martes, 26 de septiembre de 2017

EL SISTEMA ELECTORAL ALEMÁN DE REPRESENTACIÓN PROPORCIONAL PERSONALIZADA. ¿ARCADIA FELIZ? ¿ENGAÑABOBOS?

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Alemania es el mayor poder económico de la Unión Europea contemporánea, amén de un país en muchos sentidos considerado modélico. Las razones son variadas, pero una de las que quizá tengan más peso es su complicado sistema electoral: el sistema conocido como de "representación proporcional personalizada" (a partir de ahora RPP). Es un sistema universalmente considerado innovador y que algunos países han imitado, y otros como España parece que podrían plantearse imitarlo llegado el caso (Alfredo Pérez Rubalcaba prometió su implantación durante la campaña electoral de 2011, y C's también ha defendido implementarlo). El presente artículo va a tratar acerca de si, al menos en lo relativo a su sistema electoral, la buena fama de Alemania está justificada o si, por el contrario, el país teutónico se beneficia injustificadamente de lo que cabría considerar una visión mitificada de las supuestas virtudes de la RPP. Cosa que viene particularmente a cuento, dado que el pasado día 24 de septiembre se celebraron las elecciones en el país teutón, cuyos resultados, si acaso, se comentarán en otro artículo.

Lo primero de todo es señalar la forma en que funciona el sistema electoral alemán. Este ha sufrido importantes reformas. Antes de 2011 era un sistema proporcional que se basaba en una circunscripción nacional de 598 Diputados. A dichos 598 Diputados se restaban los escaños obtenidos por candidaturas independientes vencedoras en distritos uninominales (de los que se hablará después), así como los obtenidos por partidos políticos que no tuvieran derecho a participar del reparto proporcional de escaños. En toda la Historia electoral alemana posterior a la Reunificación, solo en una ocasión, con motivo de las elecciones de 2002, se tuvieron que restar 2 Diputados (los obtenidos en distritos de Alemania Oriental por los ex-comunistas) a los 598 de base de la circunscripción nacional, quedando 596. La cifra resultante (sea 598 u otra menor) eran los escaños que se repartían proporcionalmente empleando la fórmula Hare/Niemeyer entre todos los partidos que consiguieran el 5%, que ganaran en tres distritos o que pudieran optar a un reparto sin barrera y fueran representativos de las minorías nacionales alemanas (los eslavos sorbios, o los frisones y daneses germánicos; que, por cierto, es llamativo que nunca hayan obtenido representación pese a que el sistema se lo pone más fácil que a los partidos verdaderamente alemanes). Una vez hecho ese reparto entre los partidos, éstos a su vez tenían que repartir sus escaños entre las listas electorales de los Länder, de acuerdo a la proporción que de los votos totales del partido hubieran sacado sus listas electorales cerradas y bloqueadas de cada Länder.

Pero no hemos terminado. Entretanto, se procedía a la asignación de los 299 distritos uninominales (cifra que, como se puede observar fácilmente, constituye la mitad exacta de los 598 escaños de base de la circunscripción nacional). Éstos 299 escaños NO SE SUMABAN a los 598 antes mencionados, sino que se superponían a ellos. La idea era que la mitad de los miembros de las listas electorales fueran reemplazados por 299 candidatos elegidos directamente por los ciudadanos en distritos, y así garantizar que al menos la mitad de los Diputados tuvieran una relación más próxima con la ciudadanía. Los distritos se repartían entre los Länder de acuerdo a su población (es decir, que, a diferencia de los Diputados repartidos proporcionalmente, los de los distritos venían predeterminados ya antes de las elecciones), y se configuran de manera tal que no deben haber diferencias importantes de población entre los mismos. Los Diputados elegidos por distrito ocupaban las plazas de los proporcionales, a los que solo les quedaban las que no les hubieran arrebatado los Diputados de distrito. Si en cualquiera de los Länder el triunfo en distritos igualaba o superaba el resultado obtenido tras el reparto proporcional de escaños, al partido en cuestión se le adjudicaban todos sus Diputados de distrito (aunque hacerlo implicara una desproporción en su favor), no enviando al Bundestag ningún Diputado elegido por su lista electoral proporcional, y sin modificar los resultados de los demás partidos (que no perdían los Diputados ganados por el partido o partidos beneficiarios por sus victorias en los distritos). A causa de esta última disposición, la cifra de Diputados del Bundestag era variable, en función de los distritos excedentes que los partidos más poderosos acumulasen en los Länder. Así, en 2009 el Bundestag resultante de la segunda victoria electoral de Merkel alcanzó los 622 Diputados (598 Diputados de base + 24 excedentes de los distritos).

Este sistema, relativamente fácil de entender, era demencial por varias razones. La primera de ellas es que se trataba de un sistema sujeto a posible manipulación -hecho no desmentido por la ausencia de la misma a lo largo de los años-. Así, tenemos que el partido vencedor en tres distritos entraba en el reparto proporcional de Diputados, aunque sus votos no alcanzaran el 5% ni perteneciera a una minoría nacional. Es lo que sucedió en las elecciones de 1994, cuando los ex-comunistas de Alemania Oriental obtuvieron solo el 4'4% de los votos, pero ganaron 4 distritos (y con ellos el derecho a tomar parte de un reparto proporcional que les deparó 30 curules). ¿Entienden a dónde quiero llegar? Bajo este sistema, era perfectamente posible que, cuando un socio de Gobierno anduviera débil electoralmente, el partido mayor le apoyara en 3 distritos para garantizar su acceso al reparto proporcional de escaños (cosa que podría hacerse sin perjudicar el resultado proporcional del partido, dado que el voto a la lista proporcional y el voto al Diputado de distrito se pueden perfectamente otorgar a candidaturas de diferentes partidos). Nunca ocurrió, pero era un riesgo que generaba el sistema. De hecho, como esta regla no ha cambiado en el nuevo sistema electoral ya aplicado durante las últimas elecciones de 2013, no entiendo por qué la CDU de Merkel no apoyó al FDP en 3 distritos para así garantizar que su 4'8% de los votos hubieran tomado parte en el reparto proporcional de asientos en el Bundestag, lo que le hubiera garantizado la mayoría absoluta). ¿Lo haría a propósito para garantizar una mayoría de izquierdas y así "verse obligada" a favorecer la irrupción de enormes masas de refugiados en Alemania o medidas de ingeniería social anticristiana y antirracional tales como el Sucedáneo de Matrimonio para Personas del Mismo Sexo, so pena de que el SPD rompiera la Gran Coalición para aliarse con Los Verdes y los ex-comunistas germano-orientales y hacerle una moción de censura? Nunca se me había ocurrido verlo así, pero no me sorprendería semejante maquiavelismo en una líder tan carente de escrúpulos como lo es la "Canciller del Mundo".

El segundo motivo por el que el sistema previamente vigente era demencial se resume en el fenómeno conocido con el nombre de peso negativo del voto. Ha sucedido alguna que otra vez en las elecciones federales alemanas que un exceso de votos en según qué Länder haya llevado a que se asignara a dicho Länder un escaño adicional inútil (por tenerlo ya asegurado el partido gracias a su éxito en los distritos uninominales); en lugar de adjudicárselo a Länder en los que pudiera ser sumado efectivamente si en el anterior se hubieran sacado menos votos. Es decir, que se han dado situaciones en las que un partido ha tenido que arrepentirse de sumar votos en un lugar, y habría preferido obtener menos votos allí y los mismos en otro sitio en el que le habría beneficiado la adjudicación de escaños. No sé si se entiende bien el concepto, que no sé explicar mejor, pero en democracia esto es una monstruosidad. Penalizar a un partido por hacer una performance "demasiado buena" en un territorio y estructurar el sistema electoral de modo tal que le habría convenido más obtener peores resultados en el mismo y los mismos resultados en otro territorio es un contra-Dios. No estamos hablando de que sumar votos no beneficie (es decir, de que te diera lo mismo tener en un Land x votos o 10.000 menos), que ya sería como para pensárselo. Estamos hablando de que perjudica (es decir, de que para tí habría sido mejor sacar en lugar de x votos los 10.000 de menos). ¿Éste era el sistema modélico que debía exportarse al resto de la Tierra y que supera a todos los preexistentes? Pues yo no conozco ningún otro sistema en el que obtener votos "de más" perjudique a nadie. Y es que se supone que obtener el máximo apoyo popular posible debería ser el objetivo de todo demócrata. Eso, y que una democracia debería premiar los votos, o por lo menos no castigarlos haciendo que empeore el resultado electoral.

Un tercer motivo en virtud del cual queda deslucido el sistema electoral alemán es su fracaso a la hora de promover una conexión mayor entre los representantes y sus representados. La razón es sencilla: los Diputados de distrito pueden ser parte de las listas electorales proporcionales. Es decir, que un Diputado de actitudes perrunas, como los españoles que conocemos, y sumiso a las directrices de la cúpula de su partido ya no tiene que preocuparse de renovar escaño. Sencillamente es incluido en la lista electoral y a tomar viento fresco la gente de su distrito, si se tercia y lo ordena el partido. Por otra parte, incluso si se impidiera a los Diputados de distrito presentarse en las listas electorales, el efecto pernicioso de éstas seguiría manifestándose, dado que no cabe duda de que habría Diputados que no vacilarían en traicionar las promesas hechas a los votantes si la cúpula del partido se lo exigiera con ánimo de compensar la pérdida de apoyo en su distrito figurando en las listas electorales proporcionales. Indudablemente, el fenómeno se atenuaría, pero persistiría sin duda alguna.

Bien, esos eran los defectos del sistema electoral alemán que regía hasta 2011. Ese año, y en cumplimiento de la orden que le dio al respecto el Tribunal Constitucional Federal alemán tiempo antes, el Gobierno de Merkel (en aquel tiempo apoyada por los liberales) hizo aprobar modificaciones en la legislación electoral alemana. Dichas modificaciones se hicieron fuera del plazo, pero antes de todos modos de las primeras elecciones posteriores al Bundestag, que serían las celebradas en 2013. Las razones por las que el Tribunal Constitucional Federal alemán ordenó los cambios se relacionaron, fundamentalmente, con los distritos sobrantes. Éstos planteaban tres problemas. Tres posibilidades que el Tribunal Constitucional Federal consideró incompatibles con la Constitución alemana. La primera era el fenómeno del peso negativo del voto, de por sí incompatible con el principio democrático, que proscribía un sistema electoral que perjudicaba a quienes, como ya se ha visto, obtenían "demasiados" votos. La segunda era que la adición de los escaños de distrito cuando éstos excedían en número a los proporcionales, como es fácil de entender, atentaba contra la proporcionalidad entre los partidos políticos (si cualquiera de los Länder aumentaba uno o varios Diputados su representación respecto de la que le correspondiera proporcionalmente, los partidos beneficiarios obtendrían más Diputados de los que les correspondían proporcionalmente y los partidos que no sumaran, aunque conservaran los obtenidos de manera ordinaria -que representarían un porcentaje menor sobre el total de Diputados de los respectivos Länder-). La tercera era que la proporcionalidad se mandaba a paseo no solo entre los partidos políticos, sino también entre los Länder (los que enviarán Diputados de más se beneficiarían en perjuicio del resto al aumentar el tamaño de su Diputación).

Ese último problema de la desproporción entre la representación de cada Länder lo planteaba también el reparto proporcional de escaños (recordad: primero entre los partidos, y posteriormente entre las listas electorales de cada partido en cada Länder). Aunque el objetivo de este sistema de reparto era que el número de Diputados proporcionalmente atribuidos de cada Länder fuera proporcional, valga la redundancia, al número de votos emitidos en él (opción respetable e incluso superior al criterio tradicional que atiende a la población que figura en el último censo en lugar de a los electores que participan en las elecciones), lo cierto es el que el sistema no garantizaba en absoluto ni siquiera el cumplimiento de este objetivo. El tamaño de la Diputación "proporcional" de cada Länder (estamos para este razonamiento excluyendo a los Diputados elegidos en solitario por distritos), dependía no de la votación global en cada Länder, sino de la votación de cada partido dentro del Länder. Para explicarlo de modo sencillo: si en Alemania hubiera dos elecciones seguidas en las que el censo y la participación no se modificaran, y tanto a nivel nacional como de los Länder el número de votos emitidos fuera el mismo, el número de Diputados correspondiente a cada Länder podría alterarse si se alterase la correlación de votos entre cada partido político (por mucho que en realidad el peso de éste en la elección fuera el mismo en ambas elecciones). Esto es quizá lo que al Tribunal Constitucional Federal alemán le pareció peor de todo y de remedio más urgente. Lo que es lógico, dado que Alemania es una Unión Federal, y se entiende que la desproporción en el peso político de los Länder es mucho más grave que la desproporción en el peso político de meros partidos políticos.

Así pues, en 2011 se llevó a cabo la reforma ordenada desde el Tribunal Constitucional Federal. Veamos ahora en qué han cambiado las cosas. A la vista de lo anteriormente expuesto, podría considerarse que la razón principal de los defectos que planteaba el sistema electoral alemán antiguo se derivaban, principalmente, de su excesiva complejidad. Y por ende, no parece demasiado aventurado creer que la forma de corregirlos sin cambiar demasiado radicalmente de sistema electoral pasaría por articular un sistema más sencillo, como, por ejemplo, podría serlo uno basado en la suma, y no superposición, de escaños proporcionales y escaños mayoritarios. Esa sería una solución, aunque implicara modificar la Constitución, y se habría podido incluso realizar con facilidad, pues no parece que tras hacer compartido con ellos ocho de sus doce años al frente del Gobierno, Ángela Merkel tenga problemas para entenderse con los socialdemócratas, el otro gran partido de Alemania. ¡Pero no! Por lo que optaron fue por convertir lo que de por sí era algo complicado en un galimatías incomprensible, que he tenido que volver a estudiar con solo relativo éxito antes de poder explicar la manera en que funciona mediante palabras algo comprensibles. Vayamos a ello.

En líneas generales, el sistema es semejante al anterior, pero reformado de un modo que lo complica mucho. Las bases del reparto proporcional son las mismas: en principio, los 598 escaños de base que como mínimo han de componer el Bundestag. En primera instancia, dichos 598 escaños son repartidos, pero no entre los partidos políticos, sino entre los Länder. Y no se repartirían en función del número de votantes, sino en función de los datos de población del censo más reciente, siguiendo el modelo de los EEUU que además se aplicaba y se sigue aplicando a los 299 distritos uninominales. Una vez establecida la cifra de reparto de escaños a los Länder, se procede al reparto de escaños entre las listas de cada partido político sobre la misma base que antes de la reforma. Es decir, que a los 598 escaños mínimos del Bundestag se les resta, en su caso, los conseguidos en los distritos uninominales por independientes o por partidos que no puedan participar en el reparto proporcional -que siguen siendo exactamente los mismos que antes de la reforma -los que sacan menos del 5% del voto proporcional, menos de 3 distritos, dejando de lado el régimen especial de los partidos representativos de minorías nacionales, cuyo régimen también sigue inalterado-). Y, posteriormente, la cifra resultante, sea 598 o sea otra algo inferior, son los escaños que se reparten entre cada lista de partido político de cada uno de los Länder empleando el método Sainte-Laguë (que sustituye al anteriormente empleado de Hare/Niemeyer).

Si como resultado de esta operación las listas de cualquier de los Länder obtienen más Diputados de los que les fueron atribuidos en el primer reparto entre ellos de todos los 598 Diputados, se va aumentando de uno en uno la cifra empleada para la atribución de escaños a las listas de los partidos de Länder -sea 598 u otra menor-, y así hasta que las listas sumadas obtengan tantos Diputados como se otorgaron a los Länder en el primer reparto (y si los Diputados atribuidos son menos que los que corresponden, la cifra empleada como base para la atribución va disminuyendo para conseguir el mismo objetivo: ajustarla a la cifra de escaños atribuida a los Länder según su población). A las listas de partido en los Länder se descontarán los escaños obtenidos por cada partido en los distritos.

Y en esto llegamos al paso que cabría considerar decisivo: la cifra de escaños atribuida a cada lista de partido tras descontarle los escaños proporcionales se incrementará hasta que todos los partidos reciban (sumando los escaños de distrito) la cifra resultante del reparto anterior entre las listas electorales de cada Länder y, sumada a ésta, la cifra de escaños que proporcionalmente correspondería al partido contando SOLO los votos que obtuviera en los distritos en los que sus candidatos hubieran perdido el escaño. La diferencia entre éstos votos y los primariamente atribuidos serían los escaños compensatorios que, sumados a los primariamente atribuidos, nos darían el número de escaños definitivos que obtendría cada partido en cada uno de los Länder, que ahora volverían a ser repartidos de acuerdo a las reglas antes vistas (ocupando todos los Diputados de distrito un escaño, y confiriéndose solo los hipotéticos escaños sobrante de cada partido a los candidatos de sus listas electorales de acuerdo a la posición que ocuparan dentro de ésta). Si algún partido recibiera en cualquiera de los Länder más Diputados que candidatos contuviera la lista, los sitios de más permanecerían vacantes.

Este es, grosso modo, el sistema electoral hoy vigente en Alemania. Un galimatías tal que me genera incluso la duda de haberme quedado correctamente con la copla (de manera que animo a cualquiera que lea esto a investigar por su cuenta si puede). Éste es el sistema considerado a lo largo y ancho del mundo modélico, antes y después de su transformación de 2011. Y ahora toca entrar en valoraciones. Este extraño sistema electoral alemán: ¿Es una Arcadia feliz? ¿Es un engañabobos? ¿Cómo corresponde que lo califiquemos? A trasladar mi particular visión del asunto dedicaré esta segunda mitad del artículo.

Del sistema electoral alemán de RPP hay muchos partidarios en España que incluso lo proponen como el sistema supuestamente más deseable para nuestro país. Y es verdad que el sistema electoral español adolece de tales males como para que quepa interpretar que la RPP tal como la tienen montada en Alemania constituiría un avance para nuestro país. Con eso y todo, quizá quienes así ven el asunto deberían replanteárselo. Porque, tanto el sistema antiguo como el nuevo plantean una problemática común: la mala elección de medios para alcanzar sus fines. El antiguo sistema, queriendo favorecer una mayor conexión entre representantes y representados sin por ello perjudicar la proporcionalidad del resultado, no conseguía ni lo uno (el Diputado de distrito podía y puede ser elegido en listas proporcionales) ni lo otro (las victorias de un partido en un gran número de distritos y la imposibilidad de dejar vacantes los escaños llevaba a su sobrerrepresentación en el Bundestag, sobrerrepresentación que ha sido en varias legislaturas clave para la formación de Gobierno). Y encima, favoreciendo la debilidad electoral, a causa del efecto antidemocrático del peso negativo del voto; y facultando manipulaciones del sistema que, por más que en Alemania no hayan tenido lugar, en España se antojan sumamente probables, a tenor de lo que ha sido la cultura política postfranquista posterior a la aprobación de la Ley para la Reforma Política. Creo sinceramente que no cuesta nada imaginar a los partidos políticos españoles haciendo trampas con la elección de Diputados de distrito para garantizar que sus hipotéticos aliados en caso de necesidad estuvieran presentes en el Congreso de los Diputados.

El nuevo sistema solo soluciona, y mal, el problema de la proporcionalidad. Digo que lo soluciona mal porque lo ha solucionado a un precio exorbitante: el empleo de un método absurdamente complicado que pareciera ideado por el doctor Frankenstein: estructurar un sistema de escaños compensatorios susceptible de incrementar desmesuradamente el tamaño del Bundestag. Así, en 2013 la cámara se vio ampliada de los 598 escaños de base a 631. Pero hasta eso se queda corto comparado con lo sucedido el pasado 24 de septiembre, cuando a causa de la irrupción de dos partidos más (los resurrectos liberales del FDP y la nueva fuerza ascendente de AfD) la cifra de escaños se ha disparado a 709, que no es descabellado que sean incluso más en alguna legislatura futura. Y todo ello para que, no obstante, siga vigente cierta desproporción votos/escaños, dado que AfD, que ganó (en términos del segundo voto que sirve de referencia para el reparto proporcional de escaños) las elecciones en Sajonia, obtuvo sin embargo solo 11 Diputados frente a los 14 que allí obtuvo la segunda fuerza, que fue la CDU de Merkel. Sin perdernos en esto y centrándonos en la cuestión del desmesurado aumento de tamaño del Bundestag (que en teoría podría alcanzar un máximo de 897 Diputados), ¿es en verdad tan problemático que las dimensiones de un Parlamento aumenten o disminuyan tan abruptamente de legislatura en legislatura como para rechazar automáticamente el sistema electoral que permite tal eventualidad? En si mismo, no diría que ese fenómeno sea automáticamente perverso. Desde luego, no lo será si lo justifica la consecución de algún objetivo político de enjundia para cuyo cumplimiento no existiera otro camino y se tomaran medidas a fin de prevenir las alteraciones demasiado abruptas en el funcionamiento normal de una cámara que tiene que celebrar votaciones y reunirse físicamente en un espacio limitado que admitirá un aforo máximo y que habrá que preparar, con los costos correspondientes, en función del número de sus integrantes (particular sobre el que puede leerse en https://mundo.sputniknews.com/europa/201709261072653097-alemania-parlamento-gastos-elecciones/).

En el caso alemán, sin embargo, es dudoso que las variaciones del tamaño del Bundestag respondan a exigencias que no pudieran ser satisfechas de una manera harto más sencilla. Es decir, que si lo que se quería era asegurar la proporcionalidad, habría tenido más sentido la abolición pura y simple de los Diputados de distrito, ya que la situación vendría a ser la misma, pero ahorrándose complicaciones. Y si finalmente se entendiera que igual el de la proporcionalidad es un ideal sobrevalorado, que es lo que creo, no tendría sentido retornar al chapucero sistema electoral previo a 2011, sino que, en todo caso, tendría más sentido establecer un sistema cuerdo de asignación de escaños en virtud del cual se eligieran Diputados de distrito que fueran más cercanos a las preocupaciones populares y tendentes a garantizar una mayoría parlamentaria y otros en una circunscripción electoral nacional. Sistema que además solo tendría sentido si existiera un número idéntico de Diputados mayoritarios y proporcionales, dado que si ambos criterios de selección de parlamentarios están presentes en el sistema electoral, cualquier diferencia entre las proporciones de unos u otros conllevará necesariamente una arbitrariedad injustificada que solo puede evitarse dando a ambos grupos de Diputados el mismo peso. Todo sea dicho, incluso si no se procede de ese modo, se antoja notablemente más razonable establecer una proporción fija de Diputados de distrito, y no una constantemente variable.

Precisamente esa arbitrariedad es uno de los rasgos merecedores de mayor desaprobación que plantea el actual sistema. Y es que, quiérase que no, tanto en su versión anterior como, de modo todavía más agresivo en su versión posterior a 2011, el sistema electoral alemán de RPP es un sistema basado en la existencia de una minoría de 299 Diputados elegidos por distritos dentro de un Bundestag de tamaño variable que en esta legislatura tendrá 709 miembros frente a los 631 y 622 de las dos legislaturas precedentes (lo que significa que existen 410 Diputados que no han sido elegidos por los distritos, a diferencia de los 332 y de los 323 no elegidos por distritos tras las elecciones de 2013 y 2009, respectivamente). Esto puede ser mejor o peor, pero en verdad se trata de una arbitrariedad carente del menor sentido. Pues no lo tiene establecer una cantidad de Diputados de distrito claramente concebidos para ser la mitad pero que en 2009 representaron el 48'07% de todos los Diputados del Bundestag, en 2013 el 47'39% y en 2017 el 43'3%. A esto se lo llama chapucería e improvisación electorales.

Finalmente, es preciso señalar último de todos el que para mi es el mayor defecto del sistema electoral alemán: su carácter draconiano, que lo hace insensible a la existencia de fracciones que en buena lógica merecerían aspirar a obtener alguna representación parlamentaria, por poca que fuera, y que solo exceptúa la regla para favorecer a grupos caracterizados precisamente por no identificarse con Alemania (actitud verdaderamente suicida que, aplicada a España, sería la ruina total de nuestro país, que ya bastante ha favorecido en estos últimos cuarenta años las tendencias centrífugas). Indudablemente, ambos son defectos que se pueden entender teniendo presente que Alemania no fue libre para establecer su nuevo orden institucional de posguerra, que la vigilancia por los Aliados de los pasos dados por la Alemania Occidental fue muy estrecha, y que aquel proceso ya de por sí mediatizado hasta el extremo desde fuera estuvo además marcado a fuego por el recuerdo del caos electoral de la República de Weimar (que tanto dificultó la formación de Gobiernos estables que gozaran de apoyos parlamentarios estables, y tanto contribuyó al nacimiento del Reich hitleriano).

Se consideró que la República de Weimar era el contramodelo a evitar, al menos en términos electorales (aunque también institucionales, como demuestra el robustecimiento de los poderes del Canciller en relación a los del Presidente -que quedó relegado a la condición de figura meramente decorativa-), y por lo tanto se quiso impedir a toda costa la "excesiva" proliferación de partidos minoritarios, y para ello se estableció la barrera del 5% del voto nacional para acceder al Bundestag. Sin renunciar al proporcionalismo, que tras la implementación de los mecanismos del llamado "parlamentarismo racionalizado" se convirtió en una excusa perfecta para establecer un sistema basado en listas electorales que permitiera ejercer un elevado grado de control sobre los Diputados, reduciéndolos al orden y facilitando la estabilidad de lo que claramente desde el principio se convirtió en una partitocracia al estilo de las que se fueron formando en el resto de Europa Occidental. Siendo también una forma de forzar los Gobiernos de coalición, lo que tampoco es inocente, dado que favorecer ese tipo de Gobiernos era también una forma de hacer ver que Alemania había superado la época nazi de partido único que monopoliza completamente el poder (necesidad que la incorporación de Alemania Oriental ha reforzado, dado el pasado comunista de los nuevos Länder). En cuanto a la excepción favorable a las minorías nacionales según la cual a éstas se las exceptúa de la regla del 5%, obviamente era una forma de demostrar que Alemania había aprendido la lección, y que pasaba del ultranacionalismo nazi a convertirse en el mejor amigo de las minorías. Mentalidad que no fue ajena a semejante decisión, igual que no fue ajena a la decisión de Merkel de admitir en tropel a refugiados sirios y de otros muchos sitios.

Así y todo, incluso en esto cabe dudar de que los artífices de la conformación del sistema electoral alemán eligieran bien los métodos. Es dudoso que fuera precisa una barrera tan elevada como la actual del 5% para conseguir los efectos deseados. Seguramente barreras sensiblemente menores también habrían servido para impedir la proliferación excesiva de pequeños partidos. Sin embargo, es que al final lo que resulta dudosa es esa misma obsesión por impedir a toda costa la aparición de pequeños partidos, gran problema al que se suelen enfrentar todos los sistemas basados en la aplicación de fórmulas de reparto proporcional de escaños a circunscripciones amplias. Claro, si la totalidad de los integrantes de un Parlamento se eligen de ese modo, la preocupación es comprensible. Pero no puede ser que se le pongan un trono a la premisa y un cadalso a la consecuencia. No puede ser que se exalte la "superior justicia" de la proporcionalidad y que, acto seguido, se abomine de sus legítimas consecuencias y se reduzca la proporcionalidad, como en el caso alemán, a una proporcionalidad entre los cuatro o seis más grandes, excluyendo de la legislatura al resto. ¿Que se quiere proporcionalidad? Pues entonces que se aplique correctamente, excluyendo no ya la draconiana barrera alemana, sino también cualquier otra barrera, por pequeña que sea. ¿Que, como consecuencia de esto, se considera que se pone en peligro la gobernabilidad del país? Pues que se añadan a los Diputados elegidos de manera proporcional un número y proporción fijos de Diputados de distrito (preferentemente la mitad), y que éstos se elijan separadamente y se sumen a los otros, sin incurrir en apaños extraños como el teutón.

Si esto se hubiera hecho en Alemania, seguramente la elección separada de Diputados de distrito habría permitido a los grandes partidos compensar de sobra los efectos de la reducción/supresión de la barrera. En el escenario aquí planteado las posibilidades de mayorías de Gobierno estables aumentarían, e incluso seguramente resultasen más fáciles de conseguir las mayorías absolutas. Eso incluso en el caso de que, como yo creo que sería más correcto, los Diputados de distrito se eligieran a través de alguna versión más o menos modificada del llamado voto alternativo (sistema de "segunda vuelta instantánea" que permite al elector ordenar a todos o a parte de los candidatos -yo preferiría que a todos- por preferencias, que se van sumando progresivamente hasta que algún candidato cumpla los requisitos que se impongan para alzarse con la victoria). Es verdad que la independencia de los Diputados sería mayor que bajo el sistema actual, circunstancia que a mi no me parece que tenga nada de malo, pero que algunos podrían creer que pondría en peligro la formación de Gobiernos estables.

Empero, el argumento a mi modo de ver carece de peso. Si se mantuviera el sistema de elección parlamentaria del Canciller (o, para el caso, del Presidente del Gobierno español), dicha independencia no sería absoluta y, por ende, no sería probable que pusiera en peligro la existencia de un Gobierno sólido y estable, dado que con motivo de la interrelación entre el Bundestag y el Canciller, los Diputados, incluso de distrito, seguramente tendrían muy presente que, a causa de la vinculación entre la elección parlamentaria y la del Canciller, es realmente a los candidatos a la Cancillería a quienes de hecho respaldan con su voto los ciudadanos; de manera que, a no ser que por cuestiones de política interna la imagen del Canciller quede debilitada, difícilmente se le van a rebelar. Y si alterasemos sustancialmente el sistema y la Jefatura de Gobierno fuera decidida directamente por los ciudadanos sin que tuviera que recibir la aprobación del Bundestag, la independencia de los Diputados (que sería harto mayor, al no depender de ellos la formación de Gobierno) podría dificultar la aprobación de toda la legislación que deseara el ejecutivo, pero no pondría en peligro la existencia del Gobierno mismo.

Bien, no cabe duda de que me he despachado a gusto contra el sistema electoral de Alemania. ¿Alguna virtud que quepa reseñar del mismo? Indudablemente, las principales virtudes del sistema electoral alemán están en algunas de sus intenciones, al margen de que luego se lleven desastrosamente mal a la práctica. Así pues, es un sistema que busca la consecución de dos objetivos loables. Uno primero que quizá sea más inasequible, como lo es encontrar la forma de compaginar cualquier clase de reparto proporcional de poder entre formaciones políticas con capacidad de influencia seria de los ciudadanos sobre los legisladores.así elegidos. Es dudoso que pueda impedirse que la elección proporcional desemboque en la conformación de estructuras de poder partitocráticas, pero es un objetivo que, si fuera posible instrumentalizarlo, sería encomiable. En segundo lugar, también me parece correcto aspirar a determinar el poder de los territorios no en base a la población en constante cambio, sino en base a un dato objetivo, traslúcido y no manipulable como lo es la participación electoral. Esa es una idea particularmente buena que considero que es susceptible de ser imitada en todas partes, y que favorece una alta participación electoral que evite se ciernan riesgos de deslegitimación de las instituciones democráticas; si bien en un sistema de RPP como el alemán es difícil de llevar a la práctica, y en un sistema basado en la elección separada de Diputados de distrito sería complicado (los distritos tienen que estar ya establecidos con anticipación a las elecciones). Así y todo, las dos intenciones antedichas son los rasgos que valoro más positivamente del sistema, pero de intenciones no se vive, e insisto en que, si bien creo que todo sistema electoral debería procurar alcanzar los mismos dos objetivos que persigue el alemán (especialmente el segundo), nunca la forma concreta en que Alemania busca la consecución de dichos objetivos podría servirle de modelo.

¿Arcadia feliz? ¿Engañabobos? Pues el sistema electoral alemán de RPP esencialmente es un engañabobos, aunque con algunas escasas virtudes que permiten afirmar que no es el peor sistema electoral entre los que cabe instrumentar, al menos por sus efectos (menos nocivos para Alemania de lo que puedan serlo para España los defectos de su sistema electoral suicida y proseparatista). Pero que no le salvan de ser catalogado como el más chapucero y peor articulado entre todos los sistemas electorales existentes en el ámbito de las democracias avanzadas de Occidente. He dicho. IHS

martes, 12 de septiembre de 2017

RAZONES DE LOS PARTIDOS Y MONARQUÍA ESPAÑOLES PARA APOYAR LA INDEPENDENCIA DE LA REPÚBLICA CATALANA

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Ahora que han pasado unos días, toca quizá hablar sobre una de las facetas que menos han llamado a lo largo y ancho de la geografía nacional de los atentados acaecidos el pasado 17 de agosto en Cataluña. No me refiero al vergonzoso uso que de la matanza han hecho las autoridades políticas catalanas a fin de instrumentalizarla de muchas maneras para la causa de la independencia. Es un hecho que han sacado pecho de la supuesta operatividad de los Mozos de Escuadra (que a estos efectos da igual si es o no real y digna de reconocimiento o falsa y como tal mera propaganda separatista que deberíamos contrarrestar), y que han presumido de actuar como si de un Estado independiente ya se trataran. Desgraciadamente, el Gobierno español contribuyó a que esto fuera posible con una ausencia que reforzó la impresión de que los separatistas tienen razón cuando afirman que Cataluña no necesita para nada al resto de España y está preparada para echar a volar por su cuenta independientemente. El Gobierno ha permitido la usurpación manifiesta de competencias del Estado central, que son precisamente las que la Generalidad afirma que podrá ejercer una vez se convierta en el ejecutivo de una nueva República Catalana.

Así pues, este artículo no pretende lanzarse a la yugular del separatismo, sino indagar acerca de por qué tanto el Gobierno como los partidos políticos de importancia nacional y la propia Monarquía parecen no solo no querer remediar esta situación, sino estar encantados con ella y desear fervorosamente que vaya a más. Se trata de dilucidar si no va a ser al final que es posible que todos los grandes partidos políticos españoles quieran, por unas razones o por otras, la independencia de Cataluña. Al igual que el Rey Felipe VI de Borbón. Yo no puedo saber a ciencia cierta si mis especulaciones son o no ciertas, e igual estoy equivocado de medio a medio. Pero cuando, en una situación en la que la integridad nacional de España podría enfrentar el mayor riesgo conocido desde 1640 (cuando bien pudo haberse disgregado con carácter general en nuevas "taifas cristianas", pero consiguió mantener en lo esencial su unidad pese a la definitiva secesión de Portugal), y el Gobierno no tiene mejor idea que la de ausentarse tras una matanza terrorista para permitir que los separatistas presuman de tener controlada la situación y encima acusen a España de incomparecencia y de que en el fondo le traen al pairo los problemas relacionados con la seguridad de los catalanes, parece lógico especular con que no se trate de simple y siniestra incompetencia, sino más bien de simple y todavía más siniestra connivencia con el independentismo. De modo que ahí van mis especulaciones acerca de por qué a los actores políticos principales de España podría parecerles una gran cosa la independencia de Cataluña.

Comencemos por el PP. Su caso es el más flagrante de todos. No porque lo diga yo, sino porque es el partido que gobierna España y el que, entre todos, tendría el deber principal y más evidente de actuar. En lugar de eso, su omisión ha tenido como resultado que se haya dejado pasar una oportunidad de oro para restablecer, sin necesidad de falsas excusas, la presencia ordinaria del Estado en Cataluña de manera que los catalanes vuelvan a acostumbrarse a ella (presencia que además estaría justificada por la necesidad de que la Policía Nacional y la Guardia Civil se hagan cargo de la lucha contra el terrorismo yihadista, sobre los que pese a la existencia de los Mozos de Escuadra sigue teniendo competencia el Estado Central). Peor aún, ha permitido que en lugar de eso suceda todo lo contrario: exaltación del independentismo y de su capacidad para llevar a la práctica sus delirios hasta el punto de obligar al Rey a pasar por la humillación de desfilar por Barcelona rodeado de las senyeras esteladas burguesas y rojas de los independentistas. Sin entrar, por no ser el asunto central del artículo, en la exaltación terrorífica del Islam como religión de paz, hasta el límite de hacer hablar en los actos de Ripoll a la hermana de dos de los asesinos (que no debería tomar la palabra en momentos como éstos ni siquiera si realmente repudia el horror cometido por sus hermanos en nombre de Alá y Mahoma). ¿Qué sentido tiene todo esto? ¿No debería ser el PP, de entre todos los partidos de ámbito nacional, el más firme garante de la unidad de España?

A tenor de su idolatría ciega hacia nuestra desafortunada Constitución (que, pese a sus infinitas majaderías y desafueros, medio acertaba cuando proclamaba la unidad indisoluble de la Nación española), y del hecho de estar gobernando, cabría esperar que así fuera. Pero en realidad sospecho que ese no es el caso. Mucho me temo que el PP en realidad lo que esté es deseando encontrar la excusa perfecta para dejar marchar a una Cataluña independiente. Sin importar que se convierta en República, Monarquía, Califato musulmán, Imperio "Gayláctico", Matriarcado abortista o "Fragoneta" cani-gitanorra. Y tiene mucho sentido que así sea. El PP cree que la gobernabilidad de España sería infinitamente más fácil desprendiéndose de Cataluña. A lo más a lo que aspirará será a retardar ese momento para que a la UE no se le indigeste y pueda tomar las medidas que estime pertinentes. Pero es un hecho que el PP piensa que sin Cataluña aumentan sus posibilidades de reunir mayorías absolutas, sea solo o acompañado por C's.

Pasando al Rey, debemos de tener en cuenta que para las cabezas coronadas de todas partes la vitalidad y fuerza de sus reinos tienden a carecer de importancia desde el momento en que, afortunadamente, han dejado de gobernarlos para siempre. Al Rey Felipe VI de Borbón una hipotética segregación de Cataluña (tanto le da si en clave monárquica o en clave republicana) no le perjudica en nada, ni comprometería el boato de la Monarquía. Por el contrario, le beneficia en un sentido que debería ser obvio, dado que una secesión catalana garantiza que en un hipotético referéndum en el que se votase entre Monarquía y República la causa republicana pierda millones de votos. Cataluña es la segunda región más poblada de España, con casi ocho millones de habitantes. Y parece bastante claro que, en caso de celebrarse un referéndum para decidir entre Monarquía y República, Cataluña optaría abrumadoramente a favor de la República. Prueba de que la causa de la Monarquía es popular en Cataluña es que entre los separatistas la cuestión no es polémica: todos optan por la República como forma de Estado de una Cataluña independiente.

Se habla constantemente de la República Catalana. Nada que ver con el "Plan Ibarretxe", que, aunque no compartido por todos los separatistas vascos, proponía que el Rey de España siguiera siéndolo del País Vasco. Lo que rebosaba de lógica, dado que el separatismo vasco del PNV históricamente ha sido retrógrado en el más puro sentido de la palabra, y además el "Plan Ibarretxe" no preveía en absoluto la independencia del País Vasco, sino simplemente un tipo de relación entre éste y el resto de España semeja a la de los Estados Federados de EEUU con la Unión Federal, con la única adición de una soberanía plena -y no limitada como la de los Estados de EEUU- amparada en el eufemístico "derecho a decidir", en virtud de la cual una mera mayoría absoluta del Parlamento vasco podía forzar negociaciones para la independencia. Tampoco el caso catalán guarda semejanzas con el de Escocia, donde una mayoría clara de independentistas escoceses parecen desear que los Reyes de Gran Bretaña sigan siéndolo, solo que no de ningún Reino Unido, sino de un Reino de Inglaterra, Gales e Irlanda del Norte, por un lado, y también de un Reino de Escocia, por el otro. El independentismo escocés republicano parece a día de hoy importante, pero minoritario.

Así pues, a Felipe VI seguramente le convenga mucho la independencia de Cataluña. Porque tenderá a garantizarle conservar la Jefatura de Estado sobre lo que quede de España a título de Rey que recibió de su padre y que Juan Carlos I recibió de Franco. Y le facilitará legársela a la futura Leonor I. Recordemos esto: dada la ausencia de méritos conocidos, es el título rancio y caduco el que mantiene a este hombre y a su familia como parte de la alta sociedad planetaria. Sin su título de Rey, el Borbón no es absolutamente nadie. Y, aunque por un casual fuera una persona capaz que pudiera abrirse camino hasta lo más alto de la sociedad en el campo que fuera, nada garantiza que sus hipotéticas buenas cualidades se transfirieran a su descendencia. Al final, el compromiso que el Rey no tiene con su patria con lo que lo tiene es con su familia. Y lo único que le interesa es conservar una corona de cierta importancia (y España seguiría siéndolo incluso en el caso de que se secesionara Cataluña). De modo que seguramente le satisfaga la independencia de Cataluña (aunque quizá no debiera satisfacerle tanto, dado que bien podría precipitar la evolución de los acontecimientos en España e incluso movimientos republicanos que considerasen que republicanizar España pudiera ser de ayuda a la hora de componer una solución por medio de la cual nos federásemos o confederásemos con Cataluña).

Respecto a PSOE y PODEMOS, que para esto vienen a ser una misma cosa, la independencia de Cataluña podría ser más deseable de lo que parecería en un primer momento. Es verdad que potencialmente favorecería al PP al facilitarle la consecución de mayorías, ya sea en solitario o aliado con C's. Sin embargo, hay un punto que debemos tener en cuenta: no se antoja impensable que, en caso de que se nos independizara la República Catalana, los problemas relacionados con la integridad territorial de España puedan atemperarse, dependiendo de si el separatismo vasco se subiera o no al carro de la independencia (cosa que no es segura, porque al País Vasco le beneficia infinitamente más seguir dentro de España de lo que pueda beneficiarle a Cataluña, como consecuencia de sus privilegios de tipo fiscal respecto del resto del país, salvo la Navarra que reivindican como propia). Si así sucediera, el antagonismo entre PODEMOS y C's podría disminuir lo suficiente como para que los naranjas estuvieran dispuestos a pactar con el PSOE y PODEMOS contra el PP. Posibilidad tanto más factible si el PP no hace esfuerzos serios contra la corrupción galopante en que parece llevar instalado desde su misma aparición.

Téngase en cuenta que, más allá de la economía, los desacuerdos entre los tres partidos no son demasiado grandes. Los tres partidos están a favor de las leyes LGTBI, los tres son de tendencias feminazis, los tres son ultraabortistas radicales (allí donde el PP es ultraabortista moderado), los tres son anticlericales y partidarios de revisar las relaciones entre el Estado y la Iglesia Católica, los tres son partidarios de una regeneración democrática de pega que no ponga en peligro la completa hegemonía de las cúpulas de los partidos políticos sobre unos Diputados nacionales y autonómicos completamente irrelevantes. En realidad, los tres partidos podrían plantearse hasta un gobierno tetrapartito con el PP del mismo modo en que CDC (ahora PDCat), ERC y las CUP se entienden en Cataluña. Al fin y al cabo, salvo la política hostil hacia una Iglesia Católica y las medidas de falsa regeneración democrática, el PP comparte todas las políticas antes mencionadas -y no siempre en un grado más moderado-. Si pese a ello no hay pacto con el PP, es solo porque el simulacro de democracia hoy existente en España exige aparentar la existencia de un enfrentamiento perfectamente falso entre por lo menos dos grandes alianzas políticas.

De la mano de todo lo anterior va la razón que C's podría tener para desear la independencia de Cataluña. Que no es otra que la siguiente: aunque el partido sea de origen catalán e impulse calladamente políticas sospechosamente catalanistas en Comunidades Autónomas diferentes de Cataluña, se ha fortalecido lo suficiente en el conjunto de España como para que quepa esperar que siga presente en la política española de modo perdurable incluso en el caso de que se segregue su región de origen. Es un hecho que en las elecciones de 2015, C's obtuvo 35 de sus 40 Diputados fuera de Cataluña (en la que solo obtuvo 5). Cifra que en 2016 apenas se redujo, pasando a obtener 27 de sus 32 Diputados fuera de Cataluña (donde volvió a obtener 5). Tanto en Madrid como en la Comunidad Valenciana y Andalucía sus resultados fueron mejores en escaños y/o votos que los que obtuvo en Cataluña. De manera que C's no quedaría fuera de juego en el caso de una hipotética secesión catalana.

De hecho, la aparición de una República Catalana abriría a C's horizontes que no está claro que tuvieran el resto de partidos "unionistas" de Cataluña. Al tratarse de un partido originado en Cataluña, cabria imaginar que subsistiera y que se convirtiera en un partido sólidamente binacional, que jugase a hacer de nexo de unión entre Cataluña y la España de la que se escindiera. De hecho, cabría incluso imaginar que concentrara decisivamente el voto de los catalanes que conservaran sentimientos más o menos fuertes hacia España. Y, si bien es verdad que cabe imaginar que la vida política de la República Catalana sería fundamentalmente dominada por los partidos que conquistaran la independencia (según cómo evolucionara la nueva República, cabría hasta temer que los demás pudieran ser desarticulados por "deslealtad" hacia el nuevo régimen), no hay nada escrito de antemano acerca del futuro, de manera que bien podría ser que, andando el tiempo, los políticos que hoy abogan por mantener Cataluña dentro de España aceptaran los hechos consumados y participasen como si tal cosa en el juego político de la República Catalana.

En realidad, yo cuando pienso en esto dejo volar mi imaginación. Pienso que sería interesante que, efectivamente, tras la independencia de Cataluña los catalanes conservaran la nacionalidad española e incluso que sus descendientes la conservaran. Creo que no deberían (en todo caso se debería darles un plazo para optar por la nacionalidad española o por la catalana, y debería desnacionalizarse automáticamente a todo aquel que aceptara la nacionalidad catalana), que carecería de sentido y que sería un insulto a todos los españoles, pero de nuestra clase política espero absolutamente cualquier ruindad o crimen. Los políticos españoles consideran que el país existe para darle una posición y lo trata como su cortijo, no vacilando en hablar de la soberanía como si fuera una cosa que les pertenece y con la que pueden casi literalmente hacer negocio. En verdad son el mejor y más completo argumento imaginable en favor de la secesión de Cataluña y de cualquier otra región que se lo plantease. Por lo tanto, no veo imposible que ordenen al TC interpretar la Constitución, llegado el caso, de tal modo que se interprete el artículo 11.2 de modo tal que se considere imposible despojar a los catalanes nacidos españoles de la nacionalidad española, por ser españoles de origen. Y no me parecería imposible que tanto el PSOE como PODEMOS y C's (quien sabe si también el PP) se negasen a modificar nuestras leyes, que en la práctica permiten que quien ha sido español conserve su nacionalidad pese a adquirir otra extranjera sin más requisito que, en plazo de tres años, solicitar conservar dicha nacionalidad. En definitiva, que tendría su gracia que diversos políticos, especialmente de C's, adquirieran la nacionalidad española reteniendo la catalana, y que como consecuencia de ello hicieran política simultáneamente en España y en Cataluña. En mi mente contemplo ya a un flamante Albert Rivera estableciendo una vinculación personal entre los dos Estados al convertirse a un tiempo en Presidente del Gobierno del Reino de España y en Presidente de la República Catalana. ¿A que mola?

viernes, 25 de agosto de 2017

GILIPOLLECES POST-ATENTADOS DE BARCELONA (2)

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Escribo este artículo movido por la indignación que me produce leer determinados estados de Facebook. Sabía desde el minuto 1 que tendría que leer muchas tonterías acerca del nuevo crimen islamista, y que además tendría que leer estúpidas e insultantes acusaciones de "racismo" vertidas contra todo el que se atreva a murmurar una mala palabra en contra de la religión responsable principal (aunque no exclusiva, porque en Occidente mismo contamos con una larga quinta columna) de todo este sufrimiento. Así que escribo otra vez sobre lo que han supuesto los atentados, y en respuesta a tanta idiocia. Siento que profiero un solitario grito en el desierto de maldad e idiocia combinadas en que nuestros gobernantes y élites sociales y económicas deliberadamente han convertido a Occidente. Pero alguien tiene que hablar de cosas serias, pese a que la gente prefiera entretenerse con la basura que se echa por televisión.

Nadie en su sano juicio cree que todos los musulmanes, por el mero hecho de serlo, sean asesinos en potencia. Pero es un hecho, guste o no, que el Islam legitima la violencia; y que aunque todos los musulmanes no sean terroristas, la práctica totalidad del terrorismo de nuestros tiempos se perpetra en nombre de Alá y Mahoma (y además es mucho más desinhibido que el terrorismo occidental que hemos sufrido en el pasado países como España o Reino Unido en lo que hace a la causación de bajas civiles -no suelen atacar objetivos concretos, como habitualmente hacían ETA o el IRA, sino que lo que pretenden es matar tanto como puedan-).

Todas las principales confesiones cristianas han legitimado la violencia en el pasado, pero con una diferencia que aunque a casi todo el mundo en Occidente se le escape es crucial: nada en el Evangelio apoya la violencia. De hecho, la violencia legitimada en el Antiguo Testamento es de modo más o menos explícito deslegitimada por Cristo. Hecho que al cabo de los siglos ha obligado a todas las confesiones cristianas de importancia a dejar de apoyar unas violencias (y otras malas prácticas) que contradicen flagrantemente el propio ejemplo del que los creyentes consideran Dios hecho hombre.

Por el contrario, es tremendamente habitual en el Corán encontrar imprecaciones a la violencia contra los "incrédulos". Cierto que existe alguna aleya (el equivalente al versículo bíblico) más amable, pero no solo son muchas menos, sino que además, cuando en el Corán se dan ese tipo de contradicciones, la solución por la que optan la casi universalidad de los musulmanes es aquella en virtud de la cual las aleyas posteriores derogan a las anteriores. Casualmente, las aleyas violentas son prácticamente siempre posteriores a las pacíficas (las de paz corresponden a la época en que Mahoma aún no había huido de la Meca y carecía de poder armado; mientras que las de guerra son propias del periodo en que Mahoma se dirigió a la ciudad que hoy llamamos Medina, y se puso a la cabeza de un verdadero ejército de los creyentes).

Y si tras esto aún hubiera lugar a dudas, la propia conducta del que los musulmanes consideran "Profeta" y más perfecto ejemplo que Alá ha dado a los creyentes desmiente toda afirmación fraudulenta del Islam como "religión de Paz y Amor" y demás tonterías siniestras y suicidas que hoy se dicen en Occidente. Mahoma pasó los últimos doce años de su vida difundiendo su religión por medio de la espada y de la violencia más atroz. Y tras su muerte el Islam se expandió a la práctica totalidad de los países que hoy profesan esa religión (con escasas excepciones como Indonesia) por medio de la que junto con las de los mongoles de Gengis Khan supone la mayor cadena de conquistas militares que la Humanidad ha contemplado en toda la Historia (y que huelga decir que nosotros sufrimos, al igual que otros muchos pueblos). Ni los españoles en América conquistamos tanto en tan poco.

Termino diciendo que en modo alguno odio a los musulmanes ni meto a todos en el mismo saco. Pero repruebo categóricamente la religión mahometana como doctrina político-religiosa, y considero que obviar que ésta supone la mayor amenaza existencial al conjunto de Occidente es intentar tapar el Sol con un dedo. No existe mayor ni más contundente prueba contra la naturaleza del Islam como religión que la propia dinámica histórica, pasada y actual, de los países musulmanes. ¿Podrían superarla? Tal vez si, pero tendrían que renunciar a tantas enseñanzas del "Profeta" Mahoma (por de pronto tendrían que renunciar al concepto de yihad entendida como legitimación de la agresión a los "infieles" por el mero hecho de no ser musulmanes; y tendrían que renunciar a todos aquellos castigos de tipo religioso contrarios a los derechos humanos, así como a la legitimación de la radical discriminación contra la mujer) que ni siquiera estaría claro si después de terminar con el proceso de "desintoxicación" de la religión musulmana el mejunje resultante podría seguir siendo llamado con ese nombre. IHS

domingo, 20 de agosto de 2017

GILIPOLLECES POST-ATENTADOS DE BARCELONA

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Y ahora, con los cadáveres de la masacre de Barcelona aún calientes, preparémonos para soportar una semana de gilipolleces y mensajes vacíos que no solo no apuntan a la realidad del problema, sino que encima lo encubren y disimulan sin ningún recato.

Se diga lo que se diga, la raíz del problema no es la pobreza ni tampoco las dificultades de los inmigrantes, ni las políticas de integración o ausencia de ellas. En el siglo XIX y durante buena parte del siglo XX han existido corrientes de inmigrantes absolutamente extraños a los valores del país de acogida y eso nunca ha dado lugar a la aparición de grupos terroristas de ninguna clase que amenazaran la seguridad nacional. No sé de bandas armadas de chinos ni de japoneses atentando en ningún lugar de EEUU ni de toda Hispanoamérica. No sé de vietnamitas, caribeños ni negros no musulmanes atentando en Francia ni Gran Bretaña.

Lo que debería preocuparnos es muy principalmente la religión de nuestros huéspedes, que es el factor que los distingue de todos los demás colectivos de inmigrantes. La poca gente sensata que queda no debe dejar de repetirlo, porque es la verdad: nuestro problema es el Mahometanismo criminal. Religión sanguinaria que otra vez ha sacrificado víctimas en el altar de su dios Alá. ¿No queremos terrorismo? Entonces tendremos que ver qué hacemos con el Islam, cuya implantación cada vez más sólida en Europa debe comenzar a abordarse como lo que es: la mayor amenaza que pesa sobre nuestra civilización y sobre los más básicos derechos y libertades que el mundo cristiano ha peleado durante siglos.

En lo que respecta al Islam en Europa solo hay dos caminos: o se modera y abandona para siempre el concepto de la yihad, o se extirpa de nuestro suelo. No creo que se lo pueda moderar, porque los sentimientos religiosos de la gente no se regulan por decretos de la autoridad gubernativa; y quien considera a Mahoma el más perfecto ejemplo de ser humano no va a censurar la yihad (que el susodicho practicó sin inhibición alguna hasta su muerte). Así pues, mucho me temo que con el Islam la única alternativa seria que nos queda es la de extirparlo, proscribir completamente su práctica, cerrar a cal y canto todas sus mezquitas y someter a rígido control la difusión de sus Coranes. Ya sea por un medio, o por otro.

Dejando todo esto de lado, me despido de los lectores animándoos a compartir conmigo esta oración para Dios nuestro Padre, el único que en estos momentos puede servir de verdadera ayuda y consuelo frente al torrente de maldad e idiocia combinadas que azota a nuestra sociedad: Que Adonay, único y verdadero Dios, acompañe ahora y para siempre a aquellos de entre nuestros muertos de Barcelona y el resto de ciudades agredidas por la barbarie mahometana que le parezcan dignos, y tenga tanta compasión como sea posible de todos los demás, agresores inclusive. Fortifícanos, oh Dios, a fin de que tu Amor prevalezca y no se precipite sobre nosotros el odio fanático y destructor de los musulmanes. Ayúdanos a discernir el camino más correcto para atajar esta grave amenaza sin excedernos ni quedarnos a medias. No permitas que en las manos impuras de este enemigo sediento de sangre quede depositado para siempre nuestro destino; y, si todavía es posible, salva de la ruina a la otrora gloriosa civilización de Occidente. Esto es lo que yo te pido en el nombre de Jesucristo, Hijo tuyo y Señor nuestro. Amén. IHS

lunes, 24 de abril de 2017

FRANCIA: PRESIDENCIALES, LEGISLATIVAS Y COHABITACIONES

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No ha terminado todavía el recuento de los votos en Francia, pero el pescado ya parece estar todo vendido. Habrá una segunda vuelta entre Macron y Le Pen. Ese era el escenario que llevaban semanas anunciando los sondeos de opinión, y el que al final enfrentarán nuestros vecinos del norte el próximo 7 de mayo. Macron, con casi toda probabilidad, barrerá a Le Pen en segunda vuelta, de tal suerte que el petimetre del sistema devendría nada más y nada menos que en Presidente de la República. El octavo desde la creación por Charles De Gaulle del actual régimen político francés en 1958.

Le Pen puede estar satisfecha con sus resultados. Mas, a la espera de lo que suceda en la segunda vuelta, tiene más motivos para la moderación que para la euforia o el triunfalismo. Ha obtenido la mayor votación popular en términos absolutos cosechada por el Frente Nacional en toda su historia. Y el mejor resultado de su formación en unas presidenciales. Pero es Macron quien ha ganado la primera vuelta de las elecciones. De manera además clara, ya que Le Pen ha estado más cerca de que Fillon o Mélenchon la relegasen a la tercera o cuarta posición y la apeasen fuera de la segunda vuelta que de ganarle la primera vuelta a Macron. Así las cosas, y a no ser que el Frente Nacional consiga alzarse con la victoria en la primera vuelta de las elecciones legislativas del mes de junio, no tendrá razones para proclamarse el "primer partido de Francia", como ha venido haciendo en los últimos años. No ha fracasado como si lo hizo Wilders en Holanda, pero tampoco ha cosechado todo el éxito que habría podido esperar obtener en estos comicios.

Por otra parte, tenemos que el Frente Nacional, a lo largo de los últimos años, ha sobrepasado varias veces en porcentaje los sufragios obtenidos en esta primera vuelta presidencial. Obtuvo el 27% pasado de los votos en las últimas regionales. Es verdad que cada elección es diferente y que no se pueden extraer conclusiones precipitadas de este dato, pero tampoco se debe obviar. Podría indicar cierto estancamiento del partido. Y genera la duda legítima acerca de qué marca es más popular: si la de Marine Le Pen o la del Frente Nacional. Con todo, esto no debería poner en peligro al medio plazo el papel protagonista de la hija de Jean-Marie Le Pen, pues es incuestionable que ha sido bajo su liderazgo que el partido ha llegado hasta donde ha llegado. Es decir, mucho más lejos de lo que jamás soñara su padre.

François Fillon, que al comienzo del año era Presidente in pectore, es ahora un presunto cadaver político. El partido gaullista, Los Republicanos, que esperaba hacerse con todo el poder, ha perdido una oportunidad de oro que nadie sabe, en los tumultuosos tiempos que parecen estar por venir, si se volverá a presentar. Por vez primera no habrá un candidato gaullista en la segunda vuelta de unas presidenciales. No mejor le ha ido al Partido Socialista Francés, cuyo candidato Hamon ha obtenido un ridículo 6% del voto. El verso libre Macron, ex Ministro de Economía de Hollande, se convertirá en Presidente de la República, y si los socialistas quieren continuar siendo una alternativa de poder, pueden verse obligados a tragarse la ira que puedan sentir contra su antiguo correligionario para aliarse políticamente con él. Ahora bien, dado que Macron ha jugado con su condición de verso libre para ascender políticamente en este año de infarto, está por ver que considere rentable hacer las paces con sus antiguos compañeros de viaje. El aún Presidente Hollande y el Primer Ministro Cazeneuve le han dado su apoyo para la segunda vuelta, pero puede ser que tras las presidenciales los socialistas opten por hacerle la puñeta.

Razones para ello podrían tener. Son quizá los socialistas el partido que enfrenta el mayor dilema de todos. Le ha sucedido lo peor que puede sucederle a un partido, que no es caer derrotado, sino quedar en ridículo. Peor aún, no hace aguas por un flanco, sino por todos. Deberán debatir seriamente su futuro y clarificar qué es lo que quieren ser. Pero, tanto si actúan y adoptan una posición como si no, corren el riesgo de quedar desdibujados como partido y de quedar imposibilitados para competir electoralmente por el poder que hasta ahora se disputaban en exclusiva con los gaullistas. Peor aún, corren riesgo de absorción a manos de terceras formaciones políticas. Tanto por el lado del flamante Presidente Macron (que podria arrastrar en pleno al socialismo más descafeinado y partidario de la mundialización y de la globalización de la economía) como por el lado de las más rancias esencias marxistas y populacheras que representaban quienes apoyaron a Hamon frente a Valls en las primarias.

Argumento de peso en el debate que los socialistas mantendrán, si son sensatos, para determinar sus posiciones de cara al futuro es el enorme ascenso experimentado por el neocomunismo francés, cuyo candidato, Jean-Luc Mélenchon, ha obtenido un imperial 19'5% de los votos, quedando en un respetabilísimo cuarto lugar (su porcentaje de votos le habría permitido acceder a la segunda vuelta en 2002 y quedar tercero en la mayoría de las demás presidenciales francesas celebradas desde 1965 en adelante), y a muy poca distancia de Fillon. Ha sido el candidato que más ha mejorado sus resultados de lejos de entre los que contendieron por la Presidencia ya en 2012. Tal ha sido su crecimiento, que probablemente su irresistible ascenso haya sido una de las razones por las que el resultado final de la también antisistema Marine Le Pen (cuyo partido lleva décadas arrebatando sistemáticamente votos al entorno comunista que ahora se ha visto revitalizado gracias a Mélenchon) ha sido algo más corto de lo esperado.

Empero, la excelente performance de Mélenchon es también una de las razones por las que Marine Le Pen, pese a no haber obtenido el resultado de sus sueños, puede estar bastante satisfecha. Ha pasado a segunda vuelta y ha obtenido el mejor resultado de la historia del Frente Nacional en las elecciones presidenciales pese a la irrupción extremadamente fuerte de un competidor que comparte con ella el importantísimo caladero electoral del voto obrero más perjudicado por la mundialización agresiva. Peor aún, en realidad ha tenido que hacer frente al surgimiento de... ¡dos competidores! Pues por el flanco más conservador ha tenido que hacer frente a la fuerte competencia de la muy estimable candidatura de Nicolas Dupont-Aignan, gaullista desacomplejado y "soberanista" que ha superado las expectativas y rebañado casi el 5% de los votos. Y, sin duda alguna, el hecho mismo de que Fillon haya aguantado el tipo y alcanzado el 20% de los sufragios es señal de que algunos electores indecisos entre el gaullista y la identitaria se hayan inclinado en última instancia hacia el primero.

Volviendo a Mélenchon, soy de la idea de que aunque éste no haya logrado cumplir su sueño de pasar a la segunda vuelta en compañía de Le Pen (permitiendo a la V República y a la UE respirar aliviadas, al menos por el momento), su incuestionable éxito puede hacer saltar en mil pedazos al Partido Socialista, animando a los que opinan que es con el Frente de Izquierda con quien debe aliarse un socialismo que debe retornar a sus orígenes más nítidamente obreristas, y llevándolos a la ruptura con quienes preconicen el entendimiento con el más que probable Presidente Macron. Que no hemos de olvidar que es considerado un traidor y un arribista ideológicamente vendido al mejor postor por gran parte de las bases socialistas, que prefirieron en primarias a Hamon antes que al catalán y hasta hace nada Primer Ministro Manuel Valls en la medida en que consideraban que Hamon se diferenciaba más claramente de Macron que su competidor (el cual, en un alarde de fidelidad hacia los procesos democráticos celebrados por su propio partido, acabó apoyando al que será próximo Presidente con la fácil excusa del miedo a la "ultraderecha", aunque según parece más bien movido por una mezcla entre revanchismo y oportunista deseo de llevarse bien con quien ya entonces se perfilaba vencedor de la contienda).

La V República enfrenta la que sin duda es su mayor crisis hasta el momento. Macron deberá ahora demostrar de qué pasta está hecho, y si es capaz de controlar los acontecimientos en lugar de dejarse controlar por ellos. Si no consigue imponer su autoridad sobre el Gobierno desde el principio, probablemente no consiga imponerla nunca y, pese a la incuestionable importancia de su cargo, sea incapaz de dictar los términos de la vida política de Francia. Su primer desafío es inmediato, porque en junio Francia celebrará la tercera vuelta de las elecciones presidenciales, que más que nunca es lo que serán las elecciones legislativas que en ese mes renovarán la composición de la Asamblea Nacional. En este momento es imposible saber qué sucederá cuando se celebren las legislativas. Partiendo de la base de que Macron es un vencedor accidental de las elecciones que debe casi exclusivamente su victoria a los escándalos de nepotismo que han salpicado a Fillon y ensombrecido su campaña (mucho más que a su propia capacidad para seducir a los votantes), y que carece de un verdadero partido detrás de él, parece imposible que consiga ensamblarlo a tiempo de obtener una mayoría parlamentaria afín que le permita designar a un Primer Ministro enteramente de su cuerda que se le someta en todo (que es lo que habitualmente desean los Presidentes de la República Francesa para ellos mismos).

Ahora bien, de su más o menos hábil proceder dependerá forjar alianzas que le permitan tener un Primer Ministro con quien, pese a su autonomía, poder colaborar de una manera más o menos fructífera y con quien, en definitiva, poder cogobernar Francia. La única alternativa a la descrita sería la de tener que lidiar con una cohabitación en virtud de la cual un Primer Ministro hostil lo desplace casi completamente del ejercicio práctico del poder y se convierta, a despecho del flamante Presidente de la República, en el verdadero gobernante de Francia (que, a despecho de las protestas presidenciales, es lo que ha sucedido siempre en casos de cohabitación, pese a los importantes poderes del Jefe de Estado). Esa para Macron sería una situación de pesadilla que lo condenaría a ver cómo su quinquenio transcurre sin más horizonte que el de las periódicas comparecencias televisivas con motivo de las cuales el Presidente transmita en nombre del país sus condolencias a las nuevas víctimas que desgraciadamente es previsible que seguirá produciendo de tanto en tanto el Estado Islámico y demás individuos u organizaciones inspirados por la criminal doctrina de la religión de Mahoma. Así pues, el juego de Macron se antoja complicado, porque, al no poder comer, tampoco puede dejar comer. Su situación es como la del famoso perro del hortelano. Al no poder forjar una mayoría propia, necesita que tampoco otros actores políticos puedan forjarla.

El hecho mismo de estrenar Presidencia es un factor que puede ayudarle a maniobrar para no verse completamente apartado del poder. A diferencia de los anteriores Presidentes, que hicieron frente a cohabitaciones tras haber ejercido durante varios años el poder y haber sido tácitamente víctimas del rechazo popular manifestado en el apoyo a sus principales rivales con motivo de las legislativas, Macron no podrá haber tenido tiempo de suscitar tal rechazo. Y quizá el electorado vería con malos ojos que se lo convirtiera en un pato cojo de buenas a primeras, marginándolo de la toma de decisiones importantes sin ni siquiera darle la oportunidad de mostrar lo que es capaz de hacer. Cosa que podría animar tanto a socialistas moderados como a gaullistas a darle una oportunidad y brindarle cierto apoyo parlamentario, máxime a tenor de su capacidad para disolver la Asamblea Nacional anticipadamente (cosa que seguramente haga a lo largo de su quinquenio a poco que se publicaran sondeos que apuntaran a la posibilidad de que ampliara su base parlamentaria y se socavara la de sus rivales).

Como ya se ha dicho, este escenario sería tanto más posible en el caso de que las legislativas no arrojaran una clara mayoría para ningún partido. Escenario que la victoria de Macron y el ascenso tanto del Frente Nacional de Le Pen como del Frente de Izquierdas de Mélenchon facilita sobremanera (hasta el punto de que no sería del todo descabellado que al final el propio Presidente Macron intentara favorecer de una manera o de otra la obtención de buenos resultados por parte del Frente Nacional y del Frente de Izquierdas en las legislativas que impidan una mayoría gaullista alternativa). Empero, una coalición del sistema amparada en la necesidad de apoyar a Macron contra los "extremismos" resultaría tendencialmente inestable, dado que implicaría un entendimiento entre unos socialistas y gaullistas que, en tradición más semeja a la española que a la alemana, jamás han gobernado juntos en una gran coalición. Dicha gran coalición que podría generar divisiones en ambos campos, ya que igual que hay socialistas que prefieren a Mélenchon hay gaullistas que prefieren a Le Pen. Sin contar con que facilitaría tanto a Le Pen como a Mélenchon articular un discurso de oposición.

Por otra parte, Fillon ha sido derrotado y su liderazgo político parece amortizado. Pero Los Republicanos no tienen por qué compartir la suerte de su líder. Si por un casual consiguen la mayoría absoluta en las elecciones legislativas (regidas por un sistema mayoritario que hace perfectamente posible contemplar esa eventualidad a causa de las grandes diferencias en escaños que pueden producir pequeñas diferencias en votos sobre lo previsto), estarían en disposición de ejercer una enorme influencia sobre los acontecimientos. Podrían colaborar con Macron, pero en calidad de socio fuerte que al final es el que se sale con la suya e impone los términos. O podrían directamente negarle el pan y la sal y disponerse a obligarle a nombrar un Primer Ministro afín que se convirtiera en verdadero gobernante de una en extremo inestable V República. Argumentos para hacerlo existirían: recordemos que Macron pasa por ser un Presidente accidental que se ha conseguido abrir camino gracias a la debacle de Fillon, y que es fácil para quien crea eso considerar que no ha recibido un verdadero mandato para gobernar Francia a lo largo del próximo quinquenio.

De hecho, si por un casual Fillon saliese airoso de sus problemas con la Justicia, bien podría promocionarse como el Presidente más que probable al que solo la perfidia y la traición de que Macron habría sido beneficiario impidieron aposentarse en el Eliseo, y podría resarcirse gobernando Francia desde Matignon en calidad de Primer Ministro completamente independiente del Presidente de la República (a diferencia de lo sucedido cuando ocupó el cargo en calidad de primer espada de Sarkozy). No descartaría que el propio Sarkozy (cuyos "abandonos" de la política no me aventuraría jamás a dar por definitivos) pudiera entrometerse y considerar la alternativa de convertirse en Primer Ministro, especialmente si la alternativa es morirse de aburrimiento sin más alternativa que la de pasar los días en compañia de Carla Bruni. Y lo mismo Alain Juppé (aunque de Juppé cabría esperar más protagonismo en caso de que Los Republicanos optasen por colaborar con Macron). O podría cederse el paso a una nueva figura (¿Copé? ¿Baroin? ¿Bertrand? ¿Rachida Dati?), aunque existiendo el riesgo de quemarla apresuradamente al exaltarla directamente al que, en este escenario, sería el cargo provisto del máximo poder político de la República, y por ende, el más impopular. Al menos en potencia.

En cuanto a Le Pen, el mero hecho de pasar a la segunda vuelta abre ante ella la oportunidad de compensar el desempeño solo moderadamente bueno que ha tenido en la primera vuelta con una actuación deslumbrante en la segunda. ¿Qué cabría considerar deslumbrante de cara a una segunda vuelta en la que la derrota está casi completamente garantizada de antemano? Es difícil asegurarlo. Yo, más que aferrarme a un porcentaje concreto del voto, diría que podría considerarse una actuación deslumbrante todo lo que implique obtener un resultado sensiblemente mejor que el esperado (todo ello en un contexto de participación de los electores en los comicios que permita atribuir dicho resultado a los méritos de la candidata y no al desencanto de los electores con Macron). Un 35% puede ser un gran desempeño si llegado el 7 de mayo los sondeos otorgan a Le Pen el 30%; pero un 40% podría saber a poco si el día de la verdad los sondeos la muestran frisando el 45%.

Sea como fuere, si Le Pen se desempeña particularmente bien en la segunda vuelta, todo lo dicho en este artículo acerca de su actuación (que, a mi modo de ver, ha sido solo moderadamente buena) quedaría en juicio de valor meramente anecdótico y carente de toda trascendencia. Tiene la oportunidad de convertir su aprobado alto o notable bajo en un incuestionable sobresaliente. Si consigue obrar tal proeza, su partido encararía las elecciones legislativas con unas perspectivas sensiblemente mejores, y con la esperanza de consagrarse, por número de votos en la primera vuelta de las legislativas, como el indiscutible "primer partido de Francia"; e incluso de conseguir algo más práctico, como lo sería conquistar una posición de alguna importancia en la Asamblea Nacional (posibilidad que existe, especialmente en la medida en que sus votos y escaños impidieran a cualquier otra formación hacerse con la mayoría en la cámara).

El camino de Mélenchon es algo más complicado. Su posición le permite plantearse tanto ejercer un papel destructivo como uno constructivo. Y puede hacer semejante cosa porque tiene la capacidad de hacer algo que Le Pen no puede hacer en absoluto: pactar con otros actores de la escena política. Le Pen solo puede ser destructiva, mientras que las posibilidades de Mélenchon son notablemente más amplias. Para ejercer un papel destructivo no tiene que hacer absolutamente nada, salvo seguir ahí en la brecha y prepararse para, junto con el Frente Nacional, concentrar los suficientes votos y escaños como para intentar impedir que los demás contendientes se hagan con una mayoría en la Asamblea Nacional. Desempeñar un papel constructivo exigiría más esfuerzo e inventiva, dado que tendría que intentar ensamblar una coalición jacobina con los socialistas, ecologistas y demás partidos radicales tradicionalmente aliados del Partido Socialista.

Sin embargo, es dudoso que ni siquiera los socialistas más proclives al entendimiento con Mélenchon estuvieran por la labor de aceptar que éste liderara la citada coalición, dado que el peso histórico de las siglas del Partido Socialista Francés es demasiado grande. Todo ello pese a que, después de su extraordinario resultado presidencial, Mélenchon tiene, por pura lógica electoral, todo el derecho a aspirar a liderar una coalición semejante. Si por un casual lo consiguiera, podrían tomar cuerpo posibilidades imagino que insospechadas para el candidato jacobino. Tengamos en cuenta que, si el socialista Hamon, y los marxistas Poutou y Arthaud se hubieran retirado de la campaña cuando aun estaban a tiempo y hubieran pedido el voto para Mélenchon, éste es casi seguro que habría pasado hoy a segunda vuelta ganando claramente la primera. Cierto que para, probablemente, perder la segunda vuelta frente a Macron. Pero, si la que hubiera pasado junto a él hubiera sido Le Pen, muy probablemente estaríamos a las puertas de su elección el próximo 7 de mayo como Presidente de la República.

Eso significa que, de cara a las legislativas, una coalición de signo inequívocamente jacobino podría aspirar a plantarle cara a todos los demás contendientes, e incluso a obtener la victoria electoral (siempre bajo la suposición de que Macron y los socialistas moderados, de un lado, y Los Republicanos, del otro, concurrieran a los comicios por separado). En la segunda vuelta de las legislativas, lo más probable es que las fuerzas comprometidas con el sistema hicieran piña contra Mélenchon. Pero, ¿y el Frente Nacional? Retirarse para cerrarle el paso a Mélenchon no casaría demasiado bien con su mensaje de que la política en Francia se reduce al Frente Nacional contra todos los demás; y le dificultaría avanzar en su proyecto de acaparar el voto obrero francés. Su ala nacional-bolchevique a buen seguro que preferiría pactar con Mélenchon antes que con el Presidente Macron. Por otra parte, la existencia de un ala nacional-bolchevique en el Frente Nacional que Marine Le Pen ha favorecido no debería llevarla a olvidar que si a lo largo de los últimos años el Frente Nacional ha crecido como lo ha hecho es, en parte, por haber sabido mantener un equilibrio entre sus diversas alas.

El Frente Nacional de su padre, Jean-Marie Le Pen, que ya en 2002 alcanzó la segunda vuelta de las presidenciales frente a Jacques Chirac era sensiblemente menos estatista en lo económico y sensiblemente más conservador en lo social, gozando de amplio apoyo en los sectores más tradicionalistas del catolicismo francés. Esos apoyos no se han perdido. En el Frente Nacional hay liberales y bolcheviques, católicos y ateos, conservadores "carrozas" y simpatizantes de la ideología de género. Es una formación para nada monolítica, en la que se dan unos equilibrios sumamente complejos que quizá constituyan la mayor amenaza a la pervivencia del partido en el futuro. Coexisten sectores que seguramente serían más partidarios de pactar con Los Republicanos, otros que preferirían a Mélenchon, y otros que cabe creer que no se aliarían ni implícita ni explícitamente con nadie en absoluto. Y la única forma de contentar a todos es seguir como hasta ahora e ir completamente por libre. Cosa que permite sobrevivir y hasta crecer y prosperar al Frente Nacional, pero que a la vez es la clave que explica por qué es tan extremadamente difícil que conquiste el poder.

A Mélenchon, sea como fuere, podría bastarle con que el Frente Nacional no tome partido. Si ese fuera el caso, y dado el peculiar sistema electoral francés basado en unas estúpidas elecciones triangulares (que permiten tomar parte en la segunda vuelta a todos los candidatos que obtengan un apoyo superior al 12'5% del censo electoral, celebrándose una segunda ronda que no garantiza que el ganador obtenga mayoría absoluta), podríamos encontrarnos con que la coalición jacobina de Mélenchon pegara con fuerza en las elecciones. De hecho, podría incluso ganarlas. Quizá por mayoría. Todo dependería de la capacidad de Mélenchon para mantener vivo el entusiasmo de quienes ahora han apostado por el aspirante neocomunista. En definitiva, que lo que planteo es que, si Mélenchon jugara correctamente sus cartas de aquí a las legislativas, podría perfectamente aspirar a convertirse nada más y nada menos que en el Primer Ministro y gobernante efectivo de Francia. Algo a lo que Marine Le Pen en estos momentos no aspira ni en sueños.

¿Se imaginan ustedes al "Chávez francés" convertido en Jefe de Gobierno de la República Francesa? Puede parecerles una locura, pero a mi me parece harto más factible que una victoria de Marine Le Pen el próximo 7 de mayo en la segunda vuelta de las presidenciales. De una cosa si estoy muy seguro: Macron se arrepentiría más temprano que tarde de haber sido elegido Presidente; y Matignon (sede del Primer Ministro) se conduciría respecto al Eliseo (sede de la Presidencia) de modo amenazadoramente parecido a como la Comuna de Danton y Robespierre se conducía respecto a la Convención Nacional. En cristiano: que Mélenchon haría lo que le diera la real gana. No creo que se anduviera preguntando "¿Qué haría De Gaulle en mi lugar?"; ni que le preocupase para nada que su forma de gobernar pudiese estar poco a tono con el espíritu de la V República.

En realidad, ya en una de mis últimas entregas especulé con la posibilidad de que Francia quedara abocada tras las presidenciales a una "IV Cohabitación" entre un Presidente de la República y un Primer Ministro de diferente signo político (ver en http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2017/02/francia-hacia-una-cuarta-cohabitacion.html). Entonces no vi venir la marea roja de Mélenchon, y especulaba con que si se sumaba un cuarto contendiente a la carrera presidencial ese fuera Hamon. Y no imaginaba más posible cohabitación que la de Macron con una mayoría parlamentaria y un Primer Ministro gaullista. Si entonces las perspectivas de futuro de Francia me parecían interesantes, ahora no quepo en mi de la expectación ante lo endiabladamente intrincado del escenario político que se abre ante como abismo de Moria ante los galos.

¿En peligro la V República? ¡En peligro absolutamente todo! El escenario político francés encierra peligros para la UE, la OTAN y el equilibrio global potencialmente mayores que los que encierran el Brexit o la Presidencia de Donald Trump (quien tácitamente apoyó para esta primera vuelta a Le Pen, del mismo modo en que Obama apoyó a Macron que más que Presidente de la República parece que aspira a ser Delegado del Gobierno de los demócratas yankis en Francia-). Incluso si el sistema sale al corto plazo airoso de este lance, no por ello quedará conjurada una amenaza que es de muerte (y que se relaciona directamente con un factor al que apenas hemos hecho referencia y es quizá el más importante de todos: la presencia creciente del Islam en Francia y la escalada del terrorismo yihadista y del sectarismo religioso que conlleva). Pues bien pudiera ser que una colaboración más o menos estable entre niños buenos tales como Macron, Copé, Juppé, Bayrou o Manuel Valls solo sirviera para alimentar más todavía los extremos y fortalecer a Le Pen y a Mélenchon (cuyos partidos no cabe descartar completamente que actúen concertadamente, dentro de ciertos límites, para llevar al límite de resistencia a las instituciones de la V República).

Al final, solo es posible sacar en claro lo siguiente del escenario político que abren las elecciones de hoy en Francia: Charles De Gaulle se revuelve intranquilo en su tumba. Su experimento, a mi modo de ver un tanto chapucero y defectuoso, hace aguas por todas partes. Lo único que falta para que la V República que construyó sobre la base de la execrable traición a sus compatriotas pied-noirs de Argelia estalle en mil pedazos es, no que el Emperador se pasee desnudo a la vista de todos, sino que alguien se atreva a afirmar lo evidente delante del pueblo. ¡Candidatos a ello no parece que vayan a faltar! IHS

jueves, 16 de marzo de 2017

GEERT WILDERS vs PIM FORTUYN. COMENTARIO A LAS ELECCIONES EN LOS PAÍSES BAJOS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Hace casi quince años, el 6 de mayo de 2002, Holanda estaba a apenas nueve días de celebrar sus elecciones generales. Desde menos de un año antes, su panorama político había sido revolucionado por el surgimiento de un líder político peculiar, carismático y de ideas controvertidas. Su oratoria incendiaria y su verbo sin complejos sacudieron como quizá no se haya hecho nunca la política bátava, y le valieron un continuado e irrefrenable ascenso en las encuestas de intención de voto, hasta alcanzar la segunda plaza. El elemento principal de su discurso era la oposición a una política de inmigración desenfrenada que favorecía el constante incremento de la población de origen musulmán en los Países Bajos, el deseo de recuperar el control de las propias fronteras y economía de manos de una UE cuyas competencias se acrecentaban de una manera cada vez más desmedida, y el convencimiento de que el modelo multiculturalista desalentaba la integración de los inmigrantes, poniendo en tela de juicio principios tan sacrosantos como el de igualdad ante la ley; siendo por ello fuente de graves perjuicios para Holanda. Asimismo, era simpatizante hacia el catolicismo en la Holanda tradicionalmente dominada por los calvinistas (situación relativamente sorprendente dada su abierta condición homosexual). Se llamaba Pim Fortuyn, y es concebible que hubiera podido llegar muy lejos. Tan arriba como a la jefatura del Gobierno de su país.

Sin embargo, el 6 de mayo de 2002, un fanático ecologista le descerrajó varios tiros, cometiendo el que fue el primer asesinato político relevante perpetrado en Holanda desde el siglo XVII (concretamente, desde el linchamiento de los hermanos Johan y Cornelius De Witt en 1672); al menos si se exceptúan los crímenes de la II Guerra Mundial. De este modo tan sórdido consiguió truncar muy anticipadamente la que quizá sea la carrera política más fulgurante y prometedora que haya conocido Holanda en toda su Historia. Pim Fortuyn no llegó a ser Primer Ministro. Y su partido, la Lista Pim Fortuyn (LPF), si bien cumplió y hasta mejoró levemente las expectativas electorales en los comicios celebrados inmediatamente después, irrumpió en la política nacional descabezada, y sin rumbo. Decidió aceptar la oferta de entrar en el Gobierno, y esto fue un error, ya que al hacerlo permitió que los partidos del sistema le hicieran el abrazo del oso. Si Pim Fortuyn hubiera vivido, quizá entrar en el Gobierno hubiese sido incluso un acierto, pero en ausencia suya no hubo figuras de relieve en el ejecutivo, donde sus correligionarios hicieron de figurantes, ejerciendo sus cargos sin pena ni gloria. Sea como fuere, lo que interesa es que la LPF no fue capaz de reponerse del golpe. Era un partido recién formado y, por tanto, no era nada sin el líder que lo formó. No estaba lo suficientemente consolidado como para sobrevivir largo tiempo sin el amparo de la arrolladora personalidad de su fundador, y pronto se disolvió como un azucarillo. Le pasó lo mismo que habría pasado con PODEMOS en España si antes de las europeas hubieran asesinado a Pablo Iglesias.

Hoy es 16 de marzo de 2017. Ayer Holanda celebró otra vez elecciones generales. Las quintas desde que asesinaran a ese mismo Pim Fortuyn que, de haber seguido vivo, quizá hoy gobernaría Holanda. Cinco oportunidades ha tenido Holanda de restablecer el equilibrio del universo político neerlandés que tan brutalmente alteró aquella terrible atrocidad. Cinco veces una enorme mayoría del pueblo holandés ha decidido desaprovecharlas. A partir de 2006, Geert Wilders se hizo cargo de la herencia de Pim Fortuyn, y el nuevo Partido por la Libertad (PVV) reemplazó a la efímera LPF. En determinados momentos, ha llegado a parecer insuflarle vida de nuevo hasta alcanzar e incluso superar la fuerza que éste llegó a tener en la política holandesa. Empero, siempre se ha quedado corto. Y si parecía que este año iba a ser diferente, al final no lo ha sido en absoluto. Ha mordido un polvo peor que el de la derrota. El de la mediocridad. Sigue prácticamente en el mismo sitio en el que se encontraba. Pese a los sondeos que han llegado darle hasta 42 curules en un Parlamento de 150 (que no es poco teniendo en cuenta que el sistema electoral holandés es ultraproporcional), al final se ha quedado en 20. Apenas cinco más que los 15 obtenidos en 2012. Menos que los 24 obtenidos en 2010. Y menos todavía que los 26 que la LPF obtuvo en aquellas elecciones de pesadilla de 2002.

Con todas las circunstancias a favor, Geert Wilders ha obtenido un resultado que no supera al obtenido póstumamente por Pim Fortuyn. Peor aún, su resultado no supera ni siquiera al que él mismo obtuvo en 2010, y si bien supone un incremento respecto de los comicios inmediatamente antecedentes, queda deslucido a la vista de los incrementos experimentados por otros partidos, todos absolutamente comprometidos con perpetuar el actual sistema, si acaso corregido y empeorado (caso que temo será el de quienes sin duda son los grandes vencedores de la jornada de hoy: los ecologistas de GröenLinks). Todo esto después de que durante meses los sondeos afirmaran que por fin Wilders ganaría las elecciones, y que se afirmaría de largo como el Trump de Holanda, rompiendo la baraja política del país, y abocando a los demás partidos a ententes antinaturales por medio de las cuales impedirle gobernar. Con la consiguiente zozobra del sistema vigente, que parecía enfrentarse a su mayor crisis; la cual al final no ha tenido lugar en absoluto. Desgraciadamente, Holanda no ha querido seguir los buenos ejemplos con los que el Reino Unido y los EEUU han asombrado al resto del mundo, y conseguido que los defensores del actual estado de cosas en todas partes de Occidente se muerdan los nudillos hasta hacerse sangre.

¿Significa esto que todo está perdido? No necesariamente. El actual Primer Ministro, Mark Rutte, ha sido astuto, y en los últimos días de campaña ha promovido un conflicto probablemente falso y artificial con Turquía solo para demostrar que él también puede ponerse firme con los países musulmanes. Ha relajado su eurofilia. Y ha cosechado los frutos de una de tantas operaciones de engaño político de tanto en tanto orquestadas por las élites políticas de los Estados de la UE, acostumbrados cada tanto tiempo a favorecer que algo cambie para que todo siga igual. El mero hecho de que la clase política holandesa haya tenido que aproximar su ideario al de Wilders para derrotarle es una victoria. No para Wilders, en quien algo debe de fallar si ha sido derrotado en una elección en la que todo lo tenía tan a favor (si bien eso no le resta el incuestionable mérito de haber sabido mantener vivas las ideas en su día enarboladas por Pim Fortuyn). Pero si para las ideas que representa, que quizá solo necesiten ser enarboladas por un líder más capacitado para terminar de abrirse camino y salvar, si todavía es posible, a Holanda del gran peligro que para ella más aún que para otros países supone el arraigo creciente del Islam dentro de sus fronteras.

Al final, Geert Wilders tampoco llegará a Primer Ministro (lo que, con todo, era extremadamente difícil, como también lo habría sido para Fortuyn, a causa del endiablado y demencial sistema electoral holandés, basado en una circunscripción única de 150 diputados distribuidos muy proporcionalmente). Ni siquiera encabezará la primera fuerza política de Holanda, derrotado en parte según parece por la movilización electoral de unos turcos y marroquíes que ni deberían contar con la nacionalidad holandesa, ni deberían tan siquiera estar establecidos en ese país como residentes, y mucho menos todavía deberían poder votar. Por consiguiente, Pim Fortuyn sigue sin ser electoralmente vengado. Ironías de la vida, los verdes -a cuyo movimiento pertenecía el asesino de Fortuyn- han obtenido el mejor resultado electoral de todos los tiempos. ¿Moraleja? Que seguramente para vengar a Pim Fortuyn sea necesaria otra clase de líder, muy diferente de Wilders, y más parecido al propio Pim Fortuyn. Que no era ni muchísimo menos perfecto, ni particularmente santo de mi devoción. Pero que siempre me ha parecido que tenía esa chispa casi divina que irradian los verdaderos líderes. Wilders, y digo esto sin ánimo de hacer leña del arbol caído, siempre me ha dado la sensación de volar más a ras de suelo, a la manera de un Cleómbroto de Esparta, con ideas en muchos sentidos acertadas, pero expresadas de una manera quizá un tanto elemental y poco inspiradora. Por contra, el difunto Pim Fortuyn me recuerda más al espíritu innovador e intrépido de otro gran heleno, acreditadamente homosexual al igual que él. Que no fue otro que el general tebano Epaminondas (vencedor precisamente de Cleómbroto en la batalla de Leuctra, que en el 371 a.C. acabara para siempre con la grandeza espartana e inaugurara la breve pero intensa primacía de Tebas sobre el resto de la Hélade).

Ojalá Pim Fortuyn sea otro Epaminondas. Porque si ese es el caso, entonces más tarde o más temprano tendrá que aparecer un discípulo aventajado, como en el caso del tebano lo fue el gran Filipo II de Macedonia. Si Pim Fortuyn fue Epaminondas, entonces Holanda tendrá su Filipo. Y tener un Filipo abre la posibilidad de acabar teniendo ni más ni menos que al mismísimo Alejandro Magno, hijo del anterior. Quiénes serán ese Filipo o ese Alejandro holandeses, o incluso si llegarán a existir, eso no lo sabemos ni yo ni nadie. Pero en un día triste como el de hoy el que os manifiesto busca ser un pensamiento alentador, de esos que impulsan a no cejar en la lucha por más que las circunstancias presentes de ese país sean desalentadoras. Seamos positivos, porque la próxima parada de este tren es Francia, y no está escrito de antemano lo que en ese país pueda suceder. Marine Le Pen se me antoja mucho más capaz que Wilders. Solo añadir una cosa más sobre Pim Fortuyn. Seguiré llorando su trágica muerte. Seguiré lamentando que su país se empecine en seguir transitando los ignominiosos derroteros políticos a los que le condenó aquel verdadero crimen de odio. Que me temo que no está beneficiando a nadie más que a Alá. Seguiré lamentando que seguramente hoy en Holanda muchos crean, lo confiesen o no, que aquel asesinato valió la pena y les sigue rentando políticamente. Y rezaré para que, a pesar de todos los pesares, el finado pueda descansar tranquilo, ajeno a los sinsabores y derrotas que en este mundo cosechan sus sucesores.

Que el Señor le perdone si es posible sus imagino que muchos pecados. Y, si también es posible, que el Señor lo bendiga y lo guarde. Que el Señor haga brillar su luz sobre él y le conceda su gracia. Que el Señor vuelva hacia él su rostro y le conceda la paz. IHS

viernes, 3 de febrero de 2017

FRANCIA, ¿HACIA UNA CUARTA COHABITACIÓN?

Panorama político cada vez más interesante en Francia. Durante años se ha dado por hecho que Marine Le Pen enfrentaría a un candidato del conservadurismo gaullista al que ella quizá derrotara en primera vuelta, pero que luego la barrería en la segunda. Ese candidato, elegido el pasado noviembre, era François Fillon, y se daba por hecho que este hombre se convertiría en el octavo Presidente de la V República Francesa. Durante cerca de dos meses triunfales, puso en duda incluso que Marine Le Pen tuviera por qué ganar la primera vuelta de las elecciones.

Ahora las tornas parecen haber cambiado completamente gracias al ya célebre "Penelopegate" (el escándalo causado por la esposa de Fillon, que parece ser que estuvo cobrando durante años cantidades importantes de dinero por ocupar un puesto de asesora parlamentaria de su marido que le reportaba ingresos extras a cambio de no hacer nada). Como consecuencia del escándalo, un Fillon cuya campaña ya había empezado a flaquear antes de que su esposa lo metiera en más líos se hunde en los sondeos. Hasta tal punto cotiza a la baja, que ya están surgiendo voces en su mismo partido (UMP) partidarias de sustituirlo por otro candidato. Y surge con fuerza como candidato al Eliseo el ex-Ministro de Economía, Emmanuel Macron, que para mi viene a ser como una versión francesa aunque igualmente odiosa de Hillary Clinton (si bien, a tenor de su sorprendente vida sentimental -en cuya descripción no voy a entretenerme-, con toques de Bill). Sin embargo, hace apenas unos días el Partido Socialista francés celebró sus primarias, en las que un "tapado" en toda regla como Benoit Hamon arrolló al aparentemente gran favorito, el catalán Manuel Valls, que hace solo unas pocas semanas era el Primer Ministro, y que ahora parece haber tirado por la borda una prometedora carrera política (dimitió de su cargo de número dos de hecho del Gobierno precisamente para poder aspirar a la candidatura presidencial socialista). Desde su elección por los socialistas, Hamon parece ir remontando en los sondeos, y no es del todo descabellado imaginarlo en la segunda vuelta. Lo que también sería una manifestación de los sorpresivos giros de la política, si se tiene en cuenta que ya hace años que se daba por descontado que el Partido Socialista no retendría la Presidencia de la República.

En resumidas cuentas, que tenemos una competición a tres (Le Pen, Fillon, Macron) que tanto podría reducirse a dos (Le Pen, Macron) como ampliarse a cuatro candidatos (Le Pen, Fillon, Macron, Hamon). El panorama es incierto de por sí, y el hecho de que la UMP pueda sustituir a Fillon por otro (¿Copé? ¿Juppé? ¿Sarkozy?) hace aún más trepidante una carrera a la que no le falta emoción. Y que puede marcar un antes y un después en la Historia de Francia. Especialmente en caso de que Marine Le Pen gane claramente la primera vuelta y el Frente Nacional se confirme como el primer partido de Francia. Los tres posibles rivales de Le Pen luchan por una Presidencia que parece extemadamente improbable que ella pueda alcanzar, a pesar de que los sondeos llevan años considerándola favorita para ganar la primera vuelta. Ella, sin embargo, va detrás de la que probablemente sea una caza más grande. Ella va a la caza de la República, y su baza es poner de manifiesto la injusticia política que representa la total marginación en base a coaliciones de perdedores (el llamado "Frente Republicano", que consiste en que todos los candidatos de partidos diferentes del Frente Nacional se alíen en su contra) del que desde hace años parece claro que se ha convertido en el primer partido de Francia. Una victoria contundente de Le Pen (a la que no parecen hacer mella sus propios supuestos trapos sucios, publicados por Wikileaks) en la primera vuelta de las presidenciales trastocaría seriamente los equilibrios políticos vigentes desde la refundación de la República por Charles De Gaulle en 1958. Pondría encima de la mesa la necesidad de alterar profundamente un sistema político basado en la marginación sistemática del Frente Nacional de toda posición de poder político práctico, sin importar de cuánta fuerza disponga en relación a los demás partidos políticos. Eso sin contar con su repercusión internacional, que en la UE sería superior a la que ha tenido incluso la ascensión de Donald Trump a la Presidencia de los EEUU.

No voy a exagerar la nota diciendo tanto como que la victoria de Le Pen en primera vuelta supondría el golpe de gracia a la UE. En realidad, la UE seguramente estaría a buen recaudo incluso en el caso de que por un casual Marine Le Pen fuera elegida Presidenta de la República. La razón es sencilla: incluso en ese caso, Le Pen no gobernaría Francia. A las elecciones presidenciales les siguen las legislativas, y es en extremo improbable que el Frente Nacional pasara de tener una presencia testimonial en la Asamblea Nacional francesa a ganar las legislativas por mayoría absoluta. Y, a no ser que dispusiera de una mayoría, Marine Le Pen no podría hacer salir adelante su política, porque es casi seguro que no gozaría del apoyo de ningún otro partido aparte del suyo propio. El Ejecutivo francés es de tipo dualista y se basa en la existencia, por un lado, de un Jefe de Estado elegido por el pueblo -el Presidente de la República- y en un Jefe de Gobierno susceptible de ser depuesto por la cámara legislativa -el Primer Ministro-, ambos provistos de considerable poder (para entender mejor en qué consiste el dualismo y cómo funciona en Francia, se recomenda acudir a otra entrada de este mismo blog: http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2013/04/monismo-y-dualismo-ejecutivos-mencion.html). Lo más probable es que una Presidenta Le Pen tuviera que nombrar a un Primer Ministro de otro partido, da igual de cual, so pena de bloquear políticamente Francia y sumirla en una ingobernabilidad que fácilmente podría degenerar en anarquía, y que posiblemente sus propios votantes no le perdonarían.

Así pues, el Primer Ministro que nombrara Le Pen sería el gobernante efectivo de Francia, al margen de que la Presidenta Le Pen dispusiera de ciertos poderes nada desdeñables con los que influir sobre la política nacional e internacional de Francia (principalmente, el de disolver la Asamblea Nacional a voluntad). Difícilmente Francia abandonaría la UE, por mucho que Le Pen hiciera propaganda contra la organización desde la Presidencia. Lo único efectivo que podría hacer contra la UE sería convocar un referéndum para abandonarla y confiar en que la Asamblea Nacional se doblegara si el resultado fuera favorable al "Frexit". Con todo, la victoria de Le Pen en primera vuelta y la consagración del Frente Nacional como primera fuerza política de Francia fortalecerían el euroescepticismo en prácticamente todo el continente, y generaría el riesgo de que incluso los grandes partidos comenzaran a adoptar una retórica cada vez más euroescéptica, como ha sucedido con el Partido Conservador británico a raíz del "Brexit". Sin contar con que sumiría a Francia en un marasmo político interno tal que la obligaría a mirarse el ombligo y a desentenderse de la suerte de una UE que hace aguas por todas partes.

No obstante, el riesgo de cohabitación ha crecido, y ya no está vinculado a una hipotética e improbabilísima elección de Le Pen. Actualmente, la volatilidad de los apoyos de los candidatos a la Presidencia es tal, que sería concebible que cualquiera de ellos pasara a la segunda vuelta, derrotara a Le Pen, se convirtiera en Presidente, y a los meses tuviera que nombrar a un Primer Ministro de otro partido. Cualquiera que fuera el resultado de las elecciones presidenciales, es más incierto que nunca en toda la Historia de la V República que sirvan para elegir al próximo gobernante de Francia, posiblemente encaminada a una cuarta cohabitación (que sucedería a las tres que se han dado hasta la fecha1: el socialista Miterrand y el gaullista Chirac, el socialista Miterrand y el gaullista Balladour, el gaullista Chirac y el socialista Jospin). A todo esto, surge inevitablemente la siguiente pregunta: ¿quién se convertirá este año en el nuevo Primer Ministro? ¿Podría ser que figuras principales de la política francesa cuyas aspiraciones políticas quedaron aparentemente cercenadas, incluso definitivamente, a raíz de derrotas en las primarias presidenciales vuelvan a primerísima fila de la actualidad convirtiéndose en jefes del Gobierno, ya que no del Estado? La verdad es que no dejaría de ser irónico que los Sarkozy, Juppé o Valls a los que ahora se descarta por sus derrotas en las primarias presidenciales acabasen saliéndose con la suya por la vía tan poco ortodoxa de ser nombrados Primer Ministro. Si esto sucediera, se demostraría algo que yo siempre he pensado: que el reformador constitucional francés de 2000 era sencillamente idiota. Y que, queriendo evitar los problemas de gobernabilidad que necesariamente suscita una cohabitación, ideó un mecanismo que no solo no los impide sino que incluso es susceptible de agravarlos, al facilitar que el Presidente quede prácticamente desprovisto del grueso del poder político durante todo su mandato de cinco años. A pesar de lo cual debo ser justo, así que desde ya afirmo lo siguiente: que, como español, cambiaba el sistema político de mi país por el francés con los ojos cerrados. IHS

1Se indica primero al Presidente de la República y posteriormente al Primer Ministro.

2En el momento en que añado esta nota, el candidato centrista François Bayrou (MoDem) ha abandonado la pugna por la Presidencia a la vista de la imposibilidad de que obtenga los resultados alcanzados en 2007 (año en que quedó tercero y hasta pareció en disposición de poder pelear la segunda vuelta y de ganar sobradamente en caso de alcanzarla). Ha apoyado públicamente a Macron, que de este modo ha experimentado un importante alza en los sondeos, consolidándose como favorito a la Presidencia y con posibilidades incluso de ganar la primera vuelta a Marine Le Pen. Con todo, el artículo sigue plenamente en vigor. Ni Macron ni menos aún Le Pen parecen en disposición de ganar las legislativas. La cohabitación y la consiguiente crisis política de la V República parecen más probables.