miércoles, 22 de mayo de 2013

LO QUE PIENSO DE LAS AMENAZAS ABORTISTAS

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Aunque no es mi costumbre, hoy solo me limitaré a hacer un breve comentario a un artículo de otro autor, que no es otro que el (al menos de apariencia) joven Ricardo Latorre. Nunca lo he seguido mucho, pero hoy se ha lucido. Así que Dios se lo pague.

El enlace es el siguiente: http://www.intereconomia.com/blog/importante/amenazas-violacion-argumento-20130522


Artículo muy interesante que hace hincapié en una realidad de la que ya había oído hablar antes, y que parece que cada vez está más presente en el debate sobre ese mal despreciable que solo los insensibles o los monstruos son capaces de vender como conquista social: el gran mal del aborto. La realidad triste a la que hago referencias es la de las amenazas recurrentes contra aquellos que defendemos la vida y que creemos que no hay diferencia entre la vida humana dependiente del claustro materno y la vida humana independiente del mismo. Amenazas que ya no son solo de muerte, sino que últimamente van más allá. Cada vez es más frecuente enterarse de que un pagano abortista ha amenazado con violar a la hija de algún provida para que así éste se trague su oposición al aborto en caso de violación.

¡Desgraciados! ¡No somos tan necios como para culpar a esas pobres criaturas inocentes resultantes de esas hipotéticas violaciones del mal que haga la escoria humana que amenaza con llevar a cabo tal tipo de viles acciones! Escoria humana la antedicha que lo único que me inspira es repulsa mezclada con compasión. Dios les ayude, porque están enfermos del alma.

Me viene a la cabeza lo que le dice Liam Neeson a Jessica Lange en "Rob Roy". Por eso yo dejo bien claro que, si algún día algún cobarde de esos cumple sus amenazas, no será el niño el que haya de morir. Pero eso no significa que no tenga que morir nadie... Creo que, a tenor de lo que ya he escrito en entradas anteriores del blog, no es ningún secreto que yo soy muy favorable a la pena de muerte. Defender la vida y penar con la muerte, dos de las más poderosas razones que me mueven a reclamar la inmediata reforma de ese engendro jurídico, político y moral que es la aberrante Constitución que nos concedimos el día 6 de diciembre de 1978.


Un abrazo a todos los lectores, y que Jesucristo, el verdadero Dios, nos perdone y nos bendiga.

lunes, 20 de mayo de 2013

PANORAMA POLÍTICO ESPAÑOL (I). INTRODUCCIÓN

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Me parece ya muy lejano el momento en que escribí aquel primer artículo del blog (aparte de la presentación) en el que compartía con los lectores las esperanzas que me inspiraba el proyecto político que allá por esas fechas lanzaba Mario Conde: Sociedad Civil y Democracia (SCD). Aquello fue hacia el final de agosto de 2012.

Ya es mayo del año 2013. España sigue en manos de la casta política de siempre, anegada en el océano de corrupción rampante de los viejos oligarcas entronizados a raíz de la instauración de la Constitución que nos legó ese nefasto periodo de nuestra Historia que fue la Transición al juancarlismo. El Gobierno de Mariano Rajoy parece más exhausto que otro que hubiese durado tres veces más. No obstante, sigue aferrándose al cargo, luego no se ve que a quienes lo componen les haya sido de provecho esa lección que nos ha dado a todos Benedicto XVI al renunciar al ministerio petrino -en el que le ha sucedido el ya nuevo Papa Francisco- por falta de fuerzas. Sin duda alguna, las razones por las que nuestro actual Gobierno camina en el filo de la navaja son múltiples, y de muy distinto cariz unas y otras. Seguramente la más importante de todas es la que explica la misma exaltación al poder del PP. Ganaron por agotamiento del contrario, sin demostrar en ningún momento ser capaces de generar particular esperanza más que a los cuatro palurdos acérrimos que les seguirían votando aunque ordenasen el asesinato de toda su parentela (o precisamente por eso, que no hay que menospreciar el poder del masoquismo). El Congreso de los Diputados les dio su confianza, pero en ningún momento se han hecho acreedores de la confianza de la Nación, que no votó a Rajoy ni al PP, sino contra ZetaParo y contra el PSOE.

Eso ya debería bastar para entender porqué un Gobierno tan jóven -y cuya legitimidad, desde el punto de vista del propio sistema que aceptamos mansa e irreflexivamente el 6 de diciembre de 1978, es del todo indiscutible- parece morirse de esclerosis múltiple. Pero lo cierto es que Rajoy, digno sucesor de ZetaParo e indigno gobernante de una España en la que estoy seguro de que cree menos de lo que los españoles creen en él (y eso ya es decir), parece decidido a limpiar el recuerdo de su antecesor -a quien debe de apreciar más de lo que sugerían sus careos parlamentarios- batiendo todas sus marcas de desfachatez..., en la medida en que le deje una Alemania que quiere que le devuelvan su dinero y a la que le da igual qué excusas se pongan ahora por delante para no hacerlo al ritmo que ella quiere. De modo que el PP aparece en los últimos tiempos acorralado por todos lados. Ahí tenemos a Bárcenas, que con el asunto este de Gürtel y de la doble contabilidad pepera tiene agarrado en un puño a todo su antiguo partido; o a Mato, con su marido enfangado hasta el cuello en la trama antedicha. Las mentiras de Mariano Rajoy en prensa, diciendo que no sube los impuestos para luego subirlos el fin de semana. Los desencuentros entre De Guindos y Montoro (que parece que hubiera desposeído al anterior de su cartera). Las palabras despectivas de Alfonso Alonso hacia la Iglesia, demostrando lo poco que le importa el que los católicos practicantes o mínimamente firmes en su fe hayan sido hasta ahora votantes del PP. El espectáculo lamentable de Asturias, donde el PP desde 2010 en adelante ha tirado a la basura una Autonomía prácticamente segura. La cobardía demostrada por el Gobierno ante el desafío secesionista de Artur Mas en Cataluña. Las reiteradas e imbéciles declaraciones del peor ministro de este Gobierno, que es seguramente Margalló, reclamando constantemente la disolución de la nación española en el seno de una UE dentro de la que parecemos estar condenados a ser no más que una provincia periférica de segundo o tercer orden subordinada a los intereses de Berlín. En fin, no sigo haciendo la relación de los desastres provocados en este año y medio por el PP porque si no no terminaría nunca.

Sin embargo, el PP no es el único que en estos momentos está enfangado en el más deleznable lodazal de corruptela y falta de rumbo. Los EREs, el caso Faisán y los problemas con el PSC por su inestable postura en relación con la autodeterminación catalana tienen acorralado al PSOE. El primero de los casos citados IU. La familia de los Pujol, patrones del secesionismo en Cataluña, ha quedado a la altura de los Corleone (aunque sin el estilo que transmiten éstos en la célebre trilogía de Coppola). Los sondeos de opinión marcan un acusado retroceso de los dos grandes partidos, pero PP y PSOE siguen sumando más de la mitad del electorado..., peor aun, siguen ganando elección tras elección. Ahí está la mayoría absoluta reciente del pepero Feijóo en Galicia para demostrarlo, la resistencia del PSOE en su feudo andaluz, y la renovación -pese al relativo descalabro electoral- del mandato de Artur Mas en Cataluña (en donde CiU ha doblado en diputados a la segunda fuerza más votada).

Por si esto fuera poco, las formaciones que en los sondeos de opinión se benefician del descenso en la intención de voto para PP y PSOE no son precisamente las que yo diría que encarnan la renovación del sistema, sino más bien su perpetuación. Mismo perro con distintos collares. Rotos el azul y el rojo, lo sustituímos por el magenta de UPyD, o por el collar lleno de pulgas socialistas que es IU. Todo sea dicho, creo que el ascenso de UPyD no dejaría de implicar una mejora, en tanto que, pese a ser en sus políticas sociales (no tanto en las económicas) del tenor del peor PSOE, es un partido comprometido con la unidad nacional (terreno en el que, no obstante, peca de menosprecio hacia toda la pasada Historia de España y de adscripción al concepto francés de nación como mero contrato entre ciudadanos), con la lucha contra el terrorismo, y con el apoyo al exilio democrático cubano y la firmeza frente al totalitarismo castrista. En definitiva, que nunca recomendaría el voto a UPyD, pero que reconozco que me alegra que crezca a costa del PPSOE.

Resumiendo, que no crecen verdaderas alternativas que fomenten una auténtica enmienda a la totalidad de esta putrefacta ciénaga partitocrática en que se ha convertido España. Lo que es muy triste, porque la cosecha sigue siendo desoladoramente magra, pese a que difícilmente ha estado nunca la tierra tan abundantemente abonada como lo está ahora, razón por la que el que escribe entiende que podría esperarse otra cosa muy diferente y mucho mejor.

viernes, 17 de mayo de 2013

LOS PEPEROS MÁS AMIGOS PODRÍAN SER LOS MÁS IMPRESENTABLES

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Esto dice Mayor Oreja:

http://digitalextremadura.com/not/37812/jaime_mayor_oreja___los_cristianos_tenemos_que_perder_el_miedo_al_que_diran_por_defender_nuestros_valores_/

Y esto le contesto yo a Mayor Oreja (y no solo a él):

¡No, hijo, no! En España y en el resto del mundo los cristianos lo que tenemos que perder es el miedo a abandonar a los PP de turno, que son partidos políticos desde los cuáles está demostrado que desde hace decenios es del todo imposible la defensa de los valores cristianos en la sociedad. No digo ya la expansión de los mismos. Que, aparte de ser su mejor defensa (¿qué mejor defensa que un buen ataque?), es el deber moral de cada cristiano, por ser la nuestra una religión universal y eminentemente proselitista (NOTA DEL AUTOR: mantengo lo dicho, pese a las palabras recientes del Santo Padre Francisco en relación al proselitismo -que me imagino estaba entendiendo en el sentido en el que lo practican las sectas protestantes y pseudocristianas de nueva generación-, y no en el sentido que le da la el diccionario de la RAE -y es que, al fin y al cabo, la infalibilidad papal no abarca las cuestiones lingüísticas-).

Jaime Mayor Oreja, que sepas que tanto tú como Vidal-Quadras sois lo más sospechoso políticamente hablando que existe en este país. Porque siempre os estais metiendo con vuestro partido, pero luego no solo no salís de él, sino que hasta tenemos que escuchar cómo Vidal-Quadras nos dice que él se siente cómodo en el PP, y que el que no se tiene que sentir cómodo es Montoro (lo que da que pensar, porque hasta ahora yo siempre creía que cuando te hacen ministro es porque tu partido y tu líder -que a fin de cuentas en este país vienen a ser exactamente lo mismo- te aprecian; y siendo Montoro evidentemente más apreciado en el PP que Vidal-Quadras, sorprende que el segundo se atreva a intentar convencernos de una majadería tan grande como la de pretender que él es el que está "cómodo" y el otro el que está "incómodo" en su ministerio).


En definitiva, que los motivos de vuestra actitud son francamente dudosos. Puede ser que penseis sinceramente las cosas que decís, pero que seais unos cobardes. Y que como tales cobardes prefirais la seguridad que porporciona ser parte, aunque ignorada, de un partido hegemónico como es el PP dentro de este sistema actual de PPSOEcracia. O puede ser que seais unos falsos de cuidado y que no penseis para nada las cosas en que decís que creeis. Y que por eso, pese a lo duro de vuestras críticas contra el partido, no se os eche. Porque servís de globos sonda mediante los cuáles conseguís mantener cautiva a la base católica practicante que constituye seguramente en torno al 20% de los votos del PP, evitando que constituyan una alternativa política independiente. Porque, al fin y al cabo, actuaríais sin hacer otra cosa que seguir las órdenes de esa misma directiva de la que os la pasais echando pestes.



Tampoco sería imposible que la verdad se sitúe en un punto intermedio, y que sea una mezcla de las dos tesis esenciales anteriormente expuestas. Aunque, con toda sinceridad, no veo el menor motivo para plantearme ni siquiera por un segundo que esa tercera alternativa sea posible. En relación con lo que aquí se habla, yo creo que lo más probable es que seais una cosa o toda la contraria. O bien católicos cobardes, o bien paganos disfrazados para confundir en materia política al rebaño del pueblo de Dios. En cualquier caso, un mal ejemplo para todos los católicos y para todos los hombres, y dos individuos indignos por tanto, en tanto permanezcan en esa actitud, de ser seguidos por nadie, y mucho menos por aquellos que al único al que tenemos que seguir es a Cristo mediante la fidelidad a su Santa Iglesia (que, todo sea dicho, en España no parece saber discernir muy adecuadamente los intereses de la Verdad que profesamos; como lo demuestra el hecho de que ponga la 13TV al servicio de los designios bastardos del enemigo -pues eso es el PP, que no es para nada un mal menor, sino más bien un enemigo tan feroz de la Iglesia como el mismo PSOE con el que tan perfectamente se complementa-).



De todos modos, es tristísimo tener que reconocer la aseveración que constituye el título del artículo y su conclusión final: que los peperos más amigos podrían ser los más impresentables de todos. Dios quiera que no lo sean, y que quien os escribe esté gravemente equivocado.

jueves, 16 de mayo de 2013

MALOS VIENTOS SOPLAN PARA OBAMA. BREVE REPASO A LA HISTORIA DE LOS IMPEACHMENT

A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!

Malos vientos soplan para el Presidente Barack Hussein Obama. Cuando parecía que el escandalo motivado por el ataque yihadista al consulado americano en Bengasi se había diluído como consecuencia del transcurso del tiempo, recientes revelaciones hechas al respecto parecen desmentir la posición oficial que el Gobierno federal mantiene sobre lo que sucedió. En definitiva, que hay razones serias para creer que posiblemente el Presidente Hussein ha mentido al pueblo estadounidense. Cosa que en nuestra España la casta política hace todos los días sin que a nadie parezca importarle (ahí están, que los seguimos votando). Pero que en los EEUU en general suele parecerle muy mal a la gente, que es bastante más celosa de sus derechos que aquí (digo de aquellos entre sus derechos que de verdad importan; pues aquí nos manifestamos mucho, pero solo para que se mantenga el "panem et circenses", el cachondeíto de que seguimos creyendo erróneamente que nos hemos beneficiado durante las últimas décadas).

Por si todo lo antedicho os pareciera poco, se han juntado con el Bengasi-gate otros dos escándalos de cierta importancia. Uno relativo a escuchas a la prensa, pues según parece las comunicaciones de un gran número de periodistas fueron intervenidas por una agencia federal. Y otro relativo a espionaje fiscal y trato discriminatorio a organizaciones cercanas al Partido Republicano y al Tea Party.

Los escándalos de que hablo pueden prender una mecha peligrosa para el Presidente si éste no consigue desmarcarse de las actuaciones de sus subornidados de una manera convincente. Por primera vez desde que Hussein es Presidente parece ser que se escucha con fuerza la palabra "impeachment" (enjuiciamiento o destitución). No sería la primera vez que en los EEUU se hace uso de tan formidable mecanismo de control de los excesos del poder ejecutivo.

Ya en 1868 se votó la destitución de Andrew Johnson, Vicepresidente del gran Abraham Lincoln e indigno sucesor de éste en la presidencia. No se aprobó el impeachment por un solo voto. Anécdota graciosa que vale la pena contar relacionada con este suceso es que en aquel entonces, cuando un Vicepresidente cesaba en su cargo (por muerte, dimisión o ascensión a la Presidencia), no se nombraba a ningún otro Vicepresidente para que lo sustituyera. De manera que Andrew Johnson no tuvo ningún Vicepresidente que lo acompañase al frente de la Unión Federal. Por lo tanto, el que habría sustituído a Johnson en caso de que hubiese salido adelante el impeachment habría debido de ser el Presidente pro tempore del Senado, que entonces era Benjamin Wade. Wade estaba tan convencido de que Johnson sería destituído que hasta había nombrado su Gobierno. Así que no me quiero imaginar el careto que debió de poner cuando le anunciaron que, después de todo, no sería Presidente de los EEUU.

Posteriormente, algo más de un siglo después, el Congreso, a causa del célebre escándalo Watergate, decidió aprobar el inicio del proceso de impeachment contra Richard Nixon. Nixon, que ya había tenido que sacrificar a su Vicepresidente, Spiro Agnew (sustituído por Gerald Ford, el primer Vicepresidente de la Historia de EEUU no elegido directamente tras las elecciones para su cargo) consciente de que no había nada que pudiera hacer para evitar ser destituído por el Congreso, decidió dimitir para evitar la deshonra de pasar a la Historia como el primer Presidente estadounidense destituído de la Historia. No creo que hacerlo le ayudase en nada. Al fin y al cabo, ha pasado a la Historia como el único Presidente dimitido hasta la fecha. Fue sustituído por Gerald Ford (que de éste modo se convirtió en el único Presidente que ascendió al cargo sin haber sido formado parte del ticket presidencial votado por los ciudadanos en las elecciones). De todos modos, es interesante comprobar hasta qué punto el de Nixon no era un problema de popularidad. A diferencia de Andrew Johnson, que no había sido electo para su cargo por el Colegio Electoral, Nixon si había sido elegido por éste, habiendo ganado en 49 de los 50 Estados y con casi un 61% de apoyo popular. El dato no solo es interesante, sino que lo cito para que entendamos que el propio Hussein, que es el que motiva la presente entrada del blog, ya querría para si un apoyo popular de tamaña magnitud. Bueno, él y cualquier candidato presidencial estadounidense desde los días posteriores al gran Ronald Reagan.

El último impeachment que ha tenido lugar hasta el momento presente en los EEUU fue el que se dirigió en 1999 contra Bill Clinton. Lo cierto es que, aunque se llegó a la votación, el Presidente no corrió peligro real de ser destituído, y sus oponentes se quedaron muy lejos de conseguir la cifra de votos requerida para apearlo del Despacho Oval. Mis sentimientos respecto de aquel impeachment están un tanto encontrados. Por un lado, creo que Clinton merecía ser destituído (igual que Nixon; mientras que el caso de Andrew Johnson me despierta no pocas dudas, aunque creo que también habría sido conveniente destituirlo). Cometió perjurio y obstrucción a la Justicia. Y lo peor del caso es que esto es algo que reconoció con posterioridad a su salida del cargo. Objetivamente merecía ser destituído de su cargo, porque su palabra carecía de todo valor. Y el solito se lo buscó. Porque lo de la Lewinsky, por si solo, no servía para destituirlo, por inmoral o no que nos parezca. Pero en el momento en juró decir la verdad, solo la verdad y nada más que la verdad con la ayuda de Dios para acto seguido hacer todo lo contrario, en ese momento demostró que, igual que ese juramento no tenía valor para él, tampoco había razón para suponer que el juramente que prestó para acceder a su cargo le pareciera más valioso.

Sin embargo, es cierto que en caso de que Bill Clinton hubiera sido destituído, el Vicepresidente Al Gore habría asumido su lugar como Presidente. De manera que su nombre habría figurado junto al de los otros 42 ocupantes de la Casa Blanca que lo precedieron. Puede que luego Bush lo hubiese derrotado igual. Pero creo que el de figurar entre los Presidentes de EEUU es un honor que Al Gore ciertamente no merecía (ideológicamente hablando parece una especie de anticipo de la radicalidad ultraestatista que llegaría al poder de la mano de Hussein el liberticida).

No se si se dará inicio a un procedimiento de impeachment contra Hussein. Si se dos cosas. Una, que si se inicia tal procedimiento espero que sea para que el Congreso lo lleve hasta las últimas consecuencias y destituya al Presidente. Y dos, que si el Presidente es cesado me gustaría que lo sucediese en su alto cargo el republicano John Boehner, mejor que el demócrata Joe Biden. Contra el que bien podría iniciarse también proceso. Al fin y al cabo, si Hussein sabía lo que hacían sus subordinados, ¿no iba a saberlo su leal Vicepresidente?

sábado, 20 de abril de 2013

MONISMO Y DUALISMO EJECUTIVOS. MENCIÓN ESPECIAL AL ENTRETENIDO CASO FRANCÉS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Una de las cosas que menos me gustan de una Monarquía Parlamentaria que ya de por si no se puede decir que me guste nada de nada es precisamente el hecho de que "el Rey reine pero no gobierne". Esa es una de las máximas de nuestro actual régimen político aquí en España, y es una de las afirmaciones que más me repatean el hígado y me tocan la moral. En el sentido de que uno se queda diciendo: "¡Coño! ¿Entonces para qué lo queremos? ¿No puede hacerse perfectamente cargo de sus funciones un cargo electo?"

Sin duda alguna, no preferiría una Monarquía Absoluta a la actual. E incluso se puede decir que hemos de darnos con un canto en los dientes por el hecho de no vivir gimiendo bajo el yugo del mismo despotismo regio al que estuvieron acostumbrados aun nuestros tatarabuelos o choznos. Pero, aún reconociendo que nuestra actual Monarquía es preferible a las que en el pasado hemos conocido, lo cierto es que también es conveniente reconocer que los Reyes de antaño se ganaban un respeto que hoy en día nadie siente por ningún Rey en ningún lugar del mundo occidental (ni siquiera en el Reino Unido). Por lo que a mi hace, yo directamente lo que no quiero es monarquía ninguna, ni absoluta, ni parlamentaria, ni boludo-chevique (que la hay en Corea del Norte).

De todos modos, el asunto sobre el que quiero atraer la atención de mis estimados lectores no tiene nada que ver con la Monarquía. El asunto que deseo traer a colación es el de la dicotomía que existe entre los ejecutivos monistas y dualistas. Y la opinión que me merecen unos y otros.

A falta de que se invente una fórmula nueva, hoy en el mundo existen poderes ejecutivos monistas y dualistas. Analizaremos primero los segundos, que cabe decir que son los más habituales. Los ejecutivos dualistas son aquellos en cuya cabeza se da una partición, al existir una Jefatura de Estado separada de la Jefatura del Gobierno. La Jefatura del Estado está dotada de la suprema potestad representativa, mientras que la Jefatura del Gobierno está dotada de la suprema potestad de dirección política del país.

Como se ve, el dualismo hoy día es la forma de organización del poder ejecutivo que se da en la mayor parte de los Estados occidentales. Por de pronto, se da en todas las Monarquías Parlamentarias, en las que por definición existe un Rey que es Jefe de Estado, y un Jefe de Gobierno que está dotado de legitimidad democrática -generalmente indirecta, dado que su nombramiento suele correr a cargo del Parlamento del lugar-, y por ello es quien de verdad rige los destinos del Estado. Este es el caso de España, del Reino Unido y demás Estados anglosajones de la Commonwealth, del Benelux y de las monarquías escandinavas.

Pero el dualismo ejecutivo es cosa también de repúblicas. Sirva de botón de muestra de la veracidad de ese último aserto el hecho de que en todas las repúblicas parlamentarias existe un Primer Ministro elegido por el Parlamento nacional respectivo (o por la cámara más importante de dicho Parlamento), que es quien dirige la política interior y exterior y quien, en definitiva, gobierna el país y decide el nombre de los demás miembros del ejecutivo. Además del Primer Ministro, existe en las repúblicas parlamentarias un Presidente de la República, que es el Jefe de Estado, y que puede ser elegido de modo diverso. Bien por los Parlamentos de los Estados en su totalidad, bien por algún tipo de asamblea especial de la que suelen formar parte todos los parlamentarios junto con otras personalidades, o bien directamente por el pueblo en elecciones (que suelen celebrarse a doble vuelta).

En una república parlamentaria, el Presidente de la República -pese a ser la máxima autoridad nominal del Estado, cuya más alta representación honorífica interior y exterior ostenta- no gobierna el país, cosa de la que se encarga, como dijimos antes, el Primer Ministro. Así pues, su importancia es más nominal que real. Sus funciones vienen a ser las mismas que las de un Rey en una monarquía parlamentaria, aunque con el plus añadido respecto de los reyes de su legitimidad democrática más o menos directa y del carácter no hereditario del cargo. Las funciones del Presidente son, en general, las que iremos siguientes: sancionar las leyes con su firma -a lo que suele añadirse la capacidad de vetar dichas leyes si no le agradan-, perfeccionar los tratados internacionales con los que se obligue el Estado respecto de las otras naciones, y ejercer esas funciones tan mal definidas que son las de "arbitraje" y "moderación" (que se supone que implican su deber de intervenir, en caso de ser necesario, para evitar que se enconen los conflictos políticos que se vayan suscitando).

Dentro de los sistemas políticos estructurados en torno de ejecutivos dualistas, tenemos el caso especial de Francia. El francés no es un sistema parlamentario ni uno presidencialista, sino que es un sistema semipresidencialista o semiparlamentario (como se prefiera). Es un sistema en el que existe un Presidente elegido directamente por el pueblo en elecciones a doble vuelta, junto con un Primer Ministro nombrado por el Jefe de Estado y responsable políticamente ante la Asamblea Nacional. En el sistema francés, las tornas cambian considerablemente respecto a lo que sucede en los sistemas republicanos parlamentarios. En ambos sistemas puede darse la cohabitación entre un Presidente de determinado color político, y un Primer Ministro de signo distinto.

Este fenómeno apenas tiene importancia en la marcha de la vida política de las repúblicas parlamentarias, por las escasamente trascendentes competencias confiadas al Jefe de Estado. No obstante, en Francia el de la cohabitación es un periodo provisto de especial trascendencia política. Existen buenas razones para que así sea. A diferencia de lo que sucede en la mayoría de las repúblicas, en Francia el Presidente está dotado de competencias políticas de primer orden, especialmente en materia de relaciones internacionales y de defensa, pudiendo disolver la Asamblea Nacional cuando lo estime conveniente -competencias todas las cuales en una república o en una monarquía parlamentarias habitualmente corresponden al Jefe de Gobierno-. Las competencias relativas al interior son las que quedan en manos del Primer Ministro y de su Gobierno.

El poder de la Presidencia en Francia, como se ve, es bastante grande. Además, se trata de un poder que en la práctica -no así en la teoría- resulta sumamente cambiante, al igual que el del Primer Ministro. En teoría, el Primer Ministro podría ser más o menos tan poderoso, por sus atribuciones constitucionales, como el Presidente. Pero en la práctica las cosas funcionan de una manera que poco tiene que ver con las estipulaciones constitucionales.

Intentaré explicar lo más brevemente que pueda la naturaleza del reparto de poderes en Francia entre el Jefe de Estado y el Jefe de Gobierno (modelo seguido, en el ámbito comunitario, por Portugal). Dado el poder de la Presidencia, aumentado desde que se impuso la elección directa de su ocupante (único cargo público del país elegido por toda la ciudadanía), los líderes de los grandes partidos franceses tienden a luchar siempre que pueden por la Jefatura del Estado, que es la que posee poder sobre el más impresionante fundamento del poderío internacional que de momento aun pueda quedarle a Francia: el botón nuclear. Así pues, en las épocas en las que la mayoría parlamentaria le es favorable, el Presidente es el líder del partido de la mayoría, que tiende a serle adicta a él, y no al Primer Ministro. Lo que también guarda relación con el hecho de que, pudiendo disolver cuando le apetezca la Asamblea Nacional, es al Presidente al que los Diputados de su partido (especialmente los que temen no conservar su escaño en años venideros -que son más bajo el sistema de elección de la Asamblea Nacional por circunscripciones uninominales de los que serían si la elección se sustanciase mediante el recurso a circunscripciones más amplias y a una fórmula de reparto proporcional-).

Ergo, el Primer Ministro se sabe atado por la voluntad del Presidente, y procurará actuar de manera acorde siempre a la política del Jefe de Estado, quien, en caso de no estar satisfecho con él, no tiene más que nombrar a otro político de su mismo partido que le merezca mayor confianza, y a otra cosa mariposa, pues sabe que haga lo que haga tendrá a la Asamblea Nacional junto a él (de manera que, a efectos prácticos, puede cesar al Primer Ministro mediante el recurso de obligarle a presentar su dimisión -pese a que éste poder en particular no se lo concede la Constitución de 1958-). En definitiva, que el Primer Ministro hace más de jefe de gabinete que de otra cosa. Lo que significa que sus poderes constitucionales en la práctica es como si pasasen al Presidente, que usurpa la función gubernamental reconocida por la Constitución de dirigir y determinar la política nacional. Durante estos periodos de coincidencia entre el color político de la Presidencia y el de la Asamblea Nacional, el ejecutivo funciona parecido a como lo haría si fuese uno de esos ejecutivos monistas que veremos después. Los Ministros del Gobierno en la práctica responden directamente ante el Presidente, y no ante el Primer Ministro, por más que sea éste nominalmente el Jefe de Gobierno.

Cuando, por el contrario, se da la cohabitación, el Presidente, cuyo partido no es mayoritario en el legislativo, se ve obligado a nombrar a algún político que sea aceptable para una mayoría política que le es adversa como nuevo Primer Ministro. Es en estos casos cuando el Primer Ministro de verdad ejerce sus atribuciones constitucionales, quedando enormemente reducido el poder del Presidente. El único consuelo del Jefe de Estado es que, si sus contrarios están divididos, siempre puede procurar crear disensiones entre ellos procurando nombrar Primer Ministro a una figura que no sea la del mayor de sus opositores.

Esto fue un poco lo que Miterrand consiguió en 1993 al nombrar a Édouard Balladur, protegido político de Jacques Chirac al que no se le ocurrió mejor idea que aprovechar su popularidad como Primer Ministro para intentar aspirar a la Presidencia al margen de su mentor en 1995 (elección que parecía que iba a ganar, pero que al final no solo perdió, sino que sirvió para que Chirac alcanzase la Jefatura del Estado y se vengase cumplidamente de Balladur, que pasó a segundo plano en la política francesa). Esta estratagema difícilmente puede tener éxito, porque generalmente uno de los mayores gustazos que se dan los adversarios políticos del Presidente durante los periodos de cohabitación es la humillación que se le inflige a éste al obligarlo a nombrar como Primer Ministro al peor de sus enemigos políticos. Que, generalmente, en tanto que Primer Ministro en tiempos de cohabitación, se piensa que parte en el mejor lugar para intentar conquistar la candidatura a la Presidencia de su propio partido para la próxima elección a la Jefatura del Estado (si bien los hechos no avalan esta idea, dado que solo dos Primeros Ministros, Georges Pompidou y Jacques Chirac, han ganado la Presidencia de la República tras haberse desempeñado como Jefes de Gobierno; y ninguno de ellos era Primer Ministro al ascender a la Presidencia).

Aquí, una vez más, se da una situación de hecho que la Constitución francesa no sanciona formalmente, ya que en realidad el Primer Ministro, igual que en teoría no depende del Presidente para seguir en su cargo, tampoco depende sobre el papel de la Asamblea Nacional para acceder a él. Su nombramiento compete en exclusiva al Presidente de la República, y si éste siempre ha nombrado Primeros Ministros que contasen con el apoyo de la mayoría parlamentaria eso se ha hecho solo con el propósito de impedir un bloqueo político. Al fin y al cabo, la Asamblea Nacional lo que si puede es aprobar una moción de censura destructiva contra el Primer Ministro, obligándole a presentar su dimisión ante el Presidente de la República (aunque sin sustituirle por nadie, siendo posible que el Presidente de la República, en teoría, nombre Jefe de Gobierno a quien quiera, Primer Ministro censurado inclusive). Por lo que si el Presidente nombrara constantemente a Primeros Ministros ajenos a la mayoría parlamentaria, solo conseguiría obligar a ésta a censurar a los Primeros Ministros uno tras otro. Eso sin contar con que además al Presidente le valdría de poco enrocarse en el apoyo a Primeros Ministros no queridos por la Asamblea Nacional, dado que tales Jefes de Gobierno no podrían sacar adelante proyectos legislativos de ninguna clase.

El esquema de gobierno dualista francés (que, como se ha visto, de los esquema duales puede ser tanto el más dual de los posibles en tiempos de cohabitación como el menos dual de todos y el más parecido a un ejecutivo monista en tiempo de convergencia) tenía tradicionalmente el problema de que era susceptible de generar graves fracturas en la acción de Gobierno. Durante los periodos de cohabitación, el Primer Ministro gobernaba el país, pero el Presidente gozaba de poderes tan fuertes -pese a su merma- que el país se volvía ingobernable, en tanto que el Jefe de Estado tenía permanentemente en vilo la acción del Primer Ministro y de su Gobierno. Del mismo modo, durante los periodos de convergencia, el Primer Ministro, en teoría la única cabeza del Gobierno, quedaba tan absolutamente eclipsado por el Presidente que de algún modo eso restaba la mayor parte de su dignidad al cargo de Jefe de Gobierno.

El primer problema se ha querido solventar para siempre. Las cohabitaciones se producían generalmente en momentos de baja popularidad del Presidente, cuyo largo mandato de siete años daba para muchos altibajos en ese sentido. La Asamblea Nacional no podía alargar su mandato más allá de los cinco años. Pero en el 2000, una reforma constitucional aprobada en referéndum por el pueblo francés redujo la extensión temporal del mandato del Presidente, que pasó a ser de cinco años. Y se estableció un calendario electoral en virtud del cual las elecciones legislativas se celebraban poco después de las presidenciales, justo tras la elección del Presidente -quien, por fuerza, gozaría en ese momento de una popularidad suficientemente fuerte como para que su partido se asegurase la victoria por pura inercia electoral-. De este modo, desde 2002 en adelante no se ha vuelto a producir una cohabitación. Por lo que, en apariencia, el riesgo de fractura en el seno del ejecutivo se ve reducido al mínimo. Aunque a cambio de dinamitar el prestigio del Jefe de Gobierno, convertido definitivamente en mero comparsa del Jefe de Estado. Sea como sea, en realidad la cohabitación sigue siendo posible, especialmente en caso de que las elecciones legislativas sean posteriores a elecciones presidenciales muy ajustadas. Con el añadido de que, si esto sucediese, los franceses podrían tener que soportar durante todo el mandato presidencial un ejecutivo dividido, a no ser que el Presidente haga uso de su poder de disolución anticipada de la Asamblea Nacional con el fin de recuperar la mayoría y poder nombrar un Primer Ministro y un Gobierno afines.

Llegamos al momento en que lo que corresponde es comentar brevemente las características del otro modelo básico de ejecutivos que existe en el mundo, el monista. Que, siendo menos recurrente que el dualista en los Estados de la actualidad, no obstante es más antiguo que éste. En el modelo de ejecutivo monista, no existe fractura alguna en el seno de la cabeza del ejecutivo. Existe un Jefe de Estado que a su vez es Jefe de Gobierno y nombra a los demás miembros del ejecutivo, que responden políticamente ante él.

Este modelo tiene una gran ventaja, y es la de que todos los problemas inherentes a la diferenciación entre Jefatura del Estado y Jefatura del Gobierno que se suscitan en las repúblicas que siguen el modelo de ejecutivo dualista -no tanto en las monarquías parlamentarias- aquí sencillamente no existen. El modelo de ejecutivo monista es el modelo que ha regido desde siempre en los EEUU y en la casi totalidad de los Estados hispanoamericanos. Y de este modelo poco más puede decirse, dada la sencillez del mismo y la ausencia de problemas derivados de la relación entre una pluralidad de cabezas ejecutivas que en este caso no existe. En artículos anteriores hice mención de las condiciones mínimas que considero que deben darse para que podamos hablar de la existencia de una democracia en determinado país. No es desde luego una de esas condiciones la configuración monista o dualista del ejecutivo. Tanto en un sistema de ejecutivo monista como en uno de ejecutivo dualista es perfectamente posible articular una democracia, o no hacerlo. Pero eso no quita para tener claro que uno de los dos modelos sea mejor que su contrario. Y, desde mi punto de vista ese modelo es el más sencillo y antiguo de los dos: el modelo monista.

El modelo dualista parte de la idea de que es necesario conferir la más alta representación de la nación a una figura pública alejada del centro del debate político, que sea capaz de transmitir una imagen neutral de cara al interior (con la que pueda identificarse la mayoría de los individuos que componen la nación independientemente de su color político o de su filiación partidista), y digna de cara al exterior. En el caso de las monarquías parlamentarias, todas las cuáles antes fueron monarquías absolutas (o, incluso si no fueron absolutas, monarquías donde los reyes ejercían amplios poderes), al Rey corresponde hacerse cargo de esa representación, lo que se justifica muy malamente -pero se justifica algo al menos- por la tradición.

La cosa cambia cuando este modelo se aplica a las repúblicas parlamentarias. El Presidente de la República debe procurar ser políticamente lo más neutral posible (lo que en Francia, a tenor de la profunda implicación política del cargo, no sucede ni se exige). Esto genera problemas, porque el Presidente de la República suele ser elegido entre políticos de cierto prestigio, muchos de los cuales han ejercido en el pasado cargos de gran importancia, llegando a ser miembros o hasta Jefes de Gobierno de sus respectivos países. Y, evidentemente, esos personajes que acceden a la Presidencia de la República ni pueden abjurar de su pasado ni necesariamente van a dejar de conducirse de una manera acorde a las ideas que profesan (lo que puede tener consecuencias que a muchos se les antojarán desagradables, especialmente en el caso de que sea elegido Presidente de la República un personaje público de ideas un tanto radicales).

La forma de remediar hasta cierto punto esto a menudo es elegir como Presidente de la República a personajes conocidos procedentes de ámbitos ajenos a la política lo más desideologizados que sea posible. Pero el contra de esto es que implica la concesión de poderes políticos -por pocos que sean- a individuos que es probable que no sepan moverse en ambientes políticos, por haber permanecido ajenos a ellos durante toda su vida anterior.

Y otra forma de impedir una Presidencia de la República excesivamente polarizante es la que se suele ensayar en Alemania, que es la consistente en nombrar para el cargo a personajes políticos de segunda fila. Sin embargo, pienso que esta solución crea más inconvenientes de los que resuelve, fundamentalmente en tanto que, pese a que impide que la Presidencia de la República sea elemento particular de confrontación (al ser inhabitual que accedan a la Jefatura del Estado personajes políticos demasiado destacados que susciten pasiones excesivamente fuertes y encontradas), a la vez resta valor a la que se presume la primera dignidad política del país, que recae sobre políticos que difícilmente serían más mediocres si se entrenasen con ese fin.

Todos estos problemas artificiosos desaparecen en el modelo monista. Éste parte de dos ideas que son las que yo comparto, y que son por un lado la de la imposibilidad de la neutralidad en política, que además ni siquiera se considera deseable (se asume que nunca llueve a gusto de todos, y que por ende no vale la pena intentar crear falsos espacios de neutralidad, siendo más sensato dar a todos la oportunidad de que las cosas se hagan a su manera sin necesidad de disimularlo); y por el otro la de que nadie representará tan adecuadamente a la nación ante el extranjero ni liderará tan adecuadamente al pueblo en el interior de la nación como aquel que realmente tiene en sus manos el Gobierno de la misma, y, por ende, el mayor poder para hacer y deshacer en su seno. Ahora bien, que sea partidario de ejecutivos monistas, no quita para que sea a su vez partidario de crear cauces que hagan posible al elector optar entre Ejecutivos más o menos plurales y/o monolíticos. Que a menudo considero que es lo que falta en países como los EEUU. A nivel federal, que no estatal. De hecho, la existencia de ejecutivos colegiados cuyos cargos son electivos total o parcialmente a nivel estatal estadounidense es una idea que creo que debería incorporarse a los ordenamientos jurídicos europeos, aunque con una leve corrección. A mi modo de ver, el elector debería poder decidir si establece un ejecutivo más o menos compacto, y la forma de hacerlo sería permitir al Jefe de Estado y de Gobierno presentarse a las elecciones a todos los puestos electivos del Gobierno, y delegar los cargos discrecionalmente en el caso de ganar los comicios.

La razón de que sea partidario de esto (que, aunque pueda parecerlo, no contradice en nada el monismo al que he declarado estar adscrito) es que tendencialmente el poder ejecutivo es el más importante de los tres poderes clásicos. El más expansivo y el que, por lo tanto, mayor peligro corre de desbordarse sobre los otros y sobre la ciudadanía, asfixiándo al resto del Estado y a la sociedad merced a su abrumador poderío, respaldado además por el control sobre las Fuerzas Armadas. Este es el principal argumento de entre los que me mueven a profesar la idea de que limitarse a separar los poderes a rajatabla no es la mejor solución que se le puede dar al problema de la separación y el equilibrio de poderes. Pienso que puede ser bueno que el poder ejecutivo, por ser el más poderoso -y por ende peligroso- de los poderes del Estado, esté sujeto a posible fraccionamiento interno en múltiples poderes, caso de decidirlo así una suficiente mayoría popular, aunque sin impedir que esa misma mayoría pueda decidir lo contrario, pues eso implicaría consagrar la perpétua debilidad ejecutiva. Lo que, inevitablemente, redundaría en perjuicio para la cohesión interior del país, y para la imagen exterior del mismo.

Igualmente, creo que hay que desproveer al poder ejecutivo de capacidad para usurpar al legislativo o al judicial las atribuciones que en justicia les corresponden (por ejemplo: creo que, excepto en aquellas cuestiones directamente relacionadas con la seguridad nacional o con las Fuerzas Armadas, ni el Gobierno ni ninguno de sus miembros aisladamente considerados deberían estar provistos de iniciativa legislativa). Pero nada hay de malo ni de peligroso en que las personas que desempeñen funciones ejecutivas o judiciales a su vez sean legisladores, siempre que representen a las circunscripciones con sede en las cuales ejerzan las anteriores funciones, y que las vías de acceso a las asambleas legislativas y a los Gobiernos estén totalmente desvinculadas las unas de las otras. Y lo mismo creo en relación al servicio en poderes ejecutivos y/o legislativos en diferentes niveles territoriales. Siempre que las competencias se ejerzan con sede en los mismos territorios, no veo el menor inconveniente en que se encabecen dos ejecutivos. Creo que la mayor parte de los problemas que esta práctica pudiera ocasionar se solucionarían fácilmente aplicando el mecanismo de la delegación antes expuesto al mencionar la posible acumulación de cargos públicos electivos en el seno de un mismo Gobierno.

Ahora es a ustedes a los que les toca reflexionar sobre este asunto. Espero que toda esta explicación y la breve conclusión final os hayan reportado alguna utilidad, por poca que sea. Un abrazo, y espero que paseis un buen día, y que nuestro Señor y Dios, Jesucristo, tenga a bien bendecirnos a todos. IHS

miércoles, 3 de abril de 2013

SOBRE LA FORMA EN QUE EL ACTUAL ESTADO SOCIAL HIPOTECA GRAVEMENTE EL FUTURO DE NUESTROS HIJOS

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]


Quien se adentrara en el mundo del DºLaboral comprendería fácilmente por qué España no es un país particularmente atractivo para la inversión empresarial extranjera. Las múltiples trabas que se le imponen al libre desenvolvimiento de los agentes privados en el marco del funcionamiento de esta economía tan de mercado para unas cosas y tan poco para lo que de verdad importa no contribuyen a generar entusiasmo entre demasiados posibles inversores.



¿A santo de qué un DºLaboral tan complicado, entonces? ¿Por qué los sindicatos tienen tantas prerrogativas? ¿Por qué se le hace la vida tan difícil a unas PYMEs que deberían ser la base misma de nuestra economía y se les imponen tantas y tan irritantes condiciones para poder llevar a cabo su actividad, entorpeciendo hasta el extremo sus posibilidades de contribuir a la economía nacional? Pues la respuesta es muy simple: porque vivimos en un modelo político de Estado Social de Derecho. Eso que comunmente se llama "Estado del Bienestar".



Vivimos en el seno de un Estado que, en teoría, se obliga a proporcionar a la ciudadanía un conjunto de prestaciones de diverso género que nos permitan gozar de unas mínimas condiciones de vida y de confort. Y eso cuesta dinero. Mucho dinero. Porque el Estado no solo nos facilita la subsistencia, otorgándonos dinero cuando nos quedamos sin empleo para que no muramos de hambre. El Estado también nos garantiza el acceso a una Sanidad, a una Educación y a otras múltiples prestaciones sociales gratuitas y universales. ¿De verdad son gratuitas? Pues no. Las pagamos con nuestro dinero..., y con el de otros que poco o nada tienen que ver con nosotros.



Por eso nuestro Estado está arruinado. Porque en su día no quiso simplemente garantizar unas mínimas condiciones de vida a la ciudadanía. Nuestros políticos, al igual que los de otros países del malcriado mundo occidental nos procuraron no solo subsistencia, sino prestaciones que iban mucho más allá de ella. Eso, por muchos réditos que electoralmente reportara a los gobernantes, era pura majadería. O mejor dicho, la majadería estuvo en que el pueblo avalara aquella manera de proceder. Porque, en lo que respecta a los vividores de la política que nos gobiernan, no me atrevería por cierto a afirmar que actuasen de ese modo por insconsciencia. En demasiados de ellos desde luego que se antoja posible la pura y simple mala fe.



La base del Estado Social es la tributación progresiva. Cuanto más tienes, no solo pagas más (pues si fuera únicamente eso, no solo no habría problema alguno, sino que además esto sería lo correcto), sino que además lo haces en mayor proporción que quienes tienen menos. La excusa que suele aducirse para cometer tan flagrante injusticia es que si a un sujeto le quitas la mitad de lo que tiene, pero aun así sigue teniendo más que la gran mayoría de la gente, a la que simplemente le quitas una décima parte de lo que es suyo, pues entonces no hay nada de malo en arrebatarle lo suyo, sin importar nada al respecto que lo haya ganado lícita o ilícitamente. El planteamiento me parece erróneo y tendencialmente monstruoso por tres razones.



La primera razón está en el hecho de que la tributación progresiva es injusta, en tanto que conculca claramente el principio de igualdad. La igualdad no se traduce en igual cantidad, pero si igual esfuerzo. Algunos me replicarán que en verdad si tú a un millonario le arrebatas las tres cuartas partes de lo que posee, con el cuarto sobrante seguirá vivendo mejor que muchos que no entregaran nada. Y eso es al menos media verdad, y por ende una de las peores mentiras. Quienes aducen esa razón en favor de la tributación progresiva no han entendido absolutamente nada. Estamos analizando los patrimonios, no las personas. El esfuerzo que pedimos es patrimonial, no personal. Si fuese un esfuerzo personal, cabría plantear esa clase de razonamientos. Como se trata de un esfuerzo patrimonial, no hay lugar para los mismos. En ese sentido, todos los patrimonios son iguales, y su sufrimiento se mide en función de la parte del total que se les arranca.



La segunda razón es que la tributación progresiva es económicamente contraproducente. Si cuanto más rico se es, mayor en proporción es también la aportación que se ha de hacer a la comunidad, esto es, si cuanto más rico se es más se penaliza la riqueza en términos impositivos, pues lo que se consigue es desincentirvar cualquier clase de esfuerzos que las personas estén dispuestas a hacer con tal de volverse ricas. Sobre todo porque, al fin y al cabo, ¿qué se gana esforzándose que no regale el Estado a través de prestaciones sociales? ¿Es mucho mejor cualitativamente y en términos exclusivamente materiales la vida de un ciudadano rico que la de un ciudadano medio e incluso la de muchos ciudadanos cuyo poder adquisitivo se sitúe por debajo de la media?



El hecho es que no. Cualitativamente, es llamativo el hecho de que nuestra vida no es muy inferior a la de los ciudadanos de mayor poder adquisitivo. En esas circunstancias, los individuos más creativos difícilmente pueden sentirse motivados en lo que respecta al deseo de esforzarse con vistas a dar de si todo lo que les permita su potencial. No digo que el hombre sea egoísta por naturaleza, pero desde luego está claro que en el hombre existe un fuerte sentido de retribución. La mayoría consideran que si se hace algo ha de ser a cambio como mínimo de una ganancia proporcional a lo que se aporta. Y, si lo que se aporta no es un servicio cualquiera, sino una actividad particularmente creativa que pocos o quizá ninguno otro podrían llevar a cabo, y que de ser llevada a cabo permitirá mejorar de manera materialmente tangible y con carácter inmediato la vida de muchas personas, y a medio o largo plazo la de prácticamente todos los demás seres humanos que vengan después; pues como es lógico el autor de tan magna aportación aspirará a recibir una retribución de calibre suficiente como para no tener que volver a ganarse el pan con sudor ninguno de su frente, aunque solo sea en pago de los muchos sudores que ahorrará a incontables millones de personas que vendrán tras él y se beneficiarán de lo que ha creado.



Y lo anterior es cosa que deseará o considerará justa en general incluso el hombre más desprendido. Sobre todo, el hombre desprendido podrá no desear riquezas materiales, y rechazarlas si se las ofrecen (como hizo Benjamin Franklin cuando rechazó patentar el pararrayos, alegando que él no había tenido que pagar nada para beneficiarse de los inventos de otros que vinieron antes que él). Pero a buen seguro que le sorprenderá sobremanera el que ni siquiera le ofrezcan dichas riquezas, o el que las riquezas que gane no sirvan para otra cosa que para someterlo a un régimen fiscal mucho más desventajoso que el que soportaba anteriormente y en el que, a poco que te despistes, todas tus ganancias anteriores pueden verse reducidas, si no a la nada, si a una muy mínima expresión.



La tercera razón es de orden más bien político y moral. Pues algunos objetan a todo lo antedicho que en realidad, aunque sea cierto, solo es predicable de los regímenes tributarios progresivos agresivos fundados en grandes saltos porcentuales. Sostienen que no es lo mismo pasar de tributar un 25% a tributar un 40%, que pasar de tributar un 25% a tributar un 27'5%. A eso yo replico que, en cualquier caso, la financiación del Estado Social requiere de una tributación de carácter esencialmente confiscatorio. La mayor parte de los recursos están en manos de minorías muy exiguas, y, ya sea imponiendo fuertes saltos tributarios, ya sea evitándolos mediante aplicación de fórmulas matemáticas más o menos complejas, lo cierto es que si no se mete mano de manera agresiva a dichos recursos financieros, la sostenibilidad del modelo de Estado actual se hace sencillamente inviable.



En realidad, la experiencia nos demuestra que, incluso recurriendo a la más agresiva tributación progresiva y a los más grandes saltos del tipo, la financiación del Estado Social requiere de un masivo endeudamiento que, a largo plazo, no hace más que garantizar nuestra reducción a la servidumbre económica respecto de los Estados extranjeros y entidades que actúen como prestamistas. A no ser, claro está, que seamos los EEUU y podamos permitirnos endeudarnos hasta el infinito gracias a nuestra enorme fuerza militar (que es la que me lleva a considerar que la infinita deuda estadounidense en realidad es un tributo encubierto mediante el cual este país mantiene cierta red de protección social voluntariamente pagada por otras naciones). En definitiva, que a la minoría pudiente hay que quitarle, y mucho, porque en caso contrario no tenemos ni para empezar. Quizá eso en general nos dé poca pena. Pero surge un problema: los saltos tributarios son antieconómicos, y la única forma de arrebatar a los pudientes lo necesario moderando o suprimiendo los saltos tributarios pasa por imponer a los sectores sociales menos pudientes tipos fiscales que seguramente serían sensiblemente más exigentes que los actualmente existentes. Cosa que no se puede ni plantear, porque en tal caso estaría por ver qué les quedaría para vivir. Vamos, que no hay manera. O se renuncia al pan, o se renuncia al circo, porque el pan y circo a la manera de los romanos antiguos, igual que les pasó a ellos, nosotros tampoco lo podemos sostener.



Conclusión: que seguimos y seguiremos instalados en esta explosiva combinación entre impuestos confiscatorios y agresivos saltos tributarios. Mas no se acaba aquí el problema. Al ser mayores los saltos, más evidente es para el que está arriba la penalización de que es objeto su riqueza, y menor el sentido que quien esté en situación de enriquecerse pueda verle a los trabajos que debería tomarse para llegar a alcanzar esa posición. En definitiva, que el sistema en el que vivimos instalado, a fin de cuentas redunda en una menor movilidad social. Por eso, sabemos bien que en éste continente el poder está siempre en manos de los mismos, con muy pocas excepciones. Vistas así las cosas, el interrogante no está tanto en si podemos como en si debemos mantener la tributación progresiva. Yo creo que no, ni siquiera si eliminamos los saltos tributarios. Racionalizar la desigualdad e imponer reglas matemáticas que eviten exacciones especialmente arbitrarias sería sin duda un avance, pero, ¿de qué serviría en este caso mantener la progresividad? Lo único que se consigue es aumentar en proporción escasa la cantidad que obtendríamos a través de un tipo único igual para todos los contribuyentes, a cambio de sacrificar un principio de enorme y capital importancia como es el de la igualdad esencial que debe existir entre éstos. Así pues, por lo inmoral, por lo contraproducente y por el socavamiento del principio de igualdad esencial entre los ciudadanos; por todo ello me niego en rotundo a adherirme a los enunciados básicos que fundamentan ese monstruo en cuyas fáuces voraces voluntariamente se adentra la mayoría de la ciudadanía que en España y en Europa se adscribe directa o indirectamente, consciente o inconscientemente, pero con grave perjuicio para la comunidad en cualquier caso, a las ideas keynesianas y socialdemócratas.



No creo en el Estado Social, es más, entiendo que es uno de los grandes cánceres políticos de nuestro tiempo. No creo en su postulado fundamental, que es el del carácter "menesteroso" del individuo, y la acuciante necesidad que éste tiene de un Estado intervencionista que le solucione la vida. Semejante idea no solo no me convence, sino que me parece un insulto a la dignidad y a las capacidades de los individuos. Tampoco me parece que sus consecuencias prácticas sean dignas de despertar, ni en mi ni en nadie, la creencia en la viabilidad de un sistema que naufraga muy lentamente, pero a la vez de forma inexorable, y lo hace desde sus mismos inicios.



Sin duda alguna, el Estado Social de prestaciones crea una sensación de seguridad que no por falsa y carente de fundamento es menos reconfortante para una mayoría de espíritus que no es que sean menos ilustrados, sino que sencillamente carecen de ese mismo sentido común que permitió que pasadas generaciones empleasen sus capacidades en la consecución de los grandes logros que hoy nos deslumbran y de los que no percibimos que sea digna heredera y sucesora la actual generación de occidentales. El Estado capitalista, sin duda alguna, parece un tanto ruin y despiadado en comparación. Y sin embargo, la mencionada es una sensación infundada, que nada tiene que ver con la realidad. El Estado capitalista es un Estado duro, pero justo. Sobre todo, es más justo que el actual no solo porque muestra mayor respeto por un individuo en cuyas capacidades cree y al que no tutela dando por hecha su inutilidad -como hace el actual Estado, que, al no respetarnos humanamente, menos aun va a respetarnos políticamente, de ahí los subterfugios inherentes a los Estados Sociales de Europa a través de los cuales se hurta la soberanía del pueblo, en general sometido a sus respectivas partitocracias-; sino porque, de cara a las generaciones posteriores, es un Estado sostenible, que sabemos podremos legarle a las generaciones venideras sin mayores temores acerca de su viabilidad.





Lo peor de nuestro modelo de Estado Social es que es un modelo engañoso. Pues, tanto desde el punto de vista teórico como del práctico favorece a los ricos. Lo analizaré desde ambas vertientes.



Desde un punto de vista teórico, el Estado Social desincentiva el esfuerzo competitivo de los individuos. Solo por esto favorece una mayor concentración tendencial de la riqueza, al ser menos a repartirse el pastel. Pero, en realidad, lo que de verdad favorece al gran capital y arruina a las PYMEs es la progresividad tributaria. La progresividad tributaria, como hemos explicado antes, implica diversos tipos, mayores a medida los sujetos a los que se les aplican son más ricos. Pero tiene que haber un límite, pues el Estado no puede partir de la base de que existen ciudadanos suyos que posean más allá de un determinado patrimonio.



Dicho de otro modo, es posible establecer un tipo máximo para los que ganan más de 1.000.000 de euros mensuales, pero resulta extravagante imponer impuestos específicos a los que ganan 10.000.000, y no digo nada a los multimillonarios. Generalmente, más allá de una cantidad el tipo impositivo que se aplica es el mismo para todos, y muy alto. Supongamos que se aplica un tipo de un 45% (y no estoy siendo nada abusivo, porque los ha habido mucho mayores) a todos los que ganan más de 1.000.000 de euros mensuales. Y que ese tipo se va aplicando mes a mes. Pues la cuestión es muy simple, el tipo es enorme, e impone tales trabas a las PYMEs que lo sufren y gimen bajo su yugo, que a éstos les resulta imposible mantenerse en la competición. No pueden resistirlo, sobre todo si se tiene en cuenta que, en la economía globalizada actual, deben enfrentarse a empresas que no están sometidas a tipos impositivos tan abusivos. 



Realmente, los tipos más elevados pueden llegar a ser irresistibles hasta para los más grandes propietarios. Pero éstos, por el mero hecho de su tamaño, pueden resistirlos durante más tiempo que las PYMEs. De hecho, si los tipos se mantienen el tiempo suficiente, la desaparición de las PYMEs genera beneficio para los grandes, que ganan cuota de mercado como consecuencia de la desaparición de competidores. El abuso impositivo se compensa a través de la tremenda ampliación de su mercado. En definitiva, que el sistema tributario progresivo fomenta, a largo plazo, la conformación de oligopolios colusivos y hasta de monopolios. El paso previo, según en algún momento dejó caer claramente Lenin, al socialismo. Pues, cuantas menos sean las manos en que queda concentrada la propiedad, más facil resulta concentrarla toda en manos del Estado, al que le basta con unas pocas órdenes de expropiación para controlar sectores enteros y transferirlos "al pueblo" (al Partido Comunista). Ahora bien, todo lo expuesto hasta ahora es la teoría.



La práctica es muy diferente, y si la teoría les ha parecido mala, la práctica a buen seguro les parecerá peor, y mucho más despreciable. Todo lo que hemos dicho antes parte de la base de un Estado que impone unos tipos y consigue cobrarlos en la medida impuesta a todos los propietarios, que pagan las cantidades adeudadas religiosamente. Pero eso no es lo que sucede en modo alguno. El Estado Social cuesta mucho, y se basa en grandes cargas impositivas. Para todos. El ciudadano de a pie paga no menos de un 20% de impuestos (el equivalente a dos diezmos de antaño), cuando en otro tipo de Estado que comportase menos gastos y dejase más a la iniciativa de las personas seguramente bastaría con que entregase rara vez por encima del 15%. Por lo tanto, imagínese lo que paga el empresariado, que, por regla general, es un sector de la sociedad más opulento que la media. A menudo por encima del 30% y hasta del 40%. Cuanto más se sube en la escala, más debería pagarse, pero por desgracia no suele ser así. Y no suele ser así por la existencia de diversas instituciones jurídicas pensadas para favorecer a los sectores más ricos de la sociedad: una es la de las SICAV; y la otra la de los paraísos fiscales.



Las SICAV tributan al 1%. Ya está todo dicho. Y los paraísos fiscales no son accesibles a todos por igual, sino que cuanto más rico se es más fácil resulta acceder y hacerlo en las mejores condiciones posibles. En definitiva, que por medio de subterfigios como éstos el gran capital consigue reducir legalmente sus impuestos y mantener a salvo de los agresivos tipos tributarios del Estado Social sus recursos. Con el permiso de las autoridades políticas de los Estados Sociales de Europa, que no solo no luchan contra los paraísos fiscales, sino que además los potencian (caso de Gibraltar). Los mismos que luego claman contra la gran empresa son los que luego le hacen a ésta el caldo gordo. A costa de las PYMEs



Ciertamente dan ganas de vomitar, pero a este punto de vandalismo partitocrático es al que hemos llegado, y de nada vale negarlo. Los pequeños y medianos empresarios se ven continuamente torpedeados por Gobiernos que hacen política apelando muy frecuentemente a la supuesta "necesidad" de subirles los impuestos a los más ricos, pero a los que luego no les importa nada ponerse al servicio de los intereses de los más pudientes de todos, cuya posición socioeconómica contribuyen a asegurar y a proteger de toda posible perturbación. Nuestro sistema impositivo está diseñado contra el mediano empresario. Para impedir que éste, que es el que podría, llegue a desbancar jamás a los grandes de su pedestal.



En definitiva, que se dificulta gravemente la movilidad social, se garantiza el poder de los mismos de siempre, y se arruina a nuestro Estado obligándolo a hacerse cargo de gastos que no puede costear, quedando gravemente comprometido de este modo el futuro de las generaciones de españoles y de europeos que vendrán. Casi nada. ¡Y lo peor es que ojalá aquí se terminase la relación de los desmanes de la actual casta política dirigente de las naciones occidentales! Pues no es el caso. Aunque a los demás despropósitos tendrán que dedicarse nuevas entradas. Porque lo que es la presente ya se ha extendido demasiado.



Un abrazo a todos los lectores, y que Dios les bendiga y de fuerzas para enfrentar el siempre incierto porvenir. IHS

RAZONES CONTRA LA TRIBUTACIÓN PROGRESIVA

Desde hace ya demasiados decenios, ha regido en España un sistema tributario basado en la  tributación progresiva. Este sistema es aquel en virtud del cual han de imponerse diferentes tipos impositivos a los contribuyentes, que van elevándose a medida que lo hace también la riqueza del ciudadano llamado a aportar a las arcas del Estado. Servidor deja constancia del hecho de que no es liberal (o, por lo menos, no tengo conciencia de serlo). En ningún sentido. Pero desde luego que me parece adecuado que el nivel de retención sea el mismo para todos.


Considero que debe distinguirse siempre entre los bienes que deben imponerse a toda costa y los que no deben ser impuestos. Sin duda alguna, está bien que decidan contribuir más en pro de una sociedad los integrantes de dicha sociedad que más tienen. Bien está que los hombres libremente decidan hacer el bien. Todo eso nadie que sea católico habrá de negarlo. Ahora bien, desde no pocos medios, muchos de ellos católicos, se dice que es necesario que los que más tienen entreguen una mayor fracción de lo que poseen. No pongo en duda la catolicidad de aquellos entre mis hermanos de fe que afirmen eso (ni soy quien para hacerlo ni me molesta que crean eso, dado que tampoco se puede decir que la tributación progresiva sea la gran monstruosidad de los siglos XX ni XXI, ni mucho menos). Pero considero sumamente desacertada la imposición de un modelo de tributación progresivo. Esto se debe, fundamentalmente, a las razones que enumero a continuación:



-1ª) La progresividad fiscal es profundamente antieconómica. No se estimula la creación de riqueza penalizando el enriquecimiento, y éste se ve cuasi criminalizado cuando se le dice a un hombre que a poco que gane dinero casi que le será mejor no haberlo ganado, porque se le va más en impuestos y al final la ganancia restante no compensa el trabajo duro realizado.



-2ª) Aun cuando la progresividad fiscal no fuera antieconómica (cosa que quizá podría conseguirse instaurando una progresividad menos agresiva que la actual, pues de este modo podría llegar a permitirse suficiente margen de beneficio a los empresarios como para que quedase neutralizado casi por completo el desincentivo que la progresividad supone per se para la labor empresarial de que necesariamente debe nutrirse todo posible progreso de la economía -progreso que es preciso, dado que solo si existe es posible que se beneficien de él las clases más desfavorecidas-), el caso es que la progresividad fiscal es per se discriminatoria. Y encima para nada. Pues si se articulase de modo tal que no fuera antieconómica, el grado de progresividad fiscal sería tan nimio, que la ganancia extra que se le reportaría a las arcas públicas (digo en comparación con las que le reportaría un sistema de tipo fijo para todos) sería demasiado pequeña como para compensar el agravio de que sería objeto la igualdad. No es que esté bien cargarse un noble valor político y moral solo por obtener una gran ganancia. ¡Pero es que en este caso nos los estamos cargando por cuatro perras locas, que es ya de tontos!



-3ª) La discriminación generada por la progresividad fiscal carece, a mi humilde juicio, de toda justificación. Ésta última me parece la razón más interesante entre todas las que invitan a descartarla. ¿Está justificado que, mediante la imposición de una tributación progresiva como la actual, el Estado contravenga la necesaria igualdad de los ciudadanos ante el Derecho en la que yo por lo menos creo que ha de basarse un Estado que se precie de ser justo? Me parece que no. Creo que el Estado solo debe imponer los bienes morales necesarios para garantizar su subsistencia a la vez que una convivencia mínimamente armónica entre los hombres. Creo que la solidaridad es un gran bien (faltaría más, dado que soy católico), pero no lo creo un bien tan prominente como para que su práctica sea impuesta a la fuerza a todas las personas. Los impuestos son estrictamente necesarios, pues sin ellos no puede financiarse el Estado. Pero la tributación progresiva es per se una imposición a la fuerza de la solidaridad, que en verdad no es necesaria para financiar eficientemente al Estado y conseguir que éste y la sociedad a la que debe gobernar y representar se sostengan. Ergo, considero que es un gran mal contra el que se debe de combatir. La redistribución de la riqueza es buena. Es un imperativo moral categórico para todo cristiano. Pero la redistribución de la riqueza a la fuerza es un mal terrible (de hecho, para mi no es más que latrocinio), que solo sirve para generar a largo plazo fundados rencores sociales. En explicar eso consistirá el siguiente punto.



-4ª) La progresividad fiscal, generalmente defendida por los autoproclamados defensores de la solidaridad (que dan a entender que quienes nos oponemos a ella no somos solidarios), implica una falta de respeto de esas personas por la libertad de los individuos que no comparten la fe común que muchas personas -por de pronto, los católicos- tenemos en el carácter eminentemente benigno de la solidaridad. Digo que no se respeta la libertad de esas personas en el sentido de que se les obliga a la fuerza a ser solidarias, les guste o no... O mejor dicho, se les obliga a ser más solidarias que el resto. Ya pagar impuestos es ser solidario con el conjunto a cuyo sostenimiento económico se contribuye. Y en modo alguno creo que esto sea malo. Obligar a un hombre que no cree en la solidaridad a ser tan solidario como los demás puede estar justificado, dado que permitir que quien no crea en la solidaridad no contribuya a financiar al Estado sentaría un precedente muy peligroso que casi seguro llevaría a la destrucción de toda autoridad pública. Obligar, en cambio, a ese mismo hombre a ser más solidario que los demás solo porque es más rico es lo mismo que escupirle en la cara. Cosa que puede que un hombre que no es solidario merezca, pero que no nos corresponde a nosotros hacer.



En cualquier caso, este asunto va mucho más allá del debate "progresividad vs. tipo impositivo único". Dado el modelo actual de Estado, esa es una disertación ridícula, puesto que solo mediante la progresividad es posible sostener nuestro actual modelo sociopolítico, suponiendo que dicho modelo sea todavía salvable (de hecho, esto es solo posible recurriendo a una progresividad extremadamente agresiva, más de lo que ya lo es), lo que tengo la sensación de que es mucho suponer. Así pues, la verdadera discusión que estamos llamados a plantear es la relativa a la viabilidad de ese modelo tan intrincado de Estado que solo puede ser sostenido mediante la progresividad fiscal llevada al extremo. Mientras no solucionemos ese asunto no tiene sentido plantear el otro. Que en verdad, para poder ser planteado, haría necesario que antes hubiésemos llegado a la conclusión de que no queremos el actual modelo sociopolítico de Estado, que es el verdadero enemigo a batir, al que dedicaremos la próxima entrada del presente blog. Hablo, como es lógico, del Estado Social.



Un saludo a todos los lectores, estén o no de acuerdo con servidor. Que Jesucristo, Redentor de la Humanidad, además de Señor y Dios nuestro, tenga a bien bendecirnos a todos nosotros. IHS