jueves, 30 de agosto de 2012

ALGUNAS IDEAS PERSONALES SOBRE LA DEMOCRACIA (I)

Son muchos los problemas de los actuales sistemas políticos fruto, sin duda, de la falta de cultura política de la generalidad de la ciudadanía. A nivel teórico tanto como práctico, la mayoría de nuestros conciudadanos desconocen el funcionamiento de las instituciones que gobiernan tantos aspectos destacados de su vida y de la de sus vecinos, amigos y familiares. En ese sentido, servidor cree especialmente oportuno hacer lo posible por difundir y explicar ciertas ideas básicas sobre los elementos que han de constituir una democracia y la falta o deficiencia de los mismos en los Estados de la actual Europa. Otro gallo nos cantaría si la mayoría de las personas que habitan estas tierras conociesen más acerca de aspectos que, si no les interesan, debieran serle de todos modos enseñados a cualquier precio que no vulnere su dignidad.

La democracia, literalmente, ha de ser entendida como el gobierno del pueblo. Evidentemente, nunca el pueblo ha gobernado ninguna sociedad. Siempre por débil y residual que ésta fuese, ha existido una intermediación. Incluso en las democracias directas más radicales que existieron en algunas de las antiguas polis de la Antigua Grecia la Asamblea de los ciudadanos libres en modo alguno era la única institución que decidía, sino que gobernaba la ciudad acompañada de magistrados que, por más que estuviesen sometidos a ella, se las arreglaban para convertirse de uno u otro modo en "portavoces autorizados" de su voluntad. Si esto sucedía en la democracia directa, qué no sucederá en la democracia representativa, única que puede ser aplicada a Estados tan grandes y poblados como suelen ser los que ha parido la Modernidad (exceptuando a los llamados microestados, incluso los más minúsculos Estados son enormes en comparación con las ciudades-estado de la Antigüedad).

Ahora bien, que el poder esté en manos de intermediarios a los que el pueblo encomienda el ejercicio de los poderes soberanos del Estado no significa que el pueblo haya de quedar por ellos despojado de todo poder de decisión. La democracia no es tal porque todos lo decidamos todo, sino porque todos los que lo deciden todo necesitan del apoyo del pueblo sobre el que rigen. Nada se decide, o mejor dicho, nada se debería decidir completamente al margen de todos. Eso es la democracia: la posibilidad de que la ciudadanía en pleno participe del poder en cierto grado, acompañada del poder de encumbrar y destituir a los gobernantes a nuestra voluntad. Y a todos los niveles.

En Europa, nuestro amado aunque desafortunado continente, las cosas no funcionan así. Celebramos elecciones, y llevamos mucho tiempo haciéndolo, pero no parece que eso sirva para que los pueblos que habitan esta tierra alcancen mayor poder sobre sus destinos. A decir verdad, Europa nunca ha conseguido escapar de las garras del despotismo. Que ahora no experimentemos el peor de nuestra dilatada Historia no significa que estemos libres de cadenas. No lo estamos, y lo peor es que, como se trata de cadenas blandas, ésta verdad se hace más difícil de percibir de lo que quizá lo fuera en otro tiempo o de lo que pueda serlo en otros lugares donde rigen sistemas a decir verdad más desafortunados que los nuestros.

La verdad es que el continente europeo en pleno se halla gobernado por oligarquías partitocráticas de diverso género, quizá con la sola excepción de Suiza. Sin duda, algo de culpa la tiene la desidia de nuestros pueblos en lo que respecta al cumplimiento de uno de los deberes más sacrosantos del ciudadano en democracia: el de hacerse valer. Nosotros no nos hacemos valer nada en absoluto, y mientras no cambiemos el chip ni siquiera el mejor sistema político del mundo podría funcionar. Pero es que además los actuales sistemas políticos no solo no impiden la degeneración de nuestra forma de gobierno, sino que de una manera palmario la incentivan desde hace decenios.

La democracia representativa se ha de basar en tres pilares. Si no lo hace, no es democracia de ningún tipo. Dichos pilares son los siguientes:  las elecciones, la separación e independencia entre los poderes y el sistema electoral (clave en lo que hace a posibilitar que el poder legislativo goce de mayor o menor independencia respecto de las cúpulas de los partidos políticos). En el próximo artículo, vamos a analizar brevemente la situación de España y de las naciones europeas regidas por sistemas parlamentarios en cada uno de estos terrenos. Una vez hayamos acabado, dedicaré el siguiente artículo a analizar qué es lo que creo que debemos cambiar si aspiramos aunque solo sea a una democracia de mínimos (Yo tengo mi propia idea sobre la democracia de máximos que a mi me gustaría, pero es lo suficientemente sustanciosa como para que le reserve otra serie de entregas del presente blog). IHS

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