A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!
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Hoy
voy con un texto extremadamente interesante que me ha hecho pensar en
algo en lo que nunca había reparado. Hoy día es habitual descalificar
del modo más ignominioso, ruin y subnormal la impresionante empresa
colonizadora y civilizadora que España le regaló al mundo durante el
periodo en que mantuvo bajo su dominio político la América que descubrió
Cristobal Colón para los Reyes Católicos allá por el glorioso y
decisivo año del Señor de 1492. Sin embargo, es llamativo que incluso
los que valoramos en su justa medida el beneficio inconmensurable que el
Descubrimiento supuso para la entera Humanidad analizada en su conjunto
solemos reconocer y aceptar que la palabra "Descubrimiento" solo tiene
sentido que sea usada aplicada a los españoles, europeos y el resto de
habitantes del Viejo Mundo en general. Habitualmente se dice que carece
de sentido emplear esta expresión en relación con los indios, pues las
innumerables naciones indígenas ya llevaban miles de años establecidas
en los continentes americanos antes de la llegada de la Pinta, la Niña y
la Santa María.
Pues el caso es que ya las primeras líneas del
escrito cuyo enlace os dejo al final de este estado echan por tierra del
todo esa tonta teoría, incidiendo sobre una faceta del Descubrimiento
en la que incluso aquellos a los que nos gusta la Historia pensamos
demasiado poco: el escaso conocimiento que los mismos nativos americanos
tenían del continente que llevaban habitando desde hacía ya entonces
incontables milenios. A diferencia de lo que sucedía en Europa y el
resto del Viejo Mundo civilizado, los indios no sabían apenas nada, no
ya de sus descubridores, sino hasta unos de otros.
A un inca un
maya no le sonaba de nada. Ni a un maya un azteca. Ni a un azteca un
caribe. Ni a un caribe un mapuche. Ni a un mapuche un jíbaro. Ni a un
jíbaro un iroqués. Ni a un iroqués un esquimal. Ni a un esquimal un
taíno. Ni a un taíno un chibcha. Ni a un chibcha un indio-pueblo. Así
pues, lo que sucedía entre los indios (que en general solo conocían a
sus vecinos inmediatos, y más bien escasamente -pues cuando coincidían
con ellos no solía ser en circunstancias amistosas de esas que permiten
estudiarse mutuamente-) era radicalmente contrario a lo que desde
tiempos romanos nos encontramos en Europa, que lo sabía todo de sí misma
y mucho de las otras regiones del mundo, y que no perdió del todo el
conocimiento de las otras culturas del Viejo Mundo ni siquiera durante
la Edad Media y el aislamiento a que nos sometió la presión musulmana
sobre los territorios de la Cristiandad y el bloqueo que los mahometanos
nos impusieron hacia el Este.
Y
ésta es una razón importante por la que, si bien tiene sentido hablar
de los europeos como una unidad cultural consciente de su propia
existencia; esto mismo no se puede decir de los indios americanos. No
tenían ni repajolera idea de las enormes similitudes existentes ente
ellos, porque sabían de sus hermanos de raza tan poco como los propios
europeos de antes del Descubrimiento. No es exageración el afirmar que
no pasaría mucho tiempo antes de que los descubridores españoles y el
resto de Europa supiéramos bastante más de los pueblos indios de lo que
conocía cada pueblo indio singularmente considerado de las demás tribus
de su continente.
Tampoco es que pudiese esperarse otra cosa de
un conjunto de pueblos que no disponían de animales de tracción como el
caballo que -además de para trabajar el campo- pudiesen servir de
montura a las personas, y que por desconocer desconocían hasta la rueda
(y por ende los medios de locomoción derivados de la misma).
Evidentemente, cuando no es posible recorrer las distancias de otra
manera que caminando es muy difícil que nos consigamos poner en contacto
los unos con los otros.
Que
no nos sorprenda pues el hecho de que, a la llegada de los españoles,
los indígenas no tuviesen ni la menor idea de cómo se estructuraba en un
sentido geográfico su propio continente, y que no se haya oído jamás
hablar de grandes viajeros indios de tiempos precolombinos que marchasen
a lo lejos para conocer tierras lejanas y las culturas diversas del
continente por puro deseo de aumentar el conocimiento que su propia
nación tenía de los pueblos que la rodeaban y de otros más lejanos. Los
únicos intercambios culturales de los que tenemos noticia son los que
tuvieron lugar al abrigo de las guerras que libraban con armas de
madera, hueso y piedra; de las conquistas; y de las grandes migraciones.
Aunque
claro, es normal que no tengamos noticia ni la tengan ellos. Al fin y
al cabo, ¿de qué hubiera servido que alguien se hubiese pateado el
continente de arriba a abajo y de Este a Oeste antes de Colón? No
existía ninguna escritura a través de la que registrar nada de lo que
hubiera conocido ese anónimo Marco Polo indio. Es tan sencillo como que
la misma Historia de América empieza el 12 de octubre de 1492.
Todo
eso sin contar que al instalarse en América sus primeros pobladores
perdieron todo recuerdo de la Siberia de la que procedían, por lo que se
puede decir que más que descubrir nada -pues "descubrir" un territorio
es algo más que instalarse en él- olvidaron todo lo que dejaron atrás.
Cosa que no critico. Aunque solo sea porque, teniendo en cuenta las
circunstancias de aquella época, ¿cómo los siberianos que cruzaron el
estrecho de Bering habrían podido volver sobre sus pasos, y qué razón
habrían tenido para hacerlo, siendo como era la tierra a que llegaron
mucho más templada y agradable -al menos a poco que avanzaron hacia el
Sur- que la que abandonaron?. Pero que impide que hablemos del
"Descubrimiento" indio de las Américas, y que nos obliga más bien a
hablar, como yo acabo ya antes de indicar, del "Olvido" indio del Viejo
Mundo. Que bien podría considerarse el mayor olvido de la Historia de la
Humanidad.
En ese sentido, es importante hacer mención del hecho
de que es evidente que los indios se quedaron progresivamente más y más
boquiabiertos a medida que fueron conociendo mejor y en mayor
profundidad la cultura extremadamente superior de los españoles que se
convertirían en sus señores tras la Conquista. Quizás por eso su
sujeción fue tan fácil, sin que fueran necesarios ejércitos de ocupación
ni ninguna política de terror sistemático de ningún tipo para mantener
la hegemonía española sobre esos territorios (aunque sin duda en eso
jugaron mayor papel aún las enfermedades nuevas traídas por los europeos
que diezmaron a la población indígena y sumieron en la postración a los
supervivientes). Y tan seguro como lo antedicho es que debió de
parecerles igual de interesante empezar a conocerse por fin los unos a
los otros. ¡Y todo gracias a España! Que es el sujeto político que ha
puesto en contacto permanente a más pueblos entre todas las que han
pasado por la Historia. Roma incluída.
Es triste que no nos demos
cuenta de la grandeza de nuestra propia obra en América. La empresa
civilizadora que llevamos ahí a cabo durante los siglos que perduró
nuestro Imperio supera todo lo visto antes y después en los anales de la
Historia humana, incluyendo la obra civilizadora de la Romanización y
la obra evangelizadora de la primera Cristianización del Mediterráneo.
Fundamentalmente porque la Hispanización de América llevó a esa Tierra
las dos revoluciones que sus pueblos tenían pendientes: tanto la de la
cultura y la técnica como la del espíritu.
Como para que luego
mucho paleto aquí se asombre cual Cletus versión hispana de las glorias
de la civilización de los bárbaros sajones (que son unas cuantas
-especialmente por el lado de unos EEUU cuya existencia se debe a España
incluso más que al Reino Unido-, y también de notable entidad, pero que
palidecen ante una hazaña como la realizada por España en el Nuevo
Mundo que ella creó del otro lado del Atlántico). Lo peor de todo es que
los mismos palurdos que se hacen el culo coca-cola con los dos o tres
topicazos que conocen de la Historia británica y estadounidense se
atreven a denigrar los más gloriosos hechos protagonizados por esa
Hispanidad de la que tan orgullosos deberían sentirse. Pese a su
decadencia y a la amenaza de ruina general del país. De la que solo la
confianza en el Dios al que otrora tan bien servimos -mejor seguramente
que cualquier otra nación pasada o presente- podrá librarnos... ¡He dicho! IHS
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