martes, 15 de octubre de 2013

VIOLENCIA Y CRISTIANISMO

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER! 

Hace no mucho, tuvo lugar un intercambio de palabras en Facebook en el que se trató acerca de la posición del cristianismo ante la violencia. Es para mi un motivo de alegría poder decir que mi interlocutor se condujo en todo momento haciendo gala de un respeto exquisito hacia mi persona. Si todos los enemigos de la Iglesia (al igual que ciertos falsos "amigos" de la misma) hicieran otro tanto, sería mucho más fácil coexistir y hasta construir cosas buenas en compañía de ellos. Además de eso, es incuestionable que la persona con la que trataba del tema decía verdad cuando sostenía que el mensaje cristiano es eminentemente pacífico. Pero a esa afirmación creo que me corresponde hacerle una importante matización. Que no va dirigida tanto a los paganos como a muchos cristianos que han degradado la fe de sus padres dando cabida a concepciones ultrapacifistas (propias más de aspirantes a hacer de éste el mundo de Yupi que de personas verdaderamente interesadas en acceder al Paraíso cristiano) según las cuales la violencia es ilícita siempre. Bobadas que hoy en día puede oírse hasta en boca de algunos de nuestros obispos y cardenales.

Aunque ciertamente la doctrina cristiana supera de modo radical el concepto hebraico de la Ley del Talión ("ojo por ojo, diente por diente"), es erróneo pensar que Jesús no tolerase comportamientos violentos bajo ningún concepto o que la religión católica excluya en todo caso el uso de la fuerza. Por el lado de Cristo, baste recordar la manera en que el Señor la emprendió a golpes contra los puestos de los mercaderes que habían hecho del Templo de Dios una especie de cajero automático de la época. Por el lado de la Iglesia, ésta siempre ha creído en el concepto de guerra justa. Teoría que hasta ha aplicado en la práctica (Vg.: las Cruzadas); aunque al hacerlo no siempre los responsables eclesiásticos a los que les ha tocado determinar si un concreto conflicto se encuadraba o no dentro de los de esta categoría hayan actuado con demasiado acierto o buena voluntad (lo que no quita para reconocer que tampoco siempre han actuado erróneamente o con mala voluntad, ni movidos por el fanatismo o la codicia -como hoy se piensa-).

Finalmente, y por si todo lo anterior no fuera suficiente, acudiré a la propia Biblia para defender mi concepción acerca de estas cosas. El Cristo de los Evangelios enseña que cuando una persona nos abofetea en una mejilla, estamos oblgados a presentarle la otra; que cuando un hombre nos arrebata la túnica, debemos darle también el manto; y que si un hombre nos fuerza a caminar con el un trecho, hemos de caminar con él el doble. En ningún momento se dice que después de la segunda bofetada tengamos por qué permitir que nos pateen los huevos; ni que tengamos que permitir que nos obliguen a desnudarnos; ni que cuando un hombre nos obligue a caminar con él tengamos que acompañarle a dar la vuelta al mundo.

Todo eso es muy importante. Sin duda alguna, Dios nos pide que seamos pacientes y mansos ante la agresión, y que no aprovechemos la primera excusa que se presenta para dar rienda suelta a la ira (ni siquiera cuando se nos ofende fehacientemente). Pero al mismo tiempo queda implícitamente claro que para todo hay un límite (y es que ni una sola de las palabras de Cristo que aparecen en los Evangelios se pronunciaron por pronunciar).

Negar la existencia de límites al principio general de la no violencia es tergiversar y deformar gravemente el concepto cristiano de mansedumbre. Y sería tanto como dar a entender que la Iglesia de Cristo reprueba que una persona ejercite su derecho a la legítima defensa disparando a otro ser humano que saca el revolver para liquidarlo; o que un miembro de las fuerzas especiales abata a un terrorista islámico con el fin de evitar su autoinmolación y la consiguiente muerte de inocentes en un atentado; o que un hombre cualquiera defienda a su hija o novia o hermana o madre o a cualquier mujer desconocida de un intento de violación; o que un católico actue violentamente para impedir la profanación o los atentados contra la Sagrada Forma. Lo que, sencillamente, no tiene nada que ver con el hermoso e infinitamente sabio mensaje del dulce Jesús.

De hecho, ¡muy poco dulce sería Jesús si nos obligase a pasar por determinados tragos amargos sin poder hacer uso de ningún mecanismo que impidiera eficázmente que los amigos de Satanás nos introdujesen a la fuerza su asqueroso aceite de ricino infernal en el gaznate! ¡Gracias a Dios, el cristianismo que nos enseña la Iglesia y que procede de Jesucristo nada tiene que ver con el buenismo bobo de nuestra era! IHS

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