jueves, 19 de junio de 2014

¿POR QUÉ ES IMPOSIBLE?

¡Harto estoy ya de leer esa simplonería que tantos acérrimos de la Monarquía esgrimen en favor de la misma! La de que una República, vistos los antecedentes históricos, sería necesariamente un caos. De hacerles caso, tendríamos que pensar que existe algún tipo de sortilegio en base al cual nos es imposible aspirar a organizarnos como una República decente y esencialmente bien gobernada. Asumo que tan noble empresa encierra sus dificultades. ¡Pero no hay victoria sin sufrimiento!

Si la III República en España fuera un caos eso no tendría por qué ser a causa de la República misma. ¿Qué sentido tiene esa relación causa efecto según la cual se establece como verdad universal e incuestionable que la elección del Jefe del Estado por los propios ciudadanos inexorablemente aparejaría convulsiones revolucionarias de corte BOL(UDO)chevique? Ninguno. Es una tesis boba que nace de una superstición incomprensiblemente arraigada en una fracción excesivamente importante de la gente que comparte en lo fundamental mis valores y mi religión (otros también participan de ella, pero eso me subleva mucho menos). Buenas personas que, no obstante, deberian conducirse en esto de manera más acorde tanto a la racionalidad como al catolicismo (que, lejos de aplaudir a la superstición y sumarse a ella, lo que busca y siempre ha buscado es erradicarla de la superficie de la Tierra).

En el caso de que una III República funcionara mal, eso nada tendría que ver con el carácter no hereditario de la sucesión en la Jefatura del Estado. Podría tener que ver con fallos de tipo jurídico (las relaciones entre los poderes, la organización y/u otros aspectos fundamentales del modelo político podrían haber quedado mal establecidos a nivel constitucional) o con fallos prácticos derivados de la escasa catadura moral y/o de la incompetencia de quienes dirigieran esa República. Por otra parte, y continuando con mi tarea autoimpuesta de demolición de las bases sobre las que se sustenta el argumento del caos al que con tanto agrado recurren los monárquicos, ¿qué clase de argumento es ese contra la República viniendo de los defensores de los Borbones? ¿Acaso no es un caos ya la España que por la en este caso errada voluntad de Franco se organiza como una Monarquía? ¡Claro que lo es! Y si ahora mismo lo previsible sería que una República en España acabase en un completo desastre eso obedece en gran medida al hecho de que lo más probable es que el nuevo régimen seguiría estanto dirigido precisamente por el mismo atajo de desgraciados que ya en nuestros días se están encargando concienzudamente de conducir a España hacia la ruina o por los extremismos BOL(UDO)chevique y separata que esos mismos ineptos han fortalecido y seguramente seguirán fortaleciendo (al margen de que sigamos o no siendo una Monarquía).

Yo procuro no caer en el mismo pozo apestoso de pseudoracionalidad en el que tan contentos se zambullen la gran mayoría de los monárquicos. Y, por ende, evito criticar a la Monarquía achacándole la responsabilidad de realidades, que en sí mismas no están vinculadas con ella, ni directa ni tampoco creo que indirectamente. Como sucede actualmente con el caos que es España. Caos que no nace del hecho de que nos configuremos como una Monarquía ni se solucionará o dejará necesariamente de empeorar porque España vuelva a ser una República. De ahí que mi republicanismo se cimente sobre otras razones. Las mismas que me llevarían a ser republicano si fuera sueco o inglés pese a que parece un hecho que ni el país escandinavo ni la Gran Bretaña son un caos. Razones de Justicia, no de utilidad.

Es tiempo de que asumamos que, en el momento en que los reyes dejaron de tener verdadero poder (suceso histórico que siempre he creído que venía exigido desde el instante en que se tomó conciencia de la forma en que el avance tecnológico hacía posibles alternativas para el Gobierno de las sociedades más justas, racionales y deseables que el otorgamiento del Gobierno en base a criterios relacionados con la sangre -como ha sido el Gobierno vertebrado en torno a elecciones libres y separación de poderes-); mejor es no tener reyes que no nos van a servir para protegernos de nada peor llegado el momento.

Insisto en esta idea a la que se hace poca mención: la Jefatura del Estado en el marco de las Monarquías constitucionales -al igual que en el de aquellas Repúblicas en las que la Jefatura del Estado está separada de la Jefatura del Gobierno- carece de prácticamente todo contenido político. De hecho, en las Repúblicas parlamentarias, pese a no gozar casi de poder alguno, es habitual que se otorgue al Presidente de la República un poder de veto del que ya no goza prácticamente ningún Monarca (lo que tiene su sentido, en tanto que los Presidentes suelen ser electos directamente por el pueblo, mientras que los Reyes no merecen su cargo en base a derecho alguno diferente del que deriva de su pertenencia a una determinada estirpe). Solo ya por eso los Presidentes de las Repúblicas parlamentarias tienden a ser políticamente más relevantes que los Reyes. E insisto en que no lo son mucho. Por eso, en todos los países donde la Jefatura del Estado y la del Gobierno están separadas (con la curiosa excepción de Francia -sobre la que se habla en http://lascronicassertorianas.blogspot.com.es/2013/04/monismo-y-dualismo-ejecutivos-mencion.html-) lo que de verdad debería interesarnos a todos es en quién recae la Jefatura del Gobierno. Todo lo demás es pura superfluosidad.

A eso se debe en parte el hecho de que yo, que no creo en la pervivencia más que de lo que tiene contenido, considere más atinada una República monista (con Jefatura del Estado y Jefatura del Gobierno unidas) que un Estado -monárquico o republicano me es casi igual- en el que el Jefe del Estado sea una figura insignificante que no aporta absolutamente nada práctico al país. Entre otras cosas, porque siempre he creído que es acertado y de pura lógica que el máximo representante internacional del país sea quien de verdad ejerce el mayor poder dentro del mismo. Otorgar la máxima representación honorífica nacional e internacional del país a una persona sin poder real alguno son ganas de pagar sueldos que no vienen a cuento, y de complicarse la vida sin necesidad alguna.

Comprendo el miedo a la República, a la vista del desastre histórico que supusieron las dos anteriores. Pero insisto en esto: si Pablo Iglesias o alguien en ese plan llega a Jefe de Gobierno -momento en el cual, con Rey o sin él, ningún obstáculo serio en su camino se encontraría para organizar cualquier desaguisado-, me da igual que asuma también la Jefatura del Estado (que no le aportaría en la práctica nada que no tuviera ya como Jefe de Gobierno). Como tampoco me importaría apenas nada en absoluto -más allá de lo puramente sentimental- que en lugar de él la más alta representación honorífica del Estado fuera asumida por otro compañerito de PODEMOS -si la República fuese de ejecutivo dualista-. En realidad, no exagero si digo que quedaría bastante agradecido al cielo si esa clase de gente que tanto mal amenaza con hacerle al país ocupase a perpetuidad la Jefatura del Estado, siempre y cuando no pusiesen sus zarpas encima de la del Gobierno y se limitasen a cobrar sus retribuciones y a mantener las reuniones que les dictase el protocolo sin llegar a ejercer jamás ningún poder real.


Cambiando radicalmente de tercio, ahora que trato acerca de mi fobia al monarquismo, no está de más recordarle a la mayoría de los que lo profesan (que se supone que son personas más o menos cercanas a mis valores morales y religiosos) que es bien poco los que quienes creemos en una sociedad de valores cristianos le debemos a los Borbones actuales (no entro a discutir nada sobre los del pasado). En realidad, no solo no les debemos nada, sino que tenemos muchísimo que reclamarles (y me inclino a creer que Dios aún más que nosotros). Nuestro abdicado Juan Carlos I y el recién entronizado Felipe VI no me parecen -al menos el primero- inocentes víctimas de nuestro ruin sistema, sino comparsas y a veces hasta primeros beneficiarios de la corrupción endémica, de la disgregación territorial, del sobredimensionamiento del Estado, del socavamiento de la familia, de la injusticia electoral, de los indultos a malnacidos (y la negación de los mismos a personas que seguramente los merecen infinitamente más), así como del incesante sacrificio de inocentes nasciturus... Por enumerar solo algunos de los muchos delitos perpetrados por el actual régimen. No estaría con los Borbones ni siquiera aunque España funcionara bien (aunque sin duda en ese caso moderaría mi apasionado republicanismo). Pero, habiendo contribuído los Borbones como lo han hecho a que sea posible el estado de cosas presente, habiendo traicionado tan vilmente el legado de aquel Franco por cuyo aval fue restaurada la dinastía en el trono; lo increíble es que no seamos las personas de valores cristianos que veneramos la memoria de Franco y de la Cruzada del 36 colectivamente consideradas las que con más decisión solicitamos la instauración de una III República de la que lo deseable sería que fuéramos los primeros partidarios.

¡O al menos eso yo creo, por paradójico que pueda parecer! No digo que sea el peor error que podemos cometer, pero en verdad sería un error que lo que podría llegar a considerarse un triunfo colectivo de nuestra Nación acabe siendo enarbolado cuando suceda (y probablemente sucederá) por los que anhelan su total destrucción o paganización, cuando no las dos cosas a un tiempo. En ese sentido, yo creo que las formaciones patriotas sensatas deberían hacer suya la causa de la República (aunque no la de la bandera tricolor bajo la cual se martirizó a tantos hermanos de fe católicos en los duros años de la nunca suficientemente maldecida II República y de la Guerra Civil que gracias a Dios concluyó con su afortunada finalización). O, por lo menos, posicionarse de manera claramente neutral, pemitiendo la coexistencia en su seno de sectores decididamente republicanos y de otros apegados a la Monarquía. Esa es mi opinión. Se que es falible. Por eso me encomiendo a la guía de Dios, pidiéndole lo siguiente: ¡Condúcenos a todos por tus caminos, que no por los nuestros!


Al final, todo esto hace que piense en la celebérrima película de Braveheart (aquella en la que un magistral Mel Gibson hace de William Wallace). Recuerdo con delectación el momento en el que, después de derrotar a los ingleses en Stirling, Wallace asiste a su propio nombramiento como Protector de Escocia y es testigo de una vergonzosa riña entre nobles. Instante en el que se larga ostensiblemente y anuncia su intención de invadir Inglaterra (para derrotar a los sajones en su propio terreno y obligarles a hacer una paz que reconozca la independencia de su patria). Grande el momento en el que Craig, uno de los más importantes nobles, le espeta "¿Invadir? Eso es imposible?" A lo que Wallace contesta "¿Por qué es imposible? Os habéis acostumbrado hasta tal punto a vivir de las sobras del plato del Zanquilargo [el Rey Eduardo I de Inglaterra] que habéis olvidado vuestro derecho a algo mejor. Entre vosotros y yo existe una diferencia: vosotros creéis que los escoceses existen para daros una posición; mientras que yo creo que vosotros existís para dar a los escoceses su libertad. Y yo voy a procurar que la obtengan." 

Pues algo parecido a lo que Wallace pensaba es lo que yo creo sobre la República. ¡Que demostrado me parece que si a tantos les parece imposible es solo en base al prejuicio! Y también, por qué no decirlo, a que han olvidado su derecho a lo mejor. Razón que explica que vivan sometidos a políticos a los cuales, si se sustituye en lo dicho por Wallace la palabra "escoceses" por "españoles", les es enteramente aplicable la definición dada por el héroe celta a los nobles de su país. Que seguramente no fueran más rapaces, sino menos, de lo que lo son los actuales mandatarios del nuestro. Muchos de ellos pobres diablos incompetentes; con los que no obstante me temo que se mezclan Enemigos malos de los que Dios tenga a bien protegernos, porque solo Él hasta cuán lejos son capaces de llegar en el mal. Mi consuelo es éste: más lejos que ellos llega etérnamente Cristo en el bien a los hombres. IHS

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