viernes, 23 de agosto de 2013

COMPARACIONES ODIOSAS

Un enlace que no vale la pena tanto leer como reflexionar:



Leí el enlace, y claro, me pareció muy fácil de entender porque a prácticamente cualquiera (incluídos los que somos creyentes) le puede hacer gracia esta grosería, aparentemente ella tan inofensiva. Todos nos reímos de las comparaciones entre nuestros atributos sexuales y cualquier cosa. Innecesario poner ejemplos de esto, puesto que sucede delante de nosotros todos los días.

Pero lo que me interesa no es si tiene sentido que a la gente le hagan gracia estas cosas o no. Lo que a mi me parece que merece la pena en este caso es escarbar aunque solo sea un poco por debajo de la superficie, y examinar el grado de verdad que se contiene en la gracieta que podeis leer nada más darle al enlace adjunto. ¿Por qué pienso que eso es algo tan importante como para que le dedique una entrada? 



Pues por la sencilla razón de que, desgraciadamente, vivimos hoy en un mundo donde una gran parte de la gente (probablemente la mayoría) suscribiría con los ojos cerrados la idea central que aparece envuelta en el engañoso papel de regalo del cachondeo.

Dicen que si tenemos religión (igual que si tenemos pene), bien por nosotros. Y que es bueno que estemos orgullosas de ella (como lo sería que estuviéramos orgullosos de nuestra herramienta). Y hasta aquí, pese a lo inadecuada que es esta mezcla de penes y religión (por la irreverencia que supone, al menos desde el punto de vista de un creyente -para el cual está claro que las cosas sagradas no deberían ser utilizadas para chanzas de ningún tipo-), en realidad no hay nada en especial que sea motivo serio de desacuerdo para nadie. Tampoco me molesta la última frase del documento, que es la que nos exhorta a no imponer a los hijos de los que no creen la fe por la fuerza. Al fin y al cabo, yo creo en eso de que "al prójimo como a ti mismo", de manera que es razonable abstenerse de hacer lo que no me gustaría que a mi se me hiciese.

La diferencia irreconciliable se materializa en el momento en que nos dicen que, al igual que la polla, la religión no es la clase de cosa que se tiene que sacar en público ni agitar frente a todos. Esa es una afirmación que sencillamente no se puede aceptar. La exhibición indecorosa del propio cuerpo es algo de lo que hay que avergonzarse, por eso tradicionalmente nunca ha estado bien visto que nadie incurra en ella. ¿Por qué es motivo de vergüenza? No, ciertamente, porque uno deba avergonzarse de su propio cuerpo. El problema no es nuestro cuerpo en si, sino el mal gusto y la extrema impudicia y falta de respeto hacia el resto de personas que coexisten contigo que demuestras exhibiendo partes de tu cuerpo cuya visión no solo puede violentar a terceras personas, sino que encima se hace sin ni siquiera aportarles a cambio nada verdaderamente positivo ni provechoso en esta vida, en términos de vivencias ni de enseñanzas. Si el cuerpo que se muestra a los demás es bello, se fomenta la lascivia y el descontrol del deseo sexual. Si, por el contrario, el cuerpo exhibido es feo, a la impudicia se unirá es desagrado sensorial y hasta la repugnancia hacia lo que se nos obliga a contemplar. Repugnancia que nace más del hecho de que se nos obligue a contemplar la fealdad sin razón alguna que lo justifique que de la ausencia de belleza en si.

Todo lo antedicho no es aplicable al caso de la religión. La exhibición pública de nuestras creencias (en contraposición a la del órgano sexual masculino), lejos de ser algo de lo que uno se tenga que abstener, es algo que seguramente los católicos deberíamos practicar más a menudo. No solo porque de otro modo uno se preguntaría donde queda ese orgullo legítimo que ha de inspirarnos nuestra religión (orgullo que no se discute ni siquiera en el texto que motiva toda esta controversia). También debe tenerse en cuenta el hecho de que la religión -o por lo menos mi religión, que es la católica- no es algo de lo que yo sencillamente tengo que estar orgulloso. Además de eso, nos encontramos con que mi religión es un conjunto de doctrinas dadas a conocer a los hombres por Dios o derivadas de la Revelación que Éste hizo de sí mismo. Revelación que no tendría sentido si sus postulados no fueran de obligado cumplimiento para los creyentes, lo que significa que cualquier católico tiene la obligación moral de procurar ser fiel a ellos en todo momento. Y no es posible dar cumplimiento a las enseñanzas y a la doctrina recibidas de Dios y de su Iglesia nada más que desde la aceptación de la llamada que Cristo nos hace con vistas a que procuremos expandir el auténtico culto y el Evangelio de la Verdad por todo lo ancho del mundo (aunque toda esa labor de proselitismo a que estamos llamados los que tenemos a Cristo por Maestro solo será lícita en la medida en que sea llevada a cabo empleando medios lícitos).

En apoyo de mis ideas señalaré que difícilmente la religión católica habría conquistado sin armas y sin hacer uso de la fuerza la otrora todopoderosa Roma de los Césares (que fue el Imperio más importante y apabullante que han parido milenios de Historia humana) si los cristianos se hubiesen limitado a "ser buenas personas" sin explicarle a la gente las razones por las que para ellos era tan importante el procurar conducirse con sus semejantes lo mejor posible. ¿Qué futuro habría tenido la Iglesia si sus creyentes hubiesen tenido la fe apartada en un desván y se hubiesen limitado a dejarla ahí tirada y oculta al mundo, y a subir de vez en cuando para admirarla en secreto como si se tratase de un valioso jarrón? Prefiero no imaginar donde estarían tantas tierras y tantos pueblos que se han beneficiado de la aceptación de la doctrina de Jesucristo por la visión misionera de nuestros primeros Padres en la Fe, que no se enorgullecieron de su cristianismo, sino que lo difundieron.

Quizá si hoy la Iglesia de Cristo retrocede es porque falta ese espíritu. No nos damos cuenta de que en verdad la fe es el jarrón más valioso que existe. Ni de que, precisamente por esa misma razón, es un jarrón que no debe permanecer ocioso ni oculto, sino que más bien hemos de procurar siempre enseñar públicamente para que todos aquellos cuyo espíritu esté preparado para apreciar el mejor arte se regocijen con su contemplación. La religión de Dios semeja un jarrón que existe para que se lo llene con agua, y para que ofrezcamos beber de esa misma agua con que hemos de llenarlo a todas las personas que encontremos en nuestro camino, de manera que puedan disfrutar si así lo desean del insuperable sabor que al agua que les damos a beber le da el recipiente en el que antes la hemos vertido.

De hecho, ahora que lo pienso sobre la marcha, parte importante de los cristianos que conozco -y mirad que hablo de cristianos sinceros y consecuentes- son personas que están superorgullosas de las enseñanzas su religión, pero en las que no se advierte el menor deseo de hacer nada por favorecer que del don que ellos han recibido por la gracia del Espíritu Santo puedan beneficiarse otros hermanos incorporándose al Pueblo creyente. En fin, siendo positivo, lo cierto es que no hay mal que por bien no venga. Los malos consejos que nos dan los paganos a menudo nos ayudan a los cristianos a marcar mejor el camino que hemos de recorrer si de verdad queremos hacer la voluntad del Padre. Si los que no son amigos de Dios te dan lecciones acerca de cómo tienes que vivir tu fe, es prácticamente seguro que para tener éxito como cristiano te basta hacer lo contrario de lo que dicte su -en relación con estas cuestiones- siempre errado juicio. No sorprenda a nadie esto. ¡Él se sabe valer de la psicología inversa mejor que nosotros! IHS

No hay comentarios:

Publicar un comentario