A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!
Hace
no mucho, tuvo lugar un intercambio de palabras en Facebook en el que se
trató acerca de la posición del cristianismo ante la violencia. Es para
mi un motivo de alegría poder decir que mi interlocutor se condujo en
todo momento haciendo gala de un respeto exquisito hacia mi persona. Si
todos los enemigos de la Iglesia (al igual que ciertos falsos
"amigos" de la misma) hicieran otro tanto, sería
mucho más fácil coexistir y hasta construir cosas buenas en compañía de
ellos. Además de eso, es incuestionable que la persona con la que
trataba del tema decía verdad cuando sostenía que el mensaje cristiano
es eminentemente pacífico. Pero a esa afirmación creo que me corresponde
hacerle una importante matización. Que no va dirigida tanto a los
paganos como a muchos cristianos que han degradado la fe de sus padres
dando cabida a concepciones ultrapacifistas (propias más de aspirantes
a hacer de éste el mundo de Yupi que de personas verdaderamente interesadas en acceder al Paraíso cristiano) según las
cuales la violencia es ilícita siempre. Bobadas que hoy en día puede
oírse hasta en boca de algunos de nuestros obispos y cardenales.
Aunque ciertamente la doctrina cristiana supera de modo radical el
concepto hebraico de la Ley del Talión ("ojo por ojo, diente por
diente"), es erróneo pensar que Jesús no tolerase comportamientos
violentos bajo ningún concepto o que la religión católica excluya en
todo caso el uso de la fuerza. Por el lado de Cristo, baste recordar la
manera en que el Señor la emprendió a golpes contra los puestos de los
mercaderes que habían hecho del Templo de Dios una especie de cajero
automático de la época. Por el lado de la Iglesia, ésta siempre ha
creído en el concepto de guerra justa. Teoría que hasta ha aplicado en
la práctica (Vg.: las Cruzadas); aunque al hacerlo no siempre los
responsables eclesiásticos a los que les ha tocado determinar si un
concreto conflicto se encuadraba o no dentro de los de esta categoría
hayan actuado con demasiado acierto o buena voluntad (lo que no quita
para reconocer que tampoco siempre han actuado erróneamente o con mala
voluntad, ni movidos por el fanatismo o la codicia -como hoy se
piensa-).
Finalmente, y por si todo lo anterior no fuera
suficiente, acudiré a la propia Biblia para defender mi concepción
acerca de estas cosas. El Cristo de los Evangelios enseña que cuando una
persona nos abofetea en una mejilla, estamos oblgados a presentarle la
otra; que cuando un hombre nos arrebata la túnica, debemos darle también
el manto; y que si un hombre nos fuerza a caminar con el un trecho,
hemos de caminar con él el doble. En ningún momento se dice que después
de la segunda bofetada tengamos por qué permitir que nos pateen los
huevos; ni que tengamos que permitir que nos obliguen a desnudarnos; ni
que cuando un hombre nos obligue a caminar con él tengamos que
acompañarle a dar la vuelta al mundo.
Todo eso es muy
importante. Sin duda alguna, Dios nos pide que seamos pacientes y mansos
ante la agresión, y que no aprovechemos la primera excusa que se
presenta para dar rienda suelta a la ira (ni siquiera cuando se nos
ofende fehacientemente). Pero al mismo tiempo queda implícitamente claro
que para todo hay un límite (y es que ni una sola de las palabras de
Cristo que aparecen en los Evangelios se pronunciaron por pronunciar).
Negar la existencia de límites al principio general de la no violencia
es tergiversar y deformar gravemente el concepto cristiano de
mansedumbre. Y sería tanto como dar a entender que la Iglesia de Cristo
reprueba que una persona ejercite su derecho a la legítima defensa
disparando a otro ser humano que saca el revolver para liquidarlo; o que un miembro
de las fuerzas especiales abata a un terrorista islámico con el fin de
evitar su autoinmolación y la consiguiente muerte de inocentes en un
atentado; o que un hombre cualquiera defienda a su hija o novia o
hermana o madre o a cualquier mujer desconocida de un intento de
violación; o que un católico actue violentamente para impedir la
profanación o los atentados contra la Sagrada Forma. Lo que,
sencillamente, no tiene nada que ver con el hermoso e infinitamente
sabio mensaje del dulce Jesús.
De hecho, ¡muy poco dulce sería
Jesús si nos obligase a pasar por determinados tragos amargos sin poder
hacer uso de ningún mecanismo que impidiera eficázmente que los amigos
de Satanás nos introdujesen a la fuerza su asqueroso aceite de ricino
infernal en el gaznate! ¡Gracias a Dios, el cristianismo que nos enseña
la Iglesia y que procede de Jesucristo nada tiene que ver con el
buenismo bobo de nuestra era! IHS
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