Un enlace que no vale la pena tanto leer como reflexionar:
Leí el enlace, y claro, me pareció muy fácil de entender porque a
prácticamente cualquiera (incluídos los que somos creyentes) le puede
hacer gracia esta grosería, aparentemente ella tan inofensiva. Todos nos
reímos de las comparaciones entre nuestros atributos sexuales y
cualquier cosa. Innecesario poner ejemplos de esto, puesto que sucede
delante de nosotros todos los días.
Pero lo que me interesa
no es si tiene sentido que a la gente le hagan gracia estas cosas o no.
Lo que a mi me parece que merece la pena en este caso es escarbar
aunque solo sea un poco por debajo de la superficie, y examinar el grado
de verdad que se contiene en la gracieta que podeis leer nada más darle
al enlace adjunto. ¿Por qué pienso que eso es algo tan importante como
para que le dedique una entrada?
Pues por la sencilla razón de que,
desgraciadamente, vivimos hoy en un mundo donde una gran parte de la
gente (probablemente la mayoría) suscribiría con los ojos cerrados la
idea central que aparece envuelta en el engañoso papel de regalo del
cachondeo.
Dicen que si tenemos religión (igual que si
tenemos pene), bien por nosotros. Y que es bueno que estemos orgullosas
de ella (como lo sería que estuviéramos orgullosos de nuestra
herramienta). Y hasta aquí, pese a lo inadecuada que es esta mezcla de
penes y religión (por la irreverencia que supone, al menos desde el
punto de vista de un creyente -para el cual está claro que las cosas
sagradas no deberían ser utilizadas para chanzas de ningún tipo-),
en realidad no hay nada en especial que sea motivo serio de desacuerdo
para nadie. Tampoco me molesta la última frase del documento, que es la
que nos exhorta a no imponer a los hijos de los que no creen la fe por
la fuerza. Al fin y al cabo, yo creo en eso de que "al prójimo como a ti
mismo", de manera que es razonable abstenerse de hacer lo que no me
gustaría que a mi se me hiciese.
La diferencia
irreconciliable se materializa en el momento en que nos dicen que, al
igual que
la polla, la religión no es la clase de cosa que se tiene que sacar en
público ni agitar frente a todos. Esa es una afirmación que
sencillamente no se puede aceptar. La exhibición indecorosa del propio
cuerpo es algo de lo que hay que avergonzarse, por eso tradicionalmente
nunca ha estado bien
visto que nadie incurra en ella. ¿Por qué es motivo de vergüenza? No,
ciertamente, porque uno deba avergonzarse de su propio cuerpo. El
problema no es nuestro cuerpo en si, sino el mal gusto y la extrema
impudicia y falta de respeto hacia el resto de personas que coexisten
contigo que demuestras exhibiendo partes de tu cuerpo cuya visión no
solo puede violentar a terceras personas, sino que encima se hace sin ni
siquiera aportarles a cambio nada verdaderamente positivo ni provechoso
en esta vida, en términos de vivencias ni de enseñanzas. Si el cuerpo
que se muestra a los demás es bello, se fomenta la lascivia y el
descontrol del deseo sexual. Si, por el contrario, el cuerpo exhibido es
feo, a la impudicia se unirá es desagrado sensorial y hasta la
repugnancia hacia lo que se nos obliga a contemplar. Repugnancia que
nace más del hecho de que se nos obligue a contemplar la fealdad sin
razón alguna que lo justifique que de la ausencia de belleza en si.
Todo lo antedicho no es aplicable al caso de la religión. La exhibición
pública de nuestras
creencias (en contraposición a la del órgano sexual masculino), lejos de
ser algo de lo que uno se tenga que abstener, es algo que seguramente
los católicos deberíamos practicar más a menudo. No solo porque de otro
modo uno se preguntaría donde queda ese orgullo legítimo que ha de
inspirarnos nuestra religión (orgullo que no se discute ni siquiera en
el texto que motiva toda esta controversia). También debe tenerse en
cuenta el hecho de que la religión -o por lo menos mi religión, que es
la católica- no es algo de lo que yo sencillamente tengo que estar
orgulloso. Además de eso, nos encontramos con que mi religión es un
conjunto de doctrinas dadas a conocer a los hombres por Dios o derivadas
de la Revelación que Éste hizo de sí mismo. Revelación que no tendría
sentido si sus postulados no fueran de obligado cumplimiento para los
creyentes, lo que significa que cualquier católico tiene la obligación
moral de procurar ser fiel a ellos en todo momento. Y no es posible dar
cumplimiento a las
enseñanzas y a la doctrina recibidas de Dios y de su Iglesia nada más
que desde la aceptación de la llamada que Cristo nos hace con vistas a
que procuremos expandir el auténtico culto y el Evangelio de la Verdad
por todo lo ancho del mundo (aunque toda esa labor de proselitismo a que
estamos llamados los que tenemos a Cristo por Maestro solo será lícita en la medida en que sea llevada a cabo empleando medios
lícitos).
En apoyo de mis ideas señalaré que difícilmente
la religión católica habría conquistado sin armas y sin hacer uso de la
fuerza la otrora todopoderosa Roma de los Césares (que fue el Imperio
más importante y apabullante que han parido milenios de Historia humana)
si los cristianos se hubiesen limitado a "ser buenas personas" sin
explicarle a la gente las razones por las que para ellos era tan
importante el procurar conducirse con sus semejantes lo mejor posible.
¿Qué futuro habría tenido la Iglesia si sus creyentes hubiesen tenido la
fe apartada en un desván y se hubiesen limitado a dejarla ahí tirada y
oculta al mundo, y a subir de vez en cuando para admirarla en secreto
como si se tratase de un valioso jarrón? Prefiero no imaginar donde
estarían tantas tierras y tantos pueblos que se han beneficiado de la
aceptación de la doctrina de Jesucristo por la visión misionera de
nuestros primeros Padres en la Fe, que no se enorgullecieron de su
cristianismo, sino que lo difundieron.
Quizá si hoy la
Iglesia de Cristo retrocede es porque falta ese espíritu. No nos damos
cuenta de que en verdad la fe es el jarrón más valioso que existe. Ni de
que, precisamente por esa misma razón, es un jarrón que no debe
permanecer ocioso ni oculto, sino que más bien hemos de procurar siempre
enseñar públicamente para que todos aquellos cuyo espíritu esté
preparado para apreciar el mejor arte se regocijen con su contemplación.
La religión de Dios semeja un jarrón que existe para que se lo llene
con agua, y para que ofrezcamos beber de esa misma agua con que hemos de
llenarlo a todas las personas que encontremos en nuestro camino, de
manera que puedan disfrutar si así lo desean del insuperable sabor que
al agua que les damos a beber le da el recipiente en el que antes la
hemos vertido.
De hecho, ahora que lo pienso sobre la
marcha, parte importante de los cristianos que conozco -y mirad que
hablo de cristianos sinceros y consecuentes- son personas que están
superorgullosas de las enseñanzas su religión, pero en las que no se
advierte el menor deseo de hacer nada por favorecer que del don que
ellos han recibido por la gracia del Espíritu Santo puedan beneficiarse
otros hermanos incorporándose al Pueblo creyente. En fin, siendo
positivo, lo cierto es que no hay mal que por bien no venga. Los malos
consejos que nos dan los paganos a menudo nos ayudan a los cristianos a
marcar mejor el camino que hemos de recorrer si de verdad queremos hacer
la voluntad del Padre. Si los que no son amigos de Dios te dan
lecciones acerca de cómo tienes que vivir tu fe, es prácticamente seguro
que para tener éxito como cristiano te basta hacer lo contrario de lo
que dicte su -en relación con estas cuestiones- siempre errado juicio.
No sorprenda a nadie esto. ¡Él se sabe valer de la psicología inversa
mejor que nosotros! IHS
No hay comentarios:
Publicar un comentario