jueves, 6 de junio de 2013

LIBERTAD, JUSTICIA Y FELICIDAD

[Antes de leer este artículo, échenle un vistazo a este vídeo: https://www.youtube.com/watch?v=3QAekd5A1iI]

Quien me oye decir que soy libertario y lee como despotrico contra el Estado social puede creer, cuando publico enlaces como los que aquí os dejo (http://infocatolica.com/blog/coradcor.php/1306061207-el-dia-menos-pensado-el-papa-6#more20488) que soy un tanto contradictorio. Y sin duda, en muchas facetas de mi vida, soy bastante poco coherente. Pero no es una de esas facetas la del pensamiento. Creo que mis ideas están bastante bien cimentadas. Creo en la Justicia y creo en la Libertad. Pero no en pie de igualdad. Primero va la Justicia. Donde para que podamos convivir sea estrictamente necesario imponer ésta a toda costa, a la mierda es a donde yo mando a la Libertad. Mas, pese a la grave afirmación que acabo de proferir, me sigo reafirmando como libertario.

Pienso que son pocos los ámbitos de la vida humana en sociedad en los que puede requerirse que la autoridad (tan denostada por los anarquistas, tanto los de extracción comunista como los de procedencia capitalista) haga justa utilización de sus poderes con el fin de preservar la convivencia en sociedad o la supervivencia de ésta frente a las sociedades enemigas -que, por más que digan algunos papanatas, son potencialmente todas las ajenas a la nuestra y lo seguirán siendo en tanto que la Humanidad no conforme una única comunidad-. Y por ende, son pocas las ocasiones en las que haya verdaderamente ocasión de coartar y cercenar usos de la Libertad que realmente resulten lo suficientemente lesivos para la consecución de los objetivos antedichos (que son los que realmente justifican la misma existencia de la autoridad política).

Y soy libertario porque pienso que, fuera de las actuaciones verdaderamente imprescindibles del poder público, éste debe abstenerse de toda clase de intervención en la vida social. El poder no debe aspirar (pese a que es un hecho que puede hacerlo, y de hecho lo hace) a modelar la vida social. Por respeto a la dignidad de los seres humanos. Que, para bien y para mal, deberían de ser en lo esencial los dueños de su propio destino. Ese destino podrá ser mejor o peor, tanto en términos materiales como en los demás términos que pueden contribuir a la felicidad de las personas en esta vida. Pero no creo que sea asunto de que el Estado procure garantizarnos la Felicidad, por dos razones esenciales.

Primero, porque no puede hacerse cargo materialmente de dichas tareas. Solo puede hacerlo friéndonos a impuestos y endeudándose con Estados extranjeros (que son peligrosos acreedores, en tanto que algún día reclamarán su dinero, y no dejarán de hacerlo porque en no devolverlo vaya nuestra prosperidad material, que a ellos les importa una putísima mierda -y no podemos echarles en cara que así sea; y más a países como China, banquero del Occidente opulento, al que, siendo evidente que le da igual el bienestar de su propia gente, no le va a interesar más el de extraños como a sus ojos somos nosotros-). Eso es lo mismo que decir que no puede hacerlo, porque la cosa tendría sentido si pudiera hacerse sin ayuda. Tú puedes andar cuando te basta con tus propios esfuerzos para levantarte y moverte de un lugar a otro. En el momento en que resulta que te tienen que ayudar a levantarte, malo. Y al Occidente actual hay que levantarlo y llevarlo en volandas, pero no precisamente como sucede con los bebés (sino más bien como sucede con borrachos y yonquis).

Segundo, porque aunque pudiera hacerse cargo de esas tareas, y las llevase a cabo, el Estado no podrá ir más allá de lo material, y la Felicidad del individuo depende de algo más que de los factores materiales, por más que éstos sean importantes. No solo eso, sino que además un Estado empeñado en cargarse sobre las espaldas todo el trabajo necesario para "garantizar" (mal que bien, como ya se ha visto) la Felicidad de los ciudadanos le obliga a cercenar la Libertad de éstos, para evitar que utilizando esa Libertad dichos ciudadanos "la caguen" y perjudiquen sus propias opciones de Felicidad en su vida terrenal. Un Estado así nos condena a la perpetua minoría de edad, y nos castra tanto física como mentalmente, impidiéndonos desarrollar nuestras mejores capacidades al procurar evitar a toda costa que nos valgamos por nosotros mismos. Lo que, paradójicamente, puede hasta favorecer un sentimiento de frustración individual y colectiva que no contribuye a la consecución del ideal a que se supone que aspira esta clase de Estado, que hoy llamamos Estado Social (yo lo llamo Estado Felizonia -en homenaje al planteta al que los de la secta de los "movimientarios" que aparece en un capítulo de los Simpsons querían llevar a los prosélitos echos por su ridículo credo pseudomormónico-). Tan simple como que a la gente no le gusta sentirse inútil. Y tan peligroso. Porque cuando los individuos que integran una determinada sociedad ven cercenadas sus capacidades de supervivencia, la sociedad en la que se da este triste fenómeno es una sociedad cuyas posibilidades de resistir la presión de las sociedades enemigas se viene abajo, lo que aumenta la probabilidad de que por pretender garantizar la comodidad de los ciudadanos se acabe consiguiendo que, tras una conquista extranjera (concepto que hoy nos suena a chino, pero que quizá más temprano que tarde volvamos a sufrir en carne propia), éstos se conviertan en súbditos de tercera clase en el seno de una sociedad que habrá devorado a la suya y habrá privado a los componentes de la sociedad devorada de todo derecho más allá del de trabajar en condiciones que rondarán la servidumbre (si es que no suponen esclavitud propiamente dicha) para el provecho de los conquistadores, presumiblemente musulmanes ayudados por la cada vez más gruesa quinta columna instalada en nuestra propia tierra.

¿Todo lo dicho significa que a mi me de igual la Felicidad de la gente? ¡Por supuesto que no! Y al Estado tampoco debe darle igual esa Felicidad. Peor que un Estado imbécil que todo te lo pretende dar hecho es un Estado indiferente en el que a las autoridades se la pelan del todo las necesidades y deseos de su propio pueblo. Y no digo ya un Estado totalitario y cruel en el que se busca activamente hacer de la vida de sus esclavos (pues son eso quienes viven en esos Estados más que otra cosa) un auténtico Infierno sobre la Tierra, privándolos de ser posible hasta del menor momento de alegría verdadera no planificada de antemano por nadie.

Se necesita un Estado que no se cargue pesos que no es posible ni sano transportar (buen símil éste último, pues a veces, incluso aunque tengas la fuerza necesaria como para cargar un gran peso, no debes hacerlo porque la machada solo sirve para perjudicar tu salud). Pero que no por ello deje de ayudar en nada a la gente. Yo, como libertario, pienso que se necesita un Estado libertario, que por ende se asiente sobre sólidos principios políticos de respeto a la Libertad. Que no deje hacerlo todo, y que no tenga miedo a prohibir cosas que antes no se han prohibido (como el comercio con quienes compiten desleal e inmoralmente mediante la utilización del trabajo esclavo en países del Tercer Mundo; o las artimañas jurídicas mediante las cuáles el gran capital busca evadir impuestos incluso cuando éstos no son abusivos), pero que a la vez nos libere de muchas cadenas irrazonables que hasta ahora han impedido que demos rienda suelta a toda nuestra potencialidad creativa (como las que impone la actual concepción de la fuerza vinculante de los convenios colectivos; la regulación inmotivada de actividades económicas en cuyo desarrollo puede ir el nivel de prosperidad de la sociedad, pero no la vida de ésta; o la imposición de una legislación tan tuitiva de los derechos de los trabajadores como para ahuyentar a un empresariado que es, casi sin excepción, el único que puede realmente convertir a aquellos en tales). Lo que tengo por cierto que implicaría un número mucho más elevado de viejas cadenas rotas que de nuevas cadenas impuestas. Un Estado que viva, y que deje vivir al ciudadano como quiera en la medida en que su forma de vivir no comprometa la propia vida del Estado, garante de la supervivencia de la comunidad humana separada de las demás a la que representa.

Cuando tengo que hablar del Estado que a mi me gustaría no puedo evitar que se me vengan a la cabeza los EEUU. No porque piense que esa gran nación es la República libertaria que a servidor le gustaría que fuese (están lejos de serlo, y bajo unas cuantas administraciones más como la del Presidente Hussein perderán practicamente toda posibilidad de convertirse en algo que se le parezca). Pero si porque son el modelo más parecido que hoy existe, y en cierto modo, porque marcan el camino a seguir en un aspecto que es fundamental. El relativo a lo que es la definición de cuál ha de ser la relación que exista entre el Estado y la Felicidad de los que se someten al imperio de éste. Ya lo dice la misma Declaración de Independencia al enumerar los derechos inalienables de los seres humanos. Se habla del derecho a la Vida (Life), del derecho a la Libertad (Liberty), y del derecho... ¿De qué otro derecho? No es el derecho a la Felicidad (Happiness). No se habla de proporcionar la Felicidad a los ciudadanos, ni de negársela. Pero tampoco se muestra indiferencia ninguna hacia las aspiraciones tan legítimas y hasta saludables que los ciudadanos puedan albergar en relación a la posibilidad de alcanzar la Felicidad más plena posible en su vida terrenal. No señor, nada de eso.

El que se menciona es el derecho a la Búsqueda de la Felicidad (Pursuit of Happiness). Esto es, a establecer un marco en el que sea posible que el ciudadano busque libremente el camino que ha de llevarlo a la felicidad terrena, sin garantizarle no obstante éxito en la consecución de la misma. Puede que en los EEUU no exista el marco más indicado para que éste derecho se haga efectivo, pero desde luego parece evidente que ellos, al menos, si que son conscientes de la existencia del derecho en sus justas proporciones. Ni sucede como en Europa, donde se sobredimensiona este derecho al pretenderse garantizar la Felicidad de los ciudadanos (en la teoría, en la práctica no creo que esa sea la motivación de los gobernantes); ni sucede como en Venezuela, China, Corea del Norte o Cuba; donde es evidente que el Estado ataca de manera consciente las posibilidades de Felicidad de los ciudadanos al margen de lo dispuesto por la autoridad. E incluso, en casos extremos como el de China o Corea del Norte, se busca activamente la Infelicidad de los gobernados, cuya vida parece querer teñirse de gris, cuando no de negro directamente.

Poder dedicarse a la Búsqueda de la Felicidad sin que ésta se te garantice tiene otras consecuencias. De modo que regresamos al pantanoso terreno de la Libertad y de la Justicia. Ya se sabe que para mi la Justicia es el primero de todos los valores y principios en los que sustentar la sociedad y por ende el Estado. Si se desprecia la Felicidad, se atenta contra la Justicia y contra la Libertad -pues no sería posible impedir la Felicidad activamente sin cercenar brutalmente la Libertad humana-. Así que todo lo que sea indiferencia hacia la Felicidad de los gobernados o guerra declarada contra la misma, me parece inadmisible. Y si se promete garantizar los bienes materiales necesarios para que pueda disfrutarse de una mínima Felicidad, pues ésto implica atacar directamente la Libertad; y atacar indirectamente la Justicia al pretender imponer la Felicidad a costa de libertades que no deberían de ser conculcadas (¿Es justo que se pretenda garantizar la Felicidad del ciudadano faltádole al respeto tutelándolo como si fuese menor de edad sometido a la patria potestad del poder político? ¿Es justo pretender proporcionar a todo el mundo sin reparar en los medios la "base material" supuestamente necesaria para ser feliz como si realmente todos mereciésemos ser felices? ¿No es eso mucho suponer?).

En verdad, la Búsqueda de la Felicidad presupone la existencia de un marco justo dentro del que el ciudadano, mínimamente protegido de los avatares de la vida (aunque bien, dentro de la reducida esfera a la que el Estado extiende dicha protección); puede hacer uso de una Libertad que también el propio derecho sobre el que hablamos le presume para llegar a alcanzar un objetivo que por otras vías solo puede conseguirse faltando a la Justicia y a la Libertad. Conclusión, que solo optar por reconocer el derecho a la Búsqueda de la Felicidad sin inventarse falsos derechos a la Felicidad a cargo del Estado nos permite aspirar a conseguirlo todo (la Felicidad) sin perder nada sin lo cual ese mismo todo quedaría realmente desvirtuado y hasta en peligro. Eso pienso.

Un abrazo a todos los lectores. Con ellos sea la bendición de nuestro Señor, Dios y Redentor Jesucristo.

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