domingo, 27 de octubre de 2013

UN CATÓLICO ANTE LA PENA DE MUERTE

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Me guste o no, estoy obligado a reconocer que desde hace tiempo la Iglesia Católica se muestra cada vez más reacia a avalar la aplicación de la pena de muerte. Sin embargo, la enseñanza católica no pone en duda que pueden darse situaciones excepcionales en las que no haya otro remedio que aplicarla (Vg.: rebelión armada o sedición contra un Gobierno legítimo).

En definitiva, que la postura mayoritaria hoy día dentro de la Iglesia de Cristo es contraria a la aplicación ordinaria de una pena que no tiene vuelta de hoja. Yo, siendo consciente de que, efectivamente, la muerte no puede remediarla más que Dios, creo no obstante en la aplicación de la pena de muerte movido por el ánimo de cumplir el deber que yo considero que tenemos los cristianos de hacer Justicia. No veo por qué si podemos "robarle" a un ladrón imponiéndole la restitución de lo robado o una multa penal compensatoria -además de la correspondiente pena de cárcel- no habríamos de poder "asesinar" a un asesino (el entrecomillado obedece, lógicamente, a que no creo que en ninguno de los dos casos estemos ni ante un robo ni ante un asesinato por parte de una sociedad que lo único que hace es defenderse de los que la agreden sin derecho ninguno que asista su nefasto proceder). Si podemos dejar aparentemente de cumplir el "no robarás" en el primer caso no veo razón alguna para pretender que en la segunda hipótesis no podemos actuar aparentemente en contra del "no matarás".

Sobre todo, creo que si nos es lícito matar a buenas personas en la guerra alegando tanto nuestro derecho a la legítima defensa como nuestros compromisos con la seguridad nacional y la defensa del país al que servimos en el campo de batalla; hemos, aunque solo sea por respeto a las personas a las que matamos sin que realmente lo merezcan en absoluto, de plantearnos seriamente si no es necesario (para guardar la proporcionalidad en la que se basa el concepto mismo de la Justicia) que nos deshagamos de los sujetos que claramente han protagonizado crímenes que no sea desproporcionado castigar con la muerte. Con toda sinceridad, si dejo vivir a un pederasta que ha violado a un niño recién nacido (perdón por lo truculento del ejemplo, pero hay veces que para que se lo entienda a uno bien desde el principio conviene ponerse en lo peor), no es correcto pedirme que tenga alma para ejecutar a un sedicioso ni para dar muerte en el frente de guerra a soldados de un ejército enemigo.

Concluyendo, que considero que amplios sectores de la Iglesia -que, por desgracia, son los dominantes desde hace decenios- yerran profundamente en este punto. Y, peor aun, el problema no es que esos sectores discrepen. Al fin y al cabo, hablamos acerca de un tema que no está cerrado a nivel doctrinal -que yo sepa, la Iglesia no ha emitido pronunciamientos infalibles que obliguen ni que prohiban tajantemente a un católico ser partidario de la pena de muerte en caso de delitos de extrema gravedad-, lo que significa que, a diferencia de lo que sucede con el matrimonio gay, el aborto o la ordenación sacerdotal de mujeres -que jamás podrán ser aceptados desde un punto de vista católico-, el de la pena de muerte es un tema que lícitamente puede ser sometido a discusión por quienes creemos en la Iglesia. Yo soy el primero en reconocer que hay argumentos válidos para oponerse a la pena de muerte en tanto que cristiano, aunque personalmente no los comparta. Lo que no creo que se pueda es excomulgar a nadie y negarle su catolicidad en base al mero hecho de mostrarse partidario o detractor de la aplicación proporcionada de la pena de muerte.

Lo verdaderamente trágico para mi en relación a las opiniones que en ámbitos eclesiales se sostienen en relación con la pena de muerte y con el Derecho Penal en general está en el hecho de que dentro de la Iglesia muchos de los que se oponen a la pena de muerte están imbuídos del espíritu de este mundo apóstata que los rodea y que ha trocado la Justicia en reinserción. Y no es que la reinserción sea mala per se (al contrario, yo soy partidario de la misma siempre y cuando sea aplicada con moderación). Pero, sin duda, puede llegar a ser en extremo nociva si se lleva al extremo de pretender que escoria humana como el Rafita y demás asesinos de Sandra Palo tienen derecho a ella, hayan hecho lo que hayan hecho, obviándose de ese modo toda necesidad de reparación a los afectados por los delitos -como hoy sucede-, y echándose por tierra toda idea de Justicia entendida como retribución positiva por las buenas acciones y negativa por las malas. Aplicada esa lógica a los asuntos celestes, todos irían al cielo, y yo esa trola no me la creo, y procuro insistir en su falsedad a los chicos a los que me ha tocado instruir en los cinco años que llevo de catequista. E, igual que no me creo el cuento ese del cielo abierto de par en par a los peores elementos de la Historia de la Humanidad, con el mismo Satán compadreando con el Señor nuestro Dios; tampoco acepto que me den lecciones acerca de nada personas que, diciéndose católica, niegan no ya la pena de muerte (cosa que cualquier católico puede hacer sin ningún problema, si su corazón se lo dicta), sino incluso toda idea de retribución lícita a los delincuentes por el mal que éstos han realizado (contraviniendo la Tradición y el Magisterio de veintiún siglos, así como a las propias Escrituras y a la más natural intuición de cualquier persona dotada de normal discernimiento a la que un entorno inadecuado no haya corrompido el alma), y que se permiten el lujazo de acusar a quienes la defienden de "judíos del Segundo Templo" obsesionados con la venganza y partidarios de la Ley del Talión. IHS

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