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domingo, 2 de febrero de 2014

DEFENDIENDO A FRANCO

Se hablaba de Woody Allen, de quien se comenta que presuntamente ha abusado de una hija suya. Entonces yo hice este comentario:

"Lo triste del caso es que la depravación que se le atribuye (como también la judicialmente probada de Roman Polanski) no es óbice para que este director de cine sea admirado y homenajeado por millones de personas. Si toleramos eso, no sé por qué no tolerar los homenajes que en las Provincias Vascongadas les hacen los batasunos a los presos etarras. IHS"

Al tiempo, ví publicada esta respuesta, que empezaba de un modo enteramente inaceptable:

"Igual que Franco fue de las peores cosas que le sucedió a España y aun así hay que agradecerle el sistema sanitario/educativo que hoy día tenemos (perdón, que teníamos hasta hace un par de años). Igual que hay políticos a los que jamás en mi vida votaré, pero aun así admito que son grandes en su trabajo. Yo a Polanski como persona lo encerraría hasta que no viera más la luz, pero como director es impecable.
Allen... es que no me gusta su cine, simplemente xD
"


Aquella referencia a Franco era una tontería demasiado grande como para que yo permaneciera impasible. De manera que la respondí del siguiente modo:

"Desde luego, ningún católico que conozca mínimamente la Historia reciente de nuestro país afirmaria que Franco fuera de lo peor que le sucedió a España. Es más, afirmo abiertamente lo contrario. Yo le considero de lo mejor que le ha pasado al país en los últimos dos siglos. Y no solo porque protegió a mis correligionarios de la mayor persecución religiosa desatada en tiempos modernos contra la Iglesia (lo que me lleva a afirmar sin duda ninguna que habría estado a favor de su bando en la Guerra Civil aunque solo fuera por mero instinto de supervivencia). Sino también porque fue un gobernante cuyo periodo de Gobierno está plagado de logros impresionantes. El mito de su "crueldad" obedece más a los prejuicios y a la ignorancia histórica de la gente que a la realidad. Sus métodos obedecían a la situación del momento, y sus pecados no son peores que los que cualquier otro habría cometido en su situación. Seguramente hasta sean de menor entidad. Por todo ello me he sentido inclinado a no dejar el desacertado comentario que precede al mío sin respuesta. IHS"

La contestación no me pareció demasiado mal. Podía interpretarse tanto de un modo razonable como de un modo más bien hasta despectivo para con uno mismo:

"Exacto. Acabas de demostrar la fuerza de mi argumentación."

Pero, en cualquier caso, había que dejar claro un punto, que era el que había motivado el alargamiento de la discusión. ¡Había que defender el honor de Franco y la justicia y moralidad de su persona y de su causa! Eso hice:

"Desde cierta perspectiva comprendo que lo creas así. Y hasta puede que sea verdad lo último que comentas. Pero insisto en poner de relieve mi mayor discrepancia contigo, porque no pienso ni siquiera que Franco fuera un personaje malo del que salieron cosas buenas. Creo que fue una persona moral, y un líder político decente. Por ello no me sorprenden ni sus decisiones acertadas ni sus políticas benéficas y exitosas. IHS"

Entonces llegó una respuesta que verdaderamente he sentido como un insulto. Que es el arma que utilizan los paganos y los que les bailan el agua cuando no tienen ningún razonamiento inteligente que oponer a lo que sea que dicen los creyentes y los defensores de la Verdad:

"(Hitler también) "

Como no sabía qué responder, pues seguramente el seso no le daba para mucho más, quiso dejarme de nazi a los ojos de los que lean esa conversación. El diálogo se alargó varias intervenciones más. Pero ahora no voy a escribir lo que le respondí, sino lo que pensaba responderle, que considero es más útil de cara a defender la figura de Franco de comparaciones odiosas con otros dictadores.

Mi idea era responder a la mujer ésta que su respuesta era una majadería. Y las razones de que así sea son las siguientes:

1ª) Hitler no salvó a ninguna comunidad de un exterminio indiscriminado e inmotivado, todo lo contrario (quiso provocarlo él mismo y lo llevó a cabo, para desgracia de la Humanidad, con demasiado éxito). Hitler estableció un régimen totalitario allí donde Franco estableció una dictadura de corte clásico (que en aquellos tiempos no era algo demasiado anormal -muchos tienden a olvidar, en su ignorancia, que los sistemas basados en las elecciones son una cosa muy reciente en casi todas partes-).

2ª) Hitler agredió a los que no le agredieron ni le amenazaban en nada allí donde Franco se defendió de los que acosaban a su bando y a la gente que compartía sus ideas desde el nacimiento mismo de la malograda II República.

3ª) Hitler destruyó un sistema más o menos libre (como era la Alemania de Weimar) allí donde Franco cortó de raíz la transición propulsada por el Gobierno frentepopulista de España hacia el otro totalitarismo que ha llenado de horror y de muerte el siglo XX: el socialista.

Ahora, por continuar defendiendo a Franco de la mala prensa que inmerecidamente se le ha creado, insistiré en la idea de que el Caudillo fue un gobernante prodigioso como pocos ha habido en la Historia reciente del país. Solo Cánovas del Castillo podría comparársele, y quizá ni siquiera él. Expondré algunos de los logros de Franco (que algunos achacan al mucho tiempo que gobernó, como si otros gobernantes que se han eternizado en el poder -caso de los hermanos Fidel y Raul Castro en Cuba- hubiese consechado éxitos comparables):

1º) Derrotó al totalitarismo socialista en la Guerra Civil y luego durante el maquis; evitó que el país entrase en una ruinosa II Guerra Mundial.

2º) Amplió enormemente la infraestructura sanitaria española -aunque, paradójicamente, no le aplaudo la introducción en el país de la Seguridad Social, a la que esencialmente soy contrario-.

3º) Consiguió reducir el analfabetismo -que cuando llegó estaba todavía ampliamente extendido- en las nuevas generaciones a niveles marginales. A la muerte del dictador la gente aún analfabeta era gente mayor educada generalmente en periodos anteriores a 1939.

4º) Protagonizó un crecimiento económico vertiginoso de España -que durante años fue la economía que creció a mayor velocidad de Europa, y una de las que más crecieron del mundo-, lo que se tradujo en un descenso de la emigración española al extranjero a partir de la década de los 60, amén de en un paro marginal -como para que nuestros actuales dirigentes tomaran nota-.

5º) Trajo al país una estabilidad política que no había conocido desde los días de Carlos III; mantuvo el tamaño del Estado -hoy en día hipertrofiado hasta el extremo- reducido a unos niveles que yo habría procurado reducir bastante más, pero que no dejaban de ser bastante aceptables.

6º) Defendió la vida manteniendo la prohibición de ese nefasto crimen que es el aborto, y apoyó a la familia con medidas bastante más vigorosas de las que se ha enseyado después a través de la concesión de premios a la natalidad (aunque en este apartado, su logro es más por comparación con lo que se ha hecho después -torpedear a la familia-, que por lo que realmente supuso lo que consiguió -que es mucho menos de lo que yo creo tendría que hacerse por las familias-).

Asimismo, es un hecho que Franco encarriló no pocos de estos logros ya antes incluso de la década de los 60, pese al aislamiento internacional tan rígido que sufrió España en aquellos años. Como también lo es el que durante el franquismo los presos políticos eran solo una minoría de la totalidad de los reclusos, y que entre esos presos no había prácticamente ni un solo demócrata -pues en general se trataba de presos que pertenecían a organizaciones totalitarias como el PCE, cuando no a grupos terroristas como la ETA o el FRAP-. El balance es tal, que lo normal no es que, como sucede hoy día, los que no lo odian se muestren indiferentes ante su figura. Lo normal sería que se lo homenajease año tras año, y que le dedicase por lo menos un día de fiesta.

¿Que Franco hizo todo aquello matando gente? Esa es una objeción subnormal. Cuando coexisten dos bandos, basta con que uno no quiera la paz para que la guerra se torne inevitable. Franco no quiso el conflicto, ni quisieron tampoco la Guerra Civil la gran mayoría de quienes lucharon en su bando. Fueron sus enemigos (y muy especialmente el PSOE) los que la provocaron consciente y deliberadamente. Y todo porque, en su soberbia, aquellos locos no se pararon a pensar que de la contienda igual podían salir derrotados ellos (como, afortunadamente, sucedió). Proceder el de las fuerzas políticas marxistas igualito, por cierto, que el de Hitler al provocar la II Guerra Mundial.

En resumidas cuentas, que es un hecho que Franco y su dictadura hicieron matar después de la Guerra Civil, y seguramente no siempre a culpables. Pero para mí es importante hacer ver hasta qué punto esto no tiene nada de particular, analizado con perspectiva histórica. No existe ningún régimen político no democrático que pueda sostenerse sin el recurso a la coerción física más o menos constante, al menos potencial. En esas condiciones es prácticamente imposible no equivocarse nunca (en el sentido de que alguna vez sufrirán personas que no merecen sufrir). Por eso, en toda etapa de la Historia en la que las circunstancias obligan a que la democracia deba ser dejada de lado por ser imposible practicarla de manera estable, la violencia política ejercida por el poder es algo que va de suyo (así que, en el momento en el que se asume que no era posible la democracia en la España de aquellos años, no tiene sentido escandalizarse del hecho de que muriera gente bajo el franquismo -en su mayoría, por cierto, criminales de guerra republicanos y terroristas comunistas o separatistas-).


De ahí que si se abandona la democracia, tiene que ser con el fin de retornar a ella en cuanto vuelva a ser practicable y los que discrepan y tienen ideas contrarias vuelvan a respetar la libertad de los otros para proclamarlas en público y hacer apología de ellas. La democracia es el único régimen capaz de subsistir sin el recurso a la censura ni a la represión sistemáticas. A eso se debe que sea tan importante alcanzarla y, una vez conseguido esto, mantenerla en funcionamiento (lo que obliga a tolerar a los que toleran y a no tolerar a los que están decididos a arruinarla). Tanto humanamente hablando como también en clave de fe. Es deseable evitar tener que recurrir a la violencia jamás, por justo que nos parezca, pues es casi imposible para casi todos los hombres recurrir a la violencia sin que ello conduzca a que nos dejemos llevar por la ira. Y la ira nos aleja de la mansedumbre, que es la actitud que debe regir nuestras relaciones tanto para con Dios tanto en nuestras relaciones con Él como para con el prójimo. IHS

viernes, 12 de octubre de 2012

LA NACIÓN VA ANTES QUE LA DEMOCRACIA

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Creo que el glorioso día de la Hispanidad es un buen momento para publicar un artículo del tenor del que ustedes van a leer.

Todos los que seguimos los asuntos de actualidad recordamos lo que hace bien poco, con motivo de la celebración de la Diada, sucedió el día 11 de septiembre pasado en Cataluña. Quienes creemos en España como Nación, y entendemos por consiguiente que nuestra patria merece ser gobernada por individuos dotados de una visión general adecuada del pasado y del presente del país (facultades absolutamente imprescindibles para que un estadista pueda albergar siquiera un esbozo de proyecto de futuro mínimamente valedero para la sociedad sobre la que rigen sus mandatos y disposiciones), no podemos sino mostrar desazón por la situación actual del país.

Y si sostengo que la situación actual del país es tan grave no es ni por las algaradas independentistas ni por el enorme calado de ideas tan deleznables desde un punto de vista racional e histórico como son aquellas con las que, apoyándose en recurrentes falsedades, los secesionistas nos atacan a todos los españoles. Lo que de verdad me parece que determina el estado de descomposición política territorial que mantiene actualmente postrada a España (todavía no irreversible, pero si mucho más avanzado de lo que nunca habrían imaginado ni siquiera los que, dentro de España, tantos afanes dedican a la innoble tarea de destruirla) es la inacción y la absoluta pasividad con que nuestro actual Gobierno rajoyesco, siguiendo el peor estilo la era zapateril, hace frente a la situación. O, mejor dicho, no le hace frente, y he ahí el problema. En que nada contundente dice ni hace nuestro Gobierno que dé a entender claramente que defendería sin vacilación la integridad territorial de España en caso de que sus peores hijos definitivamente cometiesen el ignominioso acto de proclamar su secesión respecto de la que, les guste o no -esto no es cosa que la persona elija-, es su patria.

Al contrario, los balbuceos incoherentes y ridículamente quejumbrosos del Gobierno pepero (ridículos, en tanto que es el Gobierno el que tiene -o debería tener- el control de la situación y, por consiguiente, el poder de anticiparse a los hechos, que seguramente no se sucederían de una forma tan desastrosa para el interés nacional si ellos trabajasen un poco para evitarlo) solo sirven para fortalecer la resolucion suicida de los separatistas, que entienden que de este Gobierno no debe temerse reacción, y que podrán hacer su agosto a costa de la dignidad de ese resto de la Nación del que, más que separarse, da la sensación desean colonizar y mantener sujeto económicamente sobre la base de una confederación cimentada en la más absoluta desigualdad de las regiones de la España que ellos insensatamente atomizarían sin vacilar.

De todos modos, lo fácil ante las presentes circunstancias es criticar a un Gobierno manifiestamente inútil, y carente de ideas más allá de los patéticos parches con los que intenta combatir una crisis que erróneamente estima meramente económica, según ponen de manifiesto sus estúpidas declaraciones -cuando lo cierto es que es una crisis total, y de raiz eminentemente moral antes que de ningún otro tipo-. Lo difícil es intentar ponerse en el lugar de nuestros dirigentes, y pensar en serio acerca de las soluciones que dar al problema separatista. Que nuestro Gobierno parece creer que atajará con la amenaza de que una Cataluña o unas Vascongadas independientes no pertenecerían automáticamente a la UE -si no que tendrían que solicitar el ingreso en ella y ponerse a la cola-, cuando lo cierto es que, desde mi perspectiva, es España la que no debería pertenecer a esa pútrida organización, y son los secesionistas de Cataluña o las Vascongadas los que recibirían un inmerecido favor -sean o no conscientes de ello- si se les excluyese de la misma. Así visto, ¿qué podemos hacer ante el desafío separatista? Yo lo tengo claro, pero no deseo adentrarme en este asunto sin antes intentar al menos ponernos en antecedentes históricos y político-jurídicos. Empiezo con los históricos.

Ante todo, tener claro el principio fundamental: España, históricamente, es una nación antigua. Muy antigua. Quizá la más antigua de todo el continente europeo. No debemos temer afirmar la existencia de España -de una España muy diferente de la actual, pero, sin lugar a dudas, causante de la que hoy existe- desde fecha tan temprana como el 589, año del III Concilio de Toledo y de la oficialización de la conversión al catolicismo de Recaredo. Se que a muchos les parecerá muy impropio unir el nacimiento de una nación a un hecho de evidente cariz religioso. Pero el hecho es que esa conversión y, posteriormente, la aprobación en el año 654 de una ley común a todos los hispanos (el Liber Iudiciorum) son sucesos de esos que jalonan nuestra más importante Historia, en tanto que son hechos que marcan profunda y casi irreversiblemente el camino recorrido por las colectividades diversas -y, hasta entonces, excesivamente diferenciadas unas de otras como para considerarlas unidad de ningún tipo- que coexistían en territorio español en pos de una identidad común y claramente definida.

Segundo, y sin salirnos de la Historia, entender que España no solo no ha evolucionado linealmente, sino que su Historia, al igual que la de Francia -aunque de modo más radical y más amenazador para nuestra propia esencia nacional-, está profundamente marcada por un hecho que bien cerca estuvo de marcar una interrupción total y definitiva del proceso de conformación nacional. Si en Francia dicho suceso fue la Guerra de los Cien Años; en España fue la conquista islámica. Durante siglos, la mayor parte de nuestro país, más que usurpado -que algo de eso hubo, no puede negarse-, fue subvertido de raíz. Sin duda alguna, la mayor parte de los andalusies eran muladíes -españoles que apostataron del catolicismo y se hicieron musulmanes- o descendientes de muladíes. En ese sentido, algo tenían de españoles (no podía ser de otro modo, habiéndolo sido como lo fueron). Pero las semejanzas que nos hubieran podido mantener unidos a esa gente, pese a la total fractura religiosa, desaparecieron por la propia naturaleza de la repugnante religión que adoptaron, que les confirió una nueva identidad, y que hizo imposible poder seguir considerándolos compatriotas nuestros una vez finalizada la Reconquista.

Y si esa grandísima parte de España que se perdió -y que fue transformada en lo que habitualmente denominamos Ándalus- se pudo recuperar, eso solo sucedió por la acción relativamente combinada de los reductos cristianos que pervivieron en el norte de la Península. Reductos combinados que formaron diversos reinos (ninguno de los cuáles fue el de Cataluña -mera agrupación de condados diversos convertida en principado dentro de la Corona de Aragón- ni el de las Vascongadas -que siempre fueron tres territorios dotados de amplia autonomía, y distintos unos de otros hasta el punto de no poder decirse que estuviesen más cerca entre sí que del resto del reino de Castilla al que pertenecían-). Y si esos reinos -de los que formaron parte fundamental gallegos, vascos y catalanes- combinaron aunque solo fuese relativamente sus fuerzas, eso sucedió porque, pese a que litigaban frecuentemente entre si, existía entre todos ellos -incluyendo al reino que hoy es Portugal- un común sentimiento de pertenencia a la España arruinada por la invasión islámica, y de baluarte de la Cristiandad frente a las arremetidas de esos muyahidines yihadistas que ya entonces estaban hechos los mahometanos.

Sentimiento de común unidad hispánica que favoreció que la unión dinástica -y la unión política consiguiente- que tuvo lugar en tiempos de los Reyes Católicos aconteciese sin provocar graves traumas. España es nación desde el final del siglo VI, siguió siéndolo en el sentimiento -pese a su casi destrucción y a la desunión política de los reductos cristianos que la componían- durante los ocho siglos que duró la Reconquista, y restableció la unidad política arruinada por los musulmanes a partir del siglo XV -consumándola en 1580 con la anexión de Portugal por parte de Felipe II-, que pese a la exitosa secesión de Portugal -hoy día nación claramente diferenciada de la española- se ha mantenido desde entonces. Pero que hoy peligra. ¿Por qué peligra esa unidad?

Porque la unión política se llevó a cabo, pero no se encauzó de la forma jurídicamente más adecuada. Seguramente por una mezcla de exceso y de falta de tacto. Hubo exceso de tacto, porque los fueros territoriales fueron abolidos por partes. Felipe V desaprovechó la primera gran oportunidad de poner fin a las particularidades feudales heredadas por los territorios vascos -lo que, todo sea dicho, era relativamente comprensible, dado que le fueron fieles-, a los que seguramente habría debido aplicar también, en interés de España, los decretos de Nueva Planta. Así pues, los fueros de las Vascongadas siempre estuvieron ahí sirviendo de reclamo para otras regiones de España que, por contra, habían perdido sus fueros, caso de Cataluña -cuyo Derecho público fue castellanizado-. Y, cuando se abolieron, esto se hizo de mala manera, por incompleta. Siempre han quedado resquicios de una propia identidad que, sin negar a la española -y, por ende, sin impedir la existencia de la nación española y la consideración de los territorios vascos y catalanes como parte de la misma-, se sumaba a ésta. Esto fue un error, porque la nación solo puede sostenerse sobre la base de que la identidad fundamental es la nacional. Si existe otra identidad de igual o parecido peso fuertemente arraigada, eso echa sombras sobre todo lo que positivamente si se había conseguido -unidad e indentidad españolas-, y amenaza con volverse en contra como un búmeran. Que es lo que ha sucedido. Otra gran oportunidad para terminar de uniformar políticamente España la desaprovechó Franco -de quien tan buen concepto tengo-. Pudo igualar a todas las regiones de España y no lo hizo (por las mismas razones que Felipe V, pues Álava y Navarra apoyaron el Alzamiento Nacional, a diferencia de Vizcaya y Guipúzcoa, que quedaron bajo poder del PNV, y fueron privadas del concierto económico que venían manteniendo desde el siglo XIX). La última oportunidad perdida fue el propio y trágico proceso constituyente de 1978. Si los franquistas reconvertidos que abrieron el melón constitucional hubiesen insistido en blindar la unidad nacional, y en igualar a todas las regiones, ni los nacionalistas habrían chantajeado a tantos Gobiernos, ni Cataluña exigiría un concierto a la vasco-navarra, por la sencilla razón de que dicho concierto no existiría. Error tras error. En 1700 eran excusables. En 1900 no lo eran. Y en 1978 lo que fueron esos errores es imperdonables.

Pasemos ahora del plano histórico al jurídico. Analicemos brevemente la situación. ¿Existen mecanismos jurídicos por medio de los cuales sea posible que Cataluña o Vascongadas accedan legalmente a su independencia? Hasta donde podemos ver, no existen otros que los establecidos en Derecho Internacional Público. Si Cataluña o Vascongadas quieren la independencia, ésta debe venir otorgada unilateralmente por España, o ser reconocida a través de Tratado Internacional. Pero estos mecanismos no nos interesan, porque son mecanismos comunes a todos los Estados y ajenos a la legalidad española. Lo que interesa es saber si nuestro ordenamiento jurídico prevé algún procedimiento de independencia regional. Lógicamente, no lo hace. El constituyente, en su día, la cagó a lo grande con aquella mención tan gilipollas que se hace en el artículo 2º de las "nacionalidades" (que nadie sabe qué cuernos son). Sin embargo, esa estúpida referencia no implica soberanía alguna de las regiones en competencia con la soberanía nacional. La soberanía nacional es, pues, la única, y reside exclusivamente en las Cortes Generales. El Estatuto de Autonomía catalán o el vasco, por mucho que a los que han hecho los nuevos Estatutos se les haya ido la pinza -y no solo en las dos regiones díscolas-, no son las Constituciones de unas entidades políticas soberanas, sino que cada uno de esos Estatutos de Autonomía son una mera Ley Orgánica aprobada por la mayoría absoluta del Congreso de los Diputados. Por eso se insiste frecuentemente que, por más que los separatistas reclamen que el "pueblo catalán" o el "pueblo vasco" decidan en referéndum, eso no puede suceder bajo el actual ordenamiento, porque no existe pueblo catalán o vasco soberano alguno. Existe un pueblo español del que los catalanes y vascos son parte. Si se quieren escindir legalmente (y es recomendable que, si eso sucede, sea legalmente, porque despreciar la legalidad equivale a poner en peligro la paz todavía reinante) a través de una consulta, esa consulta debería celebrarse manifestando su opinión todo el pueblo español. Todo esto es lógico, porque, al fin y al cabo, no hay pueblo soberano más que si hay territorio soberano. No siendo soberano el territorio de Cataluña ni el de Vascongadas, no cabe imaginar que su censo electoral ni sus instituciones sean competentes para declarar ninguna independencia.

Vamos, que las pretensiones de los separatistas de Cataluña y Vascongadas ni se justifican históricamente, ni son realizables dentro de la actual legalidad española (Además de que, aunque a nadie parece importarle, implica un agravio respecto de nosotros, del resto de los españoles, porque cercena nuestros derechos. Ya que, donde hoy somos compatriotas dotados de plenos derechos mañana podemos quedar convertidos en extanjeros a los que se les pueden limitar dichos derechos. Peor aun, existen en ambas regiones de España amplias minorías que me parece que tienen derecho a no tener que optar entre ser abandonadas a su suerte en una Cataluña y unas Vascongadas independientes, que sin duda alguna los marginarían y los convertirían en apestados sociales por decenios; o abandonar esas regiones, en las que no pocos deben de llevar generaciones incontables, y cortar de una sola vez las profundas raíces que los unen a esas tierras para establecerse en lo que quede de España y así escapar al odio y a la intolerancia separatistas).

Por el contrario, el Gobierno actual de España es el que si que posee variadas vías legales para hacer frente a una hipotética secesión, o a cualquier quebrantamiento ilegítimo del marco constitucional. Ninguna de esas vías han sido utilizadas hasta ahora.

Ahora si es el momento de responder a la pregunta que dejamos atrás. ¿Cuáles son las vías por medio de las cuales podría actuarse para prevenir cualquier conato de rebelión regional contra el Gobierno nacional? ¿Deberían utilizarse? ¿Y si no se utilizan ahora, cuándo? La respuesta a todas estas cuestiones está en dos artículos de la Constitución: el 155º y el 8º. En el artículo 155º se hace referencia a la posibilidad de que se suspenda una autonomía en caso de incumplimiento grave de sus obligaciones o del atentado por su parte contra el interés general de España. En el artículo 8º se hace referencia al deber de las Fuerzas Armadas de mantener la unidad nacional, en tanto que garante de la misma.

Desde mi punto de vista, la cuestión está clara. El artículo 155º lleva años pudiendo ser tranquilamente aplicado en Cataluña. Lo increíble es que no se haya aplicado aun. Artur Mas anda desafiando al Estado Central, y anuncia día si y día también que celebrará consulta para imponer la alternativa de la independencia (o de lo que realmente anden buscando, que no está claro que sea eso). ¡No imagino forma de atentar más gravemente contra el interés de España! Nuestro Gobierno, como si oyera llover. Si lo que desean es despreciar las bravuconadas de Artur Mas, se me ocurren formas mucho más sugerentes de hacerlo. Por cierto, de momento es solo Artur Mas, pero a partir del 21 de octubre, veremos si no se suma (y casi seguro que va a ser que si) el próximo Gobierno vasco.

Creo que deberíamos darnos prisa. Y demostrar determinación. El separatismo ventajista (nacionalismo es un término que evito, porque para poder hablar de nacionalismo deberíamos poder hablar de nación, y está visto que eso Cataluña y las Vascongadas no lo han sido en toda su Historia como regiones de España) se crece ante la inacción del poder de la nación cuya existencia se ve amenazada. Esto no es Irlanda. No hay rebelión ninguna contra injusticia secular de ninguna clase. Al contrario, las Vascongadas son de siempre la región más privilegiada de España. Y Cataluña no se queda muy atrás (solo de Vascongadas y Navarra, y según para qué cosas). Son regiones que han crecido gracias al mimo con que se las ha tratado desde esa ciudad de Madrid contra la que tanto despotrican.

Pero el separatismo ventajista es cobarde, porque no lo alimenta un verdadero sentimiento de agravio, sino solo el egoismo (alimentado por esa infundada idea de que los lastramos y de que, por ende, vivirían mejor sin nosotros) y retrocede con facilidad a la menor muestra de fortaleza gubernamental.

Yo, caso de estar al frente del Gobierno español, en las mismas condiciones que el actual ejecutivo pepero, lo tengo claro. Utilizaría mi mayoría absoluta en ambas cámaras para hacer cosas, y no solo para quedarme papando moscas y fascinándome con mi propio poder. Restablecería la pena de muerte en el Código de Justicia Militar. Entre otros delitos, por los de traición, rebelión y sedición, especialmente cuando éstos vinieran a ser cometidos por cargos públicos (que no olvidemos que, en un país con soberanía nacional única y centralizada, representan a la nación. Dicho de otro modo, que Mas no representa al ficticio pueblo de Cataluña, sino que representa al pueblo español en Cataluña, que son cosas distintas). Suspendería la autonomía de Cataluña. Me prepararía para suspender la de las Vascongadas (y lo anunciaría claramente en el transcurso de esta campaña electoral vasca). Y le dejaría claras a Mas -y a Urkullu o Mintegui en las Vascongadas- dos cosas: que si celebran una consulta se aplica el artículo 8º de la Constitución, y el Ejército aplasta cualquier conato de secesión; y que a los responsables de la convocatoria o celebración de una consulta independentista se los juzgaría según el Código de Justicia Militar, y se los ejecutaría tan tranquilamente.

El problema es que ni yo ni otro mínimamente sensato estamos al frente del Gobierno español. Está Rajoy. Y ni hace ni parece que vaya a hacer nada para impedir la consumación del desastre. Por lo que dejo caer claramente una cosa. El mandato del artículo 8º de la Constitución a las Fuerzas Armadas de preservar la unidad nacional no puede quedar en papel mojado solo porque el Gobierno (a quien correspondería dirigir al Ejército en una situación como esa) se niegue a cumplir con su deber -pasándose así, por omisión, al lado del enemigo-. Así pues, animo a los integrantes de las Fuerzas Armadas a que, si el Gobierno español se niega a cumplir con su responsabilidad, las Fuerzas Armadas si que cumplan con la suya. Pasando por encima del Gobierno y derrocándolo, si es menester. Porque, aunque el Gobierno es relativamente legítimo por haber ganado las elecciones; yo creo sinceramente echada a perder su legitimidad en caso de desentenderse de la Nación. La democracia es deseable. Pero aquí no tenemos democracia, aunque celebremos elecciones. Sin embargo, aunque España fuera la mejor democracia del mundo (ni es la mejor ni es democracia), la supervivencia de la Nación justifica deponer a cualquier Gobierno que se negase a defenderla. Porque la Nación va antes que la democracia.

Ese es el tema que ilustra el título de la presente entrega del blog. ¿Y qué significa eso de que "la Nación va antes que la democracia"? Pues, como es lógico, significa que, al menos desde mi modo de ver, la supervivencia de la nación es siempre más importante que el hecho de que esta se organice o no de una manera democrática. No quiero decir que la nación sea siempre más importante que la forma de Gobierno. No suscribo aquella famosa sentencia de José Calvo Sotelo cuando  afirmaba lo de que "es mejor una España roja que una España rota". Para mi, el límite está en el totalitarismo. Mejor una España rota pero relativamente libre que una España unida bajo el totalitarismo, sea éste fascista, nazi, socialista o musulmán. Ahora bien, si que creo que una dictadura -civil o militar, no importa-, siempre que sea comedida, puede ser útil en lo que hace a ciertos estropicios que ningún Gobierno, por democrática que haya sido su elección, tiene derecho a cometer.

Pero esto de que "la Nación va antes que la democracia" también afecta a la esencia misma de democracia. Y es que democracia significa, literalmente, "gobierno del pueblo". Para que el pueblo gobierne, corresponde que se aclare quiénes formamos parte del pueblo -y, de momento, no es nuestro pueblo toda la especie humana, por imposible metafísico que no sabemos cuando terminará-. Aquí en España, se supone que el único pueblo soberano que existe es el español. Pero algunos niegan este particular, y se arrogan la potestad de romper las normas que nos dimos allá por 1978 -muy inadecuadas, sin duda, pero son las que nos dimos, y yo no las rompería más que por una causa verdaderamente grande, que no es para nada la causa de odio y de disgregación que defienden los nacionalistas-, proclamendo soberanías que no existen sobre el papel. Que en este caso es el que importa, porque en él pudo haberse escrito otra cosa, y no se hizo. En definitiva, está en cuestión el concepto mismo de pueblo español. ¿Que "gobierno del pueblo" puede existir en tanto que no se aclare cuál es ese pueblo -o esos pueblos- que son soberanos y ejercen el natural derecho de gobernarse a si mismos? Ninguno con visos de perdurar. Porque no puede perdurar aquella construcción teórico-práctica cuyos fundamentos se están cuestionando constantemente por parte de una fracción tan importante de los mismos que han de someterse a los postulados de dicha construcción. En momentos como éstos me acuerdo de Abraham Lincoln, y de su famoso: "Toda casa dividida contra si misma no subsistirá". Aplicó la enseñanza bíblica (Mt 12, 25) a unos Estados Unidos divididos entre Estados donde todos los hombres eran libres y Estados donde muchos hombres fueron atados con las ligaduras de la esclavitud. Pero yo pienso que es enteramente aplicable al caso de una España que amenaza quedar demediada porque no supo poner límites a la codicia de unas regiones, que, lejos de fortalecer, yo suprimiría. He dicho.

Hoy, día de la Hispanidad, más que nunca: ¡ARRIBA ESPAÑA! Rezo para que sobreviva. Y os animo a que hagais lo mismo.

domingo, 23 de septiembre de 2012

UNA GRANDEZA OLVIDADA DE LA PASADA HISTORIA DE ESPAÑA

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Estamos en el año 2012. Casi constantemente recibimos un bombardeo incesante de propaganda dedicado a exaltar la Constitución de Cádiz de 1812, con motivo del bicentenario de la aprobación de la misma. No hay unanimidad en torno de la misma, porque en ninguna cuestion histórica es posible conciliar la totalidad de las posturas en torno de un único punto de vista. Pero la mayoría de quienes hacen referencia a la Constitución de Cádiz (popularmente conocida como "la Pepa") la rememoran en términos elogiosos, considerándola un precedente de la actual aprobada en 1978.

Desde mi punto de vista, la Constitución de 1812 es digna de ser contemplada con los mejores ojos. Se la critica mucho, especialmente en ambientes ultramontanos o ridículamente tradicionalistas, que la desprecian por haber servido para introducir en España los "males" del liberalismo. También tenemos a otros que la desdeñan desde ciertos ámbitos académicos, tachándola de retrógrada y conservadora (fundamentalmente por la cuestión del fuerte confesionalismo católico de que hace gala el texto constitucional gaditano), y sosteniendo que el verdadero acto fundacional del constitucionalismo español es el que lleva a la elaboración, en 1808, de la Constitución de Bayona (más bien carta otorgada, al ser impuesta por voluntad de José I Bonaparte, el rey fantoche y celebérrimo Pepe Botella, hermano del gran Napoleón). Yo creo que, no siendo perfecta la Constitución de 1812, fue mejor de lejos que las posteriores, y vino a demostrar que no necesitábamos de la conquista francesa para dotarnos de un régimen de libertades que superase el degenerado marco del Antiguo Régimen (que entonces creo que ya había aportado todo lo que podía aportar, y que llevaba cerca de dos siglos sin aportar realmente nada nuevo y bueno, lastrándonos más cuanto más tiempo permanecíamos bajo su nefasto imperio).

Sin embargo, la cuestión de 1812 no es aquella de la que quiero hablar. No quiero dedicarle hoy espacio a aquello de lo que ya otros muchos y mejor documentados hablan más que yo. Quiero hablar de un evento cuyo aniversario no celebramos este año (ni ninguno) como es debido. Deseo dedicarle aunque solo sea un sentido recuerdo y una breve semblanza a uno de los sucesos más importantes de toda la Historia de España. A un suceso más importante que la Constitución de 1812. No porque esta no tenga importancia, pues sin duda alguna la tiene como primer antecedente constitucional patrio; sino porque el suceso de que hablo fue la reparación de un grave hecho anterior que puso en grave peligro la existencia de nuestra patria, por lo que en si mismo contribuyó enormemente a restablecerla y a que se configure de la forma que hoy conocemos. Ese gran evento fue la batalla de las Navas de Tolosa, de la que se cumplían el pasado 16 de julio el octavo centenario.

Las Navas de Tolosa congregaron a tres de los cinco reyes cristianos de la Península. Acudieron Alfonso VIII de Castilla, Pedro II el Católico de Aragón, y Sancho VII el Fuerte de Navarra. No acudieron ni Alfonso II de Portugal ni Alfonso IX de Aragón, por pequeñas rencillas territoriales que tenían ambos monarcas con el castellano; pero si que acudieron combatientes de ambos reinos, así como de toda Europa (no en vano el Papa había elevado aquella campaña al grado de Cruzada, razón por la que los monarcas portugués y leonés no se atrevieron a torpedear la empresa abiertamente, pues eso les habría significado la excomunión). Acudieron a luchar contra el emir de los almohades, entonces en su maximo esplendor, al-Nasir, al que la Historia ha deparado el ser conocido con el sobrenombre de Miramamolín. Y, aunque al principio de la batalla llegó a parecer que los almohades podían llevarse del campo de combate una gran victoria, al final fueron los españoles los que derrotaron completamente a los andalusíes, cuyo poder militar no se recompuso desde entonces, lo que abrió las puertas a la plena recuperación de España para la Cristiandad (que aun tendría que esperar dos siglos y medio pasados para ver del todo expulsados a los moros del territorio español).

A menudo se ha considerado la batalla de las Navas de Tolosa como la Batalla a secas, con mayúscula, por entenderse el evento clave de la Reconquista de los territorios arrebatados tras la conquista islámica. En verdad, muchos creen que con las Navas de Tolosa queda cerrado el periodo de la Reconquista. No lo veo así. Creo que la Batalla ha de ser evaluada no tanto por lo que se consiguió como por lo que se evitó. Aunque clave en el proceso histórico de Reconquista, la batalla de las Navas de Tolosa por si sola no explica el avance posterior, ni fue el último evento de importancia. El verdadero cierre militar de la Reconquista está en la batalla del Salado, de 1340, que es la que definitivamente aborta toda posibilidad de invesión musulmana desde el norte de África. Así pues, ¿qué es lo que creo que debe valorarse por encima de todo al tratar la Batalla?

Pues que nos evitó una reedición de la catástrofe de Guadalete, que en 711 abrió al Islam las puertas de la Península. Que destruyó a un ejército que no se defendía, sino que atacaba. Y que si hubiera vencido habría podido arruinar en muy poco tiempo todos los logros cosechados por la empresa de la Reconquista en los siglos precedentes. Los muyahidines que combatían por el Miramamolín no pensaban en defender Al-Ándalus de los embates de los reyes cristianos de España, sino destruir y anexionar toda ésta, e incluso todo el Occidente, de serles posible. Magna empresa para la que, no obstante, parece ser que los almohades se consideraban capacitados al abrigo de la fe en Alá, en ese desgraciado diosecillo que Mahoma vendió a los suyos y que siempre está sediento de sangre.

Porque les dimos en las narices a lo grande, como nadie (con la excepción de Juan III Sobieski, ese glorioso polaco tan universal como el mismo Juan Pablo II) ha conseguido darle en las narices al Islam. Por eso aquella glorioso fecha merece ser siempre conmemorada en medio de gran jolgorio popular y de innumeables alabanzas a los héroes reconquistadores que tomaron parte en tan fructífera gesta. Sin lo que sucedió el 26 de julio de 1212, es difícil imaginar que nunca hubiese sucedido lo del 2 de enero de 1492. ¡Y mucho menos lo del 12 de octubre de aquel magnífico año! Por eso es una vergüenza que el año pasado los desgraciados que nos gobiernan (y no se salva nadie) conmemorasen la victoria musulmana en Guadalete, que sirvió para destruir nuestra patria casi por completo; y que en cambio nadie haya movido un dedo para que las Navas de Tolosa sean celebradas como corresponde. Y para celebrar ese imponderable acontecimiento, no basta con hacerlo una vez por siglo. Lo que a mi me molesta no es que no se celebrase este año, sino que no se celebre a lo grande todos los años. Por eso, afirmo ante todos los lectores que no debemos descansar hasta que la fecha que no conmemoramos este año llegue a ser declarada fiesta nacional, con más razón de la que habría para hacer lo mismo con el 19 de marzo (aniversario de la Constitución de 1812). ¿Que hay demasiadas fiestas? ¡No importa! Si hay que prescindir de alguna menos importante se prescinde. Por la parte que a mi me corresponde, no me importaría lo más mínimo tener que trabajar el 6 de diciembre.

Un abrazo a todos los lectores, y la bendición del Padre para los gloriosos héroes de las Navas de Tolosa. ¡ARRIBA ESPAÑA!

(Para algunos esto es franquismo casposo y barato, y patrioterismo de la peor especie, pero para mi esto es un sincero arrebato de amor a la tierra que me vio nacer y entre cuya gente he crecido. ¡He dicho!)