viernes, 14 de septiembre de 2012

TRASCENDENCIA DE LA PRÓXIMA ELECCIÓN PRESIDENCIAL ESTADOUNIDENSE

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

El próximo 6 de noviembre, los Estados Unidos elegirán al hombre que presidirá esa gran nación. Las opciones están entre repetir el ticket ganador de 2008 (formado por el celebérrimo Barack Hussein Obama, y por el menos conocido vicepresidente Joe Biden), del Partido Demócrata; o concederle una oportunidad a la candidatura del Partido Republicano, integrada por Mitt Romney, el mormón multimillonario ex-gobernador de Massachussets, y por Paul Ryan, el candidato católico y simpatizante del movimiento libertario Tea Party, al que el anterior ha elegido como su hombre para la vicepresidencia.

Para quienes no sean estadounidenses debe de ser difícil no ya elegir un candidato favorito, sino sencillamente entender por qué deberían tener uno. Los Estados Unidos son la potencia más importante del globo, pero para muchos eso no significa que el hecho de que uno u otro individuo se siente en el Despacho Oval haya de importarnos particularmente. Yo, sin embargo, no comparto esa opinión, dado que siempre ha existido cierta interrelación cultural entre las naciones, más si cabe cuando se forma parte de un mismo bloque cultural. En los últimos tiempos, la relativa globalización que ha experimentado la economía ha llevado a una poco paulatina consolidación de dicha tendencia. No debe olvidarse, asimismo, que la atracción cultural entre semejantes suele darse de modo desparejo. Es el menos poderoso y dinámico el que más fácilmente se deja sugestionar por el que se sitúa por encima, y no viceversa. Prueba empírica de la verdad de mis afirmaciones lo es el hecho de que los últimos decenios de Historia de Occidente han consistido (y no solo en Occidente) en una progresiva y constante americanización de nuestro modo de vida.

La deriva que tomen los EEUU puede marcar de manera trascendental no solo sus relaciones con el Viejo Continente, sino hasta el mismo devenir de los acontecimientos que se vayan sucediendo en el mismo.

En ese sentido, yo si tengo un candidato favorito en estas elecciones. Aunque, por desgracia, no se ha encaramado a tal condición por sus logros, sino por los peligros y deméritos graves que concurren en la persona pública del rival. No estoy con Mitt Romney, sino que me situo radicalmente en contra de todo lo que representa Barack Hussein Obama. A quien tengo por el presidente más pernicioso que ha parido la Historia de los Estados Unidos desde los días de James Buchanan -quien quiera saber que tengo contra Buchanan, que consulte en un manual de Historia estadounidense-.

En efecto, Barack Hussein Obama me parece que es un presidente que levanta dudas imperdonables relativas a su pasado e ideas políticas y religiosas. Pero que a este hecho, bastante malo de por si, suma una serie de realizaciones nefastas a través de las cuáles parece pretender ir sembrando de despropósitos el hasta ahora globalmente fructífero campo del futuro estadounidense.

En cuanto al primer apartado, Barack Hussein Obama es un presidente que no solo ha coqueteado en su juventud con ideas socialistas y antioccidentalistas bastante contrarias a los valores que han hecho grande a la Unión Federal norteamericana; sino que además, aunque no se atreva a reivindicarlos demasiado abiertamente, tampoco parece haberlos abandonado. Asimismo, Barack Hussein Obama es un presidente nieto de un keniata musulmán practicante y polígamo. Esto no demuestra nada acerca de su persona, pero es evidente que según la Sharía, el hijo de un musulmán es un musulmán, y así todos su descendencia hasta el fin del mundo (de modo que, aunque Barack Hussein Obama se defienda alegando que su padre era ateo, el caso es que para los musulmanes su padre era musulmán, y el también es musulmán, y musulmanas son Malia y Sasha -las dos adorables hijitas del presidente a las que éste regaló un perro tras ganar las elecciones-). Y también es evidente que, aunque es risible la idea de que a Obama nadie pueda obligarle a practicar el Islam, ni condenarlo a muerte por apostasía en caso de no hacerlo; tampoco es que sus discursos sobre religión -especialmente los que versan sobre la religión musulmana- o su política anti-israelí contribuyan a despejar las dudas acerca de si no nos estará engañando a todos y simpatizará con la fe de ese engendro despreciable de ser humano que era Mahoma en un grado más elevado que el que reconoce (que ya es demasiado alto) y, sobre todo, superior al que se puede confesar en un país como los EEUU. En realidad, lo que gestos como esos -o como la famosa reverencia ante el emir de Arabia Saudí, sin duda el más teócrata jefe de Estado de todo el globo-, lo que tienen más bien es el efecto de potenciar y dotar de credibilidad a las sospechas más siniestras entre las que penden encima del personaje acerca de su relación con la aborrecible religión del Islam.

Respecto de sus políticas prácticas, éstas no son precisamente como para que tiremos cohetes en su honor, sino en todo caso contra él. Básicamente, sus políticas, aparentemente poco fructíferas (más aun si se tiene en cuenta que prometió el oro y el moro -nunca mejor dicho- en la brillante campaña a través de la cual consiguió su incontestable elección en 2008) han consistido en echar sobre la tierra de EEUU los cimientos sobre los que construir el mismo edificio ruinoso que denuncié en la anterior entrega de este blog y que putrefacta la vitalidad y lastra el dinamismo y el porvenir del antaño glorioso e imbatible continente europeo. Y la clave de dicha empresa de demolición de los valores americanos está en su reforma sanitaria. Que, aunque en modo alguno llega a instituir una sanidad universal como la que existe en el continente europeo, avanza mucho en esa dirección. Como nunca se atreviera a hacerlo ni siquiera Franklin Delano Roosevelt. Y que, además, se permite imponer a los ciudadanos la contratación de un seguro, incluso en contra de su voluntad. Esta es una práctica a la que los europeos -debido a nuestra mentalidad de siervos feudales- nos hemos acostumbrado -igual que en su día estábamos acostumbrados a que nuestros nobles satisficiesen sus más inconfesables apetitos mediante el uso impropio del cuerpo lozano de las más jóvenes y bellas de nuestras hijas (es el problema de acostumbrarse tan fácilmente a cualquier cosa), sin que muchos de los afectados se rebelasen ni lo más mínimo contra dichas prácticas-. Estamos, efectivamente, acostumbrados a que el Estado omnipotente nos imponga contrataciones privadas contra nuestra voluntad. Pero esto es cosa que nunca se ha estilado en EEUU, por aquello de que se entiende que la libertad del ciudadano está por encima de esto. Muchos de los que critican el modelo social estadounidense lo hacen alegando que es cruel, y que resulta ridículo que la nación más rica no sea aquella en la que sus ciudadanos mejor vivan -en términos materiales- del mundo. Lo que a mi me parece ridículo es que aquí haya alguien que se atreva a presumir de nuestro modelo, que constituye un clamoroso desafío a la racionalidad, por aquello de que es de todo punto de vista insostenible.

Llegados aquí reitero algo que ya he dicho en otras ocasiones: el Estado Social es malo en la práctica, pero ambién en la teoría. No se trata solo de que es per se infinanciable, ni de que en la práctica las políticas chorras o de ingeniería social gubernamentales en Europa lo hacen aun más insoportable para las arcas públicas. Se trata de que, aunque se tratase de un Estado perfectamente financiable, es un Estado indeseable. No en el mismo grado que el Estado socialista, pero pese a todo si en un grado nada desdeñable. Hablamos de un Estado que parte de presupuestos filosóficos que revelan total falta de respeto por la persona y sus posibilidades. De un Estado que nos considera menesterosos, y que no cree en las posibilidades de éxito de los individuos a partir de su solo desenvolvimiento. De un Estado que tutela a todos, a los más aventajados y a los menos aventajados, y que en el caso de los primeros no contribuye nada a que desarrollen las capacidades que les permiten posicionarse de manera ventajosa respecto de los demás. De un Estado que puede ser conducido con honradez, pero que es muy fácil de instrumentalizar para crear redes clientelares que sostengan a castas políticas ciertamente ineficientes en el poder, mediante la distorsión de la verdadera opinión que el pueblo tiene sobre las cosas en cada momento.

Sin duda alguna, el Estado Social (que no se a cuento de qué algunos se empecinan en llamar "del Bienestar", cuando si por algo ha destacado es porque ha contribuído a reducirlo como ninguna otra cosa) no contribuye a fomentar entre los hombres el deseo de responsabilizarse en la medida correspondiente de sus asuntos individuales. Y esto tiene sus claros efectos políticos. Ningún hombre con sentido común negaría que la desresponsabilización en cualquier aspecto de la vida contribuye a alentar la despreocupación por cualquiera de los aspectos de la vida en general. Sobre todo cuando no es consecuencia del propio trabajo, sino que viene regalada desde el poder. La democracia requiere de una mínima dosis de responsabilidad ciudadana, y el Estado Social echa por tierra fácilmente cualquier esfuerzo de la gran mayoría en ese sentido. Andalucía es, en ese sentido, un grotesco ejemplo representativo de hasta dónde puede hacer degenerar una sociedad el Estado Social. Quienes aquí padecemos el yugo del que históricamente ha sido el peor partido en el mal (por más activo, aunque en los últimos tiempos está perdiendo su ventaja a ritmo acelerado) de los dos que se reparten los cargos públicos de importancia en este país (no es un secreto que me refiero al PSOE), sabemos perfectamente de lo que estamos hablando.

Por eso resulta particularmente triste que una gran nación como son los EEUU, históricamente ajenos a la deriva del Viejo Continente, decidan voluntariamente precipitarse por esa insana pendiente de lóbrega apatía. Ya decía Tocqueville que la democracia, lejos de ser débil, alcance niveles de fortaleza inimaginables en una oligarquía. Europa vive en una oligarquía. Y a nuestros gobernantes se les nota el miedo. ¿A qué? ¡Pues a que nos demos cuenta y actuemos en consecuencia para derrocarlos! En cambio, quienes gobiernan en democracia pueden temer por la impopularidad de algo que vayan a hacer, pero no tanto nunca por su legitimidad (y eso que a menudo hacen barbaridades, porque la cultura de la opulencia mórbida de Europa va unida a una cultura de la muerte de la que en modo alguno se ven libres los EEUU, para la desgracia común de todo Occidente). La americana es la única nación democrática sobre la Tierra. Razón por la que sus errores son más graves, porque no son producto de la tiranía de uno, sino de la falta de correcto discernimiento de muchos. En ese sentido, el hecho de que EEUU pudiera caer en la trampa del Estado Social es particularmente trágico. No tanto por lo irreversible. Como son una democracia, eso implica que pueden revocar libremente sus decisiones. Pero, si deciden transitar ese sendero de perdición, es evidente que no puede esperarse que lo hagan sin pagar un alto precio: el de la progresiva degradación de la calidad de su democracia (que ya actualmente es muy imperfecta).

Eso sería malo para ellos. Pero a nosotros podría sentenciarnos. Pues sobre nosotros es sobre quienes pende la Espada de Damocles, y nosotros somos quienes podemos necesitar ayuda de afuera para liberarnos de las cadenas con que nuestros peores enemigos amenazan oprimirnos. Aunque en relación con este asunto no voy a extenderme. Sobre esto habrá entradas para dar y tomar. ¡Palabra!

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