A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!
Todo
el asunto este de la muerte de Mandela me ha hecho acordarme del final
de "Batman. El Caballero Oscuro". Y lo que he sacado de todo esto es lo
siguiente: que ni era el héroe que Sudáfrica y el mundo se merecían, ni era el
que necesitaban en este momento de la Historia.
Más nos vale no conformarnos con
tan poca cosa como fue Mandela en el mundo que acaba de abandonar. ¡Aspiremos a volar un poco más alto! Cuando escucho
hablar de ese señor como el personaje más importante
de todo el pasado siglo no sé si me voy a partir de risa o si se me va a
partir el corazón de tristeza a la vista de la imbecilidad manifiesta
que constantemente traslucen sus adoradores.
No voy a juzgar propiamente al personaje porque no sé si sus
intenciones eran buenas o no. Así que, ante la duda,
pensaré bien de él y consideraré que, aunque muy equivocado desde mi
perspectiva, defendía lo que él creía mejor para su país, para África y para la Humanidad. Sin embargo, eso no justifica la
miseria en la que se ha instalado en tiempo record la Sudáfrica
post-apartheid. Es evidente que la tricentenaria dominación blanca fue
un desastre moral para el país de Mandela (aunque es importante aclarar
que no fue mala tanto por ella misma como por la poca preocupación que
se mostró por la elevación cultural y moral de la mayoría negra bantúe y
bosquimana a la que los bóers y anglosajones dominantes podían haber
intentado educar un poquito en la tradición cultural cristiana y
occidental -como hicieron, para su eterna honra, los españoles con los
indios en América-). Ahora bien, no entiendo por qué nadie debería estar
contento de que en Sudáfrica se haya pasado del desastre moral que
supuso el apartheid al desastre material que está siendo la Sudáfrica
"igualitaria" inaugurada por Mandela y regida por sucesores suyos que
pertenecen al mismo partido que él. Que, por cierto, también es un
desastre moral en sentidos diferentes de aquel en el que lo era antes.
Mandela sustituyó la ignominia racista por la ignominia abortista (cuyas
principales víctimas, por cierto, son los propios negros cuya "defensa"
encumbró a la fama mundial al personaje).
Hasta hace apenas un
cuarto de siglo, Sudáfrica era la mayor potencia africana y un país
técnicamente avanzado que constituía un referente en muchos sentidos en
el escenario internacional (¡qué duda cabe de que un régimen inmoral en
ciertos aspectos puede ser encomiable en muchos otros!). Desde que
"Madiba" asumió las riendas ha tenido que sufrir la ingrata experiencia
de contemplar cómo los Gobiernos del Congreso Nacional Africano la han
convertido en un país plagado de SIDA, de corrupción
político-administrativa generalizada y de espeluznantes agresiones
contra la minoría de origen europeo y éxodo cada vez mayor de la misma (lo que es malo porque, guste o no, esa minoría, además de a los tradicionales explotadores de los negros y su descendencia, engloba también dentro de sus filas a
los sudafricanos más preparados, más cultos y con más dinero para
invertir en el que también es su país). A lo que se suma la presencia creciente del Islam, que cada vez está
más extendido en el país, con todos los problemas que eso apareja para toda sociedad, especialmente en lo que respecta al previsible aumento del odio religioso.
Y si
todo lo anterior es bastante malo, también sucede que el paso
de Mandela por el poder ha dado pie a una comprensible reafirmación de
los negros sudafricanos en una tradición cultural por la que entiendo
que puedan sentir cierto apego (al fin y al cabo, es la suya propia, y
es difícil renegar de lo propio, por malo que sea), pero que a la vez es causa de su ruina como nación, hasta el punto de que lo que mejor les iría sin duda es desterrarla para siempre y sustituirla por la tradición europea y cristiana que no dudo ni por un momento que sus dominadores sajones y bóers calvinistas deberían
haberles enseñado mejor (tres siglos tuvieron para hacerlo). Aunque solo sea porque estoy seguro de que esa tradición -incluso en su devaluada versión herética
protestante- es la única que podría contribuir eficazmente a garantizar
su propia felicidad. ¡Y no es un deshonor recibirla desde fuera! ¿Acaso
no recibió Europa misma la fe cristiana (y seguramente también la
civilización) del Oriente Próximo egipcio y mesopotámico? A mí esa me parece una buena razón
para que el don que se nos hizo en el pasado procuráramos hacérselo
nosotros a los demás pueblos. IHS
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