domingo, 23 de septiembre de 2012

UNA GRANDEZA OLVIDADA DE LA PASADA HISTORIA DE ESPAÑA

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Estamos en el año 2012. Casi constantemente recibimos un bombardeo incesante de propaganda dedicado a exaltar la Constitución de Cádiz de 1812, con motivo del bicentenario de la aprobación de la misma. No hay unanimidad en torno de la misma, porque en ninguna cuestion histórica es posible conciliar la totalidad de las posturas en torno de un único punto de vista. Pero la mayoría de quienes hacen referencia a la Constitución de Cádiz (popularmente conocida como "la Pepa") la rememoran en términos elogiosos, considerándola un precedente de la actual aprobada en 1978.

Desde mi punto de vista, la Constitución de 1812 es digna de ser contemplada con los mejores ojos. Se la critica mucho, especialmente en ambientes ultramontanos o ridículamente tradicionalistas, que la desprecian por haber servido para introducir en España los "males" del liberalismo. También tenemos a otros que la desdeñan desde ciertos ámbitos académicos, tachándola de retrógrada y conservadora (fundamentalmente por la cuestión del fuerte confesionalismo católico de que hace gala el texto constitucional gaditano), y sosteniendo que el verdadero acto fundacional del constitucionalismo español es el que lleva a la elaboración, en 1808, de la Constitución de Bayona (más bien carta otorgada, al ser impuesta por voluntad de José I Bonaparte, el rey fantoche y celebérrimo Pepe Botella, hermano del gran Napoleón). Yo creo que, no siendo perfecta la Constitución de 1812, fue mejor de lejos que las posteriores, y vino a demostrar que no necesitábamos de la conquista francesa para dotarnos de un régimen de libertades que superase el degenerado marco del Antiguo Régimen (que entonces creo que ya había aportado todo lo que podía aportar, y que llevaba cerca de dos siglos sin aportar realmente nada nuevo y bueno, lastrándonos más cuanto más tiempo permanecíamos bajo su nefasto imperio).

Sin embargo, la cuestión de 1812 no es aquella de la que quiero hablar. No quiero dedicarle hoy espacio a aquello de lo que ya otros muchos y mejor documentados hablan más que yo. Quiero hablar de un evento cuyo aniversario no celebramos este año (ni ninguno) como es debido. Deseo dedicarle aunque solo sea un sentido recuerdo y una breve semblanza a uno de los sucesos más importantes de toda la Historia de España. A un suceso más importante que la Constitución de 1812. No porque esta no tenga importancia, pues sin duda alguna la tiene como primer antecedente constitucional patrio; sino porque el suceso de que hablo fue la reparación de un grave hecho anterior que puso en grave peligro la existencia de nuestra patria, por lo que en si mismo contribuyó enormemente a restablecerla y a que se configure de la forma que hoy conocemos. Ese gran evento fue la batalla de las Navas de Tolosa, de la que se cumplían el pasado 16 de julio el octavo centenario.

Las Navas de Tolosa congregaron a tres de los cinco reyes cristianos de la Península. Acudieron Alfonso VIII de Castilla, Pedro II el Católico de Aragón, y Sancho VII el Fuerte de Navarra. No acudieron ni Alfonso II de Portugal ni Alfonso IX de Aragón, por pequeñas rencillas territoriales que tenían ambos monarcas con el castellano; pero si que acudieron combatientes de ambos reinos, así como de toda Europa (no en vano el Papa había elevado aquella campaña al grado de Cruzada, razón por la que los monarcas portugués y leonés no se atrevieron a torpedear la empresa abiertamente, pues eso les habría significado la excomunión). Acudieron a luchar contra el emir de los almohades, entonces en su maximo esplendor, al-Nasir, al que la Historia ha deparado el ser conocido con el sobrenombre de Miramamolín. Y, aunque al principio de la batalla llegó a parecer que los almohades podían llevarse del campo de combate una gran victoria, al final fueron los españoles los que derrotaron completamente a los andalusíes, cuyo poder militar no se recompuso desde entonces, lo que abrió las puertas a la plena recuperación de España para la Cristiandad (que aun tendría que esperar dos siglos y medio pasados para ver del todo expulsados a los moros del territorio español).

A menudo se ha considerado la batalla de las Navas de Tolosa como la Batalla a secas, con mayúscula, por entenderse el evento clave de la Reconquista de los territorios arrebatados tras la conquista islámica. En verdad, muchos creen que con las Navas de Tolosa queda cerrado el periodo de la Reconquista. No lo veo así. Creo que la Batalla ha de ser evaluada no tanto por lo que se consiguió como por lo que se evitó. Aunque clave en el proceso histórico de Reconquista, la batalla de las Navas de Tolosa por si sola no explica el avance posterior, ni fue el último evento de importancia. El verdadero cierre militar de la Reconquista está en la batalla del Salado, de 1340, que es la que definitivamente aborta toda posibilidad de invesión musulmana desde el norte de África. Así pues, ¿qué es lo que creo que debe valorarse por encima de todo al tratar la Batalla?

Pues que nos evitó una reedición de la catástrofe de Guadalete, que en 711 abrió al Islam las puertas de la Península. Que destruyó a un ejército que no se defendía, sino que atacaba. Y que si hubiera vencido habría podido arruinar en muy poco tiempo todos los logros cosechados por la empresa de la Reconquista en los siglos precedentes. Los muyahidines que combatían por el Miramamolín no pensaban en defender Al-Ándalus de los embates de los reyes cristianos de España, sino destruir y anexionar toda ésta, e incluso todo el Occidente, de serles posible. Magna empresa para la que, no obstante, parece ser que los almohades se consideraban capacitados al abrigo de la fe en Alá, en ese desgraciado diosecillo que Mahoma vendió a los suyos y que siempre está sediento de sangre.

Porque les dimos en las narices a lo grande, como nadie (con la excepción de Juan III Sobieski, ese glorioso polaco tan universal como el mismo Juan Pablo II) ha conseguido darle en las narices al Islam. Por eso aquella glorioso fecha merece ser siempre conmemorada en medio de gran jolgorio popular y de innumeables alabanzas a los héroes reconquistadores que tomaron parte en tan fructífera gesta. Sin lo que sucedió el 26 de julio de 1212, es difícil imaginar que nunca hubiese sucedido lo del 2 de enero de 1492. ¡Y mucho menos lo del 12 de octubre de aquel magnífico año! Por eso es una vergüenza que el año pasado los desgraciados que nos gobiernan (y no se salva nadie) conmemorasen la victoria musulmana en Guadalete, que sirvió para destruir nuestra patria casi por completo; y que en cambio nadie haya movido un dedo para que las Navas de Tolosa sean celebradas como corresponde. Y para celebrar ese imponderable acontecimiento, no basta con hacerlo una vez por siglo. Lo que a mi me molesta no es que no se celebrase este año, sino que no se celebre a lo grande todos los años. Por eso, afirmo ante todos los lectores que no debemos descansar hasta que la fecha que no conmemoramos este año llegue a ser declarada fiesta nacional, con más razón de la que habría para hacer lo mismo con el 19 de marzo (aniversario de la Constitución de 1812). ¿Que hay demasiadas fiestas? ¡No importa! Si hay que prescindir de alguna menos importante se prescinde. Por la parte que a mi me corresponde, no me importaría lo más mínimo tener que trabajar el 6 de diciembre.

Un abrazo a todos los lectores, y la bendición del Padre para los gloriosos héroes de las Navas de Tolosa. ¡ARRIBA ESPAÑA!

(Para algunos esto es franquismo casposo y barato, y patrioterismo de la peor especie, pero para mi esto es un sincero arrebato de amor a la tierra que me vio nacer y entre cuya gente he crecido. ¡He dicho!)

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