estar contento de que en Sudáfrica se haya pasado del desastre moral que supuso el apartheid al desastre material que está siendo la Sudáfrica "igualitaria" inaugurada por Mandela y regida por sucesores suyos que pertenecen al mismo partido que él. Que, por cierto, también es un desastre moral en sentidos diferentes de aquel en el que lo era antes. Mandela sustituyó la ignominia racista por la ignominia abortista (cuyas principales víctimas, por cierto, son los propios negros cuya "defensa" encumbró a la fama mundial al personaje).

Hasta hace apenas un cuarto de siglo, Sudáfrica era la mayor potencia africana y un país técnicamente avanzado que constituía un referente en muchos sentidos en el escenario internacional (¡qué duda cabe de que un régimen inmoral en ciertos aspectos puede ser encomiable en muchos otros!). Desde que "Madiba" asumió las riendas ha tenido que sufrir la ingrata experiencia de contemplar cómo los Gobiernos del Congreso Nacional Africano la han convertido en un país plagado de SIDA, de corrupción político-administrativa generalizada y de espeluznantes agresiones contra la minoría de origen europeo y éxodo cada vez mayor de la misma (lo que es malo porque, guste o no, esa minoría, además de a los tradicionales explotadores de los negros y su descendencia, engloba también dentro de sus filas a los sudafricanos más preparados, más cultos y con más dinero para invertir en el que también es su país). A lo que se suma la presencia creciente del Islam, que cada vez está más extendido en el país, con todos los problemas que eso apareja para toda sociedad, especialmente en lo que respecta al previsible aumento del odio religioso.

Y si todo lo anterior es bastante malo, también sucede que el paso de Mandela por el poder ha dado pie a una comprensible reafirmación de los negros sudafricanos en una tradición cultural por la que entiendo que puedan sentir cierto apego (al fin y al cabo, es la suya propia, y es difícil renegar de lo propio, por malo que sea), pero que a la vez es causa de su ruina como nación, hasta el punto de que lo que mejor les iría sin duda es desterrarla para siempre y sustituirla por la tradición europea y cristiana que no dudo ni por un momento que sus dominadores sajones y bóers calvinistas deberían haberles enseñado mejor (tres siglos tuvieron para hacerlo). Aunque solo sea porque estoy seguro de que esa tradición -incluso en su devaluada versión herética protestante- es la única que podría contribuir eficazmente a garantizar su propia felicidad. ¡Y no es un deshonor recibirla desde fuera! ¿Acaso no recibió Europa misma la fe cristiana (y seguramente también la civilización) del Oriente Próximo egipcio y mesopotámico? A mí esa me parece una buena razón para que el don que se nos hizo en el pasado procuráramos hacérselo nosotros a los demás pueblos. IHS

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