A TODO EL QUE LE GUSTE LO QUE LEYERE, QUE LO DIVULGARA A TRAVÉS DE CUALQUIER MEDIO DISPONIBLE YO LE PIDIERE. ¡DIFUSIÓN ES PODER!
Lo que ustedes van a leer lo escribí ayer en medio de un contexto realmente triste, y creo que vale la pena pasarlo con mínima modificaciones a mi blog. El protagonista merece por lo menos eso. Dios lo tenga en su gloria. RIP
Recién
levantado hace no mucho para desayunar antes de irme a enfermería a
estudiar, mi padre me ha sorprendido con la nefasta, terrible y
desgarradora noticia de la muerte de Paco, el portero de uno de los dos portales anexo al nuestro y
nuestro fontanero de toda la vida. Murió el día 2 y lo enterraron el 3.
Demasiado aprisa sucedió todo, así que no pudimos ni siquiera asistir a
su entierro. Paco era amigo de la casa, y ha estado
presente en mi vida y en la de mis hermanos desde antes incluso de que
naciésemos. Es una de las personas que más he admirado de todas las que
he conocido. Que partiendo de lo más bajo llegó a alzar el vuelo muy
alto. Trabajando y sufriendo como la gran mayoría de nosotros no
trabajaremos ni sufriremos jamás, ni siquiera aunque nuestra vida nos
fuera en ello.
Si hubiera sido otra clase peor de hombre,
habría tenido sus buenos motivos para hacerle ascos a la vida. Muchos
que no se han esforzado ni la mitad que él permanecen amargados hasta el
fin de sus días, porque permiten que el peso del mundo aplaste su
espíritu. Paco no. Si hay un recuerdo de este grandísimo hombre que me
llevaré a la tumba es su inquebrantable buen humor, la gracia que sabía
sacarle a todo, y los buenos ratos que pasamos en casa el año pasado
cuando hicimos obra y nos cambió los dos cuartos de baño mientras le
andaba toreando a mi padre (que hay que tener mucho arte para hacerlo y
que además te salga bien, y él lo tenía).
Hasta hoy me quería
dejar bigote para parecer un sureño confederado. Ahora tengo una razón
mejor. Ahora puedo dejárme el mostacho para parecerme un poquito más a
uno de los seres humanos más nobles que he tenido el gusto de conocer en
vida. Y con más sentido común.
A mi padre la noticia le ha
dejado fatal. A mi también. Y lo mismo pasará cuando el resto de la peña
se entere de la infausta noticia, que todavía no se les ha podido
comunicar. No puedo evitar que me caigan las lágrimas mientras escribo
estas líneas pensando que no volveré a saludar a Paco nada más salir de
mi casa al cruzar enfrente de su portal.
En este duro momento,
mi pensamiento en este momento va para Paco, y para el Dios que lo
recompensará por la grandeza de corazón y la humildad con la que Paco ha
vivido los días que se le concedieron. No son palabras vacías. Era un
hombre que jamás daba la sensación de darse cuenta, cuando hablaba con
uno de su vida, de lo extraordinarias que eran las cosas que había
conseguido. De su boca jamás oi que saliese chismorreo alguno, ni
comentario que pretendiese dejar a nadie gratuitamente en mal lugar. De
casi nadie se puede decir otro tanto.
Iba a despedirme de Paco
diciéndole adios. Pero prefiero hacerlo con un "hasta luego, y gracias".
Le digo "hasta luego", porque estoy seguro de que, si me conduzco en
esta vida como un hombre digno, es casi seguro que nos volveremos a ver.
Y que si eso sucede ya no habrá separación que interrumpa una compañía
mutua que en esta vida ha finalizado demasiado pronta y abruptamente,
para mi gusto (joder, apenas era de la edad más o menos de mi propia
madre; y que se sepa gozaba de aceptable buena salud). Y le doy las
gracias por haber vivido y por habernos servido de ejemplo de fortaleza a
todos los que le hemos conocido, además de alegrarnos la vida. Todo sea
dicho, no es Paco el único al que le estoy agradecido. También le estoy
agradecido a Dios por haber creado un mundo en el que, pese a todas las
malas noticias de las que nos enteramos todos los días, todavía es
posible vivir para conocer a gente como Paco.
PD: Gente como
Paco que es una prueba viviente de la existencia de Dios. Porque es
gente que te hace darte cuenta de lo inaceptable que es ese pensamiento
en función del cual más allá de la muerte todos quedamos igualados en la
nada, independientemente de cómo hayamos vivido. Se hace inevitable
pensar que para que haya Justicia es imprescindible que las personas
como Paco obtengan algún tipo de beneficio en pago de lo bien que
vivieron, mientras que las personas como Miguel Carcaño obtengan algo
diferente y peor que les produzca acusado perjuicio. Y cuando hablo de
un beneficio, me refiero a algo tangible y duradero, y no al recuerdo
agradecido de los vivos (que es algo que, al fin y al cabo, el muerto no
va a disfrutar, y que además se agotará con el tiempo una vez termine
la vida de los que lo conocieron). Se me viene a la cabeza eso que los
cristianos llamamos Paraiso. Sobre todo, se hace inevitable pensar todo
lo antedicho porque en realidad todos, de manera intuitiva, percibimos
que hay modos correctos de vivir y modos incorrectos de hacerlo.
Pretender que la muerte nos iguala a todos es negar la intuición más
natural del hombre, y considerarla mera deformación cultural. No es
posible demostrar que tengo razón. Pero tampoco aceptaré que ningún ateo
venga a explicarme con condescendencia que la religión es un capricho
arbitrario del intelecto cuya única finalidad es hacer de mentira
piadosa que ayuda a reunir el valor necesario para afrontar la cruda
realidad de la vida. Sobre todo, no aceptaré sin oposición que se me
trate de capullo que se autoengaña por creer en Dios y en la vida de
ultratumba porque que se sepa nadie (excepto Cristo para los que creemos
en Él) ha vuelto de la muerte para decirle a los vivos que se supone
que hay al otro lado. La Justicia con mayúsculas (que es la única que a
mi me vale) depende de que haya Algo más allá de la muerte. Y puede
creerse que la Justicia con mayúsculas (la objetiva, la que no está
sujeta a los vaivenes de la opinión voluble de los seres humanos) tiene
que existir, o puede no creerse. Mas en ningún caso podrá sostenerse que
creer en ella sea una ridiculez. He dicho.
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