viernes, 11 de abril de 2014

HUNGRÍA, ¿EJEMPLO A IMITAR?

En los últimos días Hungría está de actualidad. Acaban de celebrarse en ese país elecciones parlamentarias en las que el FIDESZ (partido del actual primer ministro Víktor Orban) se ha alzado con una supermayoría de dos tercios, como ya hizo en las anteriores elecciones de 2010. Eso permite a su Gobierno seguir siendo todopoderoso, al permitirle cambiar todas las leyes y la misma Constitución sin necesidad de consenso.

Todos los medios de comunicación españoles han dado publicidad a esta noticia. Y muy especialmente los medios con más sólida reputación de católicos, para los que Viktor Orban es un ejemplo a seguir. La razón de ello es que, desde que recuperó el poder en 2010 y empezó a ejercerlo en solitario (ya había antes gobernado en coalición en el periodo 1998-2002), éste líder político genuinamente conservador y provida no ha vacilado en hacer uso de la inmensa mayoría que desde 2010 le han venido concediendo los electores.

Podía modificar la Constitución sin necesidad de alcanzar consenso ninguno, y así lo hizo. Se entregó a una incansable actividad legislativa que ha dado lugar a la aprobación de como 800 leyes en la última legislatura. Y los cambios han merecido el visto bueno de los cristianos, y más específicamente, de los católicos. Que tanto en Hungría como en el extranjero han hecho piña con Orban pese a que éste es protestante. Lo que hasta cierto punto debe de ser mérito de Orban, ya que parece ser en verdad un protestante capaz de hacer política cristiana poniendo énfasis en lo que une a católicos y a herejes en lugar de en lo que los separa.

Los cristianos, en general, tienen buenas razones para estar satisfechos con algunas políticas de Orban. La nueva Constitución húngara aprobada en 2012 rinde homenaje verbal a la vida, declarada bien digno de protección desde la concepción hasta la muerte. Esto por si solo pone en cuestión la constitucionalidad del aborto, práctica exterminadora que podría quedar revocada (en el sentido de que, si bien sigue siendo legal, el tenor literal de la actual Constitución sugiere que no debería seguir siéndolo, de manera que quizá se le ponga fin próximamente mediante la aprobación de leyes abolicionistas); y blinda a Hungría contra la eutanasia que se plantean legalizar o ya han legalizado otros Estados occidentales. También parece que protegerá hasta cierto punto a Hungría del daño que en otras partes de Occidente le ha hecho a la sociedad la institucionalización de las uniones jurídicas entre homosexuales.

En fin, que a la vista de cómo está el mundo y de la expansión que en el resto de Occidente experimentan las prácticas e instituciones más aberrantes, corruptas y contra natura, se comprende fácilmente que los medios cristianos ensalcen a un político que a través de su acción de Gobierno demuestra que muchos de los más horripilantes cambios introducidos en la legislación de los países occidentales tienen vuelta de hoja. Y que expresa claramente en la Constitución el valor otorgado por Hungría a sus raíces cristianas, que prueban las menciones hechas a Dios y al Rey San Esteban.

Ahora bien, aunque los anteriormente citados son pasos en la buena dirección que es justo que se alaben, no ha de exagerarse. De momento, hasta donde yo sé, la nueva Constitución de Hungría ni ha traído consigo la criminalización del aborto; ni cierra absolutamente la puerta a que el día de mañana las uniones contra natura gocen de las mismas consideraciones que el matrimonio y que solo se diferencien de éste en el nombre. Lo que obliga a concluir que Orban desaprovechó una oportunidad que ni pintada de reformar más profundamente la Constitución, maximizando así los efectos benéficos que ésta pueda tener sobre el país. Oportunidad de la que gozará por otros cuatro años, lo que casi parece regalo de la Providencia. Por lo que habrá que aprovecharla. Probablemente no se repita.

Ya solo por esto me parece que se exagera el valor de las realizaciones de Viktor Orban. Pues incluso las iniciativas indudablemente buenas que ha protagonizado son sumamente mejorables. El problema es que a las cosas buenas, pero mejorables, realizadas por Orban se suman otras que son cuestionables, si es que no abiertamente malas.

¿Por qué digo esto yo, que soy católico provida y profamilia, y por ende debería en teoría sentirme increíblemente feliz por la reelección de Orban al frente del Gobierno húngaro? Mis razones tengo. Ya en el pasado pasó que los medios católicos jaleaban al agnóstico Federico Jiménez Losantos y al protestante César Vidal, y luego éstos nos la metieron doblada (aunque muchos medios católicos siguen dispensándoles un trato informativo favorable que considero del todo fuera de lugar). Ahora jalean al protestante Orban. Y se entusiasman tanto que incluso nos lo presentan como paradigma de la cristianidad en política.

No negaré que hay mejores motivos para ello que los que en su día se alegaban para alabar en medios católicos a ese protestante enfermo de odio al catolicismo que es César Vidal Manzanares. Da la sensación de que Orban, a diferencia del locutor español citado, es un protestante que siente un genuino y verdadero respeto hacia la Iglesia Católica, pese a no creer en ella.

Mas el mayor o menor respeto que Viktor Orban sienta hacia la Iglesia Católica, en lo que a este artículo respecta, carece de toda importancia. Mis críticas a Orban no van por el lado de la religión (aunque, en relación a ese asunto, creo que los católicos deberíamos avergonzarnos de que haya tenido que ser un protestante como Orban el que adopte las iniciativas a las que hacemos referencia en un país en el que la mayoría de las personas creyentes son católicas). Los aspectos que no me convencen y que me disgustan del accionar político del primer ministro de Hungría me parecerían mal aunque el político cuestionado fuese igual de católico que yo.

De hecho, si hago mención de ellas es porque observo con pena, decepción y preocupación cómo desde ambientes católicos jalean a Orban sin hacer la menor mención a algunas iniciativas de este gobernante que no me parecen tan pías. Esa actitud me entristece mucho porque la observo en una facción demasiado amplia del ambiente católico español, y a mi juicio puede denotar dos cosas.

La actitud antes descrita puede deberse a cierto grado de ignorancia por parte de los que santifican globalmente la labor política del actual primer ministro húngaro. Es probable que muchos de los que ensalzan de una manera tan acrítica a Orban lo hagan porque solo conozcan lo bueno y desconozcan lo malo. Eso disminuye la gravedad del error, pero no lo anula, porque la ignorancia no le lleva a uno a ninguna parte, y lo expone a hacer el ridículo.

Lamentablemente, es también posible que la defensa apasionada y acrítica que muchos medios católicos hacen del protestante Orban se deba no a que desconozcan los actos realizados por su Gobierno a tenor de los cuáles yo lo critico, sino a que no consideran que dichos actos tengan nada de criticable. Para mí, en caso de que las cosas sean así, la cosa va más allá del error, dado que implicaría una incompatibilidad ideológica de primer orden entre la gente que cree esas cosas y servidor.

Para que los lectores entiendan por qué opino de esa manera, será mejor entrar a hacer mención de las prácticas deshonestas de las que sinceramente creo que Orban es culpable. Aunque antes de eso, aprovecharé para hacer una puntualización.

No soy experto en política húngara ni del Este de Europa. Yo mismo soy consciente de que no siempre la democracia es posible, y de que a veces el bien superior de la nación y la preservación de los derechos más básicos de los individuos exige dejarla de lado hasta que llegue el momento en que vuelva a ser practicable. Soy también consciente de que Hungría ha sufrido cuarenta años de totalitarismo socialista y de que los herederos del totalitarismo siguen formando parte de la vida política de la que yo mismo creo que debería excluírseles.

Por ende, estoy abierto a la idea de que las políticas que yo a priori pueda criticar de Orban al final resulte que vienen exigidas por la situación. Admito que es posible que se trate de políticas que no solo no sean criticables, sino que sean hasta encomiables. Estoy abierto a la posibilidad de que la Hungría de hoy sea un ejemplo.

Lo que no obstante niego rotundamente es que la Hungría de Orban sea un ejemplo a imitar, al menos por la España de la actualidad. Igual que creo firmemente que Franco fue un ejemplo, que España debería estarle reconocida y que en muchos países les habría venido bien una dictadura como la suya; pero a la vez considero que si mañana fuese necesario que apareciese un dictador a lo Franco en los Estados Unidos, en Inglaterra o en Alemania semejante situación merecería ser considerada como un retroceso enorme para cualquiera de esos países.

¿Y qué ha hecho Orban, con independencia de que sea o no bueno para Hungría, que me parece que no debería ser imitado por ninguna de las formaciones políticas españolas que aspiren a representar a quienes defendemos los principios innegociables delineados por nuestro Papa emérito Benedicto XVI si alguna o algunas de éstas alcanzasen mañana el poder en España? Pues unas cuantas cosas. Las iré enumerando de a poco.

Por de pronto, ha alterado el sistema electoral en su propio beneficio. Es obvio que Hungría tenía un sistema electoral deficiente que había que cambiar. Lo he estudiado lo suficiente como para saber que yo también lo habría cambiado. El problema es que Orban no lo ha cambiado para así conseguir una mayor justicia electoral, sino con fines partidistas. La prueba es que se ha pasado de un sistema electoral irracional derivado del compromiso a otro sistema electoral irracional impuesto unilateralmente por el partido gobernante. ¿Se trata de un sistema peor? No, e incluso creo que en ciertos sentidos es mejor que el anterior. Mas nace de intereses espurios, y eso jamás será digno de alabanza. E insisto en que nace sin la hipoteca del consenso. Lo que significa que si sus hacedores no lo han hecho mejor es porque no han querido. Me temo que Orban ha preferido sacar provecho político a luchar para conseguir el bien común de Hungría.

Volvamos al comienzo del artículo. Dije que Orban ha revalidado su supermayoría de dos tercios. Pero creo que omití un detalle. El de que en 2010 consiguió el 68% de los escaños con casi el 53% de los votos y beneficiándose de una enorme división de la oposición; mientras que ahora ha conseguido el 67% de los escaños pese a que solo ha sacado el 44'5% de los votos y pese a que la oposición socialdemocrata estaba más agrupada que hace cuatro años. Así que algo raro tiene que estar pasando. ¿Cómo si no puede haber sacado casi los mismos escaños en el Parlamento pese a haber retrocedido más de ocho puntos porcentuales en voto popular? En los párrafos siguientes se explicará la forma en que Viktor Orban y el gobernante FIDESZ han obrado semejante "prodigio".

En Hungría existía un Parlamento unicameral de 386 diputados. Ahora dicho Parlamento consta de 199 diputados. Al haber menos diputados, se favorece mucho a las formaciones mayoritarias, dado que el escaño cuesta más.

Asimismo, en el pasado 176 diputados (el 45'6%) se elegían por circunscripciones uninominales; y 210 (el 54'4%) eran elegidos por listas electorales nacional y regionales aplicando la Ley D'Hondt. Ahora las circunscripciones uninominales eligen a 106 diputados (el 53'3%); mientras que las listas regionales se han suprimido, eligiendo la lista nacional a 93 diputados (el 46'7%). Esto, aisladamente considerado, no es ideal, pero podría considerarse hasta bueno, dado que hay una mayor proporción de diputados que responden directamente ante sus electores, y una proporción menor de burócratas con el puesto asegurado a toda costa por el mero hecho de figurar en las primeras posiciones de la lista nacional o de las listas provinciales de los partidos mayoritarios.

Sin embargo, el problema es que FIDESZ aprueba tal cosa porque sabe que eso, y más en la actual coyuntura política húngara, favorece sus intereses. Primero, porque actualmente la oposición húngara está fuertemente dividida entre los socialdemócratas del MSZP, que son los herederos políticos del socialismo totalitario; y entre los enfermizos ultranacionalistas antisemitas y gitanófobos de JOBBIK -que realizan desfiles con uniforme en las calles, practican la intimidación contra opositores y minorías, y, si bien no se atreven a hacerle guiños a Hitler, sí que se los hacen a los que colaboraron con él en Hungría-. Así pues, la división entre las fuerzas opositoras -con visos de perpetuarse en el tiempo-, ha llevado a que FIDESZ se haya llevado de calle la casi totalidad de las circunscripciones uninominales en las dos últimas convocatorias.

Y más ahora, que se ha modificado el sistema de elección de ese 53'3% de diputados que representan a las 106 circunscripciones uninominales. Antes se los elegía a doble vuelta (por lo que, si no me he informado mal, el ganador necesitaba conseguir la mayoría absoluta de los votos, en primera o en segunda ronda); mientras que actualmente se los elige a una vuelta (ganando el que saque mera mayoría simple, aunque sea de un voto). Razón por la cual tenemos que donde antes, tras la primera vuelta, era posible que los opositores a FIDESZ se aliasen para superar a los candidatos de ésta en la segunda vuelta y así evitar que ésta alcanzase una mayoría demasiado aplastante, ahora se comen los mocos.

Por si fuera esto poco, ya no se exige una participación mínima del electorado (antes se exigía una participación mínima del 50% en la primera vuelta, y del 25% en la segunda). En definitiva, que pareciera que el ideal de FIDESZ fuera un sistema nominalmente electivo en el que las elecciones estén ganadas de calle y los rivales políticos de este partido, cuanto menos participen en la vida política del país, tanto mejor.

Esto en lo que respecta al sistema electoral. Y es que ahí no acaba la cosa. Otra innovación de Orban ha sido la de prohibir publicidad electoral en medios privados. Limitación a la autonomía de la voluntad de los ciudadanos particulares que, con toda sinceridad, no puede calificarse más que como liberticida, e injustificable en un régimen electivo sean cuales sean las razones que impulsan a FIDESZ a tomar una medida como esa. Lo único que puede hacer comprensible esa actitud es la tradición autocrática de Hungría y su reciente pasado totalitario. Es difícil liberarse del peso de las malas costumbres adquiridas, y lo mismo pasa con el deseo de que los que en el pasado se beneficiaron de una mala manera de proceder giman bajo el yugo de esas mismas prácticas nefastas de las que se sirvieron en el pasado.

Luego tenemos el desaguisado que Orban ha organizado en materia de separación de poderes. Por lo que sé, ésta estaba ya muy difuminada, pero Orban sencillamente se la ha cargado del todo. Básicamente, ha reformado la Constitución de tal manera que el Tribunal Constitucional húngaro ya no puede conocer de asuntos tan importantes como el presupuesto del país; y su capacidad para determinar la constitucionalidad de las normas queda verdaderamente mermada, en un sentido cuantitativo tanto como en uno cualitativo. A lo que se une la política judicial de Orban, que ha impuesto la edad de 62 años como nueva edad de jubilación de jueces y magistrados (aunque, teniendo en cuenta el oscuro pasado totalitario de Hungría, esta medida en concreto la puedo entender -si bien yo no hubiera procedido igual-). Y la política de medios también se las trae. ¿Qué sentido tiene que los que se quejan aquí en España del Consejo Audiovisual de Cataluña por totalitario luego vayan por ahí rindiendo culto político público a un gobernante como Orban que crea un órgano equivalente en Hungría?

Finalmente, Orban ha atado profundamente en corto las posibilidades de revocación democrática de su política al establecer la norma de la supermayoría de dos tercios, que tanto criticó en el pasado -cuando defendía la mera mayoría simple para la aprobación de las leyes-. No es que eso me parezca mal. Yo creo que dos tercios es una buena cifra a exigir para la aprobación de leyes sensibles. La misma Constitución de España o de cualquier otro país no la reformaría sin el acuerdo de tres cuartas partes de la cámara o cámaras a las que correspondiera decidir sobre el asunto. Lo que me parece mal es que a un político se le vea tanto el plumero cuando hace un bien, y que quede tan claro que lo que hace no lo hace porque sea lo correcto, sino porque le conviene.

Una vez resumidas las fechorías de Viktor Orban cabe como católicos que nos hagamos la siguiente pregunta: ¿De verdad es el hereje Orban el modelo a seguir por los políticos católicos de Occidente? Antes he admitido la posibilidad de que lo sea a escala húngara, pero jamás se me ocurriría afirmar semejante cosa tajantemente. Empero, lo que yo verdaderamente pienso es que probablemente Orban represente un mal menor que el que implicarían sus detractores en el poder. Pero eso no lo convierte en bueno. Con él pasa como con Rusia. La bajeza moral de sus enemigos no es argumento suficiente como para por sí sola hacerlo merecedor de que se lo considere la maravilla por la que lo tiene la gran mayoría del ambiente católico español.

Además, no quiero olvidarme de hacer mención del hecho de que la política sectaria y abusiva que propugna desde el poder es un boomerang que se le puede volver en contra. Incluso aunque él crea honestamente que lo que hace al manipular el sistema en su propio provecho político es lo mejor para Hungría, lo cierto es que el riesgo de que su deriva ocasione males mucho mayores que los bienes por los que lucha es grande, y espero que lo haya tenido en cuenta. Su política puede generar un resquemor y un resentimiento de tal magnitud por parte de sus contrarios que estimule a éstos a protagonizar una reacción en un futuro no tan lejano de extremo rechazo oficial por todo lo hecho durante este periodo. Especialmente por todo lo bueno. Asimismo, el día de mañana la oposición puede fortalecerse, y con lo relativamente fácil que su sistema pone la obtención de una mayoría de dos tercios, puede ser que sus enemigos la alcancen y encarrilen otra vez al país en la mala senda que sigue el resto del continente.

En ese sentido, si yo estuviese en situación de asesorar al Viktor Orban le recomendaría que, además de dar marcha atrás a los aspectos de su política que no me gustan y de perfeccionar los que me parecen buenos; eleve el umbral para la reforma de la Constitución a tres cuartas partes de la cámara y modifique el sistema electoral para racionalizarlo y para hacer más difícil la obtención de una mayoría política suficientemente fuerte como para que el partido gobernante apruebe las leyes fundamentales o la reforma de la Constitución en solitario. Así se podría llegar a garantizar que Hungría tome el rumbo adecuado por largos decenios. Lo que puede servir para que el país marque la diferencia, en el mejor sentido de la expresión, e inaugure una senda digna de ser recorrida por el resto de Occidente. Una que lo convierta en ese ejemplo a imitar que no es actualmente.

Termino el artículo manifestando una vez más que, por las razones que aduje arriba, me parece plausible que Hungría esté siguiendo la dirección política que le conviene en este momento de la Historia, por más que no esté nada seguro de que así sea. Sin embargo, no pierdo la oportunidad de recalcar que lo que en Hungría puede que tenga justificación, en España no la tiene. Se mire por donde se mire. Razón por la que me aterra comprobar que tantos católicos españoles que probablemente conozcan con suficiente detalle la política que ha emprendido Orban en Hungría la vean con buenos ojos, hasta el punto de proclamarla ese ejemplo a imitar que no es. Al menos a la luz de nuestras presentes circunstancias como nación.

En el futuro, si los paganos se vuelven definitivamente locos y volvemos a sufrir a causa de circunstancias parecidas a las de los años 30, quizá hablase de otra manera. Quizá estaría más abierto a manipular el sistema al modo en que la FIDESZ de Viktor Orban lo hace en Hungría como acto de autodefensa social. Mas las circunstancias que justificarían una salida como esa todavía no están dadas. Y yo no deseo que se den en el futuro. Otros en cambio parece que sí. Parece que esperasen tener la excusa para imponer una hegemonía política conservadora que en tiempos menos conflictivos sería tachada de arbitraria e injusta.

Y si las cosas son así, eso solo se debe a que esos católicos a los que yo hago referencia no creen en la democracia, ni en ninguna clase de sistema electivo. Creen en el ordeno y mando. En la imposición de los mandatos de la clase gobernante a los gobernados sin necesidad de aceptación por los segundos de las decisiones de los primeros. En la minoría de edad radical del hombre, siempre necesitado de que lo sometan a tutela los "niños mimados" de Dios, que parecen creer ser ellos.

Ese es su ideal. Ni siquiera es una solución puntual a problemas puntuales que genera el discurrir natural de la Historia (como para mí lo fue el franquismo, por ejemplo). Es la forma en la que creen que debería gobernarse el mundo. Y eso a mí me asquea. Me repugna que se convierta a efectos prácticos en dogma de fe divino la prevalencia de un pequeño grupo sobre el total. Tanto por lo que eso significa en sí mismo como por los nefastos efectos que semejante forma de proceder ha provocado a lo largo de la Historia. Nefastos efectos de los que no cabe sorprenderse cuando se establecen sistemas que carecen de toda defensa efectiva contra las arbitrariedades de los que en cada momento detentan el poder sobre la comunidad.

No obstante, por encima de todo, lo que me saca de mis casillas es la constatación de la falta de visión que demuestran unos hombres que, idolatrando políticas como las de Viktor Orban o Vládimir Putin hipotecan gravemente a una Iglesia Católica a la que se le pega la mala fama merecidamente ganada por esos errados creyentes. Que pueden ser inmaculados y sinceros en su fe cristiana, pero que creo firmemente que yerran por completo sujetándose a caducos postulados políticos terrenos pseudoreaccionarios. A ideas que son una peste cuyo hedor aleja a muchos de una Iglesia a la que equivocadamente identifican con el pensamiento execrable del que adolecen esos concretos hijos suyos, tan terriblemente equivocados ellos.

Autoproclamados hijos de la Iglesia éstos de los que yo no me avergüenzo, porque entre algún que otro hipócrita no dudo de que muchos de ellos son mis sinceros hermanos en Cristo y en su Santa Iglesia; razón por la cual siempre estaré más cerca de ellos que de los que niegan a Jesús. Pero a quienes reconvengo con amor de hermano, incitándolos a no refugiarse en el pasado, por glorioso que éste haya podido ser; a ser críticos con la Historia de una Cristiandad que incluso en sus mejores momentos ha sido extremadamente mejorable; y a no tenerle miedo a la palabra Utopía aplicada a la política, siempre que quienes hagan uso de tan noble vocablo sean hombres que reconozcan con fe incuestionable la grandeza de Cristo Jesús, así como la necesidad de predicar su Evangelio y de fomentar el modo de vida renovado a la luz de la enseñanza divina que en éste se propone a todos los hombres. Para quienes no podría haber mayor beneficio que el de vivir en un mundo que no profese más que la verdadera religión de la Humanidad. La que nos enseñara el Dios altísimo. La que nos lleva enseñando veintiún siglos la Iglesia de Jesucristo. Esa que habitualmente llamamos Católica, Apostólica y Romana. IHS

1 comentario:

  1. La coalición Impulso Social es lo más parecido a Hungría

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