Una democracia de mínimos implica, según lo antes visto en las anteriores entregas, estos tres elementos:
electividad de los cargos públicos; separación de poderes y un sistema
electoral no proporcional. Si en Europa deseamos que los modelos
democráticos se abran camino necesitamos inspirarnos en el único ejemplo
de democracia que nos ofrece el mundo de hoy: los Estados Unidos. Por
de pronto, es posible mantener nuestras monarquías (aunque yo no soy
partidario de ello, por lo que suponen de conexión con una tradición que
no me inspira particular orgullo), siempre que constitucionalmente se
delimiten claramente sus poderes. También es posible, en el seno de una
república, mantener la separación a menudo existente entre los jefes de
Estado y los de Gobierno (aunque yo también la suprimiría, porque no se
me ocurre qué mejor representación que la ejercida por quien más corta y
pincha en todo el país). Lo que es necesario cambiar, y no admite
excusa, es el sistema de relación entre los poderes. Lo básico al
respecto es que el poder ejecutivo sea elegido directa o indirectamente
por el pueblo al margen del legislativo y sin importar la composición de
éste; y que ni el poder ejecutivo ni el legislativo se entrometan en el
poder judicial.
Para impedir que el poder judicial sea mediatizado por los otros dos, esto es, para garantizar su
independencia, las soluciones en esencia se reducen a dos: un poder
judicial electivo o un poder judicial vitalicio. El problema del poder
judicial electivo es que se convierte en esclavo de las pasiones
populares, y es demasiado voluble, lo que perjudica su labor -que ha de
gozar de una mínima imparcialidad que difícilmente se dará si está
constantemente sometido a la presión de buscar la reelección, que debe
ser posible, porque nadie querría acceder a esa posición para después
volver a lo más bajo-. Pero un poder judicial vitalicio también puede
ser fuente de conflictos, pese a ser independiente y estable, puesto que
es más dudosamente legítimo, incluso aunque su nombramiento corra a
cargo de los poderes electos.
¿Hay solución? Yo creo que
si, y que consiste en establecer un poder judicial que además de
electivo sea vitalicio. No se pierde nada en términos de imparcialidad, y
si que se gana en cambio legitimidad por parte de los jueces (que, no
obstante, deberían poder ser revocados, para evitar que consideren por
una sola elección que tienen un cheque en blanco). Ahora bien, si tengo
que elegir, siempre me decantaré por un poder judicial vitalicio, y es
el carácter vitalicio el que considero preciso para asegurar la
democracia. Dedico más tiempo al poder judicial que a los otros porque
su independencia es especialmente importante, al ser el poder que,
mediante la interpretación del ordenamiento jurídico, delimita el ámbito
de aplicación de las normas. Y lo que predico del poder judicial lo
predico de la jurisdicción constitucional (del TC), que, sinceramente,
unificaría con la ordinaria. Imponiendo, desde luego, el principio de stare decisis,
y con él la obligatoriedad de los precedentes judiciales emanados de
órganos superiores, para prevenir la excesiva fragmentación de la
doctrina jurídica.
En cuanto al poder legislativo, éste debe ser verdaderamente
representativo, y eso un sistema proporcional no lo puede conseguir. Es
necesario que los legisladores sean independientes, y no es admisible
que la legislación de un país esté en manos de pequeñas camarillas
partidarias. No es que sea malo per se que las cúpulas dirigentes de los
partidos tengan influencia y poder. Pero si que es malo que dicha
influencia y dicho poder no tengan ningún contrapeso en gente que ha
sido elegida por el pueblo, y de la que el pueblo espera algo más que el
que se limiten a obedecer órdenes de "arriba". Pues los de arriba,
incluso de ser gente elegida y no meros burócratas, serán no obstante
gente elegida solo por los militantes de un partido, no por el conjunto
del pueblo de ninguna circunscripción. El poder de los representantes
del pueblo a de poder, por lo menos, contrapesar al de las burocracias de partidos.
Se argumentará que el voto es representativo, y que los diputados
no están, a la hora de la verdad, legalmente obligados a someterse a
las directrices del partido por el que fueron elegidos. Pero en la
práctica si lo están. Saben que, si no se portan, simplemente se les
saca de las listas o se les mete en algún lugar donde no puedan ser
elegidos. Del mismo modo que, quien sirve bien, sabe que no importa que
sus servicios le reporten impopularidad, pues el partido sabe agradecer
los servicios, por lo que le sube de puesto en la lista y asunto
resuelto (y si no figura en las listas tampoco importa, porque el poder
político puede resarcir a los suyos de infinitas maneras). El agraciado
será elegido aunque no quiera votarlo ni su madre. Por eso, si de verdad
deseamos que los diputados sean independientes de sus partidos (y
deberíamos desearlo, pues lo contrario es aceptar tan ricamente que la
aprobación de las leyes quede en manos de pobres botarates incapaces de
hacerse valer en nada en tanto que poder del Estado frente a las
camarillas partidarias), tenemos claro que debe haber un fuerte
componente mayoritario en la elección de las asambleas legislativas.
Ahora
bien, es verdad que las corrientes de opinión son importantes, y que el
sistema mayoritario se orienta a la marginación de las minorías que
reparten el voto, potenciando en cambio la representación aldeana. Y yo,
personalmente, estoy en contra del tribalismo separatista y de sus
sucedáneos. Por ende, entiendo que el sistema más deseable es uno de
tipo mixto por el que una mitad de los votos del Parlamento sean
emitidos por representantes elegidos por la nación como única
circunscripción, y la otra mitad sean emitidos por representantes
elegidos por circunscripciones uninominales de población lo más pareja
posible. De todos modos, quede dicho esto. Mi sistema favorito es el que
he dicho, pero, si se tiene que elegir entre un sistema proporcional y
uno mayoritario básicamente puros, mi elección se inclina siempre por el
sistema mayoritario.
Por cierto, que, tocando el tema de la electividad, servidor siempre ha tenido claro que una democracia ha de basarse en la electividad de la mayor parte de los cargos que, de una manera sustanciosa, pueden ejercer una posición que resulte relevante en lo que toca a la manera en que el ciudadano configure su vida. ¿Elegimos en Europa a todos los cargos a los que deberíamos? Entiendo que no. Eso es un problema, y también resta méritos en orden a calificar un sistema político como democrático. A menudo, al ciudadano le puede interesar más votar a los cargos de pequeña o mediana relevancia que a los grandes. No pretendo ni creo que todos los cargos públicos hayan de ser electivos. Pero si creo que debieran serlo la mayoría. Y, en concreto, se me ocurren los comisarios de policía y los fiscales. Entiendo que un sistema político que margina al ciudadano de toda decisión respecto de quienes ocupan cargos tan importantes y sensibles (que es mucho más probable que tengan influencia directa en las vidas del mayor número de ciudadanos que un Presidente del Gobierno) es un sistema que tiene al ciudadano como perpétuo menor de edad. Un sistema que no nos respeta. Y que, por lo tanto, no merece respeto. Puede que de momento no merezca que nos alcemos en armas contra él. Pero tampoco merece que cantemos sus alabanzas, y yo no quiero ni pienso hacerlo de buen grado.
En resumidas cuentas, la expuesta es mi visión de los mínimos que tiene
que ofrecernos un sistema político para poder ser considerado una
democracia. Muchos considerarán que quizá mi forma de pensar es
excesivamente excluyente o cerrada, y que es una brutal exageración por
mi parte el considerar que los sistemas que conocemos hoy en Europa
desmerecen del buen nombre de la democracia. Otros considerarán que
tengo razón, pero que me equivoco de lleno en lo que respecta a la
proposición de soluciones. Mas de todos modos, yo a todos les elevo la
siguiente pregunta: ¿Creen que su voto cuenta algo? ¿Sienten que
contribuyen a gestar las decisiones de nuestra clase dirigente? ¿De
verdad están convencidos de que un sistema más proporcional, que es lo
que algunos exigen, contribuirá a mejorar esa situación, sobre todo
cuando al diputado elegido en virtud de ese sistema nefasto le basta saber cuando
emite su voto que si usted no lo quiere el partido ya se encargará de
asignarle un mejor puesto en la lista que garantice su reelección? Porque lo sabe.
En fin, yo les dejo para que se planteen a fondo y todo el tiempo
que les parezca estas importantes cuestiones. Un abrazo a todos los
lectores y que Dios les bendiga.
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