viernes, 31 de agosto de 2012

BREVE EXPLICACIÓN DEL SISTEMA DE ELECCIÓN PRESIDENCIAL EN LOS ESTADOS UNIDOS

Estamos en 2012. Para quien no lo sepa, eso significa que éste es un año electoral en los EEUU. Bueno, la verdad es que en ese país prácticamente todos los años son electorales en algún sitio. Se vota prácticamente todo. Su sistema no es nada perfecto, pero cumple de sobra los requisitos mínimos que he expuesto en artículos anteriores al objeto de poder considerarlo una democracia. De momento, quizá la norteamericana sea el único régimen política merecedor de ese nombre que existe sobre la Tierra.

Los EEUU no son solo excepcionales por ser una democracia. También son excepcionales por el éxito que, considerados en su conjunto, han tenido en el mundo a lo largo de su no demasiado larga Historia como federación de naciones soberana e independiente. Han pasado, en doscientos treinta y seis años, de ser una pequeña confederación integrada por 13 Estados casi independientes, ninguno de ellos demasiado grande; a constituir una poderosa Unión Federal de Estados claramente sujetos a la autoridad del conjunto -pese a lo cual mantienen el núcleo básico de su libertad-, algunos de ellos más grandes que cualquier nación europea (que no sea, lógicamente, la inabarcable Rusia). Han pasado de ser un país insignificante a convertirse en la mayor de todas las potencias sobre la Tierra. Son hoy día el motor cultural, político y económico del mundo occidental en pleno, con no poca influencia también fuera de Occidente. En definitiva, que sus elecciones presidenciales pueden no afectarnos directamente, pero merecen atraer aunque solo sea un poquito nuestro interés, pues de su resultado depende el rumbo que tomarán no pocos asuntos que inciden sobre la estabilidad de todo el globo.

Así pues, voy a dedicar el presente post a explicar como funcionan las elecciones presidenciales, y de paso, el tinglado institucional a nivel federal en ese país.

Comenzar diciendo que en los EEUU se cumplen todas las condiciones que, a mi entender, permiten hablar sin temor a errar de la existencia de una auténtica democracia. Se celebra prófusamente elecciones, rige la separación de poderes, y el sistema electoral en ningún caso es proporcional (salvo excepciones puramente testimoniales, casi siempre locales -Vg.: ayuntamiento de Cambridge, en Massachussets-). El poder judicial es independiente (no quiero decir con ésto que sea imparcial, porque eso es imposible, dado que todos tenemos nuestros prejuicios), dado que, si bien a los jueces de la Corte Suprema los designa el Presidente, su mandato es vitalicio, igual que el de los demás jueces federales. Así pues, el carácter vitalicio de sus cargos los hace en la práctica impermeables a las presiones procedentes de la Casa Blanca, que puede indignarse con sus elegidos, pero nada más.

El poder legislativo es también independiente. Está en manos del Congreso, al que a su vez lo componen dos cámaras diferenciadas: la Cámara de Representantes y el Senado. Las dos cámaras son prácticamente iguales en poder (aunque el Senado actualmente y desde hace mucho se suele considerar más prestigioso que la Cámara de Representantes). Lo que las diferencia es su composición.

La Cámara de Representantes la compone un número variable de Representantes. Actualmente son 435. Esos 435 representantes se reparten entre los 50 Estados, y a cada Estado le corresponde un número de Representantes proporcional a su población. Así, California, el Estado más poblado, tiene ella sola más de 50 Representantes; mientras que Alaska y Delaware, los Estados menos poblados, tienen solo uno cada uno de ellos. Con cada nuevo censo de la población que se hace, cambia el reparto de los Representantes entre los diversos Estados. Cada Estado, tras el nuevo censo que establece los Representantes que le tocan, se divide en tantas circunscripciones o territorios (a fines electorales, no administrativos ni de ningún otro tipo) como Representantes le corresponden. El día de las elecciones a la Cámara de Representantes, que se elige toda del vuelta cada dos años, cada circunscripción elige a su Representante (lógicamente, al Representante lo vota solo la gente de su circunscripción no la gente de todo el Estado).

La Cámara de Representantes existe para que los Estados más grandes puedan hacer valer su tamaño en la toma de decisiones. Es normal. No sería justo que, siendo los Estados que más contribuyen a la Unión, eso no les reportase ninguna ventaja.

El Senado es más fácil. Hay dos Senadores por cada Estado, y no hay más que hablar. California tiene dos Senadores, del mismo modo que Alaska o Delaware tienen dos Senadores cada una. No se divide el Estado en circunscripciones, sino que todos los ciudadanos del Estado eligen a sus dos Senadores por igual. Puedes votar por un Senador republicano y uno demócrata, o por dos de un solo color político. El mandato de los Senadores es de 6 años, mucho mñas extenso que el de los Representantes. Además, el Senado se renueva por tercios cada dos años (razón por la cual ningún Estado elige nunca a la vez a sus dos Senadores). De este modo, siempre que se renueva la Cámara de Representantes, se renueva un tercio del Senado. Lo que tiene el inconveniente de que el Senado no suele responder a la situación real del país, dado que siempre hay puestos que fueron elegidos dos o cuatro años antes del momento en que se eligen los últimos. De manera que se retarda la evolución política del país, dado que, por popular que en un momento dado sea un partido político, le es muy difícil ganar la mayoría en el Senado si en la anterior elección obtuvo un resultado excesivamente malo.

Dejando a un lado el defecto descrito, lo cierto es que el Senado existe para que, pese a las diferencias en términos de tamaño, población e Historia de cada Estado, prevalezca el principio de su igualdad esencial. Son 50 Estados soberanos (aunque sin derecho a la secesión unilateral, luego su soberanía está limitada). y, como tales, ninguno es más digno que otro, lo que corresponde que se vea plasmado de algún modo.

Está visto que el sistema de elección de los Congresistas es mayoritario en ambas cámaras. Me remito a lo expuesto en artículos anteriores en relación al hecho de que esto, sin ser lo ideal, es siempre preferible a los sistemas electorales proporcionales por lista que secuestran la voluntad del pueblo para el provecho de las castas parasitarias (que son los que anegan a la mayoría de los Estados europeos). Muchas son las cosas del sistema electoral de los Estados Unidos que no me gustan, aunque no da tiempo a exponerlas aquí. Pero quienes denuncian a éste sistema por estar en manos de los ricos hombres y del gran capital y por instrumentalizarse al servicio de la marginación de las minorías nos engañan a todos cuando pretenden que el remedio al posible problema (que, aunque en cierto grado existe, es a menudo menos agudo de lo que sostienen sus acérrimos detractores a ambos lados del Gran Charco Atlántico) pasa por convertir a unas potenciales o supuestas marionetas en manos de oscuros poderes fácticos de índole privada en seguros peleles en manos de una nada etérea partitocracia como la que sufrimos los europeos (lo que seguro sería el destino que aguardaría a la gran nación estadounidense en caso de decidir despeñarse por la misma pendiente suicida por la que llevamos decenios cayéndonos los europeos).

Ahora por fin toca abordar la cuestión de la elección presidencial, que es la que motiva principalmente esta entrega del blog. Ahora comprenderéis que no podíamos tocarla sin antes hacer mención a los otros poderes, y, en concreto, al legislativo (el judicial no hacía falta, pero decidí mencionarlo siquiera brevemente por aquello de no dejarlo descolgado).

Al Presidente de los EEUU lo elige un Colegio Electoral. Ese Colegio Electoral lo integran delegados de cada Estado. Cada Estado tiene derecho a tantos delegados como Congresistas tiene en el Congreso (esto es, tantos delegados como Representantes y Senadores lo representan en las respectivas cámaras). Por lo tanto, California es el Estado que más delegados tiene, y Delaware o Alaska los que menos. Como existen 435 Representantes y 100 Senadores, el total de delegados integrantes del Colegio Electoral es de 538 (los 535 Congresistas y tres delegados que elige el Distrito de Columbia).

Cada Estado decide cómo se reparten esos delegados en las elecciones, como forma de hacer valer su soberanía. Las leyes de casi todos los Estados establecen que el candidato a la presidencia que gana en el Estado se lleva todos los delegados, aunque gane por un voto. Eso es lo que explica que, en una elección presidencial, pueda ganar un candidato que pierda en votos. Lo que importa no es cuantos votos recibes, sino cuántos Estados te apoyan. Aunque nos choque desde una perspectiva europea y esencialmente unitaria, esto es justo. Un candidato puede ganar las elecciones solo porque en el Distrito de Columbia (no soberano) el apoyo está muy descompensado en su favor. Pero puede perder por poco en todos los Estados. Globalmente, gana las elecciones en votos. Pero están contra él absolutamente todos los Estados que componen la Unión. Idea que a cualquiera que entienda que EEUU es más una asociación de naciones que una nación al estilo en que las entendemos en Europa le resultará en extremo repugnante. ¿Cómo tolerar un sistema en virtud del cual todas las naciones asociadas rechazan a un candidato y, aún así, éste es elegido Presidente?

Volviendo al tema que nos interesa, lo cierto es que, para ganar las elecciones, un candidato tiene que alcanzar la mayoría absoluta de los delegados. Si nadie alcanza la mayoría absoluta de los delegados, cosa que solo ha ocurrido una vez en la Historia (en las elecciones de 1824), gana las elecciones el candidato elegido por la Cámara de Representantes, que no tiene porque ser el ganador (puede ser cualquiera de los que han conseguido delegados para el Colegio Electoral).

A modo de curiosidad, decir que no existe la obligación jurídica de que los miembros del Colegio Electoral voten por un candidato. Así pues, en ocasiones un miembro del Colegio Electoral ha votado por otro candidato que no era el suyo. Aunque esto nunca ha provocado una alteración en la elección, el caso es que es un dato pintoresco a tener en cuenta (es una de las razones por las que servidor vería bien que se aboliese el Colegio Electoral, institución totalmente inútil).

De hecho, la abolición de la esclavitud en los Estados Unidos habría sido mayormente impensable en el país de no mediar el sistema electoral. Pues en los Estados libres del Norte no todo el mundo era abolicionista, mientras que en los Estados esclavistas del Sur nadie ponía en cuestión la institución de la esclavitud -que erróneamente entendían vital para su supervivencia económica-. Lincoln ganó las elecciones en votos y escaños, pero si ganó en votos fue solo porque el esclavista Partido Demócrata de entonces no fue capaz de encontrar un candidato común que le hiciese frente. El más grande de los Presidentes de los Estados Unidos fue elegido con el menor porcentaje de votos de toda la Historia (39'6%, cuando lo normal es que el candidato perdedor saque por lo menos el 45% de los votos). Eso da una idea del apoyo que tenía el Partido Republicano (que, aunque esto pocos europeos lo saben, nació con el específico fin de abolir la esclavitud en todo el territorio de la Unión Federal). Pero, aunque los demócratas hubiesen presentado un único candidato y este se hubiese hecho con el voto de todos los que votaron por Lincoln, éste seguiría habiendo ganado las elecciones (pese a tener al 60'4% de los electores en contra).

Parece injusto. Pero os invito a que lo reflexionéis bien, sobre la base de lo que os voy a decir. Los Estados libres eran mucho más poblados que los Estados esclavistas. Así pues, tenían muchos más delegados en el Colegio Electoral. Lincoln ganó en todos los Estados libres, salvo en Nueva Jersey. Lógicamente, ganó obteniendo porcentajes que en casi ningún caso rebasaron el 60% de los votos -si es que eso sucedió en algún Estado-. Por el contrario, en los Estados esclavistas, en la parte podrida y tumefacciosa de los Estados Unidos, corrompida por el terrible mal de la esclavitud (y encima, pese a ser cada vez más minoritaria, sobrerrepresentada en el Colegio Electoral, pues su peso era superior al número de electores, dado que los esclavos negros privados del derecho al voto -y, en verdad, de todo derecho- contaban en los célebres 3/5 para el cálculo del tamaño de la representación en la Cámara de Representantes y en el Colegio Electoral), el de Illinois apenas obtuvo algo más de 1000 votos. ¿Esa terrible y fanática aversión que hacia Lincoln y el Partido Republicano sentían los Estados del Sur debía condenarlo a no poder nunca ganar unas elecciones? Según muchos pedantes críticos europeos, si. Desde mi punto de vista no.

Pues no debemos olvidar jamás que hablamos de Estados soberanos, y no de regiones ni municipalidades en última instancia subordinadas al interés general y a una única soberanía nacional (como sucede con las Comunidades Autónomas o las municipalidades en España y en los Estados no federales). La elección por sufragio universal directo está bien donde solo hay una única soberanía, no donde hay varias, que por más que se inclinen ante la soberanía principal, tienen derecho a hacerse oir y a pesar a la hora de conformar ésta última. Así es como yo lo veo.

Evidentemente, con eso no quiero decir que sea partidario de un sistema confederal en el que cada nación asociada tenga un voto. Una federación no es propiamente una nación, sino una asociación de naciones. Pero no de naciones esencialmente independientes como lo siguen siendo unas naciones confederadas, sino una sociedad de naciones parcialmente integradas, con vocación de perdurar en el tiempo. Por eso el sistema de elección presidencial estadounidense está bien planteado. Para ser Presidente, es preciso contar con el apoyo de al menos una parte significativa de las entidades federadas que componen el país, pero no necesariamente de la mayoría, porque el sistema tiene en cuenta el hecho de que unos Estados pesan más que los otros y amontonan una proporción mayor de la población. En definitiva, que el sistema que se establece es de corte federalista. Imperfecto, sin duda, pero mucho mejor que las alternativas que la mayoría de los que están disconformes con él proponen que lo sustituyan.

Pues nada, esto es todo. Un fuerte abrazo a los lectores, y el siguiente mensaje: GOD BLESS AMERICA! ¡Y QUE NO SE OLVIDE DE ESPAÑA, QUE QUIZÁ AHORA MISMO NOSOTROS TENEMOS MÁS NECESIDAD DE ÉL! IHS

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